PALESTINA

 TIERRA DE LOS

MENSAJES DIVINOS

 

ROGER GARAUDY

ÍNDICE

 

PRIMERA PARTE: Historia de una tierra

    I.   La civilización cananea

 

3)  La aportación de esta civilización

La historia política de Palestina ya ha quedado aclarada en sus estructuras sociales. Recordemos solamente, para mejor situar en ella la cultura, que esta sociedad feudal de agricul­tores sedentarios también estaba formada en gran parte por comerciantes.

En esta encrucijada de civilizaciones, la más importante del mundo antiguo, que constituye el Creciente Fértil, estas rela­ciones comerciales y culturales con Babilonia y Egipto, como asimismo con la civilización micénica del Mediterráneo, con Siria, Anatolia y el Cáucaso, son atestiguadas por el descu­brimiento, en Palestina, de hachas decoradas con el estilo caucásico, de piezas de alfarería de factura micénica (que ejer­ció su influencia incluso en Egipto), de esculturas en bronce de Ougarit en Siria, de templos inspirados por la arquitectura mesopotámica, de esculturas parecidas a las de Egipto, y, en la costa, por el hallazgo de esculturas representando animales.

Pero no es en el terreno de las artes plásticas donde se des­pliega con mayor fuerza el genio artístico palestino de la época.

El descubrimiento más importante y la mayor aportación del Creciente Fértil a la cultura mundial es la invención de la escritura alfabética, que no sólo proporcionó al comercio pa­lestino el indispensable medio de comunicación que podían darle los ideogramas jeroglíficos o los caracteres cuneiformes, sino que permitió mediante la anotación de los sonidos arreba­tar a los sacerdotes y a los escribas el monopolio de una cultura elitista que exigía el conocimiento de centenares de signos. También permitió registrar por escrito las tradiciones orales, epopeyas, mitos, poemas sagrados, que revelaron primero la grandeza de la Biblia Cananea, y más tarde la Biblia Hebrea.

La escritura alfabética más antigua del mundo, compuesta de 28 signos, es la que fue descubierta en Ras-Shamra, en la lengua de Ougarit: «La posición de la lengua de Ougarit no puede en adelante ser puesta en tela de juicio. Difiere algo de las otras lenguas cananeas que conocemos, mas las divergen­cias se deben, en parte, al desarrollo dialéctico propio de Ougarit, o del grupo cananeo del cual era una prolongación la lengua de Ougarit.

En cualquier caso, el dialecto de Ougarit participa plena­mente en la historia general de la familia cananea: es una lengua cananea[1].

En esta lengua nos han sido transmitidos los poemas de lo que H. E. del Medico ha llamado «La Biblia cananea, descu­bierta en los textos de Ras Shamra».

Como la Biblia hebrea, esta representación por escrito de tradiciones orales está constituida por poemas de los orígenes y de períodos diversos.

La característica más sobrecogedora que se desprende de los textos de Ras-Shamra es la profunda unidad cultural que reinaba a la sazón en Palestina, desde Gaza a Ougarit y Ebla: la misma lengua, el mismo culto, la misma religión.

Por lo que se puede juzgar en estos textos, que permanecen todavía fragmentarios, en la religión cananea lo divino se revela ante todo en la naturaleza, como ocurre en general en las sociedades agrícolas sedentarias, mientras que, en las socieda­des nómadas, lo divino se revela en primer lugar en la historia.

Sin embargo, esto no es otra cosa que una esquematización simplista, una especie de limitación, puesto que las dos formas de revelación se mezclan inextricablemente: el dios El (que se convertirá en el Elohim de los hebreos y el Al lah de los árabes) se revela en las montañas y en medio de la tormenta, el trueno o el fuego, que son las señales de su presencia. La lluvia, que da vida a la tierra, es su bendición más evidente. Pero es cada vez más, entre los cananeos, los hebreos, los cristianos, los musul­manes, aquel que guiará a los hombres hacia su salvación, «el Camino, la Verdad, la Vida», «el Camino recto», el garante de los valores morales, legislador supremo de la naturaleza y de la historia, que da a la naturaleza su armonía bienhechora, a la historia su sentido, y a la una y a la otra su correspondiente orden.

De signo politeísta y antropomórfico, la religión cananea tiene por objeto exaltar la vida. Baal, heredero de El, es el dios fecundador, cabalgando las nubes, blandiendo el relámpago, llevando consigo los vientos, las nubes, la lluvia. Su hermana, la diosa Anat, es la que «hace brotar y esparce el agua del cielo que hace vivir la tierra, la lluvia del jinete de las nubes, el rocío que derraman las estrellas. Da a las plantas su belleza, y su alimento a la tierra colocando en el suelo lo que conviene a la espiga. Derrama la plenitud a la tierra, y hace crecer la espiga en el seno de los campos».

Los enemigos de Baal y de Anat son los dioses Mot (la muerte) y Yam (el mar). El primero es «el que debilita el aliento de los vivos»; el segundo, «reina sobre las aguas procelosas y estériles».

En toda la literatura cananea del Creciente Fértil, la exalta­ción de la vida en la naturaleza entera no se separa jamás de la exaltación de esa «partícula divina», que es, indivisiblemente, la vida propiamente humana y la vida del universo: esta vida es un «don» divino.

Lo divino es el centro de todo cuanto existe y le insufla la vida.

La lucha es incesante, como en el Zend Avesta y las profe­cías de Zaratrusta en Irán, entre las potencias de la vida y las potencias de la muerte. Lo que está en juego es la victoria del «cosmos» contra el «caos», la realización del reino divino.

Mucho más que el politeísmo, aparece así la unidad del drama divino, el mismo que evoca la Biblia hebraica. Cuando, «en una visión nocturna», Dios se dirige a Jacob, le dice: «Yo soy El, el Dios de tu padre»[2].

Más tarde, El, entre los israelitas (siendo entonces reempla­zado el nombre de Jacob por el de Israel, es decir: El lucha, como Ismael significa: El otorga) es sustituido por Yahvé. Yahvé, en los textos sagrados de Ras-Shamra, de los cananeos, es el hijo de El.

«El. el clemente, el misericordioso, responde: el nom­bre de mi hijo es Yaw Elat» (hijo de El). Deja de ser un dios tribal: en los textos de Ras-Shamra, cruza las fronteras de Canaán: « Ve hacia el Egipto de El, del uno al otro confín..., Egipto, la tierra de tu posesión.»

Por lo visto, los teólogos cananeos acogieron con fervor la reforma monoteísta de Akhenaton instituyendo al dios Atón (al que sin duda identifican con El, no sólo como Dios supremo, sino como Dios único y universal).

La evolución de la religión cananea discurre, pues, en el mismo sentido que la evolución de la religión judía, pues es un momento suyo.

«El monoteísmo, que el clero israelita se esforzó en hacer que se remontase a la época de Moisés, es una creencia relati­vamente tardía. Se concibe que, en nuestros días, los fieles que rehuyen toda intención crítica, se atengan simplemente al texto sagrado, pero en cuanto éste es juzgado libremente, hay que rechazar por completo la tesis sacerdotal. En los tiempos de David y de Salomón, los israelitas aún no eran monoteístas, pero Salomón, si bien respetando la posición ocupada por los otros dioses, consagró la gloria de de Yahvé con un templo que situaba su culto en primera fila» [3] .

Está fuera de toda duda que Salomón —aunque los sacerdotes, que hicieron después su historia, lo censurasen— fue politeísta. El Antiguo Testamento lo demuestra de forma irrefutable: «...y se fue Salomón tras de Astarté, diosa de los sidonios, y tras de Milcom, abominación de los hijos de Ammón; e hizo Salomón el mal a los ojos de Yahvé... Entonces edificó Salomón, en la montaña que está frente a Jerusalén, un excelso a Camos, abominación de Moab, y a Milcom, abomi­nación de los hijos de Ammón; y de modo semejante hizo para todas sus mujeres extranjeras que allí quemaban perfumes y sacrificaban a sus dioses» (I Reyes 11, 5-8).

Lo que el Antiguo Testamento, con toda justicia, denuncia como «abominación» eran los sacrificios humanos, en particu­lar los que tenían como víctimas a los niños; pero los israelitas, al igual que los cananeos de la misma época, practicaban este rito sangriento: a pesar de la prohibición de los sacrificios humanos en el Levítico (18, 21), Jefté sacrificó a su hija en cumplimiento de una promesa hecha a Yahvé a cambio de una victoria (Jueces 21, 30-39).

A pesar de la ley y de los profetas, los reyes de Israel y de Judá continuaron con los sacrificios humanos de los primo­génitos. ¿Acaso no dice Yahvé, en el Éxodo, «Conságrame todo primogénito; las primicias del seno materno, entre los hijos de Israel, tanto de los hombres cuanto de los animales, mías son?» (Éxodo 13, 1), y «Me darás el primogénito de tus hijos. Así harás con el primogénito de tus vacas y tus ovejas» (Éxodo 22, 28-29).

Ajaz, rey de Judá, que reinó dieciséis años en Jerusalén, en el siglo viii, no se contenta con «sacrificar a los dioses de Damasco, que le habían vencido» (II Crón. 28, 23); sino que, además, construyó ídolos para los baales y hasta hizo pasar a su hijo por el fuego (II Reyes 16, 3).

Manases, rey a su vez de Jerusalén, de 687 a 642, «hizo el mal a los ojos de Yahvé, conforme a las abominaciones de las gentes que Yahvé había arrojado ante los hijos de Israel..., levantó altares a los baales... Pasó a sus hijos por el fuego» (I Crón. XXXIII, 2-6).

Este rey pudo reinar así más de medio siglo, imitando, en el siglo vn, las «abominaciones» de los cananeos del siglo xiv antes de Jesucristo. Esto sólo es una bagatela al lado de las «exterminaciones sagradas» (herem), realzadas especialmente en el libro de Josué, ensalzando, en cada etapa de la «conquis­ta» de Canaán, la matanza de las mujeres, de los niños y de los ancianos (Josué 6, 21, refiriéndose a Jericó 87, 24, a Ay; 10,20, al exterminio de Gabaón y el asesinato de los prisioneros (cinco reyes) en la cueva de Maqueda; 11, 8, a Merom, donde no deja «ningún superviviente», y todo el resto de la población al objeto de «que puedan ser exterminados como el Señor había ordenado a Moisés» (11, 20).

En el libro de los Números (31, 7-18) se nos relatan las proezas de los «hijos de Israel» que, vencedores de los medianitas, «tal como el Señor había ordenado a Moisés, mataron a todos los hombres (7); tomaron prisioneras a las mujeres (9); incendiaron todas las ciudades (10). Cuando regresaron junto a Moisés, «Moisés se enojó. ¡Cómo!, les dijo, ¡habéis dejado con vida a todas las mujeres! Pues bien, .ahora matad a todos los muchachos y a todas las mujeres que hayan conocido varón en el abrazo conyugal... Pero todas las vírgenes... guardadlas para vosotros» (14-18).

Los grandes sacerdotes redactores de los textos sacerdota­les, que así ensalzan las salvajes matanzas de Josué para de­mostrar el poder del «Dios de los ejércitos» (USam. 5, 10): «Yo me llamo el Señor de los Ejércitos», son los mismos que denuncian las «abominaciones» de Canaán (I Reyes 14, 24).

Tras de haber hecho justicia en lo concerniente a las odiosas calumnias de los grandes sacerdotes que, entre los siglos xy vi, compilaron las tradiciones orales para crear el mito del excep­cionalismo hebreo, podemos situar el período hebreo de la historia de Palestina (siglos x-vn) en el auténtico lugar que le corresponde en el contexto de lo que fue tomado de la civiliza­ción cananea y de lo que recibió como aportación.

Entonces resultará que «a pesar de la conquista del país, es la historia cananea la que ha continuado hasta la dominación asiria, bajo el reinado de los soberanos de Judá y de Is­rael.» [4].

Esta continuidad se manifiesta en la elaboración de lo que fue la más alta aportación del Creciente Fértil a la espirituali­dad humana: la fe monoteísta, que hallará su expresión en los profetas de Israel, cuyo mensaje prolongará Jesucristo hacién­dola todavía más universal, y de la que el naciente Islam inte­grará todas sus riquezas espirituales para convertirla en guía de todas las acciones de los hombres, en todas las dimensiones: trascendente como religión, y política en cuanto comunidad.

Para explicar esta trayectoria con nitidez es importante abordar el estudio de los textos y de los vestigios de la arqueo­logía sin prejuicios, y ante todo sin el doble prejuicio que, desde hace tanto tiempo, ha impedido vivir la historia de este país y de esta época en su plenitud humana: el prejuicio según el cual el monoteísmo no estaba en trance de nacer en el Oriente Medio, fuera de los hebreos; el prejuicio según el cual «Israel» existe como entidad histórica desde comienzos del segundo milenio (Abraham), y que es monoteísta desde aquella época.

Esta tradición, que sustituye la verdad histórica por artículos de fe, no corresponde a la realidad:

1º El movimiento hacia el monoteísmo es el fruto de una larga elaboración, que se ha producido en el conjunto del Pró­ximo Oriente, desde Mesopotamia a Siria, Palestina y Egipto.

2º En los textos bíblicos (los más antiguos de los cuales fueron escritos, a partir de tradiciones orales, por el compila­dor «Yahviste», bajo el reinado de Salomón (972-933), se encuentran elementos de origen babilónico, hitita, egipcio, mas solamente a partir de 1929, con el descubrimiento de los textos de Ras-Shamra, en el emplazamiento de la antigua capital de Ougarit, en la actual Siria, cuando ha sido posible calcular la aportación de Canaán.

Sería un error similar al error tradicional sobre el excepcionalismo bíblico aislar a esta «Biblia Cananea»[5] del con­junto de las aportaciones espirituales del Próximo Oriente. Permite solamente calibrar el «legado de Canaán»[6], que es un momento importante: «Palabras, expresiones, frases enteras de la Biblia hebraica se leían de pronto en estos textos del siglo xiv antes de Jesucristo... ¿Revelarían por fin las tabletas ougaríticas todo el trasfondo cananeo del Antiguo Tes­tamento que ciertos exégetas y algunos historiadores habían presentido desde hacía mucho tiempo?»[7].

Sin subestimar las diferencias entre la religión de nómadas (como lo fueron los hebreos hasta el siglo xn), en la que lo divino es ante todo la garantía de los valores de la tribu y de la continuidad de su historia, real o mítica, y se revela, por tanto, en la historia, y la religión de agricultores sedentarios (como lo eran los cananeos desde comienzos del segundo milenio), en la que lo divino es en primer lugar la garantía de la fertilidad del suelo, y se revela ante todo en la naturaleza, tampoco hay que supervalorarlas.

En ocasión de los primeros enfrentamientos de los cananeos y de los hebreos, hubo un rechazo mutuo entre los fieles de Yahvé y los de El; luego, los hebreos, al establecerse en Canaán, identificaron a su dios con los de los autóctonos: incluso llegaron a adoptar su mismo nombre de El (dios), Elohim en plural[8].

Los atributos de estos dioses, los de la naturaleza y los de la historia, se identificaron a veces: como el Baal de los cananeos, Yahvé lleva el nombre de «jinete de las estepas» (Sal. 68, 5); como todos los dioses de la fertilidad, es él quien da el trigo, el aceite, el vino (Oseas 2, 10). Como Baal, está en el trueno en medio del cual hace que se oiga su voz (Sal. 29, 3-4). Como el dios El de Ougarit, el Dios del Antiguo Testamento está sentado en su trono y toma decisiones rodeado de la corte de los hijos de los dioses: «Dios está sentado en la asamblea divina, juzga en medio de los dioses» (Sal. 82, 1). Puede medirse, por medio de varios ejemplos, la extensión y el alcance de las comparaciones que es posible establecer entre los textos mitológicos de Ougarit y los textos hebreos de la Biblia. Como ya se ha dicho, existe en el Antiguo Testamento un «legado de Canaán», ese Canaán del que Ougarit es, hasta el momento, la única muestra conocida [9].

Esta integración no es sorprendente: los hebreos, al estable­cerse de modo sedentario en Canaán, adoptaron, en lugar de su dialecto arameo, «la lengua de Canaán» como lo recuerda Isaías (19, 18): estos nómadas aprendieron de los cananeos la escritura alfabética que les permitiría pasar, en el siglo x, de la tradición oral al libro.

Los hebreos nómadas también aprendieron de los cananeos la agricultura, y su forma de vida fue pareciéndose cada vez más, a medida que se multiplicaban los matrimonios mixtos.

Los anatemas de los grandes sacerdotes son buena prueba de ello, a partir del siglo x: «Maldito sea Canaán...» (Géne­sis 9, 25). «Tronco maldito desde su origen» (Sabiduría 12, 11). La prohibición sobre la cual insisten los autores del Deuteronomio (6, 4) de desposar a mujeres extranjeras, prohibición atribuida al propio Dios (Éxodo 34, 15-16) es formulada cate­góricamente por Abraham: «Cuando le busques mujer a mi hijo, no la escogerás entre los cananeos, en cuya tierra habito» (Génesis 24, 3). Los descendientes de Jacob, yerno «arameo Labán» (Génesis 31,2), es decir, los doce antepasados epónimos de las tribus, ya fuesen éstos los hijos de sus esposas (Lea y Raquel), de sus sirvientes extranjeras (Bilha y Zilpa) o de sus concubinas, no respetaron esta regla: Judá se casó con una cananea (Génesis 38, 1-5), Efraín y Manases son los hijos de José, esposo de una egipcia (Génesis 41, 45 y 42, 48). Los hombres de la tribu de Benjamín, al ser boicoteados por los israelitas, que se negaron a entregarles sus hijas, repoblaron su tribu raptando a cuatrocientas muchachas para empezar, y más tarde, en Silo raptaron a todas cuantas necesitaban para satis­facer a los hombres que carecían de mujer (Jueces 21, 10-23), después de haber «pasado a cuchillo a los habitantes, compren­didos mujeres y niños» (Jueces 21, 10), apoderándose sólo de las vírgenes (Jueces 21, 12).

A Moisés le reprocharon haberse casado con una mujer kusita (Números 12, 1). El rey David había tenido una abuela moabita (Ruth) (Ruth 4, 22), y tuvo, de su esposa hitita, Betsabé, a su hijo Salomón (II Samuel 11, 27).

Resulta, pues, evidente, por el ejemplo mismo de los jefes de tribus, de Moisés, de los reyes, y por cuanto en las tradiciones orales refleja la historia, que los matrimonios mixtos y la fusión de los pueblos eran una práctica constante.

Que los hebreos eran una rama de la migración aramea lo prueba incluso la profesión de fe judía: «Mi padre era un arameo errante» (Deuteronomio 26, 5), y el Génesis que hace de «Labán, el arameo» el tío y el suegro de Jacob (Génesis 29, 15 y siguientes).

Que el mestizaje, cultural y étnico, era el fundamento de la continuidad y de la identidad de Palestina, lo atestigua, a comienzos del siglo vi, el profeta Ezequiel: «Así habla el Señor Dios a Jerusalén: por tus orígenes y por tu nacimiento, tú eres de la tierra de Canaán; tu padre era el amorreo, y tu madre una hitita» (Ezequiel 16, 3 y 45). Tal es la historia, que Ezequiel condena, en el siglo vi, como una forma de «prostitución», pero que resume cinco siglos de realidad histórica.

La noción de monoteísmo permanecería siempre confusa, hasta la intransigente definición que darían de aquél el cristia­nismo y, sobre todo, el Islam.

El poema babilónico de la Creación, en el siglo xi antes de nuestra era, indica cómo, a partir del tercer milenio (es decir, desde el mito de Atrahasis, que evoca la creación y el diluvio), la religión babilónica se encaminaba hacia el monoteísmo: «todos los dioses que en él se mencionan no representan otra cosa que la personificación de tal o cual cualidad de Maduk, de tal o cual de sus funciones divinas. Los demás dioses sólo son, en cierto modo, los diversos aspectos de su personalidad» [10]! En el mismo sentido, Albright llega a la conclusión siguiente: «Cuando se ha reconocido que numerosas divinidades di­ferentes sólo son las manifestaciones de un solo dios —y que el dominio del dios superior es universal—, sólo se está a un paso de llegar a un cierto monoteísmo»[11].

En el poema babilónico de la Creación, los dioses decían de Marduk: «Si los humanos están divididos en cuanto a los dioses, para nosotros, cualesquiera que sean los nombres que la hayamos dado, es El, nuestro Dios».

Shamash es el dios Sol, pero es, al mismo tiempo, el dios supremo que dicta al rey Hammurabi (1792-1750) el código de la justicia, que no desmerece en nada, medio siglo' antes, del «código de la Alianza», dictado por Yahvé a Moisés.

El testimonio de Albright, muy favorable, sin embargo, a las tradiciones de Israel, es significativo: «El libro de la Alian­za (Éxodo 21-23) es un código legal fragmentario del mismo tipo que el código de Hammurabi. Las leyes hititas (siglo iva. de Jesucristo) y las leyes asirías (siglo xII. de J. C), las fórmu­las de todos estos códigos se remontan a la jurisprudencia sumeria del tercer milenio antes de Jesucristo. El libro de la Alianza no es sino la forma adoptada por un código de leyes más antiguo, y más o menos generalizado, para expresar las condiciones locales que existían en Canaán y que probablemen­te pasó a manos de los israelitas durante el período de los Jueces. Bajo esta forma no es posible fecharlo antes del siglo iv. Mas dicha forma, trasladada al siglo ix, apenas si difiere del prototipo cananeo, varios siglos más antiguo, ya que nu­merosos arcaísmos de la costumbre y de la terminología tienen paralelos mesopotámicos todavía más antiguos. Por la forma y por la inspiración, las leyes apodícticas son únicas y originales; mientras que la forma y la inspiración de las leyes casuísticas son comunes a toda el Asia occidental»[12] .

Un estudio paralelo del código de Hammurabi y del código de la Alianza de Moisés [13]  conduciría a concluir la superiori­dad jurídica del código de Hammurabi, más clemente, por ejemplo, en lo concerniente a la manumisión de los esclavos (al cabo de cuatro años, en lugar de siete), la restitución de los bienes expoliados (dos veces, en lugar de cuatro), la ofensa a los padres. En cambio, el código de Hammurabi es más severo en lo referente a la corrupción de los jueces. Bien es cierto que el Decálogo (Éxodo 20, 3-17) condena incluso la intención (20, 17). Por tanto, se da aquí un elemento de interioridad moral que supera la sanción jurídica de los actos y de los hechos.

Pero esta dimensión de interioridad no falta tampoco en las religiones anteriores a la de Israel. En las tablillas cananeas de Ras-Shamra se enuncia el principio básico de las tres grandes religiones monoteístas (judía, cristiana y musulmana): el de la obediencia a Dios.

Este reconocimiento de lo trascendente, de lo divino, es propio de una vida auténticamente humana: «Temerás las flechas de El, y te convertirás en humano», dice la Biblia de Ougarit, así como la de los hebreos dirá, cinco siglos más tarde: «El principio de la sabiduría es el temor de Dios» (Prover­bios 1, 7), mensaje que reiterarán los Evangelios y el Corán.

Esta trascendencia de la voluntad de Dios, con relación a la sabiduría y a la moral de los hombres, está simbolizado por el ejemplo del «Justo doliente: en la Biblia hebraica con la con­movedora figura de Job», pero ya en la «Teodicea babilónica», hacia finales del segundo milenio antes de nuestra era, hay un poema cuya primera estrofa reza: «Quiero alabar al Señor de la sabiduría», poema compuesto en honor de Marduk, único dueño del destino de los hombres:

«Quiero alabar al Señor de la sabiduría...

Marduk, que exaspera a la noche y despliega la luz,

Ciclón impetuoso, envolviéndolo todo en su cólera, pero soplo bienhechor, como la brisa matutina...

... Mi Dios me ha abandonado...

Mi cabeza, antaño erguida, se inclina hacia el suelo.

Yo presumía como un señor, y araño los muros...

... Mis amigos de antaño me evitan.

Mi familia me trata como si no perteneciera a ella...

Todos los días gimo como una paloma, y las lágrimas queman mis mejillas,

La oración, empero, era para mí sabiduría,

y el sacrificio mi ley.

Yo creía estar así al servicio de Dios.

Mas los designios divinos, en el fondo de los abismos, ¿quién puede comprenderlos?

¿Dónde aprenderán los hombres los caminos de Dios?

¿Quién, sino Marduk, es el señor de la resurrección?

Vosotros, cuya arcilla original El modeló,

Cantad la gloria de Marduk.

En mis postraciones y mis plegarias,

de la tumba regreso al resplandor del Sol naciente.

A las puertas de la Salvación he recuperado la Sal­ivación.

A las puertas de la Vida, he recibido el don de la vida

A las puerta del Sol naciente

Fui de nuevo contado entre el número de los vivos» [14] .

Un tema similar se encuentra en los textos ougaríticos de Ras-Shamra, con la historia de Denel, justo y sabio, que fue castigado por Dios, regresó después a la tierra por la misericor­dia de Dios, y de nuevo dio hijos a su esposa. Los israelitas le conocían, puesto que Ezequiel lo cita, entre los justos y los intercesores, junto a Noé y Job (Ezequiel 14, 14 y 21).

Otro tanto sucede con respecto a Egipto, que también conoció este camino hacia el monoteísmo y hacia la interioridad.

El «Himno al Sol» de Akhenaton, en el que Dios es adorado por encima de cualquier imagen, como creador único del mundo de la naturaleza y Ce la historia de los hombres, como «único Dios, fuera del cual no existe ningún otro», expresa «un auténtico monoteísmo» [15].

La aportación egipcia al nacimiento del monoteísmo es evidente. Mucho antes de Akhenaton (siglo xm), del cual el Sal­mo 104, en la Biblia, reproduce textualmente el «Himno al Sol», el Libro egipcio de los Muertos, el «Poema de los Cuatro Vientos», los textos esculpidos y pintados en los hipogeos del Valle de los Reyes, especialmente en la tumba de Seti I, hace treinta y tres siglos, nos demuestran cómo era evocado el nombre de Dios en los diálogos entre los sacerdotes de Osiris y sus iniciados, en el curso de las ceremonias de iniciación en el templo de Abydos.

En el «Poema de los Cuatro Vientos», el nombre de Dios aparece expresado únicamente por jeroglíficos de plumas de aves que corresponden a las vocales I A U E E (Yahvé).

La última letra está representada por dos abanicos de plumas de sentido opuesto, para expresar la inspiración y la espiración de este Dios viviente, cuyo nombre está prohibido pronunciar, ya que nombrarle sería convertirlo en una cosa, como todos los objetos que son definidos mediante un concepto y una palabra.

Porque Dios no es un ser, sino un acto, una presencia crea­dora, fuente de toda existencia, y, por tanto, no puede reducirse a una de ellas.

Por el contrario, si se añade a Iaoue e Ieoua (Yahvé, Jehová) la letra «shin», que significa «abrazo», «encarnación», Ieshva (Jesucristo), es Dios manifestado en forma humana y la humanidad elegida en El.

Este es el nombre secreto de Dios (que no puede «decirse», porque sería un sacrilegio reducir este acto creador a una pala­bra que sólo puede nombrar a uno de los seres que El ha creado) que Mosisés (cuyo nombre es egipcio: Moisés, como Ramoses o Ramsés, hijo del dios Ra) trajo de Egipto, trajo de Egipto.

Esta larga maduración del monoteísmo, y la forma en que surge la dimensión trascendente del hombre, desde Mesopotamia a Egipto, a través de todo el Creciente Fértil, ha sido acaparada por la tradición sacerdotal hebraica, volviendo a escribir la historia en un espíritu estrictamente etnocéntrico. El Deuteronomio (12, 5; 12, 21; 16, 11) repitiendo hasta la saciedad que Jerusalén es «el lugar que el Señor ha elegido para poner en él su nombre» Josué situándolo en el Monte Ebal (8, 30-35) en Siquem, o Jeremías en Silo (8, 12; 14 y 30).

Tú eres el único. Tú has creado todo lo que existe, decía ya un himno a Amón, en el siglo xv.

Un paralelo, frase por frase, entre el «Himno al Sol» de Akhenaton y el Salmo 104 de la Biblia hebraica, se establece en los Textos de la Biblia y del Oriente Medio (op. cit., pági­nas, 99 a 103).

Es cierto que este himno del reformador monoteísta [16] Akhenaton no hace hincapié en un aspecto esencial: el de la justicia social.

Precisamente sobre este punto, desde el Deuteronomio, y aún más con los grandes profetas, después de Amos, es cuando la aportación israelita es real.

Porque si bien los hebreos no han inventado el monoteísmo, que maduraba, desde hacía siglos, en todo el Próximo Oriente, hicieron de su naciente monoteísmo (que sólo triunfaría de­finitivamente, en Israel, a mediados del siglo vi, con el segundo Isaías), un motor del movimiento de liberación social.

Las huellas del politeísmo hebreo, en las tradiciones orales, transcritas a partir del siglo ix, son irrefutables.

El libro de Josué (24, 2) dice claramente: vuestros padres servían a otros dioses. El padre De Vaux aporta, sobre este punto, pruebas extraídas de la propia Biblia: Si, como dice Albright, el término monoteísta indica a cualquiera que enseñe la existencia de un solo Dios, Moisés no era monoteísta, porque no poseemos ningún indicio de que haya profesado la creencia en un Dios único. Tenemos, antes bien, indicaciones positivas de que no era ésta la doctrina del Judaísmo primitivo.

El cántico de Éxodo, 15,11, pregunta: «¿Quién hay como tú entre los dioses, Yahvé?; después de haber escuchado el relato de la liberación de Israel tras haber abandonado Egipto, Jetró, el suegro de Moisés, que había acudido a ofrecer sacrificios a Yahvé, exclamó: «Ahora sé que Yahvé es más grande que todos los dioses» (Éxodo 18, 11). Ni siquiera el primer mandamiento del Decálogo[17], niega la existencia de otros dioses, antes la supone y prohíbe que se les rinda culto alguno[18].

La existencia de otros dioses es reconocida, por ejemplo, en Jueces 11, 24: «¿No posees lo que Kamosh, tu dios, te hace poseer? De igual modo, "todo lo que Yahvé, nuestro Dios, ha arrebatado a sus poseedores, nosotros lo poseemos ahora", dicen los israelitas a las gentes de Moab, que en Números 21, 29 son llamadas «pueblo de Kamosh».

David, en I Samuel 26, 19, reprocha a los íntimos de Saúl actuar como si le dijeran: «Ve a seguir a otros dioses». Las supervivencias del culto a otros dioses estaban tan arraigadas en el pueblo que, incluso condenadas como abominaciones, Manases, rey de Judá desde 687 a 642, «erigió altares a Baal» II Reyes 21, 3), lo mismo que antes que él lo había hecho Ajab, rey de Israel (875-853), quien, después de haberse casado con la hija del rey de los sidonios, E. Ezbal (que significa «Baal con él»), construyó templos a Baal y se arrodilló ante este dios I Reyes 16, 31).

En cambio, la aportación nueva de los hebreos es la de haber puesto de relieve, en su historia, real o magnificada por el mito, el momento de su liberación de la miseria y de la opresión, el momento del Éxodo, de la salida de Egipto. Los Diez Mandamientos están precedidos por este preámbulo: «Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud». (Éxodo 20, 2). La liberación, el Éxodo, es el símbolo mismo de la Salvación.

Para los cananeos, la Pascua era la fiesta de la primavera, de la renovación de la naturaleza[19]. Para los israelitas, es la conmemoración del acontecimiento que consideran como el momento crucial de su historia: el Éxodo, la liberación de la miseria y de la servidumbre a Egipto.

El pasaje principal del primer «Credo» que resume la fe israelita: «Mi padre era un arameo errante»... (Deuterono­mio 26, 5) en forma de una «historia santa», en la que cada episodio es un artículo de fe, subraya este momento de la liberación: «Los egipcios nos maltrataron y nos oprimieron, y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia. El Señor nos sacó de Egipto con manos fuertes y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y portentos» (Deutero-mio 26, 6-8).

Una insistencia semejante sólo puede explicarse como una experiencia histórica decisiva para la historia de Israel.

Ahora bien, esta historia resulta un verdadero enigma.

Sin duda, la lectura de la Biblia nos presenta una extra­ordinaria epopeya, es decir, la historia de Israel.

Esta historia comienza con la del mundo, después de la creación de los cielos y de la tierra, y, luego, de la del primer hombre.

Se produce una destrucción de esta obra, a causa de los pecados del mundo, por medio del Diluvio, cuyo único super­viviente —además de cuantos con él se salvaron a bordo del arca—, Noé, repoblará la tierra.

Uno de sus descendientes, Abraham, por su conducta ejemplar, va a dar un sentido a toda la historia ulterior: por medio de su hijo Isacc, salvado por el propio Dios, en recompensa de su sumisión incondicional a la voluntad de Dios, y también por medio de un nieto, Jacob, rebautizado Israel, que tendrá doce hijos, antepasados de las doce tribus de Israel. Abraham, pues, constituirá el origen de una «historia santa».

Entre Israel y Dios ha sido concluida una «alianza» Israel respetará la ley de Dios, y Dios le prometerá la tierra de Canaán.

Después de infinidad de peripecias, a consecuencia de los pecados de Israel y a los castigos así provocados por parte de Dios, la promesa hecha a los patriarcas se cumplió. Después de la larga migración, desde Mesopotamia hasta Egipto, y de una larga esclavitud bajo el yugo de los faraones, el propio Dios saca a su pueblo de Egipto, dirige su éxodo dándole a Moisés por jefe, dicta a Moisés la Ley que en adelante deberá observar Israel para ser fiel a su Dios. A continuación, las doce tribus unidas, bajo el mando de Josué, en una guerra relámpago se apoderan de Canaán, expulsando Dios delante de ellos a los ocupantes o haciendo que el ejército de Josué extermine a las poblaciones.

Después de algunas rebeldías reprimidas por los «jueces», jefes de las tribus, la dominación del país queda asegurada por la monarquía de David y de su hijo Salomón, bajo cuyo reinado esta maravillosa historia, durante largo tiempo trans­mitida de forma fragmentaria a través de las tradiciones orales, comienza a ser escrita y compuesta en un fresco coherente. Esta primera compilación realizada por lo que los exégetas llaman el «Yahvista», en el siglo x, será completada, en la primera mitad del siglo vm, por un segundo equipo de compiladores de tradiciones, el «Elohista», que atenúa el antropomorfismo de la primera versión. Entre 716-687 se ha efectuado una síntesis, la del Deuteronomio, dando mayor relieve al tema de «la alianza», y por tanto al pueblo elegido, así como a todas las consecuencias de la fidelidad a esta alianza.

Finalmente, la fuente sacerdotal (así llamada en razón de su insistencia sobre la observancia rigurosa de las citas), data del exilio babilónico, en el siglo vi.

Con respecto al período que nos ocupa, el de la instalación de los hebreos en Canaán, poseemos, como textos bíblicos, el Deuteronomio, el Libro de Josué, el de los Jueces, el de Samuel y los dos Libros de Reyes, que nos conducen hasta el año 587 (conquista de Jerusalén a manos de los babilonios). .

El principal problema histórico nace de que ningún dato arqueológico o documental verifica el texto bíblico ni permite aportar al mismo una confirmación histórica.

Un científico tan atento a salvar la historicidad de la Biblia como lo es el padre De Vaux (O. P.), reconoce, como todos los demás investigaciones, que en ninguna parte se encuentra «la menor "alusión explícita a los patriarcas hebreos, a la estancia en Egipto, al Éxodo, ni siquiera a la conquista de Canaán, y es muy dudoso que el silencio sea roto jamás por nuevos textos» [20].

La primera y única vez en que el nombre de Israel apareció en una inscripción fue en una estela que exaltaba, hacia 1225, las victorias del faraón Mernefta. En la enumeración de sus victorias, se dice que, al apoderarse de ciudades palestinas, destruyó también a Israel: «Israel ha sido devastado. Su raza (su simiente) ya no existe». Ni una palabra más sobre Israel, ni en la estela, ni en toda la literatura egipcia.

Por no citar sino el ejemplo más significativo: de la época que marcó, según la Biblia, el apogeo del poderío de Israel, el nombre mismo de David, o su historia, no figuran en ninguna fuente anterior a la Biblia: ni texto, ni inscripción, ni vestigio arqueológico. La muerte de Salomón «es el primer aconte­cimiento de la historia de Israel que puede ser históricamente fechado»[21], porque por fin es posible establecer una relación histórica comparativa con la cronología del imperio neoasirio que, en este caso, es fiable, determinada con exactitud por los cálculos astronómicos.

Un ejemplo típico es el del Éxodo. Existen informes de los guardias fronterizos situados entre Egipto y Canaán, en la presunta época del paso de los hebreos (hacia 1220-1200). En los mencionados informes aparece registrado el menor desplazamiento de un funcionario, de un destacamento militar o de un tribu nómada en trashumancia[22]. Ni la más mínima huella del paso de los hebreos, aunque en el Libro del Éxodo (12, 41) se nos dice que eran «legiones», que acabaron con una división de carros egipcios, y que «Dios derribó al faraón y su ejército en medio del mar» (Salmo 136, 15). Inexplicable silencio egipcio sobre acontecimientos tan prodigiosos: este acontecimiento «no mereció, al parecer, la atención de los egipcios» [23].

Todo lo más, la arqueología puede revelarnos en ocasiones el «contexto» de estos relatos épicos: la existencia de migraciones amorreas en la presunta época de los patriarcas, los vestigios de la destrucción de Hazor en los supuestos tiempos de la instalación de los hebreos en Palestina. Otro tanto puede decirse, por ejemplo, de la ¡liada: las investi­gaciones arqueológicas han demostrado la existencia de Troya y de su destrucción, y la realidad histórica de los reinos micénicos. Esto prueba, y es cierto por lo que a la Biblia se refiere, que las tradiciones orales y los mitos se basan, en general, en una trama histórica real. Casi siempre, por otro lado, la ar­queología desmiente las baladronadas, por ejemplo, del Libro de Josué: Jericó y Ay, como hemos visto, hacía mucho tiempo que ya no existían cuando «Josué» se jacta de haber hecho derrumbarse sus murallas.

Se repite la misma ausencia de vestigios que atestigüen el nacimiento de una nueva edad de la civilización, en Palestina, con la llegada de los hebreos. Kathleen Kenyon, al hacer el balance de sus excavaciones arqueológicas, confirma: «Una de las principales dificultades para establecer la cronología de la entrada de los israelitas es que nada, en ningún emplazamiento, permite decir que existe una prueba material de la llegada de un pueblo nuevo». Y concluye: «Fuerza es admitir que los grupos israelitas que llegaban eran esencialmente nómadas... que al instalarse allí, se hicieron con el patrimonio de sus pre­decesores en el territorio... La cultura palestina... era esen­cialmente cananea [24].

 


 

 

[1] Harris, Development of the Canaanite dialects, 1939, pp. 10 y 11

[2] Antiguo Testamento, traducción ecuménica de la Biblia (TOB), Génesis 46, 3

[3] R. Dussaud, Les origines Cananéennes du sacrifice israelile. Ed. Leroux, París, 1921, p. 69

[4] H. E. del Medico, La Biblie cananéenne découverte dans les lextes de Ras Shamra, E. Payot, París 1950, p. 15

[5] La expresión procede del título de la obra de H. E. del Médico: La Bi­blia Cananea descubierta en los textos de Ras-Shamra (Payot, 1950).

[6] Se trata también del titulo de otra obra de gran interés, de la cual es autor el reverendo John Gray: The legacy of Canaán (Leiden, Brill, 1957).

[7] Las religiones del Próximo Oriente, textos sagrados babilónicos, ouga-riticos, hititas, presentados por Labet, Caquot, Sznycer, Vieyra. Ed. Fayard, Deno'él. Colección: «El tesoro espiritual de la humanidad». París, 1970, p. 375.

[8] W. F. Albright, De la Edad de Piedra a la Cristianidad. El Monoteísmo y su evolución histórica. Ed. Payot, París, 1951, p. 156.

[9] Ibídem. pp. 376-377.

[10] Las religiones del Próximo oriente (op. cit  n 71).

[11] Op. cit.. p. 159.

[12] Op, di., p. 160.

[13] Este paralelo detallado ha sido elaborado, por ejemplo, por Ro­ben W. Rogers: «The Code of Hammourabi», en Cuneiformparallels lo Ihe Oíd Tesiameni. Nueva York, 1912, SI 17

[14] En Les religions du Proche-Oriem, op. cit., pp. 329 a 341. Passin. Un paralelo minucioso, frase por frase, entre el «justo doliente» del poema babilónico de la Creación y el Job de la Biblia en Textes de la Bible el de l'Ancient Orieni (presentado por Frank Michaeli, Ed. Delachaux et Nestlé. Neuchatel, 1961, pp. iii a 114.

[15] Albright, op. cit.. p. 163

[16] La expresión es del padre De Vaux: Histoire ancienne d'Israel. Op. cit.. página, 102.

[17] «No te postres ante los dioses extraños, porque el Señor se llama y es Dios celoso». (Éxodo 34, 14)

[18] Padre De Vaux: Histoire ancienne d¡ Israel, op. cit., pp. 431-432

[19] Para los cananeos, la Pascua, la fiesta del «pan ázimo, sin levadura», era la fiesta rural que precedía a la recolección: fiesta de renovación. En ella se comía pan sin levadura, es decir, sin nada procedente de la antigua cosecha. El Deuteronomio conserva esta fecha cambiando su significado: «Observa el mes de las espigas y celebra la Pascua en honor del Señor, porque fue en el mes de las espigas cuando el Señor, tu Dios, te hizo salir de Egipto... Comerás pan sin levadura... —pan de la miseria— para acordarte, todos los días de tu vida, de! día en que saliste de Egipto» (Deuteronomio 16. 1-4).

[20] P. de Vaux, Hisloire ancienne dIsrael, op. cit.. p. 154.

[21] North. Histoira de Israel, p. 235.

[22] Véase, por ejemplo, Textes du Proche Orient ancien et hisloire dIsrael. recopilados por Jacques Briend y Marie Joseph Seux. Ed. du Cerf, París, 1977^ páginas 65 a 68

[23] Encyclopaedía Universalis. vol. 12. Artículo «Palestina» pá­gina 429

[24] Kathleen Kenyon, Amontes and Canaanites. The Schweich lectures of the British Academy (1963) Oxford University Press, 1966, p. 5.