SÛRAT
AL-QÂRI‘A
revelada en Meca, 11 versículos
bísmil-lâhi
r-rahmâni r-rahîmi
Con
el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm
1.
al-qâri‘atu
¡La
que golpea!
2.
mâ l-qâri‘a*
¿Qué
es “la que golpea”?
3.
wa mâ: adrâka mâ l-qâri‘a*
¿Qué
te hará saber lo que es “la que golpea”?...
4.
yáuma yakûnu n-nâsu kal-farâshi l-mabzûzi
El
Día que las gentes sean como mariposas dispersas
5.
wa takûnu l-ÿibâlu kal-‘íhni l-manfûsh*
y
sean las montañas como copos de lana cardada...
6.
fa-ammâ man záqulat mawâçînuhû
En
cuanto a quien tenga balanzas pesadas:
7.
fa-huwa fî ‘îshatin râdia*
¡se
encuentra en una vida satisfactoria!
8.
wa ammâ man jáffat mawâçînuhû
Y
en cuanto a quien tenga balanzas ligeras:
9.
fa-ummuhû hâwia*
¡su
madre es el precipicio!
10.
wa mâ: adrâka mâ hia*
¿Qué
te hará saber lo que es?
11.
nârun hâmia*
¡Un
Fuego ardiente!
Está sûra está dedicada a hablar de la Resurrección
(Qiyâma o Ba‘z), que es
el conmocionador encuentro con Allah tras la muerte, la Hora de la Verdad,
cuando lo auténtico y esencial es revelado. La vida del común de los hombres
es un ilusión de la que se despierta. Cada vida tiene un final: la muerte, su Hora
(Sâ‘a). El universo entero tiene el suyo: su propia Hora,
su aniquilación. Esos momentos culminantes son los del paso a un nuevo Día
(Yáum). Algo poderoso golpea al
hombre y al mundo, matándolos y devolviéndolos a Allah, el Origen Absoluto.
El
Yáum al-Qiyâma, el Día del Restablecimiento, es cuando todo se endereza de nuevo pero
ahora ya en el espacio y en el tiempo infinitos de Allah, un espacio absoluto y
un tiempo absoluto, por expresarlo de algún modo, al que se llama al-Âjira.
En al-Âjira se cierra el círculo
de la existencia retornando las cosas a su fuente, y el recuerdo de lo vivido se
convierte en Destino definitivo de la criatura. Lo que eso sea sólo puede ser
expresado por la fuerza y lo apabullante de las palabras que emplea el Corán.
El Corán se pregunta con insistencia: “¿Qué
te hará comprender lo que es eso?”, para responder después con
expresiones inquietantes. Es como si lo radical y contundente que hay en las
palabras, el misterioso poder de sugerir que habita en ellas, fuera alusión a
esa verdad que aguarda al ser humano, como si escondieran por sus repliegues el
secreto irrepresentable de lo que hay después de la muerte y la aniquilación.
Este es el gran anuncio del Nabí -el Profeta-, la Noticia
Inmensa (an-Nába al-‘Azîm) que trasmite: la vuelta de lo creado a
Allah como resultado de una poderosa conmoción que aniquila los sueños y las
ilusiones banales de los hombres, una muerte que es un despertar.
El
Océano de la Unidad -que precede, soporta y engulle cuanto ha sido creado- se
reveló a Muhammad (s.a.s.), que encontró esa Inmensidad en las profundidades
abismales de su propio corazón. Lo que allí vio y aprendió, lo que estalló
en él, es lo que expresó con su enseñanza
en torno a los grandes temas (la ‘Aqîda).
Y esas enseñanzas advierten con un lenguaje denso ante todo sobre la inminencia
del reencuentro con Allah, el Señor de los Mundos, la Verdad en la que
desemboca la Hora (Sâ‘a).
Ese reencuentro en el Manantial es inminente porque lo que ha de suceder
al hombre está siempre cerca: el tiempo es insignificante y pasa demasiado
deprisa y es nada junto a Allah. Las descripciones coránicas del fin del mundo
y lo que le sigue aparecen normalmente en pasado -como si ya se hubiera
consumado- o bien en presente -como si la realidad actual ya lo estuviera
manifestando-. Así es en una visión unitaria de la existencia, donde el
pasado, el presente y el futuro, lo individual y lo universal, son un sólo
instante fugaz en la Inmensidad del Uno Resplandeciente. El musulmán revive
como experiencia actual los anuncios del Corán, y desde esa sensibilidad
reinterpreta el mundo y prepara su acción.
El Corán mismo está revestido de la contundencia del momento en que el
ser humano habrá de despertar ante su Señor. El Corán tiene la fuerza de la
muerte y la resurrección: destruye el ego del ser humano, mata su ilusión de
una existencia reducida a sí misma, y después lo transporta al universo de
Allah junto al que lo limitado y lo efímero se desvanecen en el poder de una
Luz que borra y absorbe todas las luces pequeñas, como el sol ante el que se
apaga la luna devolviéndole su irradiación con cada amanecer.
Con
sus palabras, el Corán urge a quienes tienen el corazón abierto, los arrebata
al sopor de la existencia rutinaria y los despliega en la Abundancia Creadora de
Allah (la Rahma). Se trata de
los mûminîn, los que intuyen la
Grandeza inconmensurable sugerida por la palabra Allah. Los que no responden a esa Llamada (Da‘wa) lanzada
por el Corán quedan hundidos en el vacío de la negación, el rechazo, la
ignorancia y la autodestrucción que al final son derrota, quiebra, dolor y
privación.
De
igual modo, algo terrible, eficaz, irrecusable -cuyos antecedentes y ejemplos
son el Corán mismo y la promesa que hay en cada amanecer-, lo trastocará todo,
golpeará a los muertos y los sacará de sus tumbas, y los enfrentará a Allah.
De acuerdo a sus vidas, existirán en lo absoluto de al-Âjira,
bien en la Rahma de Allah -el
Jardín-, o bien en el Nâr -el Fuego
de la
Frustración-. Por tanto, imágenes que “permiten comprender” lo que el
Profeta (s.a.s.) anunció son la realidad desencadenada por la Revelación y la
renovación de la existencia en cada instante. Solo que tras la muerte ya no hay
medidas y todo es desproporcionado.
El Yáum al-Qiyâma, el Día
Definitivo en que todo se ponga en pie ante Allah -la puerta hacia al-Âjira-,
recibe en el Corán muchos otros nombres descriptivos que subrayan siempre su
indelimitable poder reductor. Se le llama Tâmmâ,
Eclosión, Sâjjâ, Estruendo,
Hâqqa, Verdadera, Gâshia, Envolvedora,
Wâqi‘a, Acontecimiento
Inevitable,...
En
el fin mismo de la vida se abre un espacio distinto que sobrecoge el corazón
por sus dimensiones desconocidas, por sus implicaciones portentosas y por lo
terrible de sus proporciones que ninguno de los recursos habituales del ser
humano descifra. Escapa a todo análisis, y se presenta con el vigor de lo
definitivo e irremediable. Se trata, en el fondo, de la emergencia de la Verdad,
que aniquila con la fuerza de su aparición todo lo ilusorio y todo lo
circunstancial. Ante Allah, primero en vida y después en la muerte, el dotado de sensibilidad espiritual -el mûmin- se hace nada en la perplejidad más absoluta y es abatido
por la desmesura que se le ofrece.
El Yáum al-Qiyâma -la
Presencia Reductora de Allah-, primero impone a todos la muerte y después
golpea con violencia esa puerta, y por ello se le llama aquí al-Qâri‘a,
la que golpea, la que llama,
la que arranca con decisión a las
criaturas de las profundidades vacías a las que el rigor de la muerte los ha
conducido: al-qâri‘atu mâ l-qâri‘a, ¡la
que golpea! ¿qué es “la que golpea”?
Quien
creyera que la muerte -primera manifestación del Golpe- es lo definitivo es
despojado entonces de esa seguridad: sólo Allah es definitivo, Él es el Eterno
Sin-Principio y Sin-Final, el Accionador de la realidad que hasta entonces había
estado velado,... y el último ídolo es barrido con la dilución de la muerte
misma. Es la muerte, abatidora de dioses, lo que nos abre hacia Allah, hacia lo
que no se deja atrapar por el hombre.
El Yáum al-Qiyâma es la Hora
de enfrentarse con la Verdad, con lo que hace ser a la realidad.
El hombre, reducido y paralizado en la nada y atado a una inactividad impuesta
por el rigor de la muerte, encara su propia verdad y su destino en ella: la
muerte habrá abierto en él otra sensibilidad. Es el Día del gran
descubrimiento. Tras el Golpe mortal, otro pavoroso aldabonazo convoca a las
gentes ante su Señor (qára‘-yáqra‘,
golpear, llamar a una puerta), y a ese algo, poderoso y
transfigurador, lo llamamos también al-Qâri‘a,
la que golpea, la que llama a cada puerta,
la que abre otras posibilidades, ahora inagotables.
A semejanza de esto fue la Revelación. Muhammad (s.a.s.) fue sacudido en
sus entrañas, y pasó a ver el mundo desde el otro lado, desde lo que nos
acompaña y nos aguarda, desde la inmensidad de al-Âjira. Fue trasformado por algo que se estremeció en él (s.a.s.),
algo que mató en él un universo superado y lo hizo resurgir en uno nuevo. El
Islam sigue siendo la reverberación de esa experiencia. Y es la experiencia de
los sufíes, para quienes las descripciones apocalípticas del Corán son
anuncios del despertar espiritual: el fin de un mundo y el comienzo de otro en
el que se pasa a sentir eternamente.
Todos
ésos son preludios en los que se comprende la significación que tendrá el Yáum
al-Qiyâma. Cada acontecimiento concreto es signo de lo universal, y
renovación en cada instante de su significación. Quien tiene el corazón
abierto a Allah lee en esos signos y se prepara.
El impulso que sentirá en sí el hombre, al que no podrá negarse, y que
lo despertará del sueño de la muerte ubicándolo en una sensibilidad distinta
es de una intensidad que nada puede acercar al entendimiento: wa
mâ: adrâka mâ l-qâri‘a, ¿qué
te hará saber lo que es “la que golpea”? Nada puede hacerlo. Esta
pregunta que Allah hace pretende suscitar en el lector inquietud y desasosiego.
Nada puede hacernos comprender (ádraka-yúdrik)
lo que es ese golpe (al-Qâri‘a) capaz de matar y de hacer salir después algo vivo de
algo muerto, porque ésa es la Fuerza de Allah, su Poder Determinante y Secreto (la Qudra Ilâhía), lo mismo, según el Corán, que creó el universo a
partir de nada rompiendo con su violencia el silencio del vacío, lo mismo que
hay en cada nacimiento.
Sólo nos acercaría a entender el Poder Determinante imaginar sus
resultados, al igual que la creación actual y cada nacimiento nos pueden hacer
intuir la grandeza incalculable del impulso formador que hizo ser a partir de
nada: yáuma yakûnu n-nâsu kal-farâshi
l-mabzûz, el Día que las gentes sean
como mariposas dispersas. “La que golpea” -destruyendo el mundo para
hacerlo resurgir de nuevo- hará ser (kâna-yakûn) a las gentes (nâs)
algo parecido a mariposas (farâsh, plural de farâsha,
una mariposa) dispersas (mabzûz) y
nerviosas que revolotean y pululan, con su debilidad, entorno a un fuego en el
que están a punto de caer.
Ese Día no habrá más fuerza ni más poder que los de Allah, que lo
reducirá todo a la nada: wa takûnu l-ÿibâlu
kal-‘íhni l-manfûsh, y sean las
montañas como copos de lana cardada... Las montañas (ÿibâl,
plural de ÿábal, montaña), símbolo por antonomasia de firmeza y consistencia -como
la vida y la muerte en la ilusión del hombre-, serán como copos de lana (‘inh) cardada
(manfûsh), es decir, algo suave y maleable.
Las montañas, que son el esqueleto de la tierra, se esfumarán. La
aparente consistencia del mundo se vendrá abajo ante Allah de igual modo que el
cuerpo del hombre y su inteligencia son pulverizados por la muerte, y se
convierten en nada,... y entonces es cuando está ante Allah. Es lo mismo que
sucede en lo relativo al ego: el ser humano comprende a Allah cuando supera sus
intereses mediocres y sus pobres recursos, cuando sus ilusiones y sueños se
desmoronan, y es derribada la montaña que interpone entre él y la Verdad; se
funde entonces en la existencia, y en ese desierto se encuentra con su Señor,
con su verdadero motor, siendo sacudido por la fuerza tremenda
de ese reencuentro.
Todo se derretirá consumido en la Verdad, engullido por su nada
esencial, para resurgir ante Allah, pero sin ninguna fuerza, incapaz de
resistirse, porque la muerte y la destrucción habrán anulado todas las
pretensiones. Lo que en apariencia era sólido y firme, se desbarajusta ante
Allah, el Uno-Único. Entonces la Verdad se apodera del hombre y lo que había
estado soterrado se impone por su propia Presencia.
Desnudo de fuerzas, tras la muerte el ser humano se encuentra con Allah
cuya Verdad emerge acompañando la desintegración de lo creado. Entonces el
hombre, desarticulado, se presenta con lo que es y con lo que se ha hecho ser a
sí mismo en su vida. Y descubrirá entonces si sus criterios (sus balanzas
o mawâçîn) han sido acertados: fa-ammâ
man záqulat mawâçînuhû fa-huwa fî
‘îshatin râdia, en cuanto a
quien tenga balanzas pesadas: ¡se encuentra en una vida satisfactoria! La balanza
(mîçân) es con lo que se mide y se valora las cosas: ¿qué
balanzas han servido de criterio y orientación para cada criatura?
La expresión ‘tener una balanza pesada (zaqîl)’ es sinónimo
de tener criterios acertados y rectos, unos criterios de peso. La Verdad pesa, y
lo vano es humo. Aquellos que hayan medido su vida y sus actos con balanzas
(mawâçîn) consistentes (que hayan resultado ser pesadas, del verbo
záqula-yázqul, pesar), pasan a
existir en al-Âjira -es decir, junto
a Allah- en
el goce de una vida (‘îsha)
agradable y satisfactoria
(râdia). Junto a Allah estarán
en Jardines de placer eterno. Criterios con peso son los de Allah, los revelados
en el Corán, los adoptados por el Profeta (s.a.s.), y tienen su fundamento en
la fuerza creadora y en la universalidad, es decir, en la nobleza, la
generosidad, la sinceridad, la unidad y todas las demás cualidades
posibilitadoras de vida.
En el polo opuesto: wa ammâ man jáffat
mawâçînuhû fa-ummuhû hâwia, en cuanto a quien tenga balanzas ligeras: ¡Su madre es el precipicio!
Es decir, aquél cuyas balanzas hayan
sido ligeras (jáffa-yájiff,
ser ligero) -criterios ligeros
(mawâçîn jafîfa) son los
derivados del egoísmo, la crueldad, la mentira, la arbitrariedad, la ilusión,
la banalidad, el interés, la frivolidad- tienen como madre (umm) el precipicio
(hâwia): se ven arrojados de cabeza al abismo del que ha surgido esa
ruindad y lanzados a la matriz de sus ilusiones. Tras la muerte, todo queda
reabsorbido en su raíz. La expresión ‘madre’ hace referencia al lugar de
retorno, como el niño que vuelve al regazo materno: ellos y sus balanzas han
nacido del abismo ténebre de la ausencia de todo bien, y a él regresan de
acuerdo a su inclinación.
Ese Abismo del que han surgido sus quimeras, la Nada, no es un lugar de
reposo como podría creerse, no es un vacío aséptico y tranquilo, ni es un sueño
sin imágenes. La Nada no es un lugar agradable ni en ella hay paz. Al
contrario, es algo terrible y abrasante de una violencia aterradora porque a
ella el ser humano acude con el intenso recuerdo de su vida y de su mal -es
decir, con conciencia y sensibilidad, con lo que él es-, y el vacío se
transforma en una experiencia de dolor y frustración.
Esa
Nada es algo contra lo que el Corán advierte con todas sus energías:
wa mâ: adrâka mâ hia, ¿qué
te hará saber lo que es? Es decir, ¿qué imagen te permitirá entender (ádraka-yúdrik, comprender, alcanzar
la significación de algo) lo que es ese precipicio
(hâwia)? Como encontrando una imagen
suficiente, el Corán responde a su pregunta diciendo: nârun hâmia, ¡un
Fuego ardiente! Ese abismo en el que se precipita es un fuego (nâr) ardiente
y febril (hâmi),
como una pesadilla dolorosa y escalofriante.
Al-Ash‘az
dijo: “Cuando un mûmin muere, su espíritu
es transportado junto a los espíritus de los mûminîn, que se dirán unos a
otros: ‘Aliviad a vuestro hermano recién llegado que acaba de salir de la
tribulación del mundo’. El espíritu llegado a la morada de los mûminîn
preguntará qué ha sido de sus conocidos muertos antes que él. Dirá: ‘¿Está
fulano con vosotros?’, y le responderán: ‘No. Ha regresado junto a su
Madre, el Abismo”.
El carácter terrorífico de ese Fuego devorador, que está más allá de
ser lo que conocemos por fuego -que no es más que su correlato dentro de los límites
de lo creado- fue sugerido por el Profeta (s.a.s.) cuando dijo: “Es
como un fuego que hubiera sido atizado durante mil años hasta hacerse rojo; y
después durante otros mil años hasta que se hace blanco; y aún después otros
mil años hasta que se vuelve negro como una noche muy oscura”. Y también
dijo: “El fuego que encendéis no es más que una setentava parte del Fuego de
Yahannam” (según otra versión: es
una centésima parte del Fuego de Yahannam). En otra ocasión, el Profeta (s.a.s.)
dijo: “¿Sabéis cómo es el Fuego de
Yahannam? Es algo de una oscuridad setenta veces más intensa que el humo que
conocéis”.
El frío extremo y el calor sofocante son como si fueran emanaciones de
ese infierno, y los escalofríos y el ahogamiento físicos son sensaciones que
sugieren las de esa pesadilla que sigue a la muerte. Son sus signos que lo
evocan. El Profeta (s.a.s.) dijo: : “El Fuego se quejó ante Allah diciendo: ‘Mis partes se devoran las
unas a las otras’. Y Allah le permitió respirar dos veces al año, una en
invierno y otra en verano, y es cuando sentís un frío intenso y un calor
sofocante”.
Son formas de acercar al entendimiento ideas que sólo pueden ser expresadas haciendo uso de un lenguaje onírico. La verdad de lo que son esas cosas escapa necesariamente a las posibilidades inmediatas del lenguaje, y únicamente el extraño poder de sugerir hasta lo inconcebible que hay las palabras puede estimular una intuición acorde con las esencias.