ÍNDICE

Elección de Muhammad

(INTRODUCCIÓN)

 

Allah puede elegir para una función a cualquiera: su Poder no tiene límite y para su Voluntad no hay obstáculos. Pero como Él, por su propia elección, ha creado este mundo haciendo de él una cadena de causas y efectos, podemos descubrir algunas razones en la elección de Muhammad (s.a.s.) para el cumplimiento de su misión, como ya lo hemos hecho con Makka, tan admirablemente situada en medio de la tierra habitada.

Poco antes del Islam, la ciudad de Makka estaba poblada y gobernada por los árabes de la tribu de Quraish, y el número de sus habitantes estaría como mucho entre los cinco y diez mil, esclavos y extranjeros incluidos. En lugar de una monarquía, era la oligarquía de las diez principales familias las que administraban la ciudad. Entre esas diez familias, los Banu Umayya detentaban el poder militar, y los Banu Hashim el poder espiritual, constituyendo los dos clanes rivales más importantes. Muhammad (s.a.s.) pertenecía a los Banu Hashim.

Los quraishíes, como todos los árabes, se proclamaban descendientes de Abraham, originario de Irak. Cuando Abraham abandonó su país natal a causa de la persecución religiosa, yendo primero a Egipto y después a Palestina donde se casó con Hagar, su segunda esposa y madre de su primer hijo, Ismael. Más tarde, Hagar e Ismael abandonaron el hogar de Abraham para trasladarse al desierto. Los quraishíes decían que el desierto al que se dirigieron era el Hiÿaç, región de Makka, y la fuente de la que habla el Antiguo Testamento era la de Çamçam, pozo que se encuentra en las inmediaciones de la Kaaba. Ismael se casó con una árabe de la tribu de los Yurhum. Abraham visitaba a Ismael de tiempo en tiempo procedente de Siria, y con la ayuda de su hijo construyó un templo dedicado a la Verdad Única, la Kaaba (al-Ka’ba), la Casa de Allah (Baitullâh). Mucho antes del Islam, ese edificio ya se había convertido en lugar de peregrinación obligada para toda Arabia. Más antigua que el templo de Jerusalén, el Corán no exagera cuando califica a la Kaaba de primera Casa de Allah en el mundo.

La nobleza de la genealogía (Sháraf) del Rasûl Muhammad (s.a.s.) hay que entenderla en el sentido que tenía este concepto entre los árabes. No se trata de la simple transmisión hereditaria, sino del reconocimiento por parte de todos de la altura moral y dignidad de un clan, que hace suyos una serie de valores apreciados por los habitantes del desierto: la hospitalidad, el arrojo, la gallardía, la caballerosidad, la austeridad, la sinceridad, la generosidad... Estas nobles cualidades (los Makârim al-Ajlâq) pasan a formar parte de la identidad de un clan, se convierten en tradiciones que se heredan, que dejan los padres a los hijos como ellos las recibieron de sus antepasados. Muhammad (s.a.s.) pertenecía a una familia (los Banû Hâshim, de la tribu de los Quráish) a la que de siempre se le habían reconocido estas altas cualidades y gozaba, por tanto, del prestigio y la autoridad que emanaban de ellas. Muhammad (s.a.s.) era sharîf, es decir, noble, y sus descendientes, sean reales o participen de su Sháraf por un lazo especial con él, serán llamados Shurafá (en las hablas dialectales Shurfa, que en las lenguas occidentales ha dado el término jerifes). La palabra Sháraf, significa literalmente altura, lugar elevado, altozano, de donde proviene el topónimo Aljarafe. La confluencia de todos estos conceptos puede aproximarnos a la idea de la nobleza de la genealogía del Nabí Muhammad (s.a.s.).

La familia del Rasûl Muhammad (s.a.s.) no solo había heredado la tradición más antigua de la sabiduría unitaria, sino que además, por sus venas corría la sangre de diferentes culturas humanas: babilónica, egipcia y árabe, lo que le predispuso en contra de estrechos prejuicios. Entre los parientes próximos de Muhammad (s.a.s.) encontramos a una descendiente de origen griego: Mus’ab el genealogista, señala que la madre de Abu Rum Ibn ‘Umayr era una griega. El hermano de este Abu Rum, Mus’ab Ibn ‘Umair, tenía como esposa una prima de Rasûlullâh (s.a.s.). Veremos más adelante que Muhammad (s.a.s.) acentuaba esta reunificación de la raza humana y encontraremos en su propia casa, mujeres no solo de origen árabe sino también judías y coptas.

El historiador Ibn Habib nos ha dejado un interesante trabajo sobre los antepasados de Muhammad (s.a.s.) a lo largo de una veintena de generaciones. En esa obra leemos, y también dan testimonio de ello otras fuentes, que los tíos maternos del Rasûl Muhammad (s.a.s.) gobernaban en Taif; la madre de ‘Abd al-Muttalib, abuelo de Muhammad (s.a.s.), descendía de la familia que creó la dinastía de los Lajmíes de Hira; y entre sus abuelos encontramos las tribus mas variadas de la península árabe, como las de los Kinana, los Azd, los Juza’a, los Sulaim, los ‘Adwan, y otros.

‘Abd al-Muttalib, abuelo de Muhammad (s.a.s.), era uno de los “ministros” de la oligarquía makkí. Tuvo diez hijos, de los que ‘Abd Allâh, el padre de Muhammad (s.a.s.) era el menor.  Muhammad (s.a.s.) nació algunas semanas después de la muerte de su padre. En esas condiciones Muhammad (s.a.s.) no tenía la posibilidad de acceder a ninguna dignidad en su ciudad natal. Las virtudes del corazón y del espíritu se propagan en la posteridad, pero no necesariamente de hijo mayor en hijo mayor; parece incluso frecuente encontrar en un menor las cualidades que demanda el liderazgo, y pocos de sus vicios: orgullo, precipitación, amor por el lujo, desprecio al trabajo, etc. Es más, un heredero es corrompido con frecuencia por sus padres así como por su entorno de aduladores; un menor o un huérfano tienen más posibilidades de ser educados convenientemente. Muhammad (s.a.s.) perdió a sus tutores uno tras otro: nació poco después de la muerte de su padre y tras la muerte de su madre, se quedó en la casa de su anciano abuelo. A la muerte de este último, cuando todavía solo tenía ocho años, fue a vivir a casa de su tío Abu Talib, persona de gran generosidad que sobrevivía con escasos recursos, por lo que Muhammad (s.a.s.) pronto tuvo que trabajar como pastor. A la edad de nueve años acompañó a su tío en un viaje de comercio a Palestina, a donde volverá solo una vez más con las mercancías de una rica makkí. Lo encontramos igualmente en el Yemen y en el país de los ‘Abd al-Qais (Bahrein y Omán, en la Arabia oriental), siempre en calidad de comerciante. Si el silencio de las fuentes no es una prueba contraria, es lícito pensar que fue una vez a Abisinia, seguramente por vía marítima. Todos estos viajes de comercio debieron obligarle a aprender las leyes y costumbres administrativas y comerciales de Bizancio, Persia, Yemen y Abisinia. En edad madura, a los cuarenta años, este hombre experimentado emprendió la reforma de su pueblo. En su ciudad natal, Makka, había recibido el sobrenombre de Al-Amîn (el honesto, el digno de confianza). Las viudas y huérfanos de la ciudad encontraban en su casa la mejor acogida; y los comerciantes extranjeros, cuando llegaban a Makka, buscaban su apoyo para resolver las deudas que tenían contraídas con ellos los makkíes morosos.