EL PROFETA DEL ISLAM
SU VIDA Y OBRA
El huérfano en casa de su tío
El joven
Muhammad amaba a su abuelo tan tiernamente como su edad se lo permitía. Por
otra parte no hacía más que devolver el afecto de un abuelo tan unido a su
nieto que no quería nunca comer sin que él estuviera presente. A la edad de
ocho años, cuando su abuelo murió, Muhammad, gemía de dolor mientras iba detrás
de su féretro.
La elección
de Abû Talib como tutor de Muhammad, con preferencia a los demás tíos, fue
particularmente beneficioso. Nacido del mismo padre y de la misma madre que el
padre de Muhammad, Abû Talib poseía unas hermosas cualidades morales. Vemos
que Abû Lahab, otro tío, se volvió pronto, después de la muerte de su padre,
un libertino, dado a la bebida y a la vida fácil; llegó una vez a robar las
joyas ofrecidas en la Kaaba, a fin de tener dinero para comprar vino y para dárselo
a las cantantes. Por el contrario las cualidades de Abû Talib le atraía cada
vez más el respeto de sus conciudadanos. Su única falta en realidad era el
exceso de generosidad, que le impedía equilibrar el presupuesto familiar y
verse obligado a recurrir a préstamos.
De su tía,
esposa de su tutor, Muhammad mismo nos dice: cuando murió, alguien me
hizo la siguiente observación: Oh enviado de Allah, ¿por qué sientes
tan dolorosamente la muerte de esta vieja mujer? Y yo le respondí: “¿Por qué?,
cuando era un niño huérfano en su casa, ella dejaba a sus hijos tener hambre
para que yo comiese; ella dejaba a sus hijos para peinarme; y ella era como mi
madre.” Ibn Sa’d nos cuenta que cuando el desayuno era servido, en casa de
Abû Talib, todas las mañanas, sus numerosos hijos se afanaban por coger antes
incluso que Muhammad pudiera tocar nada; cuando Abû Talib se percataba que su
joven sobrino no tomaba nada debido al alboroto, entonces le hacía servir
aparte.
En aquella época no había escuela en Meca: por eso es por lo que no aprendió
a leer ni a escribir. Muy pronto el joven comenzó a trabajar como pastor para
los mequíes, ganando así algo que añadir a los escasos
ingresos de su tío. Se cuenta de una anécdota que ocurrió en
esta época: un día que había una fiesta en la casa de una personalidad de la
ciudad, dijo a uno de sus compañeros: nunca he asistido a una fiesta; si puedes
guardar mi rebaño al mismo tiempo que guardas el tuyo, iré a la ciudad y otro
día yo te lo haré a ti. Habiendo aceptado el compañero, fue a la ciudad, pero
la fiesta no había comenzado todavía; probablemente hacía calor y esperando,
el joven se durmió. Cuando se despertó, era ya tarde y debió volver. El
incidente se repitió una vez más en parecidas circunstancias. Herido en su
amor propio, el joven renunció para siempre a divertirse con semejantes
frivolidades.
En otro
recuerdo de la misma época: Muhammad decía: “Comed los frutos del árbol
espinoso Arak cuando se han puesto ya negros; yo los comía cuando era
pastor”. O también: “El Profeta contó un día: Yo tenía la costumbre de
protegerme del cegador sol del mediodía a la sombra de la inmensa escudilla de
‘Abdallah ibn Jud’an” (que él había hecho construir para el uso de los
viajeros).
Muhammad
tenía nueve años, cuando Abû Talib se vio obligado a conducir una caravana a
Siria. Tenía ya ganado el afecto de su sobrino, hasta tal punto, que éste se
ponía triste ante la idea de estar separado, incluso por poco tiempo de su tío;
por ello le rogó que lo dejara acompañarle; Abû Talib cedió, y así fue como
Muhammad hizo su primer viaje fuera de Arabia. Se puede considerar que el joven
viajero, no resultó una carga para su tío: de mil formas él hacía pequeñas
tareas y le resolvía muchos problemas.
En Bursa,
más allá del Mar Muerto, entre Jerusalén y Damas, la caravana se paró para
hacer los cambios usuales y las transacciones necesarias. Como de costumbre,
acamparon en las afueras de la ciudad. Era territorio bizantino, no nos
asombremos pues que hubiera un convento cerca de donde la caravana había
montado las tiendas. Un cierto monje miró desde su convento la temporal colonia
y se asombró de la buena organización de sus vecinos, lo que resultaba extraño
en tales visitantes. Los invitó a comer, probablemente con el piadoso fin de
hacer proselitismo. En esta época que nos ocupa, los cristianos –y
probablemente también los judíos- esperaban impacientemente la venida de un
profeta, un Mesías un último salvador. Puede ser que el monje haya hablado a
sus huéspedes, entre otras cosas, de esta creencia. Sería ingenuo creer que un
monje cristiano hubiera podido reconocer en la fisonomía de un niño de nueve años,
sobre todo entre los despreciables beduinos, al futuro Rasûl Allah; sería
igualmente absurdo pensar que las palabras del monje hubieran podido hacer
germinar en el espíritu de un joven de nueve años, la esperanza y la ambición
de atribuirse esta cualidad.
Después de este viaje a Siria, no se sabe gran cosa de
Muhammad en una decena de años. Puede ser que Abû Talib hubiera abierto un
almacén de comercio en Meca y que Muhammad hubiera participado de una forma o de otra en esta empresa.
Bien es verdad que Ibn al-Yauçi (Wafa’, p.101) que cuando el profeta tenía
un poco más de diez años, acompañó a su otro tío, Zubair, en una caravana,
llena de incidentes milagrosos, pero sin precisar su destino; puede ser que
fuera a Bahrain ‘Umân país de los ‘Abd al Qais; puede ser el mismo viaje a
Palestina que hizo con Abû Talib, y que los dos hermanos salieran juntos, ya
que según Ibn al Yauçi (Wafa’, p. 131) Muhammad tenía entonces 12 años y
no nueve.
Al-Halabi,
nos cuenta que los mequíes tenían una fiesta anual en la cual todo el mundo
participaba con entusiasmo. Cada año Muhammad encontraba una excusa para no
asistir, Un año sus tías le regañaron y le amenazaron con la cólera divina,
porque él no quería asistir con los demás. Muhammad les acompañó esta vez,
pero en plena fiesta volvió a la tienda de sus parientes, muy pálido y
tembloroso: contó que había visto extraños personajes que le prohibieron toda
participación en esta fiesta pagana. Su tío y las tías no le obligaron más
los años siguientes a participar en otras ceremonias. Al-Wâqîdî completa el
relato por el testimonio de Umm Aiman, sirviente negra que había criado a
Muhammad, y dice que se trataba de la fiesta de Buwâna, y que en esa fiesta se
afeitaban la cabeza y se sacrificaban animales. Según Ibn al-Azir, la colina de
Buwâna se encuentra cerca de Yanbû. Ibn Manzur nos conserva un verso, sonde el
poeta dice esperar que los centinelas de las palmeras sagradas de Buwânan se
durmieran para poder secretamente recoger los frutos de las dos datileras. Ibn
al-Kalbi nos cuenta que Muhammad había sacrificado él mismo, antes del Islam,
un carnero oscuro delante de un ídolo (sanam); se trata probablemente del mismo
incidente y la víctima había sido proporcionada sin duda por sus
supersticiosas tías. Bujâri cuenta que un día Muhammad se encontró con su
paisano Zaid ibn ‘Amz cerce de Baldah y que uno de los dos –el narrador no
está seguro- ofreció al otro carne de una víctima inmolada a un ídolo, pero
él le respondió: “Yo no como lo que se sacrifica a los ídolos”. Bujâri
es más claro en otra parte (72-16) y precisa que es el profeta quien ofrece un
plato de carne a Zaid ibn Ámz y que es Zaid quien rechaza comer la carne de los
animales sacrificados sobre piedras levantadas (ansâb). Comentando el mismo
hadiz, Qastallâni (Inchâd, 8/277) cita “Abû Ya’la, al-Baççar y otros”
para decir que fue su liberto Zaid ibn Hâriza quien degolló un carnero sobre
piedras levantadas y que Zaid ibn ‘Amz con quien se encontró rechazó la
invitación diciendo: Yo no como de aquello sobre lo que no se ha mencionado el
nombre de Allah. ¿Se trata del mismo acontecimiento?. El espíritu joven se
vuelve cada vez más consciente de todo lo que ocurre alrededor suyo.
Cuando Muhammad tuvo veinte años, hemos registrado un incidente más grave pero que tuvo resultados más felices.