LA
FRONDA DE LOS SECRETOS
El Salât[1],
en tanto que bendiciones que se desean al Profeta, cambia de significado según
el que lo realiza y el que lo recibe. En cuanto al que lo realiza, su
significado es el siguiente: si es Allah el agente de la bendición, su Salât
no es el que exige a los hombres en favor del Profeta[2],
porque en su caso es una acción, mientras que las bendiciones que pronuncian
los hombres son palabras con las que invocan en favor del Profeta. Cuando esa
bendición es proferida por Allah depende también de aquél al que la dirige[3].
Es sabido que su bendición entre la generalidad de los creyentes no es la misma
que la que dispensa a aquellos a los que privilegia. “Ésos son los Mensajeros: a unos los hemos favorecido por encima de los
demás”, y si hay diferencia entre los privilegiados en cuanto a la medida
y calidad de la bendición que reciben de su Señor, mayor habrá de ser esa
diferencia respecto a aquella de la que goza la generalidad de los creyentes. A
algunos Allah los bendice para extraerlos de las tinieblas de la idolatría a la
luz de la apertura del corazón, y a otros los bendice para sacarlos de la luz
de la apertura y conducirlos al secreto de la certeza, y a otros los bendice
arrancándolos del secreto de la certeza para permitirles ver, y a otros los
bendice para hacerles pasar de la visión a la pérdida de todo lo que existe, y
aquí el que bendice se apodera del bendecido: “Me convierto en su oído y en su ojo,...”.
Por otro lado, Allah
ha hecho que la bendición con la que se impone en sus profetas sea lo opuesto
de la maldición que dirige contra sus enemigos, y que significa alejamiento,
expulsión, corte y velo tendido. El Salât de Allah es un término con el que
se quiere expresar la idea de su inclinación, ternura, proximidad, manifestación
y aparición sobre el bendecido apartándolo del mundo fantasmal y apoderándose
por completo de él según su merecimiento. Si pertenece a la generalidad de los
creyentes, su parte en esa bendición es la ternura de Allah con la que le
dispensa misericordia y todo tipo de favores. Y si el bendecido pertenece a la
élite, su parte en la bendición es el privilegio, es decir, Allah mismo, pues
no le bastaría ninguna otra cosa: “Ese
día hay rostros resplandecientes que miran hacia su Señor...”. A su vez,
los miembros de la élite se distinguen entre ellos en función del tipo de
presencia de Allah de la que gozan. Los hay a los que la Verdad se aproxima dándoles
a conocer sus Acciones, a otros se allega con sus Nombres, y a otros se les
acerca con sus Cualidades. Pero hay otros a los que se da a conocer en su
Esencia. Ése es el Signo Supremo al que se refiere a Allah cuando dice en el
Corán: “Y
(el Profeta)
vio
de entre los Signos de su Señor el Signo Supremo”.
Si el significado de
la palabra Salât equivaliera simplemente al de Misericordia, tal como pretenden
algunos, hubiera sido suficiente la expresión coránica “Te
hemos enviado como misericordia para los mundos”, pues afirma que él es
la misericordia misma, pero el hecho es que él ha expresado su deseo de un
continuo aumento que busca algo más que la misericordia, pues dijo: “El
frescor de mis ojos está en el Salât”, y también dijo: “Lo
más sincero que ha sido dicho son las palabras del poeta: Todo lo que no es
Allah es vano”, es decir, todo lo que no sea Allah, ya sea algo mundanal o
relativo a la otra vida es vano a los ojos de la profecía, a menos que vaya
acompañado de la contemplación de las perfecciones de la Esencia y las luces
de sus Cualidades.
De lo que se trata
aquí es de comentar unas fórmulas de bendición cuyo autor[4],
al saber que el Profeta no encuentra placer más que en la contemplación de la
Belleza de la Esencia, aun cuando sobre él no dejan de planear todas las
misericordias, ruega a Allah que bendiga a Muhammad de acuerdo a su infinito
merecimiento, y dice:
“Allah,
bendice y saluda con todas tus perfecciones en todas tus manifestaciones a
nuestro señor y dueño Muhammad, primera de las luces que se desbordaron desde
el océano de la Inmensidad de la Esencia, el que se revistió verdaderamente
tanto en el mundo de la interioridad como en el de la exterioridad con los
significados de los Nombres y las Cualidades. Él es el primer elogiador y el
que se allana con toda suerte de prácticas y aproximaciones, y el que socorre
en los mundos de los espíritus y de los fantasmas a todos los seres existentes,
así como a los suyos y a sus compañeros, con una bendición que retire para
nosotros el velo que oculta su Rostro Noble en sueño y vigilia, dándonos a
conocerte a ti y a él en todos los grados y presencias, y sé sutil con
nosotros, oh Señor nuestro, en razón de su majestad en nuestros movimientos y
calmas, y en nuestras miradas y pensamientos. ¡Tu Señor está por encima de
todo lo imaginable, Señor del Poder inabarcable, que escapa todas las
descripciones! Paz a los profetas y alabanzas a Allah, Señor de los Mundos”.
Es como si el autor
de esta fórmula de bendición dijera: Allah, Tú sabes lo que desea de ti tu
Profeta, y que él no tiene bastante con nada que no sea la contemplación de tu
Belleza. Así, pues, apiádate de él y allégate a él, date a conocer y muéstrate
a él en todas tus perfecciones esenciales interiorizadas en todas tus
manifestaciones activas -es decir, en tus manifestaciones sensibles y en las
espirituales-, y haz de esa presencia tuya un hecho permanente para él, permítele
gozar y dale paz mientras le sobreviene esa manifestación de modo que su búsqueda
de ti no deje de ser tu búsqueda de él. A esto es a lo que se le llama
sutileza y protección de los que tiene una necesidad apremiante todo el que
llega a Allah, y son a lo que la Ley llama la Paz: “Su
saludo en el Jardín es la Paz”.
Todo el que disfruta
de un placer concedido por Allah no puede hacer otra cosa que rogar por
disfrutar de él con salud, y por ello se ha dicho que es obligatorio pedir a
Allah tanto el Salât como el Salâm para que se produzca el equilibrio y sea
completo el placer que Allah otorga a aquél al que bendice, porque la bendición,
en su soledad, aun siendo un placer de Allah, no tiene porque ser permanente ni
saludable, y sólo cumple esas condiciones cuando va acompañada de Paz de
Allah. Según esto, por noble que sea el Salât, el Salâm es aún más noble,
pero en la medida en que va precedido del Salât, porque en caso contrario, si
no significa estabilidad en un Salât, carece de nobleza. El Salât significa
que Allah atiende al siervo según su merecimiento, y el Salâm significa que le
concede seguridad, salud y paz en esa atención que le presta. Por tanto, el Salâm
depende de lo que le preceda.
El Salât es una
gracia que Allah hace a Muhammad de forma indudable de modo que disfruta de él
independientemente de toda solicitud humana, porque así lo afirma el Corán cuando
dice: “Ciertamente, Allah y sus ángeles bendicen al Profeta”, por lo que
a continuación el mismo texto coránico ordena que los creyentes hagan lo
mismo, pero sin dar a esa orden la fuerza con la que pronuncia aquella en la que
les manda desearle la paz, pues les dice: “Vosotros,
los creyentes, bendecid al Profeta, y saludadlo con un saludo intenso”, y
es como si dijera que la atención que le presta Allah y la manifestación con
la que se le muestra son algo ya concedido a Muhammad en abundancia, por lo que
vosotros, los creyentes, rogad en su favor que le sea concedida la firmeza y la
seguridad en aquello que a él ya le ha sido dado, y además, ese ruego con el
que se pide firmeza y seguridad beneficia también a la Nación.
Los ‘ulamâ
permiten que sean saludados todos los profetas, pero ninguno de ellos ha dicho
que pueda bendecírseles con una mención independiente de una que incluya a
nuestro Profeta. Y, así, se puede expresar un saludo dirigido a Jesús en
solitario, pero no se le puede bendecir a menos que se haga en compañía de
Muhammad. Y la respuesta a quien pregunte porqué esto es así es la que sigue:
En primer lugar el Salât es algo demasiado poderoso como para que pueda ser
soportado por nadie de forma independiente -salvo los profetas y los ángeles- a
menos que esté subordinado al seguimiento de la vía de alguno de ellos. En
cuanto a la Paz, lo que se pide con ella es la concesión de seguridad por parte
de Allah a algún musulmán en algo concreto de su relación secreta con Allah.
La Paz es por tanto algo que conviene a cada miembro de la comunidad de los
creyentes en razón de su grado y según éste. Desear esta paz a quien no sea
profeta no es algo reprobable y por ello es un acto no censurado por aquellos
que lo consideran legítimo. En cuanto a los profetas, todos ellos son
bendecidos y saludados por Allah de modo simultáneo y tienen el privilegio de
disfrutar de ambos, de la bendición y del saludo, a la vez, a diferencia de los
Awliyâ’ a algunos de los cuales sobreviene el Salât sin la compañía del
Salâm, o la Paz se retrasa, o cualquier otra circunstancia, y por ello los
Awliyâ’ hacen cosas impensables en un profeta y que repugnan a la naturaleza
de los hombres, incluso parecería que no se someten a la Ley y ello no es por
otra cosa que la ausencia de protección de Allah el cual desnuda al walí en
ese grado, y lo que sucede es que la herencia que ha recogido de su Profeta la
transmite de un modo diferente. Pero los firmemente establecidos, los verdaderos
herederos, normalmente no se expresan más que en conformidad absoluta con la
Ley y de modo que resulta agradable a la naturaleza de los hombres. Por
supuesto, con el término naturaleza nos referimos a la naturaleza sana y no a
la del común de la gente. Y con estos últimos sucede así porque la herencia
es transmitida conforme a la manera del Profeta.
Al ser indisolubles
la bendición y el saludo de paz sobre el Profeta se produce el modo correcto de
sucesión en sus herederos perfectos. Y estos dos conceptos que la Ley denomina
Salât y Salâm son, en la terminología de los sufíes, la ebriedad y la
sobriedad, la extinción y la permanencia, y otros sinónimos. Existen
diferentes denominaciones porque ninguna palabra traduce verdaderamente lo que
son.
Al ser la aspiración
espiritual de la gente del privilegio algo por encima de la normal ambición de
las demás criaturas, porque es un poderoso deseo que siempre está girando en
torno al eje de los Nombres y las Cualidades y a la espera de lo que hay detrás
de todos ellos, y que son las perfecciones de la Esencia. Allah provee al ser
humano en función de su aspiración, y la aspiración, cuando es grande, sólo
anhela lo que sea más grande que ella. El Profeta dijo: “Cuando
pidáis algo a Allah, haced que vuestra solicitud sea de algo inmenso”.
Nada más grande puede ser pedido ni hay aspiración más inmensa que la de
quien ha dado la espalda a la creación y se ha adherido al Rey Verdadero. La
aspiración de los privilegiados se limita a Él, y olvidan todo lo demás.
En cuanto a las
palabras: “Allah, bendice y saluda (a Muhammad) con todas tus perfecciones...”,
es decir con toda clase de perfecciones, y no sólo las trascendentes, pues las
plenitudes de Allah no tienen su límite en la Esencia, y por ello se le pide
que se de a conocer a Muhammad con todas sus perfecciones de modo que todo lo
que a él se le antoje ya perfecto vaya seguido de algo aún mayor en perfección.
En la Hamzía de an-Nabhâni se dice del Profeta: “Por encima estás de cada encima, glorificando / con tu ascensión, y la
ascensión no tiene techo”. Y así hasta el infinito, pues “Lo
Siguiente es mejor para ti que lo Primero”. Las manifestaciones de Allah
son según sus perfecciones, y, como éstas, carecen de límite: “Si
quisierais
censar los favores de Allah, no podríais”, y eso que siguen a las
Acciones, por lo que las relativas a la Identidad y a las Cualidades son en razón
aún más incensables: “Ciertamente,
Allah es Amplio y Sabedor”.
Además de todo lo
anterior, has de saber que la costumbre de los gnósticos es esparcir sus
conocimientos por las fórmulas con las que bendicen al Profeta para que sirvan
de escala a sus discípulos con la que ascender hasta los secretos íntimos del
Uno Trascendente y llegar a las verdades interiores de lo que significa la
Profecía. Por ello, el autor de esta fórmula describe a Muhammad como la
primera de las luces derramadas desde el océano de la Inmensidad de la Esencia.
De ello aprendemos que él fue la primera luz de la que, a su vez, manaron los
manantiales de la exteriorización, pues el Profeta dijo: “Lo primero que Allah creó fue mi luz”, y de esa luz primordial
irradiaron las luces y pasaron a través de fases. La luz es aquello que sirve
para iluminar, bien sea cosas sensibles y materiales, o bien sea conceptos
inteligibles. La primera de esas dos luces alumbra las apariencias y la segunda
alumbra los corazones, la primera de esas luces es propuesta a los ojos y la
segunda es propuesta a la visión interior. Pero lo primero que nos viene a la
mente cuando escuchamos la expresión del autor es que el Profeta es la luz que
perfila las cosas en la nada y las
hace sobresalir, cuando en realidad esa luz es secundaria porque en primer lugar
ilumina lo que hay en la interioridad del espíritu. Sea como sea, gracias a ese
primer destello se multiplicaron las raíces y se ramificó el árbol: “Allah
es la luz de los cielos y de la tierra. Su luz es semejante a una hornacina”[5],
es decir, Allah es la Luz descarnada, mientras que la luz subordinada a Él es a
la que se llama Muhammad, y es la que compara a una lámpara en una hornacina en
el versículo anterior. Allah es luz, y su luz es Muhammad, y la segunda de esas
luces es la que se compara a algo, mientras que la luz original es
indescriptible, quedando la Esencia así salvaguardada de toda antropomorfización,
aun cuando no haya dualidad pues “hacia donde os volváis, ahí está el Rostro de Allah”. Cada
rango tiene sus exigencias, y deben ser respetadas necesariamente, pues si lo
que en el versículo hubiera querido ser descrito fuera la Luz descarnada no
hubiera usado el posesivo. Y además hubiera comparado directamente la luz con
la mecha ardiendo, que es lo que conviene en este contexto, y no con la
hornacina. Pero además, ello hubiera querido decir al fin y al cabo que la luz
está encerrada y que la hornacina y el recipiente de vidrio son algo distinto a
la luz, pero en el fondo no son sino luz sobre luz, y desde esta consideración
queda unificado el término de la comparación con la luz: “Todo
llega hasta Allah”. De todo lo cual deducimos que Allah es Luz descarnada
de toda corporeidad y materia, y de toda atribución y relación, pues “Nada
hay que se le asemeje”, y la luz que desciende de Él, la que Él revela y
a la que se llama Muhammad, es semejante a una hornacina en la que arde una
mecha que es el Secreto de Allah en tanto que Él es el soporte de toda cosa, el
fundamento trascendente de toda esencia creada y accidente: “Allah
es la luz de los cielos y de la tierra”, y esa hornacina es en la que con
mayor intensidad resplandece la luz de Allah: “Quien
obedece al Profeta, obedece a Allah”.
Lo que puede
resumirse de lo anterior es lo siguiente: la parte densa de la Luz Muhammadiana
es a lo que se llama en el versículo ‘hornacina’, mientras que la parte
sutil es designada bajo la palabra ‘recipiente de vidrio’, y la ‘mecha’
es lo que hay más allá del vidrio. La mecha es luz para el recipiente y la
hornacina, y “Allah es la luz de los cielos y de la tierra”, y el Profeta mismo
ha dicho: “Allah ha creado la creación
en las tinieblas, y después la roció con parte de su Luz”, es decir,
determinó la existencia de su creación en su ciencia preeterna y después volcó
sobre ella parte de su Ser. La coincidencia nos ha arrastrado a hablar de un
versículo cuyo estudio no era nuestra intención. En otra ocasión, si Allah
quiere, le dedicaremos un análisis independiente.
De estas alusiones se
deduce que todo lo que se ha derramado con el Desbordamiento Más Sublime
diversificándose espiritual y sensiblemente tiene como fundamento la Luz
Muhammadiana. A partir de ella se ramificaron las demás luces, algunas de las
cuales son los cielos y la tierra. No debiera resultarnos difícil comprender
que incluso la solidez material de los objetos no es más que parte de las
irradiaciones de la Presencia del Quds, pues las mutaciones se deben a la
debilidad de las miradas. Si la mengua desapareciera del que influye con la
mirada que lanza a cuanto le rodea, también la mengua desaparecería de los
objetos que están bajo la influencia de su mirada. Así, pues, presta atención
al principio original que es luz sobre luz y “vuelve a mirar, ¿ves ahora alguna fisura?”. Pero ya no podrás
apreciar ninguna fisura, sino interiorización y exteriorización. A la
exteriorización es a lo que se llama Luz. Quien alcanza a distinguir esa luz ha
sido bien guiado: “Allah guía hasta su
Luz a quien quiere”.
En cierta ocasión se
le preguntó al Profeta si veía a su Señor, y respondió: “Lo
veo luminoso”. Y yo digo: precisamente esa Luz es la que impide la
percepción de la esencialidad. El Velo de Allah es su exteriorización. A causa
de su intensidad, Él queda oculto. En una información proporcionada por el
Profeta se dice que el Velo de Allah es la Luz. A causa de la aparición de la
luz secundaria quedó velada la Luz descarnada. La Luz no es vista más que en
la Luz, y no se percibe la interiorización más que en la exteriorización. El
Profeta dijo: “Quien me haya visto ha
visto la Verdad”, es decir, quien me haya conocido ha conocido la Verdad,
y no se refería a la visión de la persona a la que se llama Muhammad Ibn
‘Abd-Allah, sino que señalaba hacia la realidad desbordada desde los océanos
de la Inmensidad de la Esencia, que es el lugar donde Allah se muestra, que ha
dicho: “No me abarcan ni los cielos ni
la tierra, pero me abarca el corazón de quien se abre hacia mí”. Ese
corazón es aquél en el que resplandecen todos los corazones, el espíritu en
el que resplandecen todos los espíritus, el yo en el que están todos los egos:
“No os ha creado ni os hará resucitar más
que como un solo yo”. Quien llega a conocer este yo y contempla su espíritu
en la materia no destruye su participación en la irradiación de la Presencia
del Quds. Pero esto no lo encontrarás más que en los privilegiados, en los
singulares, porque es algo que pertenece a la predisposición que Allah ha
depositado en ellos al lado de la percepción en la que coinciden con el resto
de las gentes. Se trata de los Profetas y la élite de la élite entre los Awliyâ’.
Es por ello por lo que el autor de la bendición que estamos comentando elogia
el Rango de la Profecía diciendo de Muhammad que es el realizador en los dos
mundos, el de la interiorización y el de la exteriorización, de los sentidos
espirituales de los Nombres y las Cualidades. En este sentido, él es el único
verdadero realizador de esos significados de modo perfecto, y todos los demás
recogen saberes y saboreos de él a modo de herencia, tal como el Profeta dijo:
“Los sabios son los herederos de los
profetas”.
Y decimos que él es
el único realizador en tanto que es el primer espacio en el que se manifestó
la Esencia. O bien puedes decirlo de este modo: él es el primer objeto al que
se adhirieron los Nombres y las Cualidades en busca de su propia realización,
por lo que interiormente él es lo que es exteriormente, y en su principio es lo
que en su final, y por ello es la Mediación Suprema entre la Verdad y su creación,
pues ha dicho: “Yo era profeta mientras
Adán aún estaba suspendido entre el agua y el barro”. Su misión profética
entre los seres humanos fue retrasada para convertirla en Sello de todas las
anteriores y para juntar en él el ser primero y último, tal como él dijo: “Nosotros
somos los últimos y los anteriores”, cerrándose el círculo sobre su
principio. Que las cosas terminen en sí mismas y las ramas en sus raíces es la
Ley de Allah para su creación: “El que
te impone el Corán te devolverá a tu punto de partida”, y el Profeta
dijo: “El tiempo se ha curvado sobre sí
mismo volviendo a ser lo que fue cuando Allah creó los cielos y la tierra”.
De todo lo anterior
entresacamos que la Profecía es un círculo -a semejanza de un anillo- formado
por puntos que son los profetas y un punto integrador que junta los dos arcos
del círculo del Sello y que es Muhammad. Y con ocasión de las cualidades con
las que está revestido en su condición de punto que sella el círculo de la
Profecía, siendo con ello diferenciado de los demás puntos, dijo él mismo:
“Yo soy el señor de los hijos de Adán, y no es arrogancia”. Pero
si consideramos el círculo del Sello de la Profecía en la compenetración de
sus puntos de modo que cada uno de ellos en realidad es el punto integrador en
el que comienzan y en el que acaban los dos arcos, y que si alguno de esos
puntos fuera eliminado se desharía el conjunto, debemos aceptar lo que dijo el
Profeta: “No me prefiráis a mi hermano
Jonás”, y Allah ha dicho: “No
distingáis entre los profetas”, porque marcar esas diferencias es abrir
una fisura en la integridad del círculo.
Ya se ha adelantado
que ese círculo es uno y compuesto de puntos comunicados entre sí y que el círculo
acaba donde empieza. Su esencia es el espíritu Supremo encargado de informar
acerca de Allah, y ese Espíritu no es otro que el Yo de Muhammad, que es el
mismo Espíritu Eterno que fue soplado en Adán, por lo
que es el primer punto del círculo. Un sabio gnóstico puso en la boca
de la Esencia de Ahmad estos versos: “Yo,
aunque formalmente sea hijo de Adán, / tengo en él algo que testimonia mi
paternidad”. Según ello, la Profecía de Muhammad es una realidad en cada
uno de los puntos del círculo que en sí, como ha sido dicho, es uno, aunque en
cada momento reciba distintos nombres. Quien mire hacia el círculo en la
continuidad de sus puntos dirá: “No
distinguimos entre ninguno de sus profetas”. Pero quien mire hacia el círculo
antes de ver su integridad y con falta de aspiración, dirá: “Aceptamos
una parte y rechazamos otra”, pero ninguna parte reúne la significación
del todo.
Así llegamos al
significado del Sello de la Profecía. Muhammad cumple con su condición desde
dos puntos de vista. El primero es que él es un punto integrador en el que se
juntan los dos arcos de la circunferencia. El segundo es que él cumple con la
anterior condición de modo perfecto y completo. Se ha dicho anteriormente que
la profecía es una. Pues bien, él es su esencia, por lo que es su Sello en
todos los aspectos. También ha quedado dicho que la esencia de la profecía es
el Espíritu Supremo encargado de informar acerca de Allah, y no el cuerpo
particular que es visible a la gente, y a ello aludió Uways al-Qarani cuando
dijo: “Sólo sabéis de Muhammad lo que sabe de la espada el que contempla su
vaina”, señalando hacia el Espíritu Supremo revelado a ese cuerpo al
modo en que le fueron reveladas al profeta las Palabras del Corán Inmenso. El
cuerpo es prueba del Espíritu y el Libro lo es de la Cualidad Sin-principio y
Sin-Fin.
Al llegar a este
punto hay que decir que caracteriza a ese Espíritu Supremo el ser el único
receptor de la profecía. Es decir, recoge de Allah y distribuye entre las
criaturas. Y lo hace a partir del primer Desbordamiento Más Sublime, por lo que
el Espíritu de Muhammad estuvo presente en la recepción del pacto preeterno el
día de “¿No soy Yo vuestro Señor?”, pues él es el Medio en toda
comunicación. Si no fuera así, ¿qué sentido tendría la precedencia de su
Profecía. Por ello, el autor de las bendiciones dice de él que el el primer
elogiador y el primero en allanarse ante Allah con toda suerte de prácticas y
aproximaciones. Es el primer elogiador en tanto que Luz Universal, y es el
primer adorador en tanto que todo forma parte de él. An-Nabhânî dijo: “Tu
Luz es el Todo y la creación son tus partes, / ¡oh, Profeta cuyo ejército son
los profetas!”.
Allah ha dicho en el
Corán: “Todo lo hemos censado en un Imam Evidenciador, y no hay Imam más
evidenciador y más digno de liderazgo que él, y las alusiones de los gnósticos
señalan hacia que todas las cosas están plegadas e incluidas en su joya, pero
la reflexión no concilia esto más que tras una prolongada meditación en su
alcance. Sólo llega a la comprensión aquél al que Allah toma de la mano y lo
asoma a su condición de rama que surge a partir de una raíz, y entonces
descubre que todas las cosas, con todas sus singularidades, están recluidas en
la Realidad Muhammadiana. Desde este punto de vista, él es el realizador de
todas las prácticas de aproximación a Allah que aparentemente llevan a cabo
los seres humanos. Aceptar esto teóricamente es fácil, lo difícil es verlo, y
lo impide los desvaríos que comete el hombre. Por ello es necesario usar de la
agudeza y emplear una mirada afilada que aclare lo que quieren decir estas
palabras, que por otro lado están dichas en el Corán cuando Allah afirma: “No
hay cosa que no proclame las alabanzas de Allah”, y sin embargo vemos que
las criaturas humanas no dejan de contravenir la Ley y cometer toda suerte de
atrocidades. Pero sin embargo, el género humano y sus acciones no son sino algo
insignificante en el Todo, dice Allah: “Los
ejércitos de tu Señor sólo los conoce Él”, porque la existencia es
incensable y en ella el ser humano es inapreciable. Por otro lado, toda
contravención está contenida en la complacencia de Allah y nada se produce
fuera de su Voluntad: “Si tu Señor
hubiera querido, ellos no lo hubieran hecho”. Y nos basta para comprender
esto las palabras de Allah que dicen: “Allah
dijo a los cielos y a la tierra: ‘Acudid a Mi, por propia voluntad o a la
fuerza’..., y acudieron a Él por propia voluntad”. Todo lo que nos
parece malo o feo en la existencia no es malo ni feo en su esencia, a pesar de
lo que nos digan nuestros sentidos, pues ha sido dicho en verso: “Todo
lo feo, si lo investigas en su inicio, / se apresuran hacia ti sus sentidos
bellos”.
Se nos ocurre un
ejemplo que tal vez aproxime la significación de lo que queremos decir. ¿Acaso
no ves que en el Corán aparecen mencionadas todas las cosas, desde las más
sublimes hasta las más bajas, y se describe en él la obediencia a Allah y la
desobediencia, la apertura del corazón y su cierre, la justicia y la tiranía,
y todo lo bueno y todo lo malo? A pesar de ello su recitación es meritoria
incluso cuando se alude a los despropósitos del hombre, pues en su esencia el
Corán es el Libro Revelado aun en sus fragmentos en los que aparecen citadas
cosas viles, y cada una de sus palabras, al margen de su significado, es un
prodigio, y “...no debe ser tocado más
que por seres puros”. Y todo en el Corán es Palabra de Allah, de modo que
si suprimes esas partes en las que aparece (lo malo) su lectura deja de ser
meritoria. Lo mismo sucede a quien analiza el universo teniendo en cuenta su
esencia real. Si así lo hace sólo distingue que es una hornacina en la que
alumbra una llama, y esto si la mira por delante. Si se va atrás sólo percibe
una cosa oscura porque la hornacina sólo tiene una abertura en su parte
delantera desde la que se deja ver la luz contenida por ella: “Su
interior es Misericordia, y su apariencia, por detrás, es dolor”. No
afecta a la grandeza del sol la ceguera del ojo que es incapaz de recoger su
esplendor.
En cuanto a las
palabras del autor de las bendiciones en las que describe al Profeta diciendo: el
que socorre en los mundos de los espíritus y de los fantasmas a todos los seres
existentes, quiere significar con ello que nada queda fuera de su influencia
salvo el Mundo del No-Principio. Todo lo demás recoge su socorro, tal como sea
que la rama recoge el sustento que le viene de la raíz.
A continuación, el
autor desea las bendiciones y la paz de Allah a los suyos y a sus compañeros.
El parentesco y la compañía son términos comprensibles por todos, pero también
cuentan con otro significado. El parentesco alude a la proximidad al manantial
muhammadiano, y por ello él incluyó entre los suyos como miembro de su familia
a Salmán el Persa: “Salmán es uno de
los nuestros, uno de las gentes de la casa”.
[1] El término Salât se usa fundamentalmente para designar las oraciones diarias que realiza el musulmán, pero también designa las bendiciones que Allah derrama sobre los seres humanos, en especial sobre el Profeta, y la solicitud que estos hacen de ellas, principalmente mediadas por el Profeta, y es en estos últimos sentidos en los que se emplea esta palabra en el presente texto del Shayj. Solicitar tales bendiciones en favor del Profeta está recomendado en la Tradición islámica, y es una práctica sufí muy importante. También debe tenerse en cuenta que esas bendiciones, al recibirlas el Profeta redundan en su Nación y en especial sobre el que las ha solicitado.
[2] En el Corán, Allah dice: “Allah y los ángeles bendicen al Profeta. ¡Oh, vosotros, los creyentes! bendecidlo y saludadlo con un saludo intenso”. XXXIII-56.
[3] Allah bendice con su Salat a los Profetas y a los creyentes en general.
[4] El texto de este Salât le fue enviado al Sayj al-‘Alawi por Sidi Muhammad Ibn al-Habîb, Sayj de los darqâwa de Meknés, esperando que se los comentara.
[5] “Allah es la luz de los cielos y de la tierra. Su luz es semejante a una hornacina en la que hay una mecha encendida. La mecha está en un recipiente de vidrio que es como si fuera un astro fulgurante. Se enciende de un árbol bendito, un olivo, que no es de oriente ni de occidente, y cuyo aceite casi alumbra aun sin haber sido tocado por el fuego. Luz sobre luz. Allah dirige hasta su luz a quien Él quiere”. XXIV, 35.