EL PROFETA DEL ISLAM
SU VIDA Y OBRA
En el retorno de este celestial viaje, cuando el Profeta contó su
experiencia espiritual relativa a este “viaje nocturno”, las reacciones de
sus creyentes fueron variadas: algunos mequies se burlaron y le preguntaron que
le describiera la ciudad de Jerusalem; otras le pidieron que les dijera dónde
se encontraba su caravana, que venía de Palestina, y que la estaba esperando.
Alguien corrió a ver a Abû Bakr para contarle el nuevo “escándalo”, pero
su fidelidad no dudó un solo instante en testimoniar: “Yo atestiguo que
Muhammad es verídico en todo lo que dice”. Desde este día, Abû Bakr adquirió
entre los musulmanes el sobrenombre envidiable de Siddiq (el verídico).
Después de
la noche de la primera revelación al Profeta, en el mes de Ramadán, es la
noche de la ascensión, sobrevenida una decena de años más tarde, el 27 del
mes de Rajab, la que es festejada por los musulmanes con la mayor de las
solemnidades.
Después de audiencia celestial, Muhammad estaba más decidido que nunca a continuar su misión. No esperaba ya gran cosa de sus conciudadanos, llenos como estaban de prejuicios. No descuidó sin embargo a los visitantes extranjeros que pasaban por Meca, con los que obtuvo infinidad de adeptos. Es difícil situar cronológicamente los hechos que siguen, aunque estemos seguros que se trata de los últimos años antes de la Hégira.
Ibn Hajar
nos dice que Thumâmah ibn Uthâl, un jefe de la tribu Banû Hanifah, de Arabia
Central, en su estancia en Meca, dijo un día a Muhammad: “Si sigues hablando
por más tiempo, te mataré”, sin darnos otros detalles.
Tufail Ibn
‘amr, de la tribu de Dans del Yemen, era un poeta y un jefe de clan. Se habían
asegurado que aquellos que escucharan a Muhammad, verían producirse
separaciones en el seno de su familia, mujeres con sus maridos, hijos con sus
padres. Tufail estaba tan convencido, que siempre que se dirigía a la Ka’ba,
y Muhammad estaba allí, tomaba la precaución de ponerse algodón en los oídos,
por miedo a quedar afectado de la magia de Muhammad. Un día él se dijo: “¡Que
supersticioso soy!. ¿Qué mal puede haber en escuchar sus palabras?”.
“Tengo suficiente capacidad para decidir por mí mismo el valor que puedan
tener sus palabras”. Oyó el Corán y abrazó el Islam inmediatamente, con
gran pena de los coraichíes.
Damâd, de la tribu Azd del Yemen, era reconocido como un gran mago. En su estancia en Meca, fue apercibido por los coraichíes de la presencia de un “rival”. Damâd que él lo curaría; se dirigió a la casa de Muhammad y quiso decirle unas palabras mágicas; pero Muhammad le hizo primero oír un himno de alabanza a Allah. Damâd quedó tan encantado que se lo hizo repetir al Profeta por tres veces; luego abrazó el Islam.