EL RETORNO A ALLAH

Tawba

 

         La Sharî‘a, la Ley -con sus tres apartados (Doctrina de la Unidad, Ciencia del Derecho y Acción)- es el Asâs, el Cimiento del sufismo. Con la estricta observancia de la Sharî‘a se es musulmán (múslim), condición sin la cual no se puede ser iniciado en el sufismo.

         Islâm significa rendición incondicionada a Allah. El musulmán somete su existencia a su Único Existenciador, y con ello está preparado para proponerse un Camino hacia Él, buscando conquistarlo (el Fath, la Iluminación). La sujeción a la Sharî‘a es una necesaria purificación con la que se abandona el mundo de los ídolos y el aspirante se asoma al Dominio de Allah. El Islâm es el espacio infinito de Allah, en el que reina Él Solo, por tanto, el Islam es conforme a la Verdad y coincide con la esencia de las cosas. El sufismo (Tasawwuf) comienza aquí, y consiste en saborear el Islâm. El musulmán, al someterse a la Sharî‘a ha despejado su mundo, lo ha trasformado en Dominio de la Verdad. El sufí avanza por ahí hasta Allah mismo.

         Para ello hace falta una intención muy poderosa, a la que se da el nombre de Tawba, que significa Retorno hacia Allah. La Tawba es una radical ruptura con el mundo anterior, es una decisión firme que se propone exclusivamente a Allah como meta. Al-Qushairi dijo: “Tawba es la primera estación de los peregrinos y es el primer rango de los buscadores”. As-Sarrây dijo: “Tawba es el primer momento de los que se consagran a Allah”. Abû Tâlib al-Makki dijo: “Tawba es la primera raíz de los rangos de la Certeza y en la que beben sus estados espirituales los temerosos de Allah”. Al-Gaçâli dijo: “Tawba es el comienzo del Camino y es el primer paso que deben dar los aspirantes”. Se trata, pues, de un noble instante de lucidez que tiene una fuerza tal que inspira todo el proceso a seguir hacia Allah, y por ello se dice que de él beben los que se dirigen hacia Allah. Al-Yîlâni dijo: “Oh, creación de Allah... Retornad hacia Allah. Reconciliaos con vuestro Señor haciendo mediar un Retorno hacia Él. Todos necesitáis realizar un acto de Tawba”.

         Tawba, el Retorno hacia Allah, es una auténtica conversión hacia Allah. La Tawba es exigida a todos los musulmanes, en realidad es un deber de todos los seres humanos. El Corán dice: “Volveos hacia Allah todos”. Por acertado que se sea en materia de ‘Aqîda, por extensa que sea la Ciencia de alguien, por severo que sea en sus prácticas del Islam, aún se está lejos de Allah si en el corazón no hay un auténtico deseo de retornar a Allah. La Tawba se manifiesta primero como rechazo a todo lo que nos aparta de Allah, es una renuncia a los dzunûb, a las ignorancias, torpezas, negligencias y crueldades del ser humano. Se trata de reconocer el error y la falsedad (ta) para pasar así a la Verdad (al-Haqq).

         El dzanb, traducido con frecuencia como pecado pero que no tiene las consonancias metafísicas que en el cristianismo, es el resultado del egoísmo (nafs) y el aferramiento al mundo (duniâ), de la miseria que resulta de la ‘ausencia’ de Allah. Tiene su origen en Shaitân, el Demonio, que es “estar lejos de Allah”, es “apartarse de la Rahma, la Misericordia”, y eso es el Enemigo del ser humano, la fuente de todos sus padecimientos y frustraciones. Tawba es volver a mirar hacia Allah, dejando atrás los dzunûb, las maldades que nos sumergen en el fuego de la existencia separada. Y lo primero es tomar conciencia de que eso es así, y la puerta por la que se entra en el terreno de la Tawba es el Istigfâr, que consiste en pedir perdón a Allah. Sidnâ Muhammad (s.a.s.) pedía perdón a Allah al menos setenta veces cada día y cada noche.

         El dzanb es inevitable, es en lo que estamos hasta que nos damos cuenta de nuestro vacío y nuestra necesidad de Allah, de ser colmados en lo eterno que está en todas las raíces, abandonando la miseria. El Profeta (s.a.s.) dijo: “Todo ser humano se equivoca, y los mejores entre los que se equivocan son los que se vuelven hacia Allah”, es decir, los que hacen Tawba, los que reconocen su error, piden perdón por él, lo enmiendan y lo superan. Allah ha creado el dzanb para que haya un punto de partida y un avance hacia Él. El dzanb, y tomar conciencia de él, es la clave para que se inicie el proceso hacia la Inmensidad. Todos los profetas, desde Adán, despertaron hacia Allah porque descubrieron el dzanb, y lo primero que hicieron fue pedir perdón, como dice al-Yilâni: “Si ese fue el caso de esos grandes señores, jefes de la creación y cabezas de la Ley, soberanos entre los hombres, ¿qué es de ti, oh pobre? Estás en la casa de la arrogancia, en el feudo de Shaitán, rodeado por los ejércitos del enemigo, sumido en la creación, en la frivolidad, en el ego, en las pasiones y en las obsesiones, creyendo en los adornos y limitándote a devociones formales...”.

 

 

Definición de Tawba

 

Tawba significa Retorno (es un sinónimo de ruÿû‘, regreso), que implica primero una renuncia a todo lo que es censurado y reprobado en la Ley Revelada (lo madzmûm) sustituyéndolo por lo que es elogiado en ella (lo mahmûd). La Tawba tiene en su origen un saber, y es que los dzunûb (los comportamientos del ego) y los ma‘âsî (las rebeldías ante Allah) son males que destruyen al ser humano y lo alejan de su Señor. El Imâm al-Yilâni califica la Tawba de un ‘golpe de Estado’ que se produce en el corazón, donde hasta entonces imperaba Shaitân, el ego y la frivolidad, y dice que, con la Tawba, donde reinaban las costumbres y desidias pasan a predominar las prácticas espirituales, que descontaminan el fuero interno del ser humano, lo iluminan y agigantan su ánimo, haciéndolo soberano. Lo que hundía al hombre se cambia por lo que lo alza. Las rebeldías son sustituidas por obediencias, siendo construida la fortaleza del Islam. La Tawba, por tanto, es la piedra filosofal, el azufre rojo, lo que trasforma los metales sin valor en oro.

Para comprender el alcance de lo esbozado en el párrafo anterior hay que saber que el dzanb, el error, la crueldad, la miseria, la ignorancia, del ser humano son el resultado de una injusticia (zulm), y la injusticia es una tiniebla (zulma) que acaba tragándose al hombre. El ser humano, engañado por su existencia en el mundo, es injusto con Allah, consigo mismo y con los demás:

A) La injusticia con Allah consiste en ignorarlo o sustituirlo, y estas son las raíces de todos los males, y Allah jamás lo perdona (es decir, sólo una Tawba radical cura ese mal, síntoma de un corazón muerto). Es así de importante el tema porque Allah es ‘lo que se lleva en el corazón’, es tu Creador, tu razón de ser, tu verdad. Allah ha creado el universo y ‘sobre Él’ creamos nuestro mundo. Lo que sepamos de Allah tiene una radical trascendencia, porque nos desenvolveremos en esta vida en función de lo que sepamos o ignoremos de Él o aquello con lo que lo sustituyamos. Se trata de la extrema importancia de la ‘Aqîda, a la que hemos aludido al comienzo de este artículo. El rechazo a Allah (Kufr), la confusión a su respecto (Shirk, origen de la idolatría), son determinantes. Estos dzunûb sólo tienen una salida, que es el Istigfâr, el Islam y asumir sus enseñanzas sobre la Radical Unidad y Unicidad de Allah. Volver del Kufr y del Shirk, abandonar el rechazo a Allah o la confusión a su respecto, se hace con la inmersión absoluta en lo que Allah significa. Esa es la puerta hacia la Inmensidad, cerrando la etapa de la estrechez.

         B) La injusticia del ser humano para consigo mismo consiste en matar su corazón y asesinar su espíritu entregándose a su rudeza y haciendo prevalecer las inclinaciones, frivolidades y comodidades del ego (el nafs). Todo ello es una injusticia porque entenebrece al ser humano, lo oscurece cuando él, en su raíz, es luz. De esta injusticia ‘se vuelve’ con el Istigfâr y las prácticas espirituales (‘Ibâdât) que el Islam ordena. Con ello, el hombre primero pasa a ser consciente de su dejadez y aspira a la grandeza que intuye en la purificación del nafs. De estas faltas (dzunûb) que el hombre comete contra sí mismo Allah disculpa lo que Él quiera, a diferencia del Kufr y el Shirk.

         C) En cuanto a las injusticias que unos cometen contra otras a base de comportamientos innobles, como la mentira, la avaricia, la traición, la cobardía, la pereza, la agresión y demás conductas viles con todas sus perversas variantes, sólo las perdona Allah si son enmendadas en la medida de lo posible. ‘Se vuelve’ de ellas con el Istigfâr, la restitución y practicando las cualidades nobles (los ajlâq) contrarias a las mencionadas.

         Los diferentes dzunûb y ma‘âsî posibles son, por tanto, clasificables en alguno de esos apartados. Todos ellos son perturbaciones que ofuscan al ser humano y apagan su clarividencia. Cuando son extremos, ‘condenan’ al ser humano, lo hunden en el remolino de su violencia, y es a lo que se denomina Castigo del Fuego cuya verdadera envergadura descubrimos cuando nos asomamos a al-Âjira, el Universo de Allah, lo que hay más allá de la muerte, lo que no somos capaces de captar en la agitación de nuestras vidas cotidianas pero que está al acecho, subyaciendo en cada uno de nuestros instantes, siendo la profundidad abismal en la infinitud de lo eterno de toda existencia. En oposición al Fuego está el Jardín, que es la Morada de la Paz, destino de quienes suavizan sus existencias para conectarlas con la Rahma, la Misericordia Creadora.

         Puesto que los dzunûb son inevitables, por un lado, y difíciles de determinar, por otro, la Istiqâma, la Rectitud, consiste en atenerse a las enseñanzas del Corán y la Sunna, evitando lo que prohíben o desaconsejan y realizando lo que ordenan o recomiendan, a la vez que se pule el corazón con las prácticas espirituales (‘Ibâdât).

 

 

         El Perdón de Allah (Gufrân, Mágfira)

 

         La marca del comienzo de la Tawba es el Istigfâr. El Istigfâr, como ha quedado dicho, es la solicitud de Perdón (Gufrân o Mágfira) a Allah. Su clave habitual es la fórmula astágfirul-lâh, pido perdón a Allah. Lo importante del Istigfâr, a parte de connotar modestia, humildad y pequeñez ante el Infinito que se abre al corazón, es que significa una toma de conciencia y marca un punto de partida expresando la intención de deshacerse de un fardo y aligerar el espíritu.

         Con el Istigfâr se pretende alcanzar el Gufrân, la Mágfira, que son el Perdón de Allah. ¿Qué es exactamente el Perdón? Debemos advertir que esta traducción para Gufrân o Mágfira es muy cuestionable, pero nos la permitimos para evitar digresiones excesivas. Para empezar, hay que destacar que, en árabe, el Gufrân (o Mágfira) designa un acto que sólo puede realizar Allah y tiene un sentido muy preciso e insustituible. En castellano, el término perdón es más amplio y general, pero en árabe se emplean otras palabras para el perdón cuando tiene otro agente que no sea Allah. Entre sí, en árabe, los hombres pueden tolerarse, disculparse, olvidar agravios,... pero no ‘perdonar’. El Gufrân, por tanto, es exclusivo de Allah, y consiste en que evite a una persona las consecuencias negativas de sus actos a un nivel profundo. Nosotros podemos reparar sólo hasta cierto punto los daños que cometemos, pero hay un Mundo que se nos escapa, y es al-Âjira, el de Allah, donde los frutos de nuestros actos tienen dimensiones irrepresentables. Pedirle Perdón a Allah consiste en reconocer su imperio ahí donde no llega el esfuerzo del ser humano por corregir sus propios desmanes. Sólo así es posible una purificación perfecta del corazón.

Sin el Gufrân de Allah están cerradas las puertas de una auténtica inmersión en la Misericordia Creadora y el ser humano continua en el Fuego de sus privaciones. Si indagamos en las connotaciones del Istigfâr, descubriremos aún cosas sorprendentes que corroboran lo que decimos. Hemos llamado, por ejemplo, Kufr al rechazo con el que el hombre niega a Allah y le vuelve la espalda. En realidad, la raíz kfr, de donde deriva Kufr, significa ocultar. Es como si el Kufr fuera el acto con el que el hombre impone su ego y ‘vela’ tras él a Allah, lo hace ‘invisible’ e ‘insignificante’ bajo la arrogancia de su autoafirmación, privándose de lo Infinito, y, como hemos señalado, ese es el origen de todos los males porque el hombre, sin su Verdadero Señor, sin Allah, sin esa intuición de lo auténtico y desmesurado, es negación, escasez, indigencia, pura apariencia y, a partir de sí y de su mentira, construye un mundo egoísta, cruel, ilusorio y miserable. Por otro lado, si buscamos en un diccionario árabe, encontraremos que gfr, de donde deriva Gufrân, también significa ocultar, pero en este caso designa el acto con el que Allah ‘se impone a Sí Mismo’ y recubre o tapa al hombre, lo protege y agiganta en su propia Grandeza. Ese es el verdadero significado de Gufrân, ante el que el término castellano Perdón es del todo insuficiente.

Tawba es el Retorno hacia Allah, el abandono del mundo de las ilusiones para penetrar en el de las esencias. Se concreta en la renuncia a los dzunûb, los actos que nacen de las privaciones del ser humano y tiene un estandarte en el Istigfâr, la petición de perdón. Pero la Tawba no es una formalidad ni puede quedarse en una intención y la repetición de unas palabras. para que la Tawba sea Nasûh, para que sea realmente efectiva, tiene que cumplir otras condiciones.

 

 

         Condiciones de la Tawba

 

         Los maestros sufíes han dedicado libros enteros a describir el modo de volver a Allah en los comienzos del Camino. Para que la Tawba sea Nasûh, para que sea una conversión sincera y eficaz, debe cumplir, de forma resumida, tres grandes condiciones:

A) Nádam, el arrepentimiento, el remordimiento. El nádam ha sido definido como ‘dolor del corazón al saber que ha perdido a su Amado’. Ese sufrimiento es un estímulo porque el ser humano lo detesta y quiere librarse de su carga, y el sincero se propone superarlo eliminando la causa. Su razón inmediata es el dzanb, pero este es signo de algo mayor, es el signo de un desvío y una separación, una ruptura con la Verdad. Puesto que su motivo es la sensación de haberse alejado de Allah, se remedia anulando la distancia, y entonces el musulmán se vuelve hacia su Señor. El nádam, el dolor y el lamento, es una luz que se enciende en el corazón y es tan eficaz que el Profeta (s.a.s.) lo consideró ya de por sí como realización del Retorno, pues dijo: “El nádam es la Tawba”.

B) Tark aç-çallât, el abandono de los deslices. Con deslices nos referimos aquí a los dzunûb, las faltas contra la Generosidad y la Misericordia, las traiciones a Allah. No es sincero en su lamento quien insiste en sus fallos. El ser humano se hunde en los dzunûb por amor sincero hacia sí mismo, y por amor sincero hacia Allah debe salir de ellos. Para los sufíes, la Tawba es la declaración de un Amor absoluto y radical a Allah, y por ello el Imâm al-Yilâni dijo: “Un solo desliz después de la Tawba es peor que setenta antes de ella”. Para la inmensa mayoría de los seres humanos, es muy difícil el tark aç-çallât, y lo más normal es que el hombre vuelva a caer en sus errores y debilidades, y el único bálsamo que le queda, si es realmente sincero, es la rendición ante Allah de su corazón y la confianza en su bondad, que en cualquier caso siempre deben ir acompañando a la Tawba para que jamás sea un acto de arrogancia. En su Invocación, el Sháij Sidi Ahmad al-‘Alawi decía: “Oh, mi Señor, sabes que yo deseo volver a ti y amo a los que se vuelven hacia ti, porque sé que Tú amas a los que vuelven a ti y amas a los que se purifican, pero temo decir ‘vuelvo a ti’ para después violar mi Regreso, como hace siempre mi naturaleza y mi costumbre. Pero eso no me impide pararme a tu Puerta y confiar en tu Liberalidad y tu Generosidad. Heme aquí, que vuelvo de nuevo a ti y a ti regreso si me ayudas y me aceptas...”. Es muy importante no abandonarse a la desesperación ni justificarse en la escasez de fuerzas y las muchas debilidades de la naturaleza humana, porque Allah es más Grande que eso, y Él es la Meta y todo lo demás son medios.

C) ‘Açm, la resolución, la decisión firme. Consiste en que exista el propósito de no volver a caer en los mismos errores. El ‘açm es la práctica severa de la paciencia, el autocontrol, la perseverancia,  la serenidad,... hasta vencer sobre las pasiones y alcanzar el sosiego del corazón. Es la gran lucha interior que debe librar todo musulmán, y que un sufí no descuida. Al-Yîlâni decía: “Si quieres abrir la puerta de la Tawba comienza por sacar de tu alma las tribulaciones que nacen del dzanb y después elimina que tu corazón lo vuelva a desear. Y ten paciencia, pues si no sabes tener paciencia eres alguien que no se toma en serio el Camino”. Efectivamente, la Tawba es un acto serio y debe ser asumida con rigor, de manera que el que afronta ese gran reto se impone a sí mismo una disciplina.

Cuando se cumplen las tres condiciones enumeradas, la Tawba es Nasûh, es un manifiesto acto de sinceridad ante Allah. Esa sinceridad tiene cuatro testigos justos: la lengua silenciosa, la ausencia de envidia, la buena compañía y la desaparición del miedo a la muerte. El primero es la paz de la lengua del que afirma haberse vuelto hacia Allah, de modo que se abstiene de toda mentira, calumnia o grosería. El segundo es que su corazón no siente envidia ni enemistad hacia nadie. El tercero consiste en que se separa de las malas compañías y busca las buenas. El cuarto es que esté preparado para la muerte, habiendo sustituido las rebeldías por obediencias. Quien es así está preparado para consagrarse a Allah, pues se ha vaciado de inquietudes.

 

 

La austeridad (wára‘)

 

En el capítulo de la Tawba hay que hablar de una virtud complementaria, que el wára‘, la austeridad. Efectivamente, la Tawba es una puerta, el comienzo de un largo viaje. En sus comienzos, el aspirante aún está cerca de la tierra de la desidia (ard al-gafla). Recién la ha abandonado, pero puede recaer fácilmente en ella. Cuando alguien sale de una enfermedad, sus primeros momentos son dudosos, y el peligro de que la fiebre se repita aún planea sobre él. Por ello, para afianzarse en su nuevo estado y encontrar calma en él le es necesario ponerse a la sombra del árbol de la austeridad.

La definición del wára‘ en el Islam es sencilla: consiste en evitar lo dudoso (shubha) para no caer en lo prohibido (harâm). Se llama dudoso a aquello que la Sharî‘a en principio no prohíbe, pero sí lo desaconseja, o bien aquello que puede inducir a algo prohibido. En el Islam hay licencias que los más resueltos se niegan a sí mismos para adentrarse por lo más severo. Abû Bakr decía: “Preferíamos -en los primeros tiempos del Islam- abandonar setenta cosas lícitas por temor a caer en un solo delito”. Con la Tawba, el aspirante ha accedido al espacio puro de Allah, y no desea salirse de él, y para ello evita sus bordes. Para los sufíes, la Tawba es el trono en el que descansa la Apertura hacia Allah, y el Wára‘ es su guardián. Se trata, por tanto, de estar alerta.

Los tratados sufíes rebosan de ejemplos de wára‘, de temor a cometer la más mínima injusticia, a incurrir en la más mínima falta, que traducen la pureza de corazón de quienes realmente se han propuesto conquistar a su Señor. Un ejemplo basta, el relato en el que una sufí se presenta ante el Imâm Ahmad ibn Hánbal para exponerle la siguiente preocupación: “Oh, Imâm, por las noches, las mujeres de mi casa subimos a la azotea a hilar y lo hacemos aprovechando la luz de las antorchas de los vecinos, ¿es honrado lo que hacemos?”, y el Imâm Ahmad, admirado, le preguntó: “¿Quién eres, Allah guarde tu salud?”, y ella respondió: “Soy la hermana de Bishr ibn al-Hâriz”, y Bishr ibn al-Hâriz había sido un maestro sufí de austeridad extrema. El Imâm, llorando, le dijo: “De vuestra casa han salido todas las enseñanzas sobre el wára‘. Vete, y no hiles a la luz de esas antorchas”.

El wára‘ sincero, el que no es resultado de la arrogancia ni de las obsesiones enfermizas, es un mérito del que dijo al-Yîlâni: “Quien se exige cuentas a sí mismo en este mundo, quien sólo toma de la creación aquello a lo que tiene derecho y renuncia a lo que no le corresponde, quien teme que Allah le haga rendir largas cuentas el Día de la Resurrección... ¿qué le puede echar en cara su Señor?”. Al-Yîlâni quería que sus discípulos se centraran, para concretar el wára‘, en las siguientes virtudes: la sinceridad, absteniéndose de mentiras, calumnias, groserías, burlas y demás deslices de la lengua; el pensamiento recto, evitando juzgar por sospechas, descartando las suposiciones, prefiriendo tener buena opinión de todo el mundo; la humildad en la mirada; la generosidad; la huída de la fama y el poder; la práctica rigurosa del Salât en sus momentos exactos; la rectitud en conformidad al Corán y la Sunna.

Sidnâ Muhammad (s.a.s.) resumió en pocas palabras la esencia de la austeridad (wára‘) cuando dijo: “Signo de la belleza del Islam de una persona es que abandone lo que no le atañe”. Lo que realmente incumbe directamente a cada persona, lo que no debe dejar de lado jamás, es la corrección de su carácter, el pulido de su comportamiento, la salud de su corazón. Quien se entrega a esa empresa olvida de manera natural todo lo superfluo, no es engañado por las apariencias, desatiende lo insustancial. Se cuenta que en cierta ocasión Ibn Abî Sannân, junto a otros sufíes, paso junto a una casa que llamaba la atención por su extraña arquitectura, e Ibn Abî Sannân preguntó: “¿De quién es esta casa?”, pero antes de acabar la frase se volvió hacia sí mismo y se dijo: “¿Por qué hago esta pregunta? ¿No se trata de algo que no me atañe? ¿No es signo de que mi frivolidad me gobierna y es poca mi cortesía?”, y durante un año se mantuvo en ayuno para borrar su pregunta. Abû Sa‘îd al-Jarrâç dijo: “He acompañado a los sufíes durante cincuenta años y jamás he disputado con ellos por nada, y es porque estaba consagrado a descontaminar mi ego”.

El sâlik, el peregrino hacia Allah (también llamado murîd, aspirante, y faqîr, pobre necesitado de Allah) cuando ha llamado a la puerta de su Señor con el golpe de la Tawba y la ha asentado sobre la austeridad del Wára‘, tras haberse afianzado antes de nada en la Sharî‘a, habiendo purificado todo su ser, está ya preparado para empezar a dar los pasos hacia adelante. Con todo ello ha asentado su Islam, es alguien que se ha rendido por completo a su Señor, se ha purificado y se ha preparado. Pero lo que le queda es mucho, y sobre el Camino hay grandes inconvenientes. Necesita un buen compañero, sabio e iluminado, alguien que lo conduzca, alguien que ya haya recorrido la Senda y sea capaz de mostrársela y advertirle contra los peligros y las confusiones, contra las falsedades de su ego, las maquinaciones de su demonio, las quimeras de sus esperanzas, los fantasmas de sus sueños, a todo lo cual aún sigue muy expuesto, y lo asome al final a las Realidades Esenciales de la Unidad. Le hace falta un maestro, un sháij.