El medio y las circunstancias
(INTRODUCCIÓN)
La
historia humana es una continuación de sucesos, de causas y efectos. En el
mundo ya había un gran número de tradiciones espirituales antes de que el
Islam naciera. ¿Qué necesidad había de una nueva tradición, y a que
circunstancias se debió su éxito?. La respuesta del profesor Philippe R. Hitti
es muy lacónica: “El Islam, en su forma
original es la perfección lógica de las religiones semíticas”. En la época
del Rasûl Muhammad (s.a.s.) la interdependencia entre los pueblos era ya un
hecho suficientemente conocido, basta con recordar las relaciones económicas
existentes entre los pueblos. Ibn Hanbal dijo que Rasûlullâh (s.a.s.) en su
juventud había visitado Omán y Bahrein; por su parte, Ibn Habib dice:
“Después ... la feria de Daba, que es
uno de los puertos más grandes de Arabia. Los comerciantes llegaban a él
procedentes de Sind, India y China, así como gentes de oriente y occidente”.
Antes
de hablar de las condiciones de Arabia, señalemos algunos hechos sobre los
vecinos de los árabes:
A)
China:
Con Confucio (551 –479 a.c.) China había llegado al apogeo de su
civilización. Pero en la víspera de la aparición del Islam, el caos y la
decadencia estaban generalizados. El sistema social confuciano estaba en
descomposición y el budismo procedente de India intentaba restaurar unas
condiciones sociales más estables. En China y en la época que nos ocupa todo
el sistema social estaba en transición. El reinado de los últimos hunos había
acabado hacía mucho tiempo. El advenimiento de las tres dinastías de los Wei,
los Wu y los Shu, se deshizo en guerras fratricidas. Además de las querellas
interiores había que resistir las invasiones de los tátaros, los Hsiung-Un y
los tibetanos. Tras un largo intervalo la dinastía de los Sui pudo a lo largo
de unos 30 años (589 – 618), restaurar parte de la unidad del país, aunque
cinco años antes de la Hégira (Hiÿra),
China debió ceder de nuevo ante una lamentable confusión. Más tarde los Tiang
llegaron al poder e instalaron un cierto orden, pero el amor a la humanidad y el
gusto por servirla faltaba en los emperadores, “los Hijos del Cielo”. Por
ese lado no se podía esperar gran cosa. Muhammad (s.a.s.) debió encontrarse
con chinos a lo largo de su viaje comercial por Omán; encontramos en él una
gran admiración por la industria de ese pueblo, y se le atribuyen las
siguientes palabras: “Buscad la ciencia,
hasta en la China”.
B)
India:
Más
o menos mil años antes de Jesucristo, los arios invadieron la India para
establecerse en ella definitivamente. Su sistema de castas, su noción de
intocabilidad que concierne a los no-arios, su adoración de los fenómenos
naturales, les habían llevado al culto de dioses más numerosos que sus
adoradores (se cuentan más de 400 millones de dioses en el panteón hindú), su
doctrina de la renuncia al mundo como único modo de perfección, y su creencia
en la reencarnación, que tiene como objetivo que los vencidos se sometan de
buen grado a su suerte inhumana de intocables, todo ello hizo de los hindúes un
peligro para la sociedad. Un contemporáneo de Confucio en la India, Gautama
Buda, protestó contra el formalismo de los brahmanes hindúes. El Budismo no
fue una última palabra para la humanidad en general, pero fue un paso adelante:
hizo mucho bien a la India. Era capaz de evolucionar y reformarse gradualmente
para encontrar una vida normal, no solamente para los elegidos, sino también
para el hombre de la calle. Desgraciadamente, el Brahmanismo aniquiló pronto a
este rival, y con mucha crueldad lo expulsó de su país natal, la India.
Antes
de la Hiÿra (hégira) una dinastía de hunos blancos de Asia central reinaba en
la India, pero en el 565, cuatro años antes del nacimiento de Muhammad (s.a.s.),
fueron vencidos a
orillas del Oxus, lo que supuso para ellos la pérdida de sus posesiones
indias. Más tarde Harch, hijo del rey Tanesar, se apoderó de la India del
norte (606 – 648); conquistó poco a poco Assam, Bengala, Nepal, Malwa,
Gujarat, pero en el 610 algunos meses antes de la proclamación de Muhammad (s.a.s.),
el rey Harch bajó contra el Decan, en el sur de la India, donde fue derrotado
en Narbuda por el rey Pulikesan II. Harch no tenía hijos; sus grandes
conquistas, y la tranquilidad relativa habían dado a su pueblo una vida próspera.
Con la muerte del rey, el imperio fue destruido y el país desgarrado por luchas
intestinas. El sur luchó contra el norte, y no pudo resistir a sus vecinos. Es
así como durante siglos reinó el caos por todos lados en el subcontinente
indio.
C)
Turquestán y Mongolia:
Las oleadas de emigrados de esas regiones hacia los cuatro rincones del
mundo son de un gran interés, pero hay que admitir que para el periodo
correspondiente al comienzo del Islam (siglo VII de la era cristiana), no se
sabe gran cosa sobre esos países. En la época del Nabí (s.a.s.), los hunos
habían ocupado el Tíbet y se habían consolidado por alianza con los turcos
del oeste; aunque los elevados ideales del servicio de una civilización para el
desarrollo de la humanidad, no encontraban entonces arraigo entre ellos.
D)
Bizancio:
Muhammad (s.a.s.) no debió conocer ni Europa ni el catolicismo
triunfante entre los cristianos; solo tuvo contacto con los árabes
evangelizados de Siria, bajo dominación bizantina. Son estos los que debieron
proporcionarle conocimientos elementales sobre los dogmas cristianos.
La
lengua árabe había retenido la palabra Rûm
(romanos, que pasó a ser sinónimo de
cristianos), pero el imperio
propiamente romano ya no existía; solo quedaba la parte oriental del mismo,
llamada más tarde Imperio Bizantino; las provincias del oeste habían sido
ocupadas, incluso la capital Roma, por invasores que venían del norte (germanos
y otros). Los bárbaros habían abrazado el cristianismo romano gradualmente,
pero Ernest Nys, historiador del derecho internacional, nos asegura que esas
hordas nórdicas se comportaron,
a pesar del cristianismo, con más crueldad que los paganos; es más,
toda la región oeste estaba dividida en cientos de principados, siempre en
guerra entre ellos.
En
cuanto al imperio bizantino desde hacia siglos luchaba encarnizadamente contra
Irán por un lado y contra los bárbaros del este y los eslavos por otro. A
principios de la misión profética de Muhammad (s.a.s.), Irán se había
apoderado por la fuerza de varias de las mejores provincias de Bizancio (entre
las que estaban incluidas Siria y Egipto). Los habitantes de Meca (los makkíes)
aparentemente nada tenían que ver con esta guerra lejana. Tenían relaciones
comerciales con los dos imperios, el bizantino y el sasánida, y la extensión
de las posesiones de uno a expensas del otro no cambiaba nada para estos
terceros neutrales. Sin embargo la interdependencia de los pueblos, ya existente
en esa época nos es recordada por inesperadas alusiones en las revelaciones
makkíes (de Meca) del Qur-ân (Corán). Efectivamente, el Qur-ân en el capítulo
(Sura) treinta, llamado Rûm
(el capítulo de los bizantinos),
habla del interés que los musulmanes tenían sobre esos acontecimientos y
predice un cambio de la situación en algunos años.
En
efecto, a finales del siglo IX -en el año VI de la Hiÿra (Hégira)-, los adoradores
del fuego (los iraníes) sufrieron a manos de los creyentes (los bizantinos) una pesada derrota en Nínive, derrota de
tal gravedad que impuso numerosos y rápidos cambios entre los ocupantes del
trono persa. Irán no pudo sobreponerse. Bizancio tampoco sacó todo el provecho
posible: el país estaba destruido por guerras seculares en el extranjero y por
persecuciones religiosas en el interior. Las discusiones teológicas habían
alcanzado a las masas de los pueblos bizantinos y estos las estimaban tan
importantes, que los partidarios de una doctrina no podían tolerar la
existencia de los que profesaban otra. Los soberanos cambiaban de opinión
incluso durante una misma generación y en lugar de una justicia imparcial, sus
persecuciones hacían al pueblo cada vez más desgraciado. Los historiadores son
unánimes al decir que los cristianos de cultos no oficiales hubieran preferido
una dominación extranjera a la de los soberanos de una secta cristiana que no
fuera la suya; y en efecto recibieron a los musulmanes como liberadores.
E)
Irán:
El otro gran vecino de los árabes, no era como civilización, una gran
esperanza para la humanidad. Con una situación de guerra ininterrumpida en dos
frentes: bizantino y turco por un lado y en el Asia central por otro; su cultura
espiritual tenía poco que ofrecer a los demás. Hacia la época del nacimiento
de Muhammad (s.a.s.), el mazdaquismo era la religión oficial del Irán. Su
fundador, Mazdak, propició la intolerancia. Con el emperador Anusharwan la
persecución religiosa tan solo cambió de dirección: los oprimidos de ayer se
convirtieron en los opresores de hoy.
F)
Abisinia:
Gracias a su antigua civilización, Abisinia pudo arrebatar a los árabes
la fértil provincia del Yemen. Más tarde, el año mismo del nacimiento de Rasûlullâh
(s.a.s.), los abisinios emprendieron, a partir del Yemen, una gran expedición
contra el norte de Arabia; pero en los alrededores de Makka (Meca) el ejercito
abisinio fue destruido misteriosamente y convertido, según la expresión del
Qur-ân (el Corán) en un campo de trigo arrasado. En Abisinia no había al
comienzo del Islam más que guerras fratricidas, y los pocos musulmanes que se
habían refugiado en ese país, fueron inquietados varias veces por esas guerras
intestinas.
En resumen, el Islam surgió en unos momentos difíciles y cruciales para la humanidad. En medio de esos tiempos oscuros nació una poderosa espiritualidad destinada a forjar una civilización mediadora entre las culturas humanas, abriendo rutas y difundiendo los logros de unos y otros en un fértil mestizaje, propiciado por la tolerancia y apertura del Islam. Ésta será una de sus grandes aportaciones que sólo podremos valorar en su justa medida, teniendo muy en cuentas las circunstancias en que Muhammad (s.a.s.) transmitió a la humanidad el mensaje de la Unidad que abarca, interrelaciona y lo fecunda todo, el mensaje de Allâh.