HISTORIA DE CHECHENIA 

IV

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Shamil había nacido en 1796 en una noble familia de las gentes de Avar al sur de Daguestán. Creció con su amigo Ghazi Mullah, pasando su tiempo entre la mezquita y las angostas terrazas que rodeaban Ghimri, donde apacentaba los rebaños de oveja de su familia. A menudo contemplaba los profundos valles de cinco mil pies de profundidad que rodeaban la villa, y se ensimismaba en el juego de colores y luces que las nubes dibujaban  a sus pies. En la lejanía, sobre las pendientes montañosas, contemplaba el fantasmagórico fulgor vaporoso que desprendía el aceite natural que hervía a través de las rocas desde hacía años.

 

         Este agreste y rudo paisaje junto con el vigoroso crecimiento de los niños del Cáucaso, predispuso al futuro Imam a una vida con pocos placeres mundanales. Siendo sólo un niño, consiguió que su padre abandonara el alcohol amenazándole que de lo contrario se atravesaría con su propia daga. La rígida disciplina espiritual requerida como joven discípulo la aceptó con toda naturalidad, y a la edad de veinte años ya poseía todas las nobles virtudes que se podía esperar de un Caucasiano: coraje en la batalla, maestría en la lengua Árabe, en el Tafsir (comentario al Corán), en Fiqh (jurisprudencia Islámica), y una nobleza espiritual que dejaba una profunda huella en todo aquel que le conocía.

 

         Junto con Ghazi Mullah, llegó a ser discípulo de Muhammad Yaraghi, el austero y duro maestro espiritual quien enseñaba a los jóvenes que no bastaba con la pureza espiritual, sino que además debían combatir para hacer prevalecer la ley de Allah. La Sharía (normativa Islámica) debía prevalecer sobre las leyes paganas de las diferentes tribus del Cáucaso. Tan sólo entonces Allah les daría la victoria sobre las hordas Rusas.

 

         La primera expresión de Shamil como Imam tuvo un carácter defensivo. Los Rusos bajo el mando del General Fese habían lanzado un nuevo ataque sobre el centro de Daguestán. Aquí, en la villa de Ashilta, al tiempo que los Rusos se aproximaban, dos mil “Muridín” (discípulos de una vía sufi) habían jurado sobre el Corán defenderla hasta la muerte. Después de una encarnizada lucha cuerpo a cuerpo en las calles de la villa, los Rusos tomaron y destruyeron la misma, sin poder hacer ningún prisionero. El escenario fue objeto de una larga y sangrienta lucha.

 

         Para Shamil la guerra con los Europeos no era algo extraño. Mientras realizaba el Hayy (peregrinación mayor a Meca de los Musulmanes) tuvo un encuentro con el Emir Abd al-Qader, el líder heroico de la resistencia Argelina contra los Franceses, quien compartió con él sus puntos de vista sobre la guerra de guerrillas. Los dos hombres, aunque luchando a tres mil millas uno de otro, eran muy afines en sus inquietudes espirituales y en sus métodos de guerra. Ambos se dieron cuenta de la imposibilidad de ganar una batalla frente a frente ante los bien preparados y numerosos ejércitos Europeos, y de la necesidad del empleo de técnicas sofisticadas para dividir al enemigo y llevarlo a remotas montañas y bosques para caer sorpresivamente sobre él en ataques ligeros en una guerra de guerrillas.

 

         La debilidad de Shamil en el Cáucaso consistía en la necesidad de tener que defender las villas y ciudades. Sus hombres, moviéndose con una extraordinaria rapidez, siempre podrían engañar al enemigo, o asestarle golpes por sorpresa. Pero las villas y pueblos, a pesar de sus fortificaciones, eran vulnerables a los métodos de asedio de los Rusos respaldados por la moderna artillería.

 

         Shamil aprendió esta lección en 1839, en la villa de Akhulgo. Esta fortaleza montañosa, protegida por tres gargantas en tres de sus lados, estaba dividida en dos por un terrible abismo cruzado por un puente de setenta pies construido con planchas de madera. Akhulgo estaba llena de refugiados que venían huyendo del avance Ruso, y la presencia de numerosas mujeres y niños que alimentar hacían presagiar un mal futuro si se producía un largo asedio a la ciudad. No obstante, él decidió no retirarse del lugar e hizo aquí su lugar de destacamento.

 

         Por aquel tiempo el ejército Naqshbandi contaba con alrededor de seis mil hombres, divididos en unidades de quinientos cada una bajo el mando de un comandante o Naib (diputado). Estos Naib, que poseían una gran formación, eran un misterio para los Rusos. En los treinta años de guerra en el Cáucaso ninguno fue capturado vivo. En Akhulgo, estos hombre fortificaron la villa lo mejor que pudieron y luego tras el Salat del Magreb (la puesta del sol), subieron a los tejados de las viviendas y entonaron el Zabur de Shamyl, invocaciones religiosas que el Imam había compuesto para reemplazar a las viejas canciones paganas que hasta entonces conocían. Había muchos otros cantos, el más familiar a los Rusos era el Canto de la Muerte, el cual se dejaba oír cuando la victoria Rusa parecía inminente y los Chechenos se ataban unos a otros preparándose para combatir hasta la muerte.

 

         El ataque Ruso comenzó el 29 de Junio. Los Rusos intentaron subir por las escarpadas laderas perdiendo trescientos cincuenta hombres bajo el ataque de los Muyahidin, quienes lanzaban rocas y troncos ardiendo desde lo alto. Escarmentados, los Rusos se retiraron durante cuatro días, hasta que consiguieron colocar su artillería a una distancia segura y bombardear de esta forma las paredes de la fortificación. Pero aunque las paredes fueron machacadas hasta reducirlas a escombros, cada vez que los Rusos atacaban, los Muridin (discípulos) emergían de las ruinas y conseguían hacerlos retroceder causándoles enormes bajas. Sin embargo, las condiciones en la villa cada vez se hacían más desesperadas. Muchos habían muerto y sus cuerpos se pudrían bajo el sol del verano desprendiendo un olor pestilente en toda la villa. Las reservas alimenticias prácticamente habían desaparecido. Al enterarse de estas noticias, por medio de un espía, el general Ruso Count Glasse, decidió lanzar una ofensiva sin tregua. Lanzó tres columnas de asalto simultáneas para de esta forma dividir el fuego de los defensores. La primera columna, compuesta por escaladores, consiguió alcanzar una de las cimas del barranco, pero desde las aparentemente peladas rocas de la cima opuesta, francotiradores Chechenos consiguieron diezmar en pocos minutos las filas enemigas. Los oficiales fueron asesinados y el resto de los seiscientos hombres atrapados en la cima por los Muridin sabían que se enfrentaban a una muerte segura antes de la puesta del sol. La segunda columna intentó hacerse camino por la base del barranco. También esta columna acabó en desastre ya que los defensores hicieron rodar sobre sus cabezas grandes piedras que acabaron con las vidas de la mayoría, tan solo unas cuantas docenas pudieron regresar. La tercera columna, avanzando poco a poco a lo largo de un precipicio, se vio envuelta en una emboscada de cientos de mujeres y niños que les atacaban desde cuevas en las que se habían refugiado como medida de seguridad. Las mujeres les cortaron el camino de retirada, mientras que los niños armados de puñales y dagas en ambas manos, asesinaban desde abajo a los Rusos. Aquí, como siempre ha sucedido en Chechenia, las mujeres lucharon desesperadamente, sabiendo que ellas tenían que perder mucho más que los hombres. Bajo esta sangrienta carnicería, la columna quedó atónita y decidió retirarse.  

 

            Desconcertado, Count Glasse, envión mensajero para parlamentar con Shamyl. Las condiciones de la villa eran extremas, y Shamyl, con todo el dolor de su corazón, se le ocurrió un acuerdo, según el cual entregaría a su hijo de ocho años, Yamal-ad-Din, como rehén acondición de que el ejército Ruso levantara el asedio y se retirara de la villa. Pero tan pronto como el muchacho había sido puesto en la carretera que conducía a San Petesburgo, la artillería empezó de nuevo con un bombardeo masivo, y Akhulgo una vez más fue machacado desde todos los lados posibles. Shamyl se dio cuenta entonces que había sido engañado. Al día siguiente, los Rusos de nuevo avanzaron sobre Akhulgo, pero tan solo encontraron manadas de cuervos que con avidez devoraban los cadáveres. Los supervivientes había huido sigilosamente durante la noche. Los Musulmanes que permanecieron fueron aquellos que estaban demasiado débiles para huir, habiéndose refugiado en las cavernas de las colinas próximas, a las que solo tras mucha dificultas accedió el enemigo.

 

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