Periodo de Medina
622-632
La
Constitución de Medina
Yazrib
estaba habitada, como ya sabemos por dos tribus árabes mayoritarias: Los Aws y
los Jazraÿ, de origen yemení e instalados desde hacía ya mucho tiempo en la
región de Yazrib. La otra parte de la población estaba compuesta por clanes
judíos que conformaban más o menos un tercio del total de la población. Estos
judíos estaban repartidos en tres clanes: Los Banu Qunaiqa’, los Banu an-Nadîr
y los Banu Quraida. Los judíos practicaban las profesiones más diversas:
Banqueros, comerciante, orfebres, artesanos, etc., y habitaban en comunidades
fortificadas situadas en lugares elevados y bien defendidos. Solo se mezclaban
con los árabes durante el día para la realización de sus oficios.
Entre los Aws y los Jazraÿ había habido enfrentamientos, así como
entre estos y las tribus árabes vecinas. Eran casi permanente un estado
de guerra que descomponía el tejido social de la región. Ante ésta situación,
los judíos aprovechaban el momento para sacar el mejor partido económico
posible, fomentando además las enemistades tribales en las que nunca tomaron
partido, pero sí obtuvieron beneficios y prestigio.
Antes de instalarse en Medina, Muhammad (s.a.s.) no tenía ninguna
prevención contra los judíos. El Qur-ân refleja su
respeto hacia ellos. El Rasûl (s.a.s.) pensaba que el contenido del
Islam era sustancialmente idéntico a los que los judíos aceptaban, pero
descubriría en ellos una mala fe que los llevaba a distorsionar sus propias
creencias para que no coincidieran con las del Islam. Los judíos por su parte,
vieron en el Rasûl Muhammad (s.a.s.) una amenaza para sus intereses. Era un
hombre fuerte, capaz de reunificar a las tribus, y hacerles perder su hegemonía.
Pronto declararon abiertamente su enemistad hacia el Islam. El Qur-ân lo
expresa diciendo: “Allah quiere
completar su luz aunque ello resulte detestable a los Kuffâr”.
No obstante, una de las primeras cosas que hizo el Nabí (s.a.s.) fue la
de establecer una especie de Constitución que regulara la convivencia en la
ciudad. Ese importante documento establecía bases que después serán aplicadas
por los musulmanes en todos los lugares en que existieran minorías
no-musulmanas (los dzimmíes). En
esa Constitución se declaraba que los musulmanes conformaban una Nación que
está por encima de todo prejuicio racial o del tipo que fuere, y que quienes
quisieran convivir con ellos podían hacerlo siempre que no traicionaran la
confianza que se depositaba en ellos. Cada comunidad, dentro de una mayoría
musulmana, tenía el derecho a regirse según sus propias creencias sin que
nadie pudiera inmiscuirse en sus asuntos ni intentar forzarles a nada.
Sin embargo, una serie de incidentes irreparables iría aumentando la
fosa que se abría entre musulmanes y judíos. En Makka los idólatras habían
decidido expropiar todos los bienes que los emigrantes habían dejado en la
ciudad. Con ello se les declaraba proscritos y se les condenaba a la pobreza y a
la exclusión social. De la noche a la mañana, los Muhaÿirin se vieron
privados de todo. Los judíos empezaron a entablar conversaciones y alianzas con
los kuffâr de Makka.
La nueva situación hizo que Muhammad (s.a.s.) sumara a su condición de Mensajero (Rasûl), la de cabeza de una comunidad independiente (Imân), una comunidad que debía afrontar a partir de entonces nuevos problemas y desafíos.