PALADEAR EL ISLAM

 Experiencias de un musulmán andaluz

 

Introducción.

 

            Hace pocos días, una de mis alumnas me preguntaba por el significado de una exclamación que su madre pronuncia cada vez que ella hace reclamar sus derechos sobre su hermanito más pequeño: Ana, ana, audhu billahi minal kalam ana (me refugio en Allah de la palabra yo). Me ha parecido tan hermosa la expresión que intentaré ceñirme a ella. Lo que aporto, al contrario de lo que señala el subtítulo, no es una experiencia personal; es sólo un testimonio más de cómo el Islam se va abriendo paso en la concreción de una vida pobre e insignificante.

 

            Podría hablar de libros, signos, reflexiones agónicas y luchas titánicas antes de de que Allah soltara mis nudos y me desatara en shahada. Puedo contar (y tal vez lo haga porque el nafs es poderoso aún en mí) de mis sentimientos y emociones, de mi historia, de cómo accedí al Islam a través del cristianismo católico romano (hay que hablar con precisión en estos tiempos) sin embargo, prefiero plantear la pregunta que me hice tras mi shahada: ¿qué Islam? ¿Qué forma adaptará en mí esta realidad nueva y dinámica a la vez que eterna e inmutable?

 

            Intuí la respuesta durante tres viajes; ellos son los que hablarán por mí, ya que (debo decírlo) en los tres fui como sordo y ciego, como un cadáver que es lavado y envuelto. Llevé como equipaje mi ignorancia y mis prejuicios y entré en una fase de progresivo desnudamiento. Esta palabra, desnudamiento es a mi juicio la que mejor puede definir la experiencia del murid, Pues Allah, ya antes de estos periplos me arrancó de dogmas, sagrarios, clerecías y aún del deseo de justicia social. Es de mi gusto recurrir a las metáforas bíblicas y no encuentro otra mejor para definir mi proceso que la del barro en manos del alfarero; el barro que es “mareado”, manipulado, humedecido, moldeado y horneado hasta plasmar en él la forma deseada. El barro, que al final puede ser roto en mil pedazos para esparcir por el mundo el perfume que lleva dentro…. ¡Si el barro gritara!

 

EL VIAJE A FEZ.

 

            Ni siquiera recuerdo qué es lo que lo motivó, ni qué buscaba en esa zawiya lejana cuando a decir verdad, yo ni tan siquiera sabía muy bien que era una zawiya o a qué se refería el término tasawuf. En mis estudios de teología había leído algo referido a la mística islámica, pero estaba tan arteramente minimizado por el sistema eclesiástico que apenas podía hacerme una idea clara. Acudí a Fez movido por una mínima curiosidad y un gran deseo de huir del ambiente navideño y también por la compañía de un hermano aquí presente.

            No entraré en muchos detalles; sobre Muley Bashir y sus fuqara han hablado, escrito y vivido mucho en esta comunidad y no voy a aportar nada nuevo. Sólo contaré, a lo mejor parece una tontería, que allí perdí mi miedo a los cementerios y que en adelante estos se volvieron para mí, lugares de una intensa espiritualidad.

 

            La maqbara está situada a muy pocos metros de la mezquita. Los cementerios islámicos no tienen ni de lejos ese regusto por lo tétrico que imprimen los cristianos a los suyos. El de la zawiya es sumamente sencillo, encantador, parece la maqueta de una pintoresca medina blanca como la de Shauwen. Lo cierto, es que durante el día comencé a cortejarlo como si de una mujer se tratara; primero lo circundé dubitativo, respetuoso, deslumbrado por su sugerente misterio. Dos días más tarde me atreví a sentarme entre las tumbas y conversé con ellas sin palabras; Le juré que una noche volvería y así lo hice en una hermosa noche de luna llena. Allí se desataron los nudos del miedo al silencio y a la muerte. Allí aprendí a mirar mi vaciedad cara a cara.

 

EL VIAJE A DAMASCO.

 

            Vino precedido de un sueño:

    Estaba en una enorme mezquita, vestido con el Ihram del Hayy. Antes de hacer el salat debía hacer mi ablución mayor en una alberca cuya ubicación desconocía. Pregunté a los hermanos que leían el Corán pero no me respondían nada, corrí angustiado porque no quería perder el salat, subí unas altas escaleras y desemboqué en una enorme iglesia barroca. Allí con toda pompa se celebraba el funeral de un clérigo tan ilustre que su cuerpo se exponía a la muchedumbre ataviado con todos los paramentos litúrgicos. También a ellos les pregunté, pero estaban absortos en sus lamentos, así que a todo correr volví a la mezquita cada vez más triste, pues no quería perder el salat. Allí un hermano negro se giró hacia mí diciendo. Insensato, lo que tú buscas está más cerca de lo que crees. Miré a un lado y allí estaba la alberca de mármol blanco y sus aguas tenían reflejos como de diamantes.

 

            Antes de ir a Damasco, mi compañero de viaje insistía en visitar a la tumba de Ibn al arabi. Ni yo sabía el significado que este wali tiene en el Islam, ni era para mí una visita inexcusable. Es más bromeaba con los hermanos sacando mi lado wahabí (en aquella época del Islam me seducían todas sus manifestaciones).

 

            En la mezquita Umayad en el salat del Yumua lloré largamente un llanto purificador, pero a la tumba del wali llegué cansado y más bien indiferente. Me sorprendió que tanto la mezquita como la tumba se parecieran al estanque y a la mezquita de mi sueño, pero me senté tranquilo y empecé a cavilar distraído; frente a mí dormía un anciano, cuando despertó me dijo algo que me sacó de mi estado de indiferencia. Un rato después llego el portero y me dio un dua' diciéndome que lo recitara por él. Los hermanos saben que aquella misma noche puse mis cinco sentidos en aprenderlo.

 

            Unos días después decidimos ir de excursión a Alepo, pero estaba tan cautivado por Damasco que no me quería separar de ella. A la vuelta en la funda de del asiento anterior al mío encontré cuidadosamente depositada una copia del sura ya sin; me dijeron que es la sura que se recita ante los difuntos y fui presa del miedo.¿Allah me estaba dando a comprender en aquel viaje? Guardé la sura en el bolsillo de mi abrigo y aún la conservo. Todavía tiemblo al recordar ese viaje, y no dejaré de agradecer a Allah el regalo que me hizo en él. Subhana Allah!!.

 

 

 

EL VIAJE A ALEJANDRÍA.

 

Nos lo propusimos cuando nos encontramos unos muy queridos hermanos y yo en la mezquita del morabitún para la hadra del primer sábado de cada mes. Lo preparamos con todo detalle porque en este viaje sí que había fuertes motivos personales. Pero en lo tocante a la vida espiritual yo iba ciego una vez más y allí me sorprendió todo.

 

De Alejandría admiraba su espléndido pasado griego y evocaba personajes que han hecho de ella una ciudad única; Filón, Orígenes, la traducción bíblica de los setenta sabios y como no la mítica reina Cleopatra.

 

 Pero llegando allí tuve una vez más que vencerme a mí mismo y dejarme aleccionar tanto por  los hermanos como por los signos que Allah tuvo a bien enviarme.

 

El primer salat al yumu'a lo hicimos en la mezquita de Sidi Abu al Abbas al mursi de  quien no sabía nada; allí acometió ese llanto convulso y purificador que ya considero como un regalo y que me fecunda como la lluvia a la tierra. Visitamos la tumba del wali.  Un  grupo hacía el dzikr a la manera shadilí es decir sentados. Después fuimos a la comunidad de Kenji mariot, en las afueras de la ciudad.

 

Hace años que el doctor Mohsen  Labbán, insto a sus fuqara a retirarse a vivir juntos en un sitio apartado de la gran ciudad; Pronto la comunidad floreció, se construyeron casas, se plantaron palmeras y se abrió una madrasa para los pequeños. Naturalmente el gobierno reclamó los terrenos como propiedad del ejército pero al final llegaron a un acuerdo; la comunidad podría permanecer, pero no crecer con nuevas edificaciones.

 

Los fuqara se reúnen los viernes para comer y pasar el día juntos. Yo estaba tan cohibido que apenas comí, me sentía como un adolescente tímido y retraído. A lo largo del día los nudos se desataron y ví Kenji como debió ser Medina al munawara en tiempos del profeta (sas) e incluso como un adelanto del jardín prometido y entonces me entregué.

 

 

CONCLUSIONES.

 

Rasul Allah (sas) afirmaba que era tal la baraka que recibimos en los viajes que de ser conscientes no dudaríamos en permanecer siempre en ese estado; Tal vez podamos interpretar que no se refiere únicamente al viaje físico sino también al espiritual, estando siempre dispuestos al camino hacia Allah en la existencia.

 

Los efectos de estos viajes que tan parcamente he contado son de duración continuada. Después de volver de Alejandría pude conquistar a mi pregunta: ¿qué Islam?.

 

Naturalmente un Islam sufí. Siempre intuí en mí un afán contemplativo que se ha ido clarificando con el tiempo. Se han ido retirando los velos que nos imponemos con nuestros prejuicios y desidia. El Islam mismo es una tariqa de la que Muhammad s.a.s.) es el shaijh supremo. Los cinco salat bastan para acercaros a Allah, pero los amantes ansían una intimidad que no piden brindar los amigos. Por ello un amigo y hermano, afirma en su libro introducción al sufismo, que este es el paladeo del Islam, es la realidad de aquellos que emprenden el camino de la auto aniquilación para abismarse en Allah subhana wa taala.

 

Luego, Allah concede a cada uno la senda que le es más apropiada. Pero todos debemos pasar por una serie de maqamat que nos irán modelando y liberando de nuestro tirano el nafs.

 

En mi caso fue la tariqa shadilí la que vino a mí sin yo escogerla. Cada viaje ha sido un descorrimiento de velos que me acercan a mí mismo y por tanto a Allah (quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor dice Rasul Allah s.a.s). En Islam nada es fruto de la elección arbitraria del ser humano y es Allah el que abre las sendas para nosotros.

Verdaderamente Allah es el que sabe.

 

Un musulmán andaluz