EL PROFETA DEL ISLAM

SU VIDA Y OBRA

 

Traducción: 'Abdullah Tous y Naÿat Labrador

 

 

índice

 

La unificación de Meca y Medina

 

         De vuelta a Medina, sobrevino otro incidente en relación con la extradición de importantes consecuencias: un tal Abû Sair, perseguido en Meca, se escapó de la prisión y se reunió con el Profeta en ruta. Dos mequíes se dirigieron rápidamente al campo musulmán para pedir la restitución del fugitivo. El Profeta aceptó. En el camino de vuelta, Abû Sair se apoderó por la fuerza de la espada de uno de los guardias, y le cortó la cabeza, mientras que el otro huyó ante Muhammad. También Abû Sair se dirigió al campo islámico, pero el Profeta, fiel a su palabra, no pudo tampoco esta vez darle asilo. Ante esta situación, Abû Busair dejó el ejército musulmán y se escapó mientras que su guardián mequí debió volver solo a Meca para contar allí su desgracia. El Profeta señaló a sus compañeros: “¡Que persona más audaz!. ¡Si tuviera algunos compañeros con él!”. Abû Busair se instaló en el bosque de al-‘Is (en Dhu’l-Marwa, cerca de Badr), en la ruta de las caravanas, fuera del territorio musulmán, y se dedicó al saqueo de las caravanas mequíes que pasaban por este lugar. La noticia de estos atentados no pudo dejar de suscitar distintas reacciones en Meca; Si bien los paganos no sabían como desembarazarse de él, los musulmanes perseguidos en Meca encontraron en Abû Busair un lugar donde reunirse para vengarse. Se dice que rápidamente toda una banda de musulmanes mequíes se reunió alrededor de Abû Busair. Los saqueos fueron sin duda grandes, porque muy pronto una delegación oficial mequí se dirigió a Medina para negociar una enmienda al pacto: la anulación de la cláusula de extradición y que el Profeta llamara a Abû Busair y a sus camaradas a Medina. Lo cual se hizo inmediatamente.

        Un año después de la tregua, el Profeta salió, como había convenido con sus compañeros, para visitar Meca. La visita a la Kaaba fuera de la época tradicional se llama “peregrinación menor”. Los mequíes evacuaron su ciudad y se instalaron en las montañas a la llegada de los musulmanes. Para un político materialista y menos escrupuloso que el Profeta, hubiera sido muy fácil perpetuar la ocupación después de la duración estipulada: Había llegado con un poderoso ejército; Los mequíes habían dejado todos sus bienes en sus casas; y en caso de contra ataque después de esta ocupación, la defensa era más fácil para los musulmanes que para los mequíes, pero el Profeta Muhammad no tenía la ambición de dominar los cuerpos; él tenía la misión de ganar los corazones y de transformar las costumbres. Nadie tocó las casas de los mequíes; no hubo provocación alguna que pudiera herir en lo que fueran los sentimientos de los habitantes de la ciudad. El Profeta Muhammad buscó incluso estrechar relaciones amigables con los mequíes. En efecto, al cabo de los tres días estipulados, una pequeña delegación mequí se dirigió a la ciudad, para pedir a los musulmanes que abandonasen la región, Muhammad la recibió con cortesía y le propuso de organizar una fiesta, en la que todos los mequíes asistieran como invitados. Ante su rechazo, el Profeta abandonó la ciudad.

         Todo esto debió haber impactado fuertemente la imaginación de los mequíes. Pronto Jalid ibn al-Walid –comandante hereditario de la caballería mequí, y único responsable del desastre de los musulmanes en Uhud después de un éxito inicial- se dirigió voluntariamente a Medina para abrazar el Islam. Muhammad se puso tan contento que le confirió el título honorífico de (Saif Allah) “Espada de Allah”, Jalid es reconocido como uno de los más grandes genios militares del mundo. Otro jefe mequí, ‘Amr ibn al-‘As, se alió al mismo tiempo al Islam. Conquistaría más tarde Egipto y fue uno de los más grandes diplomáticos árabes.

        La religión islámica se extendía rápidamente, pero las inquietudes del Estado islámico no eran menos grandes: un vasallo bizantino había asesinado al embajador del Profeta, y las relaciones entre Medina y Bizancio eran muy tirantes en ese momento. Precisamente entonces Meca hizo defección.

         Recordemos que Banû Bakr y Juza’a se habían adherido a la tregua de Hundaibiya, una del lado de los coraichíes y otra del de los musulmanes. La enemistad entre estos pueblos, que databa desde mucho antes del Islam, desembocaba frecuentemente en guerra. Baladhuri nos cuenta que un día un juza’í oyó a un bakrí hablar injuriosamente del Profeta Muhammad. Una verdadera guerra estalló entre las dos tribus. Algunos días después, vemos a una delegación juza’í dirigirse a Medina y quejarse ante el Profeta. El jefe de la delegación recitó un poema que había compuesto para la ocasión, del cual vemos algunas líneas:

“Oh Allah, yo adjuro Muhammad (de acordarse)

La alianza entre nuestro padre y su padre...

Ayúdanos, Allah te va a guiar,

Y llama a los adoradores de Allah, que vendrán en tu auxilio

En verdad los coraichíes han roto el pacto...

Nos han atacado de noche cerca de Watir,

Y nos han matado de rodillas y cuando estábamos prosternados

         La última línea muestra que el Islam había penetrado al menos parcialmente en la región. La línea seis hace alusión al hecho que los mequíes habían no solo provisto de armas a los bakríes, sino también participado activamente en la matanza. Una amenaza de invasión ghassanida (bizantina) pesaba sobre los musulmanes de Medina, y es impensable que fueran a buscar en momentos tan delicados problemas con Meca. Por otra parte la culpabilidad mequí se probó por el hecho de que algunos días más tarde Abû Sufyan se dirigió a Medina, a fin de renovar el pacto de Hudaibiya. No habló de la violación, pero sostuvo que él estaba ausente cuando la tregua de Hudaibiya. El Profeta había despedido a los juza’íes prometiéndoles socorrer a las víctimas, la llegada de Abû Sufyan confirmó sus acusaciones.

         Abû Sufyan contaba sobre todo conque su hija estaba desposada con Muhammad. Al llegar de Meca se dirigió directamente a casa de su hija. Ésta, Umm Habiba volvió rápidamente la cama del Profeta, único lugar, en su pequeña habitación, donde podía sentarse convenientemente. Habiéndole preguntado su padre la razón, ella respondió: “Tú eres un pagano, no debes ensuciar la cama del venerado enviado de Allah”. Furioso murmuró: “Hijita ¡qué mala te has vuelto!. “Después se dirigió a la mezquita para ver al Profeta que le dijo: Si no habéis cambiado nada, nada tendréis que temer de nosotros”. Abû Sufyan volvió a Meca, donde nadie sabía qué hacer; Seguir su costumbre, Muhammad hizo sus preparativos en completo secreto: prohibió cualquier viaje, y nadie pudo salir de la región mediní. Pidió a la población que se preparara para una expedición, sin precisar la dirección; envió igualmente emisarios a las tribus aliadas, los Aslam, los Ghifas y otros para que se preparasen para una campaña y les dijo que no fueran a Medina sino que se quedaran en sus poblaciones.

         Los musulmanes acababan de sufrir un descalabro en Mu’tah contra los bizantinos; la enemistad con los Banû Sulaim, al este de Medina, había causado un gran derramamiento de sangre. No nos asombremos pues si Abû Bakr interrogó un día a su hija ‘Aicha esposa del Profeta, sobre las intenciones de su esposo, y ella le dijo: “No sé, quizás se esté apuntando a los Banû Sulaim, quizás a los Thaqif, quizás a los Hawazin”. Un musulmán, ingenuo él, Hatib ibn Abi Balta’a, creyó su deber escribir a los mequíes para advertirles, a fin de ganar su amistad; su carta fue interceptada, pero el Profeta le perdonó considerando su simplicidad.

         Los preparativos estaban acabados y el Profeta salió de Medina; en ruta pasó por las distintas tribus aliadas, cuyos contingentes debían aumentas sus fuerzas. Esto le obligó a describir un camino circular, y debió acrecentar la incertidumbre del ejército en cuanto al verdadero objetivo; esto era precisamente lo que quería el Profeta. Tenía ya diez mil hombres cuando decidió acampar detrás de las montañas de Meca. Entonces mando que cada combatiente encendiera un fuego. Los mequíes no sabían nada con precisión de los movimientos de Muhammad: Temían siempre un ataque. Como de costumbre, Abû Sufyan salió de la ciudad para hacer un reconocimiento, subió a una colina, y, mirando hacia Medina y viendo diez mil fuegos, creyó que allí había varias veces mil combatientes preparando la comida. Un explorador musulmán que lo había encontrado, lo convenció de dirigirse al Profeta para solicitarle una amnistía. Para añadir zozobra a los mequíes, Muhammad retuvo a Abû Sufyan en el campo y no lo dejó salir hasta el día siguiente cuando el ejército musulmán había ya franqueado el último desfiladero y comenzaba a entrar en la ciudad por diferentes lados.

         Meca estaba en plena confusión, ya que hasta entonces nadie había tenido la menor duda respecto a su superioridad; el jefe supremo, Abû Sufyan, había desaparecido misteriosamente; poderosos destacamentos musulmanes habían ya ocupado los caminos de las afueras de la ciudad, avanzando hacia el centro urbano. Heraldos musulmanes proclamaban por todas partes: “Quien quiera que se encierre en su casa, o entregue sus armas, o se refugie en el santuario de la Kaaba, o entre en la casa de Abû Sufyan, será salvo”. La última de las alternativas de esta proclamación tenía, desde el punto de vista de la guerra psicológica, la ventaja de aumentar la confusión entre los mequíes: “¿Acaso Abû Sufyan también nos ha traicionado? ¿Acaso él también ha abrazado el Islam?. Más tarde después de la ocupación completa de la ciudad, entró también Abû Sufyan y aseguró a sus compatriotas que toda resistencia era inútil. Los mequíes se resignaron a someterse sin combatir. Los destacamentos musulmanes entraron sin encontrar ninguna oposición, salvo el que mandaba Jalid Espada del Allah: marchaba a la cabeza de un destacamento, y pasaba por el bario de su propia tribu; allí, su primo ‘Ikrima Ibn Abi Yahl, comandante adjunto de la caballería mequí, quiso pararle, por una razón que está aún sin saberse; hubo una pequeña escaramuza, y varios hombres (incluso una mujer) encontraron la muerte; cuando el Profeta tuvo conocimiento de la noticia ordenó el cese inmediato de toda persecución y sobre todo del derramamiento de sangre de mujeres, niños y los demás no combatientes.

         Muhammad autorizó a los juza’íes a vengarse de los bakaríes; pero viendo los excesos cometidos, intervino inmediatamente, y proclamó la paz general.

         El Profeta se trasladó piadosamente al santuario de la Kaaba, su primera preocupación fue evidentemente apartar de allí a los ídolos que rodeaban la Casa de Allah. Luego envió a alguien dentro del edificio, para borrar las pinturas de los muros. Estas, según Bujari, representaban a ángeles y a Abrahán e Ismael consultando a unos oráculos; También estaba la imagen de María. Azraqui relata que el Profeta entró en la Kaaba y ordenó borrar todos los frescos, diciendo: “Salvo lo que se encuentra bajo mis manos”, bajo sus manos estaba la imagen de la Virgen con el niño Jesús. Pero Maqrizi dice por el contrario, que el que había enviado había protegido él mismo el retrato de Abrahán, después de haber borrado todos los demás frescos; pero el Profeta ordenó borrar también este retrato. El Islam no tiene necesidad de ninguna representación: ni imágenes ni ídolos.

        Toda la población de la ciudad se reunió en el patio del santuario, donde el Profeta debía dirigirles la palabra después del oficio. Desde trece años antes de la Hégira, y ocho años después, o sea 21 años Muhammad sufría injustamente por causa de los habitantes de esta ciudad, que lo habían perseguido a él y a sus discípulos, habían confiscado sus bienes, perseguido hasta la muerte a muchos otros fieles, invadido su refugio de Medina, habían hecho todo lo posible para asfixiar la reforma, y, por último habían violado la tregua tan solemnemente pactada. Y este oprimido había entrado triunfalmente en la ciudad como un conquistador. Nada le impedía ordenar una masacre, hacer botín de todos los demás hombres, pero, como mensajero de Allah, tenía la misión y el deber de comportarse de tal manera que fuera la regla de conducta de sus fieles para siempre después de él.

         En su entrada triunfal, los heraldos corrían delante de él, proclamando la paz y la seguridad. Los que lo vieron entrar, observaron que durante todo el tiempo, en lugar de mostrar una actitud orgullosa, se prosternaba sobre la espalda de su montura (una camella) en señal de modestia y de agradecimiento a Allah. Un musulmán le sugirió que se instalara en su antigua casa, pero él lo rechazó diciendo que el derecho de “postliminium” no podía aplicarse a unos bienes de esta naturaleza; (Cuando la Hégira su vivienda había sido ocupada. En el patio de la Kaaba, después del oficio, se volvió hacia sus enemigos y antiguos compatriotas, y les preguntó: ¿Qué esperáis?, y respondieron : “Tú eres un noble hijo de un noble padre”. Ahora viene la respuesta, propia de un enviado de Allah: “Ningún reproche os será hecho hoy; Podéis iros, sois libres”.

        Veamos un ejemplo del efecto psicológico de estas palabras: antes del salat, Bilal, el negro, cantó la llamada habitual; y esta vez lo hizo subiendo al techo de la Kaaba. ‘Attâb ibn Asid, un Umeya, pariente próximo de Abû Sufyan, que se encontraba entre los espectadores, entró en cólera y dijo: “¡Gracias a Dios que mi padre está ya muerto! ¡Al menos no tiene que ver esta ignominia!”. Unos instantes después, cuando el Profeta proclamó la amnistía general, este mismo ‘Attab avanzó espontáneamente para convertirse allí mismo. Entonces el Profeta no solo le perdonó, sino que también lo nombró inmediatamente gobernador de Meca. (Según nuestras fuentes Muhammad le fijó un salario de un dirham diario; según otras: 40 uqiya, es decir 1600 dirhams por años) ‘Attab no fue solo el que abrazó el Islam: algunos días más tarde, cuando Muhammad tomó el camino de Hunaim, dos mil mequíes se sumaron voluntariamente a sus fuerzas. El gobernador tenía el deber no solo de dirigir el salat como imam, sino también de ocuparse de la enseñanza pública; Para ayudarle en esta última tarea, el Profeta nombró a Abû Musa al-Ach’ari y Mu’adh ibn Yabal, como dice Maqrizi (Imta, 1, 432).

         Es verdad que a la entrada de Meca, Muhammad había dado orden de matar a una decena de personas concretas, donde quiera que se las encontrara. Se trataba de criminales de guerra, culpables incluso ante las leyes civiles. Siempre que se anunció al Profeta el arresto de una de ellas, y al mismo tiempo su arrepentimiento por la conversión, el Profeta consintió en perdonarles; pero cuando se ejecutaba la orden sin decirle nada –hubo tres casos solamente- el Profeta no pudo hacer nada, y no se puede hacer ningún reproche a la generosidad del conquistador.

         Recordemos el caso de ‘Ikrima: era uno de los dos comandantes de la caballería mequí en la batalla de Uhud; fue también él solo el que opuso una resistencia a la entrada pacífica del Profeta en Meca. Creyendo pues que no podía esperar clemencia del conquistador, tomó la huída y se refugió en Abisinia. Después de la proclamación de la amnistía, su mujer se dirigió al Profeta para pedir gracia para su marido. El Profeta se la concedió sin vacilación. Después de varios días de persecución ella encontró a su marido cuando iba a embarcarse en un puerto de Yemen. ‘Ikrima se distinguió luego en las guerras contra los renegados cuando era califa Abû Bakr.

         Al día siguiente de la amnistía, fue muerto en Meca un pagano de la tribu de Hudhail, como cumplimiento de una antigua venganza. El Profeta reprendió severamente al matador, y ordenó la entrega de 100 camellos, precio de sangre acostumbrado, a los parientes de la víctima.

         Safwân ibn Umeya, uno de los enemigos más arraigados del Islam, se presentó ante el Profeta, y le dijo: “Me han dicho que has otorgado una amnistía”. “Sí”, dijo el Profeta. Safwân respondió: “Pero yo no quiero abrazar el Islam; dame dos meses para reflexionar”. El Profeta respondió: “te concedo 4 meses”. En el tesoro de ofrendas a la Kaaba, Muhammad encontró 70.000 onzas de oro; pero él no lo tocó nunca.

         La continuidad de tales gestos creó un espíritu de tregua. Algunos días más tarde, en la expedición de Hunain este mismo Safwân prestó al Profeta 100 cotas de malla con todos sus accesorios. “El Profeta pidió prestado a Safwân 50.000 dirhams, a ‘Abdallah ibn Abi Rabi’ah 40.000 y a Huwaitib ibn ‘Abd al ‘Uzza 40.000 para la causa del Islam y se los devolvió después de la batalla de Hunain”. Después de la batalla de Hunain, Safwân recibió como regalo un gran número de carneros que habían sido tomados al enemigo como botín por el Profeta. Safwân, muy conmovido, decidió ese mismo día convertirse al Islam”.

         No nos asombremos pues que dos años después, cuando el Profeta murió, y la deserción castigó ciertas regiones de Arabia, Meca se había convertido en uno de los más seguros pilares del Islam y restableció el orden en la Península.

         Fue en el mes de Ramadán del año 8 H. Dejó la administración de Meca un mequí convertido al Islam en ese mismo momento, como ya hemos visto, y sin dejar un solo soldado mediní para asegurar la ocupación, el Profeta volvió algunas semanas después a Medina. Dos meses después se celebró en Meca la peregrinación anual. Había entonces muchos musulmanes y también muchos paganos entre los peregrinos en el mismo santuario, pidiendo cada cual según sus ritos.

 

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