EL PROFETA DEL ISLAM

SU VIDA Y OBRA

 

Traducción: 'Abdullah Tous y Naÿat Labrador

 

 

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La guerra de profanación y la orden de caballería

 

        Entre los recursos financieros de origen pacífico de la Arabia preislámica, nos encontramos con el diezmo sobre las importaciones comerciales, diezmo que recaía sobre el jefe de la ciudad o de la localidad de la feria. Para atraer a los extranjeros se había institucionalizado felizmente los meses de “la tregua de Allah”, ni que decir tiene que una feria coincidía siempre con una peregrinación o una fiesta religiosa. Debido a rivalidades tribales, estos meses sagrados diferían según las distintas regiones. Así que en el mes de Raÿab había un estado de perfecta calma en toda la extensión del territorio habitado por las tribus mudaritíes; y el mes de Ramadán hacía del territorio de las tribus de Rabia un asilo para los extranjeros. La paz reinaba así en más de la mitad de la península arábiga: los mudaritíes traficaban en el país Rabia en el mes de Ramadán y los Rabia podían dirigirse al territorio de los mudaritíes en el mes de Raÿab. La región de Meca,-Taif,-medina, estaba particularmente favorecida, ya que gozaba de cuatro meses de tregua, de los cuales tres consecutivos, lo que hacía posible el doble viaje de ir y volver hacia las más lejanas regiones de Arabia. Esta tregua se respetaba en general con gran escrupulosidad. Siempre que se profanaba por recurrir a las armas, se nombraba con gran escándalo “guerra de profanación” (Tiyâr). Los orígenes de esta institución son oscuros pero se habla de cuatro violaciones de esta tregua en Meca, antes del Islam. Sin entrar en los detalles de estas guerras, cuyas causas eran generalmente bastantes pueriles, es suficiente que Muhammad parece haber participado en las dos últimas, en su juventud, a menos que los dos incidentes que vamos a contar, no se refieran más que a una sola guerra. Leemos en efecto que, en una guerra de profanación, Muhammad había herido con su lanza al célebre guerrero Abû Bazâ’ Mulâ’ib al-Asinna. El otro relato nos dice cómo Muhammad ayudaba a sus tíos, en la cuarta guerra de Profanación, pasándoles flechas: (más tarde él dirá, como nos lo cuenta ibn sa’d: “Yo no quisiera haber obrado así”; ahora bien Mulâ’ib al-Assinna era el comandante enemigo en la cuarta guerra; pero la tercera estalló igualmente entre las mismas tribus.

 

 Una orden de caballería

 

        La guerra tenía una causa ridícula pero había vertido mucha sangre. Az-Zuber, un tío del profeta, que no solamente había llevado su clan, sino que había también tomado parte activa en el “estado mayor” mequí en esta ocasión, parece tener remordimientos y es él quien toma la iniciativa de hacer renacer el orden caballeresco de Hifl al-Tudûl. Una multitud de jóvenes y viejos mequíes asistió a la ceremonia, en la casa del rico y venerado ‘Abdallah ibn Yud’ân y juró lo que sigue: “¡Por Allah!” que seremos todos como una sola mano con el oprimido contra el opresor, hasta que este último reconozca sus derechos, y esto por tanto tiempo como el mar sea capaz de mojar un pelo o los montes Hirâ y Yabîr están en su sitio y todo con igualdad para todos en lo que concierne a la situación económica del oprimido”.

        Entre los que habían prestado juramento hay que señalar los Banû Hâchin (familia de Muhammad) y sus parientes y aliados los Ban’ la Muttalib, así como los Banu Zuhra (familia de Abu Bakr y de ‘Abdallah ibn Yud’ân). Según ibn al-Yauçi (Wafa’, p 137-8) estaba entre los participantes no sólo los Banû Asad (familia de Waraqa ibn Naufal y de Jadiya) sino también los Ahâbîch, grupo de tribus aliadas de los mequíes y habían jurado de no dejar ni en Meca ni en el país de los Ahâbich a ningún oprimido sin prestarle socorro hasta hacerle reconocer lo que es de derecho. Muhammad no cesó de estar orgulloso, incluso después de haber reclamado el rango de enviado de Allah de haber asistido al Hilf al-Tudûl, en la casa de ‘Abdallah ibn Yud’an y decía que no estaba dispuesto a ceder este honor, incluso por un rebaño de camellos rojos y que si aún en ese momento lo llamaran, él estaría siempre dispuesto a responder. En efecto, los miembros de esa caballería fueron siempre un poder temible en Meca. Citemos algunos ejemplos:

        Un yemení de la tribu de Jaz’am, acompañado de su hija, se trasladó a Meca en peregrinación, Un mequí de los más poderosos, Nuba ibn Al-Hayyây, tomó a esta hija por la fuerza. Se aconsejó al padre pedir auxilio a Hil al-Tudûl. En seguida la casa de Nuba fue sitiada. No viendo forma de defenderse comenzó a pedir en súplica la gracia de una sola noche con la encantadora y bella muchacha de la que se había enamorado. Nada hizo conmover a los Tudûlíes y Nuba tuvo que devolver sin tardanza la chica a su padre.

   Otro extranjero de la tribu de Zulnâla (o Azd) había vendido mercancías a Buey ibn Jalaf, uno de los más importantes jefes de Meca, pero éste no quiso después, pagar el precio convenido. Desesperado por ello, el Zumali apeló a lo fudûlíes; estos dijeron; “Ve a casa de Ubaiy y dile que vienes de ver a los fudûlíes;  y que; si no te paga enseguida, que espere nuestra llegada”. Buey pagó inmediatamente.

        Un comerciante de la tribu de Zubaid vino a vender algunos bienes a Meca. Abû Yahl -sujeto del cual tendremos más incidentes que relatar- prohibió a los otros comerciantes negociar con el zubaidí y él mismo le ofreció un precio muy bajo. La influencia de Abû Yahl era tal que nadie osó ofrecer un precio más alto. El comerciante, desolado, fue a ver a Muhammad; éste compró la mercancía: tres camellos, en el precio pedido por el propietario, por tal motivo tuvo un vivo altercado con Abû Yahl, cuyo malhumor era proverbial. Puede ser que este incidente fuera lo que lo hizo alejarse, uno del otro sin que llegaran nunca a reconciliarse.

        Acabemos con un hecho que data después de la proclamación de su misión divina: el mismo Abû Yahl compró alguna cosa a un árabe de la tribu de Arâch y luego no quiso pagar el precio convenido. Desesperado por ello, el vendedor se dirigió delante de la Kaaba, y comenzó a quejarse. Abû Yahl se había vuelto ya el peor enemigo de Muhammad en toda Meca. Un mal bromista sugirió al arâchí hablar a Muhammad del caso, añadiéndole que sólo él podía arreglar el asunto con Abû Yahl. Esto no era más que una broma, las malas relaciones entre Muhammad y Abû Yahl eran del dominio público. El arâchí, que ignoraba esto se dirigió a casa del Profeta, y le suplicó ayuda, Muhammad se levantó inmediatamente, y en compañía del arâchí se dirigió a la casa de Abû Yahl. Después de haber dicho el objeto de la visita, Abû Yahl, pagó la deuda rápidamente. Más tarde, contó a sus sorprendidos amigos que los golpes de llamada que Muhammad había dado en la puerta, causaron un temblor de tierra en toda la casa, lo que lo dejó horrorizado; y que Muhammad estaba acompañado de un camello gigante que como loco echaba espumarajos por la boca: “Si yo hubiera tardado en pagar, el camello gigante me hubiera devorado”.

    Sea por lo que sea los mequíes estaban orgullosos de esta institución que intervino en diversas componendas durante muchos años. El único problema era que no admitía nuevos miembros, y que al cabo de algunas decenas de años fue disuelta por la muerte de los últimos miembros de la orden.

 

Otra orden

 

    En el Nasab Quraich de Zubain ibn Bakkâr (fol 97 a ms. Koprulu) hace mención a otra orden de caballería (de la cual no conocemos la fecha): La tribu Zuhra de Meca así como las de Ghayatil (Banû Sa’d ibn Sahm) se ponen de acuerdo para no dejar a nadie entre los quraichíes y los Ahâ bich hacer daños o crear resentimientos reconciliando a las partes o deshaciendo entuertos. Se la llamó Alianza de Reconciliación ( hilf as-silah). El resto de los quraichíes ni se opuso ni la despreció; no participó tampoco.  

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