EL PROFETA DEL ISLAM
SU VIDA Y OBRA
El nacimiento de Muhammad (s.a.s.)
Un contingente de la tribu Sa’d ibn Bakr, una rama de
los Hawâímíes, se trasladó entonces a Meca. Entre los de esta tribu se
encontraba Halîma, futura nodriza de Muhammad la cual era muy pobre; debido a
su montura, débil y achacosa, llegó a Meca con bastante retraso con respecto a
las demás, y no pudo encontrar un niño rico. No queriendo volver con las manos
vacías, tomó al huérfano Muhammad, de lo que no se arrepintió jamás.
Se
espera de un profeta que realice milagros desde su nacimiento; que su madre no
tenga que sentir los dolores del parto; que el niño naciera y circuncidado, que
los ángeles lavaran su cuerpo y marcaran su espalda con el sello del
apostolado. Se cuenta también que el burro de su nodriza llegó a ser el más rápido
de la caravana; su camella empezó a darle leche en cantidad más que suficiente
para toda la familia; Muhammad no mamaba más que de un solo seno de la nodriza,
dejando el otro para su hermano de leche; los carneros y las ovejas de Halîma volvían siempre satisfechos de sus pastos mientras que en el mismo lugar los
otros animales no encontraban casi nada.
Se
cuenta además otro incidente más importante: un día uno de sus hermanos de
leche corrió a casa de sus padres para contarles, muy asustado, que unas
personas se habían apoderado de Muhammad y le habían abierto el pecho. Los
padres fueron presurosos, pero encontraron a Muhammad sentado en la colina, con
los ojos fijos en el cielo. Preguntado, contó que dos ángeles habían venido
de parte de Allah, habían abierto su pecho, retirado de su corazón, quitado la
parte perteneciente a Satán y puesto otra vez después de haberlo lavado con
agua celestial, de la cual sentía aún el frescor. Los ángeles se habían ido
ya al cielo y él los seguía entonces con la mirada. La nodriza y su marido
creyeron su deber devolver Muhammad a sus padres mejor que retenerlo un poco más
en su casa, por no saber qué otra desgracia podía acontecerle al maravilloso
niño. Así como la cuestión del anuncio del nacimiento del Profeta que
hicieron los ángeles a todas las criaturas, a título de introducción.
Pero
volvamos a la vida normal. La vida en casa de una nodriza nómada no podía ser
más simple: la tribu pasaba las diferentes estaciones en diferentes lugares;
los niños vigilaban durante toda la jornada los rebaños en sus pastizales y
jugaban juntos; las mujeres recogían leña para la cocina, mantenían
encendidos los fuegos y se ocupaban de hilar. Se contentaban con algunos dátiles
y leche; a veces se comían verduras, carne etc y cuando con motivo de ferias al
visitar a las ciudades como Meca, algunas golosinas. Podían haber también
razzias o guerras entre tribus, pero nuestras fuentes no mencionan ninguna
concerniente a la tribu de la nodriza Halîma.
El joven Muhammad se comportaba como los demás niños.
Se cuenta que un día, por una razón que los narradores no mencionan, mordió
el hombro de su hermana de leche con tal fuerza que la cicatriz le quedó
durante toda su vida; ¡pero ella no lo lamentó!. Más tarde, en efecto, en una
expedición, el ejército del profeta hizo un determinado número de
prisioneros, entre los cuales se encontraba Chemâ, esta hermana de leche; y
cuando ella recordó a Muhammad el incidente y enseñó la cicatriz de su
hombro, la reconoció inmediatamente y fue tratada con todas las consideraciones
debidas a una hermana bien amada.
Parece
ser que la salud del niño era siempre muy delicada. Cada vez que iba a Meca,
con la nodriza, para ver a su madre y a su abuelo, acusaba el cambio de aire,
por esa razón, se dice que la duración de su estancia con la nodriza se
prolongó bastante más tiempo que lo ordinario.
La gran feria anual del ‘Ukâç tenía lugar en la
región. Fueron allí alguna vez Halîma con su pupilo, y se cuenta que Halîma
preguntó a un astrólogo adivino de la tribu Hudail, que ejercía su oficio en
la feria, que predijera el destino del niño. Es posible que haya un nexo de unión
entre el incidente de la incisión del pecho y esta adivinación: Horrorizada
por la extraña visión, la nodriza deseaba estar tranquila sobre la suerte del
niño que tenía a su cuidado, como le deja creer Ibn al-Janzî (Wafâ, p. 113
en sus trabajos hay varios relatos divergentes y según uno de ellos, fue el niño
Muhammad, quien después del incidente, corrió a casa de su nodriza para
ponerla al corriente, él mismo, de aquello que acababa de ocurrirle).
Después del hecho milagroso recordado antes de “la
incisión en el pecho”, el niño partió para volver con su madre, pero no sin
algún otro accidente: Cerca de Meca, el niño se perdió; la nodriza corrió a
casa del abuelo de Muhammad y después de muchas búsquedas lo encontraron sano
y salvo jugando con las hojas caídas de los árboles.
Muy pronto,
Muhammad, su madre Amina, una esclava negra Umm Aiman y puede ser también que
algún sirviente, partieron para Medina, donde vivieron los padres de ‘Abd al-Muttalib,
precisamente en casa de un tal an-Nâbighah de la tribu de los Banû an-Nayyâr,
casa donde se encontraba también, (y aún se recuerda en nuestros días), la
tumba de ‘Abdallah, padre de Muhammad. El Profeta se acordará más tarde de
haber nadado en una alberca perteneciente a la tribu; Se acordará igualmente de
haber jugado con otros niños, también allí alojados y en particular con una
niña, Unaisa, alrededor de un castillo que pertenecía a la familia, y que se
divertían intentando hacer volar a un pájaro que se había posado en la torre
del edificio.
Fue en el camino de retorno cuando ‘Aminah murió
repentinamente en Abwâ: Aunque no tenía más que seis años, la pena de
Muhammad debió ser muy grande a la muerte de su madre, a la que amaba
tiernamente. Más adelante, todas las veces que pasa por Abwâ’ en el curso de
sus expediciones, el profeta se paraba para visitar la tumba de su madre
mientras vertía abundantes lágrimas. Recordemos aquí un incidente posterior:
un día un visitante nómada se puso a temblar cuando le presentaron al profeta,
éste le dijo: “¿Por qué tienes miedo de un hombre cuya madre comía a
menudo carne seca?”. Se han conservado varios poemas de ‘Aminah y también
de otros parientes de familia de ‘Abd al-Muttalib, lo que demuestra que el
nivel intelectual en esta familia era bastante alto, incluso entre la mujeres.
La
criada Umm Aiman llegó a Meca con el niño después de haber enterrado a
‘Aminah. ‘abd al-Muttalib, anciano entonces con 108 años, recogió a su
nieto en su casa; y como el niño había perdido tanto a su padre como a su
madre, la dedicación hacia su nieto fue naturalmente muy grande.
Se
cuenta que siempre que ‘Abd al-Muttalib se encontraba en el concejo municipal
discutiendo con los otros concejales cuestiones importantes, al inicio Muhammad
le gustaba dejar sus juguetes e ir a sentarse al Concejo; quería sentarse en
primera fila, al lado de su abuelo. Sus tíos se lo impedían, pero el abuelo
decía siempre. “Dejadle; él se cree ya una persona mayor y espero que siendo
tan inteligente, lo será”. Era en efecto muy inteligente, nunca la asamblea
tuvo que quejarse por que él los interrumpiera. El abuelo lo amaba tanto que en
el decir de los cronistas, un día, en una sequía, pidió a Allah la lluvia,
suplicándoselo en nombre de su nieto, y no fue decepcionado.
A la edad de
siete años, estuvo enfermo de los ojos y los “médicos” de Meca no podían
curarlo. Se cuenta que ‘Abd al-Muttalib se dirigió entonces al lugar donde
vivía un religioso cristiano, cerca de ‘Ukâq, allí dicho religioso le mandó
un tratamiento que le fue muy bien. Es probablemente de una época posterior lo
que nos habla al-Quifti cuando nos cuenta que habiendo caído enfermo, Muhammad
pidió a su amigo Sa’d ibn Abî-Waqqâs que hiciera venir al médico mequí
al-Hâriz ibn Kaladah.
El joven
Muhammad era tan inteligente que siempre que su abuelo u otros parientes perdían
alguna cosa, ellos pedían siempre a Muhammad que fuera a buscarla y él lo
encontraba siempre. Un vez el pastor de ‘Abd al-Muttalib fue a anunciarle que
algunos camellos se habían pedido y que a él le era imposible encontrarlos en
los valles del pastizal, Muhammad fue allí enviado; como tardaba en volver, el
abuelo, asustado por la suerte de su nieto, partió completamente solo, en la
noche, por las montañas, se puso a orar a Allah, con fervor y a hacer todo el
ritual de la Kaaba, diciendo: Señor, devuélveme a mi pequeño Muhammad, y cólmame
así de tus beneficios.
Una
vez Muhammad volvió, ‘Abd al-Muttalib prometió
no enviar jamás al muchacho a hacer semejantes encargos.
Muhammad tenía ocho años de edad, cuando su abuelo murió, después de haberle confiado a su hijo Abu Talib, tío de Muhammad el cuidado del mismo, recomendándole que tuviera mucho cuidado con él.