CAPÍTULO 102: EL AFÁN DE LUCRO

SÛRAT AT-TAKÂZUR

revelada en Meca, 8  versículos

 

índice

 

 bísmil-lâhi r-rahmâni r-rahîmi

Con el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm

1. alhâkumu t-takâzuru

Os entretiene el afán de lucro

2. hattà çúrtumu l-maqâbir*

hasta que visitáis los cementerios.

3. kallâ sáufa ta‘lamûna

Pero no; ¡ya veréis!

4. zumma kallâ sáufa ta‘lamûn*

Una vez más, no; ¡ya veréis!

5. kallâ lau ta‘lamûna ‘ílma l-yaqîn*

Pero, no. ¡Si conocierais la Ciencia de la Certeza,

6. la-táraunna l-ÿahîma

veríais el infierno!

7. zumma la-táraunnahâ ‘áina l-yaqîni

Después lo veréis con el Ojo de la Certeza.

8. zúmma la-tús-alunna yáumaidzin ‘áni n-na‘îm*

Y ese Día se os preguntará por la delicia.    

              

            Este capítulo del Corán -la Sûra del Afán de Lucro- tiene un ritmo majestuoso, inquietante y profundo, muy marcado, como si fuera la voz de un advertidor que, encaramado en un lugar elevado, proclamara sus amenazas con voz estruendosa. Es un grito dirigido a los dormidos, a los atontados por un largo sueño, a los que viven en el aturdimiento, a los hipnotizados, a los que están al borde de un precipicio sin darse cuenta mientras mantienen los ojos cerrados. Y un extraño eco repite sus palabras en los adentros de los corazones, donde su sentido resuena con especial poder.

            Los comentaristas del Corán subrayan la sonoridad y fuerza de este capítulo. La intensidad de la amenaza que contiene se convierte en palabras acuciantes. Es la sûra que se dirige a los cimientos mismos de la ilusión en la que viven los seres humanos, y los remueve.

            La sûra -hablando directamente a los sumidos en ese sueño- les dice en medio de su sopor: alhâkumu t-takâzuru hattà çúrtumu l-maqâbir, os entretiene el afán de lucro hasta que visitáis los cementerios. El único interés del ser humano, lo que lo pone en movimiento, es el Takâzur, el afán de lucro, el ansia por multiplicar sus posesiones, la rivalidad por conseguir más cosas, ya sean bienes materiales como las propiedades, las seguridades, las comodidades, o ya sean bienes espirituales tales como los saberes, las certezas, las satisfacciones,... Son un afán desmedido y una angustia a los que sólo la muerte pone coto. Y será la muerte -y la verdad que hay en ella- la que les muestre el origen de esas agonías, una raíz terrible en la que el ser humano que no despierte en vida quedará por siempre sumido.

            El Corán expresa estas ideas con tono lapidario, como si el afán de lucro que moviliza a los hombres fuera una revelación que les hace, como si les mostrara algo desconocido. Y es así porque si el ser humano supiera realmente lo que hace y porqué lo hace se esforzaría en cambiar.

            Según Abû Huraira, el Profeta (s.a.s.) en cierta ocasión recitó las palabras alhâkumu t-takâzur, os entretiene el afán de lucro, y a continuación dijo: “El ser humano dice: ‘¡Mis riquezas! ¡Mis riquezas!’..., y desde  dentro se le está diciendo: ‘¿Acaso te pertenecen realmente más riquezas que las que has comido hasta consumirlas, las que has vestido hasta desgastarlas y las que has dado con generosidad poniéndolas delante de ti como argumento que te justifica ante Allah?’...Todo lo demás, con la muerte, el ser humano lo acaba abandonando en manos de las gentes”. Según Ánas ibn Mâlik, el Profeta (s.a.s.) dijo: “Tres son los acompañantes del difunto. Dos lo dejan en la tumba y se vuelven a atrás, y sólo uno se queda con él: su familia, sus riquezas y sus acciones. Sus familiares y sus riquezas vuelven al mundo, y con él permanece lo que haya hecho”. También dijo: “El hombre se va consumiendo con el tiempo, pero no lo abandonan ni la codicia ni la esperanza”.

            Al-Áhnaf ibn Qáis vio dos monedas en manos de un hombre, y le dijo: “¿De quién son esas monedas?”. El hombre le respondió: “Son mías”. Al-Áhnaf le dijo entonces: “Sólo son tuyas verdaderamente si las das como sueldo de alguien o si las regalas como manifestación de generosidad”, y después le recitó los siguientes versos: “Las riquezas te poseen si las mantienes junto a ti, / y sólo te pertenecen si las das”.

            El Takâzur, la búsqueda afanosa de siempre más, entretiene y consume al hombre (alhà-yulhî, entretener, distraer), lo desorienta y lo precipita en su propia ruina: el Takâzur es su láhw, su pérdida de tiempo, un pasatiempo nada inocente porque es causa de desgracias y destrucciones, pues no repara en medios. Es una avidez que enturbia el corazón, y lo sobrecarga de residuos que acaban cegándolo e hiriéndolo.

            El término láhw tiene connotaciones peyorativas (sin ellas, entretenimiento o pasatiempo en árabe se dice táslia). El ser humano no afronta el verdadero reto que le lanza su existencia ni responde al interrogante que le hace su inquietud más íntima. Prefiere atiborrar su ansiedad con distracciones que le evitan enfrentarse con su realidad y lo desvían de ella. Y se mantiene en esa dinámica hasta que muere. En palabras del Corán: hasta que visitáis (çâra-yaçûr) los cementerios (maqâbir, plural de máqbara, cementerio).

            El afán de lucro (Takâzur) es perverso porque se trasforma en láhw, en una obsesión que agota al ser humano hasta su muerte, siendo esa preocupación el horizonte máximo de sus aspiraciones. Es como si el Corán, dirigiéndose a quienes actúan movidos por esa urgencia, les dijera: “Ese afán, que os consume, acaba sepultado en una tumba con vosotros, y su inquietud os acompaña, no pudiendo ya ser satisfecho de modo alguno, y se convierte entonces en vuestro tormento”...

            ...Vosotros, los que quemáis vuestro tiempo amasando fortunas, ya sean materiales o espirituales, pocas o muchas; vosotros, los afanados por  conquistar cuanto veis o imagináis, sin reparar en esfuerzos ni medios, pisoteando a los demás si hace falta para proteger los privilegios que os habéis adjudicado y negándoos a escuchar las advertencias de los profetas;... tendréis que abandonar aquello por lo que estáis luchando en este mundo y responder a sus consecuencias asumiendo el vacío aterrador en el que quedáis. Dejaréis atrás vuestras fortunas, y os enterrarán a solas, con vuestra agonía, en medio de la privación y de vuestras ansias, en una tumba solitaria y estrecha, donde no eludiréis la Verdad ni los remordimientos. En la muerte seréis olvidados y os abandonará todo, y os acompañará lo que sois: pura ansiedad que ya no será satisfecha, y se manifiesta entonces como dolor...

            En la tumba ya no habrá multiplicación ni satisfacción para el impulso que os hace ser, sino sólo su frustración. Éste es el gran anuncio del Corán, la Noticia (Nába) que hizo de Muhammad (s.a.s.) un Nabí, el transmisor de una profecía: lo que anima al hombre no acaba con su muerte, lo que lo hace ser es un prodigio impugnable cuya Presencia no es reducible al tiempo y al espacio. El hecho prodigioso de la existencia no es limitado por nada. En la Voluntad de la eternidad del Sin-Principio y el Sin-Final toma cuerpo el hombre, y ése es el secreto que late en él y lo agita: kallâ sáufa ta‘lamûn, ¡no! ¡ya veréis!... Ahí, en la muerte, veréis (‘álima-yá‘lam, saber, ver algo a ciencia cierta) la Verdad. En los cementerios desiertos está la Verdad original y última.

            La desnudez de la muerte enfrenta al hombre irremediablemente con lo Absoluto: zumma kallâ sáufa ta‘lamûn, ¡una vez más, no; ¡ya veréis!... En vuestra tumba veréis, y sabréis, y sentiréis a ciencia cierta, lo que sois en realidad y en Manos de qué estáis. La repetición del versículo es una insistencia para que la cuestión no sea pasada por alto. Ahí en la Soledad ya no podréis negar la esencia de las cosas como antes hacíais en el mundo entreteniéndoos en vuestros afanes ilusorios con los que relegabais la cuestión del Secreto inmenso que anida en vuestro ser, el misterio infinito que soporta cada instante de la criatura, una Verdad a la que se le da el nombre de Océano de Unidad. Y ésa es la Justicia Suprema.

            El tema continúa -usando las mismas expresiones intensivas anteriores, las cuales dan homogeneidad a la sûra-, pero entretejido ahora con otras alusiones: kallâ lau ta‘lamûna ‘ílma l-yaqîn, ¡pero no! ¡si conocierais la Ciencia de la Certeza! Lo que hace que vuestros afanes y vuestras vidas sean láhw, que sean una pérdida dañina de tiempo, es que no veáis las cosas a través de una ciencia a la que el Corán llama Ciencia (‘ilm) de la Certeza (yaqîn). Esa Ciencia -el Îmân, la apertura- es la perspicacia que despierta la Revelación en las honduras del que está abierto sinceramente a Allah y gracias a ella pasa a descubrir la verdad espiritual que palpita en los acontecimientos. Es la Ciencia fruto de la gratitud.

            La Ciencia de la Certeza, el ‘Ilm al-Yaqîn, es también, en otra forma de decirlo, el Tawhîd, la sabiduría que emana de vivir en la Unidad y Unicidad de la Verdad Creadora y progresar en esa concepción (‘Aqîda) de la existencia entera, afilando la capacidad para intuir y saborear la realidad propia del corazón. Ése es un saber transformador que libera al ser humano de los apegos y las dependencias y convierte su tumba y su Destino en un Jardín en el que no habrá remordimientos ni terrores, pues su afán de lucro han sido un enriquecimiento con el que ha prosperado realmente.

            Se la llama Ciencia de la Certeza porque permite ver lo auténtico en cada cosa, y entonces la-táraunna l-ÿahîm, ¡veríais el ÿahîm!, es decir, si tuvierais ese conocimiento veríais con vuestros ojos (raà-yarà, ver) el infierno (ÿahîm) en el que está el hombre agobiado por el afán de lucro, el hombre que empeña su vida simplemente en acumular cosas que desaparecerán y lo dejarán sólo en su tumba tan sólo acompañado de su ansiedad y la sobrecarga de sus ruindades. Veríais entonces ese Fuego que se agita en su interior y es alimentado con sus actos y en el que al final, tras la muerte, estará atormentado por siempre en el No-Principio y el No-Final de al-Ájira, el Universo de lo Absoluto.

Si vierais ese Fuego, huiríais de él y os libraríais de aquello a lo que os estáis condenando sin saberlo. Pero pocos son los dotados de la sensibilidad del Îmân, pocos son los que se esfuerzan por despertar en sí esa perspicacia posible y liberadora. Sólo a ellos está destinado el Corán.

            La Ciencia de la Certeza, que depura el corazón y hace trasparente todo, permite al hombre apreciar el trasfondo de cada instante, y en él ve su fundamento espiritual. Es decir, contempla la eternidad en las cosas, la fuerza de lo infinito en su concreción bajo la forma de un instante, y esa Inmensidad es lo que sentirá en sí, en toda su magnitud, tras la muerte: zumma la-táraunnahâ ‘áina l-yaqîn, después lo veréis con el Ojo de la Certeza.

            El Ojo (‘áin) de la Certeza (yaqîn) es con lo que se ve tras la muerte. Es el Ojo que se abre con la inversión que supone pasar al reino de la muerte. Si la gente viera a través de la Ciencia de la Certeza contemplaría lo que habrá de ver con el Ojo de la Certeza. En cierto modo, es como si lo activara ya en el presente. El Profeta (s.a.s.) decía: “Morid antes de morir”, para descubrir lo que os configura y lo que os aguarda,... invitándonos así sumergirnos en la Inmensidad connotada por la palabra Allah.

            Lo que se verá con el Ojo de la Certeza después de la muerte se convertirá en su experiencia eterna: zúmma la-tús-alunna yáumaidzin ‘áni n-na‘îm, y ese Día se os preguntará por la delicia. Esa es la Pregunta de Allah (el Su-âl) para la que la respuesta es la eternidad de esa criatura. Esa pregunta ya es el Haqq al-Yaqîn, la Verdad de la Certeza.

            Tras la muerte, una vez abierto el Ojo de la Certeza, el ser humano será interrogado (súila-yúsal, ser interrogado, voz pasiva de sáala-yásal, preguntar) por la Verdad. Se le preguntará por el placer (na‘îm), es decir, por todo aquello de lo que ha disfrutado en vida. Esa pregunta de Allah es, en realidad, una exigencia, un imperativo en el que todo tiene su definitiva consumación.

            El placer (na‘îm) del que disfruta el hombre es su existencia presente y todo lo que consigue con ella. Es lo mismo a lo que en la sûra anterior se llamó bien o bondad (jáir) de Allah. La muerte propone un interrogante: ¿qué se ha hecho con la vida? ¿en qué se ha malgastado? ¿qué se ha conseguido con ella? Y la respuesta es el Destino en al-Âjira, el cumplimiento de la vida en lo eterno, su resonancia en el mundo del espíritu,... es la respuesta a la pregunta de Allah.

            Todo, absolutamente todo, le ha sido regalado al ser humano: su vida, su identidad, su cuerpo, su espíritu, su corazón, lo que gana con sus acciones... El hombre, en sí, no es nada. No se ha creado ni controla su realidad. Sólo aprovecha. Es, en esencia, un vacío colmado de dones de Allah. No conquista por sí nada: todo lo que consigue es en función de lo que Allah le ha facilitado, y todo lo que se le escapa es en función de lo que Allah le niega. El ávido es el que se ve como centro de la existencia, como única realidad, y de ahí su angustia de depredador frustrado.

            El na‘îm, el deleite, la vida en sí, es, para el dotado de Ciencia de la Certeza (‘Ilm al-Yaqîn), una invitación a la gratitud (shukr). La gratitud es reconocimiento, y, por tanto, es sabiduría. Y esa sabiduría es lo que desapega al hombre de la avidez que lo abrasa, y lo inicia en una nueva percepción del valor y alcance de las cosas y de los acontecimientos. Se dice entonces que ha entroncado con el secreto que lo hace ser. Ya no está separado sino integrado, y lo demás es superfluo e irrelevante. O, mejor dicho, todo lo demás es tremendamente significativo. Eso es lo que lo expande en al-Âjira, lo que aumenta y hace exuberante su existencia en la Vida de Allah. El Îmân, la apertura, la esponjosidad, la sensibilidad espiritual, es ver a Allah ofreciéndonos todo cuanto nos hace existir.

            Esta sûra habla de su tema en la fuerza de sus resonancias. Es una sûra que apesadumbra al corazón: lo saca de su relajamiento para enfrentarlo consigo mismo y con el horizonte que ha diseñado para sí. Sustituye la preocupación por las cosas del mundo por la preocupación por al-Âjira, el Universo de Allah. Habla de un vacío que no pueden colmar las cosas del mundo, y sólo puede llenarlo Allah. Retrata la insignificancia de nuestras existencias efímeras, ridiculizando el que sean centro y límite de nuestras aspiraciones, lo que es síntoma de ignorancia. Ignoramos lo que en realidad somos: un secreto inabarcable. Y desatendemos esa Inmensidad que portamos en nuestros adentros, cuando es nuestro verdadero Destino. Nuestros afanes, tribulaciones, esperanzas, miedos y reservas,... todo es desenmascarado por las palabras de esta sûra: el ser humano se afana inútilmente, y al final viene la muerte para enfrentarlo con su Verdad.

            Los comentaristas de esta sûra hacen hincapié en sus últimas palabras: ese Día se os preguntará por la delicia. Ya hemos dicho que el na‘îm de Allah, el favor con el que deleita a sus criaturas, es la existencia y cuanto la adorna y propicia, desde lo más sencillo hasta la opulencia.

            El afán de lucro consiste en acumular sin sabiduría y por egoísmo cuanto Allah ofrece al ser humano. El mûmin, el que se detiene a reflexionar, se pregunta por el origen de su vida y todo lo que la enriquece. El don de Allah le hace conocer a Allah, y cuando conoce a Allah descubre las verdaderas proporciones de su Favor. Cuando reconoce en Allah la Fuente Exuberante e Infinita de todo el bien, se sumerge en sus aguas claras, y de ellas bebe directamente. La gratitud, el shukr, es una práctica que consiste en reconocer la deuda contraída. Ese instante es iluminado por Allah y con esa luz se entra en el espacio de la Intimidad.

            La gratitud es una puerta hacia profundidades difíciles de imaginar. Su primer paso consiste en ver en el don (ni‘ma) al Donador (Mun‘im), y con el segundo paso se abandona todo por amor al Donador cuya Grandeza intuida hace olvidar hasta lo que nos ha dado y despierta una nueva ambición que es anhelo que nada, salvo Allah en Sí, puede satisfacer. Ese anhelo es aspiración a lo infinito. Con esa aspiración se abren las puertas de la Rahma, la Compasión Creadora de Allah. Por ello se insiste en el Islam en la gratitud y todas sus expresiones. El Profeta (s.a.s.) dijo: “Quien no sabe dar las gracias a las gentes, no sabe darlas a Allah”. Reconocer el bien del que se es objeto en cualquier momento es iniciarse por la senda de la gratitud, que es la senda de los que están despiertos, de los que recogen cuanto la vida les ofrece descubriendo en ello la eternidad,... y no es la senda de los que pasan por la existencia sin descubrir su prodigio y cuanto implica.

            En cierta ocasión, el Profeta (s.a.s.) exhortaba a sus Compañeros a que fueran agradecidos, y le dijeron: “¡Oh, Mensajero de Allah! ¿Acaso llevamos una vida cómoda? Hacemos una media comida al día y sólo comemos pan de centeno”, y él les respondió: “¿No calzáis sandalias? ¿No bebéis agua fresca? Todos ésos son dones de Allah”. En otro momento, el Profeta (s.a.s.) dijo: “Hay dos favores de Allah de los que la mayoría abusa: la salud y el ocio”, y también enumeró la vida en seguridad, la sombra que protege del sol, la dulzura del sueño, la proporción del cuerpo,... entre las bondades de Allah que el ser humano no tiene en cuenta. Ibn ‘Abbâs dijo: “El cuerpo, el oído y la vista,... constituyen bienes preciosos por los que el ser humano será interrogado cuando todo resurja ante Allah. Se les preguntará cómo los han utilizado, aunque Allah sabe la respuesta mejor que ellos”.

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