HISTORIA DE CHECHENIA
V
Teníamos que descender a los soldados por medio de sogas. Nuestras tropas
estaban casi asfixiadas por el hedor de los innumerables cadáveres. Más de mil
cadáveres fueron contados; gran número de ellos fueron arrastrados corriente
abajo, o permanecían hinchados sobre las rocas. Fueron capturados novecientos
prisioneros, casi todos mujeres, niños y ancianos; pero a pesar de sus heridas
y agotamiento, aún así no se rendían fácilmente. Algunos reunieron sus últimas
fuerzas y les arrebataron las bayonetas a sus guardianes. El llanto y el gemido
de los pocos críos que quedaban vivos, y el sufrimiento de los heridos y
agonizantes, completaban la trágica escena.
Shamil había hecho un desesperado intento de conducir lejos a su familia y discípulos durante la noche. Su mujer Fátima estaba embarazada de ocho meses, y su segunda esposa Jawhara transportaba a su bebe de tan solo dos meses Said. Pero juntos se les apañaron para avanzar poco a poco a lo largo de un precipicio desconocido por los Rusos, hasta que alcanzaron el torrente más abajo. Aquí, el Imâm con un árbol consiguió fabricar un improvisado puente. Fátima lo atravesó sana y salva con su hijo más joven Ghazi Muhammad; pero Jawhara fue alcanzada por un francotirador Ruso, quien con una sola bala acabó con su vida desplomándose ella y su pequeño bebe perdiéndose ambos de vista en el torrente del río.
Shayj
Shamil y sus oficiales
Lentamente, Shamil, su mermada familia, y los muÿahidines supervivientes
esquivaron a las patrullas Rusas, quienes eran ayudadas ahora por los Ghimrians
que se habían pasado al bando Ruso. En un encontronazo con un pelotón Ruso y
en el consiguiente fuego que se produjo, el joven Ghazi Muhammad recibió una
herida de bayoneta. Pero la espada de Shamil alcanzó al oficial Ruso, cuyos
hombres huyeron despavoridos. Eran libres de nuevo: como en Ghimri, el Imâm había
escapado milagrosamente.
Grabbes describe la captura de Akhulgo en términos entusiastas. La secta
de los Murid, escribió, había caído junto con todos sus seguidores y adeptos.
El Zar estaba satisfecho; pero de nuevo, las celebraciones Rusas eran
prematuras. Mientras Shamil estuviera libre permanecería invicto, y Moscú de
nuevo había dado al Cáucaso una razón para buscar la libertad.
En 1840, Shamil puso de nuevo en pie un ejército, y de nuevo desplegó
sus banderas negras. Con los Rusos retrocediendo a lo largo del Mar Negro al
hacer frente a un levantamiento Circasiano, se daban condiciones más propicias
para lanzar una campaña de envergadura, y a finales de año, el Imâm había
retomado Akhulgo, y condujo a sus tropas hasta las planicies de la Baja
Chechenia, capturando fortaleza tras fortaleza. La respuesta Rusa fue caótica:
una salida capitaneada por Grabbe acabó en la muerte de alrededor de dos mil
Rusos. Un nuevo Comandante, el favorito del Zar General Neidhardt, prometió
intercambiar la cabeza de Shamil por su peso en oro a cualquiera que fuese capaz
de capturarlo; pero todo fue en vano. Una y otra vez las legiones imperiales
eran conducidas a la espesura del bosque donde eran divididas y aniquiladas.
Las técnicas de Shamil, mientras tanto, mejoraban día tras día. En una ocasión, atacó las posiciones Rusas con diez mil hombres, para reaparecer en menos de veinte y cuatro horas a cincuenta millas para atacar otro destacamento: una hazaña increíble. Un historiador militar ha escrito: la rapidez de esta larga marcha a través de un país montañoso, la precisión de las operaciones, y sobre todo el hecho de que fue preparada y llevada a cabo bajo los ojos de los Rusos, eleva a Shamil a un grado más superior que el de un simple líder guerrillero, aun de la más alta clase.