Turÿuman al-Ashwaq

El Intérprete de los deseos

 

anterior

 

XXV

 

¡Qué dolor en mi corazón!

¡Qué dolor! ¡Qué gozo en mi alma!

¡Qué gozo!

En mi corazón arde la pasión como un fuego.

En mi alma se ha puesto una luna de tiniebla. ¡Oh almizcle!

¡Oh Luna!

¡Oh ramos sobre la duna! ¡Qué verde!

¡Qué esplendor!

¡Cuánto aroma!

 

¡Oh boca sonriente, cuya humedad adoro!

¡Saliva cuya miel he probado!

¡Luna revelada, con las mejillas cubiertas

del rojo del atardecer! Desnuda de sus velos,

sería tormento y por ello es esquiva.

Sol mañanero que escala los cielos,

ramo de duna en un jardín plantado,

lo contemplo sin pausa, con temor reverente,

y riego el ramo con suave lluvia celestial.

Cuando se levanta es maravilla en la mirada,

cuando se pone es causa de mi muerte.

Desde que la belleza puso sobre su frente

corona de oro virgen, amo el oro.

Si Satán hubiera contemplado en Adán

el fulgor de su rostro, no se hubiera revuelto.

Si Hermes hubiera interpretado las líneas

que la belleza escribió sobre su rostro, no hubiera escrito nada.

Si la reina de Saba la hubiera visto sobre el trono,

no pensara en el suyo, ni en palacios.

 

¡Oh el sarh en el valle, el han en la espesura!,

enviadme con la brisa vuestro perfume,

cargado del aroma dulce

de las flores entre tus valles y colinas.

¡Oh han del valle!, muéstrame tus ramas

y brotes suaves como las líneas de su cuerpo.

Narra la brisa la juventud pasada

en Hájir, en Miná y Qubá,

y en las dunas donde el valle se tuerce, junto al vedado,

y en La'la', donde pacen las gacelas.

 

No es extraño, no es raro

que un hombre se enamore de las bellas

y, cuando arrulla la paloma,

con el nombre de su amada se extasíe.

Y ¡qué gozo!

 

 

XXVI

 

La cita es en la vuelta del valle entre los pedregales.

Haz que se arrodillen las monturas, pues aquí termina la jornada.

No busques más, ni clames otra vez:

¡Hájir! ¡Báriq! ¡Thahmad!,

y retoza como lo hacen las doncellas amigas, de pechos altivos,

y reposa como reposan las tímidas gacelas,

en un jardín armonioso donde zumban los insectos,

y donde con gozo responde el trino de un pájaro.

Sus laderas son suaves como es suave su brisa.

Unas nubes traen el rayo y otras más finas el trueno

y las gotas resbalan entre las grietas de las nubes,

como llanto que un amante derrama por la separación.

Bebe las primicias de su vino con su embriaguez

y goza del cantar que allí se dice

-¡oh vino exquisito!-, que desde el tiempo de Adán narra

sobre el jardín del Edén una tradición verdadera.

Las hermosas vírgenes acercaron sus labios rezumantes,

como almizcle y nos dieron de beber generosamente.

 

 

XXVII

 

¡Oh templo antiguo! Se ha levantado

una luz que para ti brilla en mi corazón.

A ti me lamento por los desiertos que he cruzado,

donde dejé correr mis lágrimas a raudales,

mañana y tarde. sin gozar del descanso,

salteando las mañanas con las marchas nocturnas.

Los camellos aun con sus pezuñas doloridas

en la noche sostienen su marcha presurosa.

Estas cabalgaduras nos trajeron hasta ti,

llenos de deseo, sin esperar por ello recompensa.

Hacia ti atravesaron lugares desolados y arenales

con nuestra pasión, sin quejarse por ello de cansancio.

Ellas no se quejan de la dolorosa pasión, y yo

me quejo de la fatiga. Es absurda mi queja.

 

 

XXVIII

 

Entre al-Naqá y La'la'

están las gacelas de Dhat al-Ajra',

que pacen al abrigo

de frondosa vegetación y descansan.

Nunca la luna nueva se alzó

en el horizonte de esta colina

sin que yo deseara

por temor reverente que no hubiera surgido.

Nunca saltó chispa

de luz de este pedernal

sin que mi sentimiento deseara

que no hubiera brillado.

 

¡Corred, lágrimas!

¡No las contengáis, ojos míos!

¡Suspiros, alzaos!

¡Quiébrate, corazón!

y tú, camellero, camina lento

pues el fuego está en mi corazón.

Mis lágrimas se han agotado

tan caudalosas corrieron por miedo a la separaci6n.

Tanto que cuando llegue el momento de la partida,

no encontrarás ojos que lloren.

 

Parte ya hacia el valle de las dunas rizadas,

el lugar donde ellas pacen y yo muero.

Allí están las que amo,

junto a la fuente de Ajra'.

Pregunta quién puede ayudar

a un joven enamorado al que se dijo adiós,

cuyos dolores le han arrojado

en la incertidumbre, último rastro de tierra perdida.

 

¡Luna bajo la oscuridad!

Toma de él algo y deja algo,

obséquiale con una mirada

desde detrás de este velo, porque es demasiado débil

para conseguir tan terrible belleza.

Consuélale con deseos;

quizá viva y entienda,

porque ahora sólo es un muerto

entre al-Naqá y La'la'.

 

Yo he muerto de angustia y desesperación,

como dejado siempre en el mismo lugar.

No dice verdad la fresca brisa del este

al traer sus engaños,

y miente el viento cuando

te hace oír lo que no oyes en verdad.

 

 

XXIX

 

Cuánto amo aquellas ramas

que se inclinan amorosas,

tuercen sobre las mejillas sus rizos,

dejan caer las trenzas de su pelo,

tan suaves en sus curvas, en sus miembros,

arrastrando insinuantes las colas,

vestidas con las túnicas de su sola belleza,

tan castamente avaras de sus gracias,

tan pródigas de sus bienes nativos y apropiados,

graciosas con sus bocas tan rientes,

y con sus labios dulces para el beso,

suaves en su desnudo,

con pechos turgentes,

generosas de gracias,

cautivando con magia y maravilla

al que escucha sus palabras delicadas.

Con rubor cubriendo sus encantos

esclavizan al corazón más temeroso y reverente.

Lucen dientes de perlas

cuya saliva fortalece al débil y sana al quebrantado,

arrojan dardos de sus ojos

contra el corazón avezado a las luchas,

alzan desde sus pechos unas lunas

cuya plenitud no conoce el menguante,

crean nubes de lágrimas

y hacen oír el trueno del lamento.

 

¡Compañeros! Más que a mi vida amo a una joven esbelta

que me ha colmado de beneficios y regalos.

Se hizo armonía de unión, es mi Armonía,

siempre árabe y extranjera, absorbe al místico.

Cuando mira amorosa, ataca con afilada espada

y sus labios hacen ver el rayo que deslumbra.

¡Compañeros! Deteneos en los confines del vedado

de Hájir. ¡Compañeros, deteneos, deteneos!

Que pregunte adónde fueron sus camellos,

porque estoy sin remedio perdido en lugares de peligro y destrucción,

por caminos conocidos y por otros extraños, con un [camello

quejoso de pezuñas heridas por los desiertos y campiñas,

con los flancos ya hundidos. Las marchas forzadas

le han quitado la fuerza y la grasa.

Hasta que me detuve con él en los arenales de Hájir

y en Uthail encontré camellos rezagados.

Una luna de venerable aspecto los guiaba,

que yo por temor de que huyera escondí en mi pecho.

Una luna que se mostró durante el periplo sagrado,

aunque yo sólo iba a su alrededor mientras ella me rodeaba,

ocultando con la orla de su túnica las huellas,

dejándonos así desorientados aunque fuéramos rastreadores.

 

 

XXX

 

Entre los tamarices de al-Naqá hay una nidada de perdices,

la belleza ha tendido su tienda sobre ellas,

y en el corazón de los desiertos de Idám

pacen junto a ellas camellos y gacelas.

¡Compañeros!, deteneos y haced hablar

las huellas de un aduar en ruinas desde que partieron.

Y llorad por el corazón que un joven abandonó

en aquella partida. ¡Llorad y gemid!

Quizá nos digan hacia dónde fueron,

si a los arenales del vedado o a Qubá.

Ensillaron sus camellos sin que yo lo advirtiera;

¿fue a causa de un descuido o me faltó la vista?

Ni lo uno ni lo otro, fue

el desmayo de un sobrecogimiento.

¡Oh penas fugitivas y dispersas

tras ellos; en su busca, en todas direcciones!

 

Clamé a todos los vientos :

¡Tú, el del norte, el del sur, el del este!

¿Sabéis algo de los que han pasado?

Yo no encuentro más que mi pena por su marcha.

El viento del este traslada sus palabras que

los matorrales de shih han oído a las flores de las colinas:

“A quien la dolencia de la pasión hizo enfermar

que busque Su consuelo en leyendas de amor".

Y luego dijo: ¡Oh tú, viento del norte!,

cuenta algo como lo mío o más maravilloso,

y también, ¡oh tú, viento sureño!, relata algo

como yo o aÚn más dulce.

El del norte contestó: Siento un gozo

que los vientos del norte y sur comparten,

todo mal se embellece en su amor,

y mi tormento se hace dulce cuando ella se complace.

¿Para qué y por qué y con qué razón

lamentas el dolor y te quejas de enfermedad

y cuando te prometen sólo miras

su resplandor como rayo que miente?

 

La nube ha escrito sobre la manga del cielo encapotado

con el fulgor del relámpago un bordado de oro.

Sus lágrimas han corrido sobre

la bandeja de sus mejillas e hicieron brotar llamas.

Una rosa que surge de las lágrimas.

Un narciso que desprende lluvia maravillosa,

al quererla tomar, deja caer

los rizos de sus sienes, torcidos como escorpiones.

El sol aparece cuando sonríe.

Señor, ¡cuánta luz su saliva contiene!

La noche se cierra si derrama

su pelo de azabache y tan espeso.

Las abejas se agolpan hacia la humedad de su boca.

¡Oh señor, qué dulce es su frescura!,

cuando se inclina se parece a una rama,

cuando mira placentera flechas afiladas brotan de sus ojos.

¿Cuánto tiempo murmurarás amoroso en las dunas de Hájir

a las hermosas, oh galán árabe?

¿Qué soy yo sino árabe, y por ello

enamorado de mujeres de tez blanca, apasionado de las bellas?

Nada importa si es un amanecer mi amor

o es ocaso, mientras ella esté en él.

Siempre que dije: "¿Sí?", pensaron: "Se negó",

y cuando subieron a la altura o bajaron a la ribera

yo atravesé desiertos, incitando su búsqueda.

Mi corazón es el Samirí del tiempo; siempre que

ve huellas busca la que se hizo de oro.

Y cuando llega el día o el ocaso

es el gran Alejandro buscando el camino.

¡Cuántas veces clamé ansiando la unión!

¡Cuántas veces clamé por temor a su marcha!

"¡Oh, hijos de Zaura! Ella es una luna

nacida entre vosotros, que en mí se pone."

¡Ay de mí! ¡Mi Allah! A causa de ella, ¡ay de mí!

Cuántas veces he gritado tras ella: ¡Ay de mí!

¡Pobre de mí!, pobre de mí por este mancebo

al que, cuantas veces la paloma canta, se le desvanece.

 

 

XXXI

 

En Dhat al-Adá lució un destello

de luz chispeando sobre su valle,

y retumbó el trueno de su secreto murmullo

y una nube de lluvia dejó caer sus torrentes.

 

Se gritaron: Arrodillaos; pero no se oyeron.

Así grité yo por mi pasión: ¡Camellero!

¿Por qué no os detenéis aquí y hacéis campamento?

Pues yo amo tiernamente a una que está entre vosotros,

a una que es esbelta, tierna, delicada.

El corazón del amante triste por ella añora.

Cualquier reunión se perfuma al mencionarla

y así toda lengua pronuncia su nombre.

Si su asiento estuviera en lo profundo,

cuando su trono es la montaña elevada,

también aquel fondo sería elevado con ella

y nunca el envidioso alcanzará tal altura.

Toda desolación con ella se repuebla,

todo espejismo es por ella agua abundante,

todo arriate se hace con ella resplandeciente

y toda bebida por ella se hace clara.

 

Mi noche con su rostro es luminosa

y mi día con su cabello es tiniebla.

Ha hecho germinar el grano del corazón

cuando la Germinadora lo hirió con sus flechas,

 ojos acostumbrados a flechar lo interior

sin que ninguna saeta yerre el blanco.

 

Ninguna lechuza en la desolación de las tierras bajas,

ni palomo torcaz, ni cuervo graznador

es más desgraciado que un camello que se ensilla

para que le sea cargada aquella cuya belleza es sublime

y abandone en Dhat al-Adá al amante,

víctima sincera de su amor.

 

continuación