JUTBAS
Primera
Parte
Has
de saber que los que son conscientes de que tras la muerte habrán de
encontrarse ante Allah y rendirle cuentas y se proponen realmente conquistar el
favor de su Señor -los musulmanes-, se dividen en varias categorías. Ninguna
es mejor que la otra. Allah dice en el Corán: “A todos Allah les comunica
su don, a estos y a esos. El don de tu Señor no es algo restringido”.
Cada cual debe ingresar en la categoría que más se adecue a sus inclinaciones.
Además, hay que saber que estas categorías no son compartimentos estancos.
A la primera de esas
categorías pertenece el ‘âbid, el que
se consagra a la práctica de la ‘Ibâda. Todo musulmán está en
los aledaños de este rango desde el momento en que realiza con regularidad el Salât,
el Ayuno, entrega el Çakât y aspira a cumplir con el Haÿÿ, y, además,
cada vez que recita el Corán y cuando se sienta para recordar el Nombre de
Allah... Pero el ‘âbid intensifica al máximo estas ‘Ibâdas comunes
llevado por su inclinación al recogimiento ante Allah. Sólo encuentra placer
en los momentos en que se retira con su Dueño, y por ello multiplica esos
encuentros. También puede haber sido conducido a esa conducta el saber que las
‘Ibâdas satisfacen a Allah. Las ‘Ibâdas iluminan al ser humano, lo hacen
resplandeciente, y ése es el signo de que agradan a Allah. El Sálaf, los
primeros musulmanes, las primeras generaciones del Islam, nos ofrecen magníficos
ejemplos de severidad y rigor en el cumplimiento de las ‘Ibâdas. Cada cual
ponía el acento en la práctica que le resultaba más dulce. Había quienes
eran capaces de recitar el Corán entero cada día, e incluso más de una vez:
eran los vencidos por la belleza del Libro. Había, por otro lado, quienes no
cesaban de realizar el Salât, porque estaban siempre ante la Majestad de
Allah y eran subyugados por su Grandeza. Había quienes se dedicaban a la práctica
del Tawâf, y circumbalaban constantemente la Kaaba. Había quienes
preferían el Dzikr... En realidad, no hay una ‘Ibâda mejor que otra. Todas
son poderosas, y es el corazón de cada uno el que se encuentra a sí mismo en
una forma concreta. Lo que se pretende con las ‘Ibâdas es que purifiquen el
corazón y lo hagan transparente. No obstante, si bien el ‘âbid pone el
acento en alguna práctica en concreto, no debe descuidar el cumplimiento con
las demás en el momento señalado. Y en cualquier caso, todas sus ‘Ibâdas
deben ceñirse estrictamente a las enseñanzas del Islam, para que sean
resultados del saber y de la sumisión a Allah, y no frutos de caprichos y
arbitrariedades, estados de ánimo e ilusiones...
A otra categoría
pertenece el ‘âlim, el sabio, el que se consagra al estudio de las
ciencias del Islam. Es el que sirve de provecho a los musulmanes, el que
preserva la pureza de la Revelación y la trasmite, el que sabe dar consejos, el
que produce libros, reúne a las gentes en círculos de enseñanza y
aprendizaje, el que se convierte en pilar de su comunidad. La necesidad de
tiempo para estudiar y enseñar hace que su ‘Ibâda no sea tan prolongada como
la del ‘âbid, sin que tenga derecho a desatender sus momentos con Allah.
Quien sea bueno en el estudio y la enseñanza y se incline hacia los libros y
hacia la comunicación del saber -tras cumplir con las obligaciones propias de
cada musulmán-, lo mejor que puede hacer es consagrarse a lo que le demanda el
corazón, porque en ello hay mucho bien para todos. Se le aconseja dedicar el
amanecer al Dzikr, e inmediatamente una vez salido el sol tiene que atender a
sus discípulos, pues la enseñanza comunicada en esas horas tempranas tiene un
mayor efecto. Si no tiene alumnos, que dedique esos momentos al estudio y la
reflexión, porque la pureza del corazón tras el Dzikr lo hace receptivo a lo
mejor que hay en las cosas, y después se pierde esa pureza en el ajetreo
cotidiano... Se le recomienda ganarse el sustento con su trabajo desde el Duhà
-tres horas aproximadamente después de la salida del sol- hasta el Zuhr,
el mediodía. A partir de entonces debe retomar su amor al saber y no
interrumpirlo más que los momentos en que deba realizar las abluciones y
establecer el Salât. Hasta la media tarde se aconseja la escritura, y
desde el ‘Asr hasta la puesta del sol es mejor el repaso y la audición
de exposiciones de sus alumnos. En cuanto una vez entrada la noche, se debe
seguir en la medida de lo posible el ejemplo del Imâm ash-Shâfi‘i, que
dedicaba el primer tercio de la noche a escribir libros, el segundo al Salât,
y el tercero al sueño. Cada cual debe adecuar a sus necesidades estas
recomendaciones. Fue el amor al saber lo que hizo que en el Islam se
multiplicaran de un modo extraordinario los ‘ulamâ, los sabios, que
produjeron un océano de saber, del que disfrutamos los musulmanes en la
actualidad, sin ser conscientes en muchos casos del esfuerzo y el mérito que
hubo en ello.
Una tercera categoría
es a la que pertenece el muta‘állim, el aprendiz. En un hadiz,
Rasûlullâh (s.a.s.) dijo que en realidad un musulmán sólo puede ser una de
dos cosas, o sabio o aprendiz. Se trata, sin duda, de unas palabras muy bellas
que traducen el amor de Muhammad (s.a.s.) por el saber. Quien sienta
predisposición al aprendizaje debe armarse de paciencia y estudiar, y buscar un
maestro. En razón de él ese esfuerzo es mejor que la intensificación de las
prácticas espirituales, sin que ello quiera decir que las descuide. El
estudiante debe repartir su tiempo de modo semejante al sabio. El grado del
aprendiz es majestuoso. Nadie es sabio sin haber sido antes aprendiz, por lo que
es una condición a la que debe someterse todo el que ame el saber. Ahí es
donde esta categoría se reviste del prestigio que tiene dentro del Islam. El
muta‘állim, el aprendiz, merece respetos y consideración por la nobleza del
fin que se ha propuesto. Nadie debe arrogarse el derecho a considerarse digno de
enseñar nada si antes no ha pasado por la fragua del estudio, la paciencia, la
perseverancia, el respeto a los maestros, la humildad para con los mayores,...
es en ese rango del aprendizaje donde la ciencia adquiere su rigor y su mérito,
y su alcance.
A otra categoría
pertenece el wâlî, es decir, el que se hace cargo de los asuntos de
los musulmanes, los responsables del buen funcionamiento de la comunidad,
como el imâm, el qâdî, los administradores,... Atender a las
necesidades de los musulmanes les exige tiempo que no pueden dedicar ni a la
‘Ibâda, ni al estudio, ni a la difusión del saber. Su forma de cumplir con
el Islam y agradar a Allah es la honestidad escrupulosa en el desempeño de sus
funciones y su estricta observancia de la Sharî‘a. Alcanzar el Ijlâs,
el Rango de la Sinceridad Pura y el Desinterés, es, en razón del
responsable de los asuntos públicos, mejor que la ‘Ibâda y mejor que toda
otra cosa. El wâlî debe limitarse a las Maktûbas, es decir, a las
obligaciones comunes de todos los musulmanes, y dedicar el resto de su tiempo al
bien de la comunidad, sin escatimar nada, y realizarse como musulmán en esa
función. Pero consagrará parte de las noches a la espiritualidad más intensa,
pues nada debe apartarlo de su Verdadero Señor.
En quinto lugar
debemos hablar del múhtarif, el que se dedica a su trabajo.
Es el que necesita ganarse la vida porque sobre él pese la responsabilidad de
mantener una familia que le exige todo su tiempo. Allah lo ha eximido de la
dedicación a la ‘Ibâda, sólo tiene que cumplir con las Maktûbas, y el
resto del tiempo tiene la obligación de satisfacer las demandas que pesan sobre
él, no teniendo derecho a desatender a su familia ni defraudar a los suyos. El
múhtarif, a su nivel, equivale al wâlî. No obstante, debe hacer un
hueco cuando pueda al Dzikr, y al estudio y la reflexión, preferentemente por
la noche, si bien es cierto que en la mayoría de los casos el Dzikr puede
acompañar los trabajos del múhtarif...
Lo más normal, en
estos tiempo, es que pertenezcamos a la quinta categoría, la de quienes tienen
poco tiempo para profundizar en el mundo de la espiritualidad. Nos lo impide a
veces lo que se lo impide a los que hemos mencionado, pero otras veces nos lo
impiden otros fantasmas: la ambición, la avidez, las expectativas de quienes
nos rodean... Debemos madurar y saber qué es lo que realmente nos mueve, y una
vez que hayamos descubierto la verdad, sabremos que tenemos más tiempo del que
creemos, y podremos disfrutar de más instantes con Allah, y conseguiremos una
paz de la que nos hemos privado a nosotros mismos precisamente por nuestra
insensatez y por la voracidad del mundo en el que vivimos. Más que nunca,
encontrar el verdadero centro y el equilibrio en todo es el gran desafío
lanzado al ser humano.
al-hámdu
lillâh...
Hemos
mencionado en la jutba anterior cinco categorías, o, mejor dicho, cinco
formas de ser musulmán. Todas son válidas, legítimas, e incluso
simultaneables. Hay una sexta a la que debemos al menos una mención rápida. Es
la del mustágraq fî mahábbatillâh, el inmerso en el Amor de
Allah... Se trata del musulmán enamorado de Allah, el que se ha abandonado
por completo a Él, el que ya no tiene ninguna resistencia y fluye con la
Voluntad de su Dueño. Es Él quien marca sus momentos y guía sus pasos. Son
quienes aman a Allah y son amados por Allah. Una vez llegados a este punto, es
muy difícil expresar las cosas. El Inmerso en Allah pertenece a otro mundo,
pero quienes sigan una senda hacia esa meta deben atenerse con rigor a las enseñanzas
de la Sharî‘a, dando pasos sobre seguro. Y para alcanzar ese rango no hay
nada mejor que cumplir con severidad con lo que demanda la realidad de cada
cual. Se pertenezca a la categoría a la que se pertenezca de las mencionadas en
la jutba anterior, es posible alcanzar en ella el Jardín de la
Eternidad, que es inmersión absoluta en la exuberancia de Allah, aquello de lo
que disfrutan los miembros de este grupo privilegiado, el de los amantes.
du‘â ...