La orfandad de Muhammad

 

 

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         ‘Abdullâh, el padre de Sidnâ Muhammad (s.a.s.), murió dos meses antes del nacimiento de su hijo, mientras realizaba un viaje por el norte de Arabia. También su madre, Âmina, murió cuando él (s.a.s.) sólo contaba seis años de edad. Sidnâ Muhammad (s.a.s.) pasó a estar bajo la tutela (kafâla) de su abuelo paterno, ‘Abd al-Muttalib, el cual falleció a los dos años, cuando Muhammad (s.a.s.) cumplía los ocho. Finalmente, un tío paterno suyo, Abû Tâlib, se hizo cargo de él.

         Fue así como Sidnâ Muhammad (s.a.s.) creció como huérfano (yatîm) en una sociedad en la que la protección de los padres lo era todo. Sólo la solicitud con la que lo cuidaron otros parientes lo salvaguardó de los abusos a los que estaban expuestos los indefensos.

 

 

         La base estructuradora de la sociedad árabe era el clan, integrado en una unidad más amplia que era la tribu, surgida también de la consanguinidad. El individuo tenía un profundo sentido de pertenencia a su familia, y se comprometía en su defensa sabiendo que, a su vez, podía contar con ella en momentos de apuro. En los márgenes se encontraban los vagabundos, los expulsados de sus tribus, los extranjeros, los pobres, los esclavos, los huérfanos y las viudas. El clan era el contexto protector del individuo, por lo que aquellos que no podían contar con esa defensa se encontraban en el desamparo y estaban expuestos a los abusos. La orfandad (yutm) era un estigma. Si bien Muhammad (s.a.s.) se vio asilado por sus parientes (los Bânû Hâsim), siempre fue consciente de la injusticia de unas tradiciones que excluían a los indefensos. El Corán, más tarde, legisló a favor de ellos y consagró como uno de los principios fundamentales del Islam la defensa de los más débiles y la garantía de sus derechos.

         Muhammad (s.a.s.) fue un huérfano, y aunque, como ya hemos dicho, encontró en su abuelo paterno (‘Abd al-Muttalib) y después en su tío paterno (Abû Tâlib) una tutela que le evitó la desconsideración, sintió la ausencia de sus padres -los que en realidad ponen en comunicación a un hijo con el mundo-, y dio muestras a lo largo de su vida de veneración hacia ellos, tal como atestiguan muchas de sus enseñanzas. Sin duda alguna, la pobreza y la orfandad fueron elementos claves en su infancia, que fue dura a pesar de las atenciones de su abuelo y su tío, que no podían sustituir a sus padres en todo lo que implica el término. Es decir, Muhammad (s.a.s.) tuvo la experiencia directa de lo que era ser pobre (faqîr, miskîn) y huérfano (yatîm) y la exposición a la desvalorización y la injusticia, y fue, por tanto, extraordinariamente sensible al sufrimiento de los que carecen de recursos para subsistir, los que padecían la insolidaridad de muchos de sus semejantes. Esta sensibilidad estuvo muy presente en sus posteriores enseñanzas.

         Pero, además, en lo más profundo, la orfandad significa mucho más. En árabe, la palabra que la designa, yutm, en realidad alude a algo o alguien que se encuentra en estado de soledad. Esa soledad implica rareza, concentración, y valor, y de ahí que las piedras preciosas reciban, en árabe, el adjetivo de huérfanas. Son únicas y singulares entre las de su especie, y ello las hace especialmente valiosas. La orfandad de Muhammad (s.a.s.) fue un anuncio del papel que iba a jugar en su tiempo.

         El que es abandonado por los suyos, aunque haya sido la muerte la que se los ha arrebatado, se encuentra indefenso en el mundo, y su único verdadero cobijo es la Razón que lo ha creado. La orfandad tiene un correlato espiritual de una intensidad descomunal. Él tuvo, en lo íntimo de su ser, un encuentro con la Verdad, porque el universo entero le había vuelto la espalda y ya no lo entretuvo. El Corán le dice a Muhammad: “¿Es que (Allah) no te encontró huérfano y te dio cobijo?”. Es más, el Corán nos explica, a base de preguntas, lo que eso significa: “¿No te encontró errado, y te guió? ¿No te encontró pobre y te enriqueció? Al huérfano, no lo oprimas. Al pobre, no lo desprecies...”. El ‘huérfano’, el que ha renunciado al mundo o el mundo ha renunciado a él, tiene la posibilidad de descubrir la esencia del hombre en Manos de Allah, tiene posibilidad de erigir sobre esa soledad una visión del mundo en conexión con las realidades más profundas, las que pasan desapercibidas a los “afortunados” cuyas muchas ocupaciones y dependencias apartan de la cruda esencia del ser humano, la de su desamparo existencial que solo tiene verdadero alivio en su Razón de ser.

         Muhammad (s.a.s.) fue un ‘solitario’ por su condición de huérfano. Esto no quiere decir que estuviera aislado de su entorno, si no que, en la intimidad de su ser, era único, estaba ‘solo’ frente a su Señor. Esta es la significación profunda de su orfandad, la que lo destinaba a aquello en lo que se convirtió: un ser único, extraordinario.