MI VIAJE A FEZ

 

Había escuchado hablar de un gran maestro sufi en Fez llamado Mulay Bashir. Y aunque yo no soy muy aficionado a viajar y me cuesta abandonar mi Andalucía, el 17 de agosto del 2006 decidí junto con unos amigos viajar a la ciudad de Fez.

 

 Hay un antiguo dicho que dice: Los sabios buscan el Sirr (el secreto) y el Sirr busca a Fez. En este viaje descubrí cosas sorprendentes y encontré lo que no esperaba. En el transcurso de mi aventura fui trazando algunas notas en mi diario.

 

El viaje

 

Salimos de Sevilla de madrugada ¡mientras caía un gran chaparrón en pleno agosto! Tras cruzar el estrecho hacia Ceuta y mientras esperábamos en el coche en la frontera con Marruecos y bajo la lluvia escribí: “la lluvia no cesa de regalarnos agua y el cielo está cerrado. Creo que es buena señal; pues cuando se oscurece el cielo se iluminan los corazones”.

 

         El camino en coche fue después largo y cansino, pero no hay nada como la buena compañía para hacerlo más leve. Y tras casi 15 horas llegamos a Ain shqaf, un pueblo de Fez. Allí compramos tres pollos que sacrificaron allí mismo degollandolos delante de nosotros, algunos melones y huevos. Estamos acostumbrados a ver los pollos pelados y envueltos en plástico en el supermercado; pero aquí ves el origen de donde vienen. La realidad empezaba a chocar a los que por primera vez hacíamos este viaje. Un viaje, en mi caso, al fondo de mi ser.

 

         Ya entrada la noche llegamos al pequeño poblado donde vive el maestro. Un puñado de casas esparcidas construidas con piedras de una forma muy rudimentaria. Paramos en una de esas casas y salieron muchas gentes a recibirnos, algunos de nuestro grupo iban con frecuencia, y nos saludaban “¡Marhaban, marhaban!”, ¡bienvenidos, bienvenidos! con auténtico afecto aunque aún no nos conocían. Entre la gente que salió a saludarnos estaba un pobre anciano con gafas. Uno de nuestros compañeros lo saludó y se quedó esperando que apareciera el maestro. Sin embargo el pobre anciano que le había saludado era el maestro. Un hombre aparentemente normal y de lo más sencillo que hay.

Recordé lo que se decía del profeta: entre sus compañeros no se distinguía

 

 

El Maestro

         Con su tez morena, endurecida además por los años y una vida dura, con una pequeña barba blanca, unas gruesas gafas, un turbante y una chilaba color crema, muy limpia aunque antigua y que sólo le llegaba un palmo por encima de los talones. Con más de 90 años, aunque no aparentaba tener más de 65, hombre de pocas palabras, casi ningunas, nada lo distingue hasta que lo miras con el ojo del corazón. Cuando lo miras sin detenerte en su indumentaria o en su aspecto. Cuando te dejas llevar por su realidad, entonces empiezas a descubrir que no estas ante una persona corriente. Descubres que estas ante un Wali, un maestro sufi. Pero para ello hay que saber mirar primero.

 

         Después de asentarnos en la Zawiya, una habitación vacía de unos 9x9 metros, separada de la casa del maestro por una pared y una puerta. Ésta, la casa, es un pasadizo de 2x9 m sin nada: un suelo, un techo y unas paredes! Allí vive con su familia. Bueno, como contaba, después de llegar nos ofrecieron la cena, un rico cuscus. Comimos solos, sin la compañía del maestro o de su familia (luego supe que el maestro no comía habitualmente con sus discípulos porque él y su familia comían de las sobras que dejábamos!) Vino la hora de hacer el Salat y entonces esperé verlo hacer de Imam, pero me llevé una sorpresa al descubrir que uno de nosotros era el que tenía que hacer de Imam! Yo estaba cansado y algo aturdido. Tras prepararme para dormir e ir al servicio (cuatro paredes y un agujero en el suelo) me paré a pensar: ¡¿qué demonios estoy haciendo aquí?! Yo ya sabía que el maestro hablaba poco, pero al menos esperaba aprender de sus gestos, de sus actitudes, de su compañía. Sin embargo el maestro era una persona normal y corriente, un pobre anciano que no parecía tener nada que dar o de lo que se pueda aprender. En ese momento y sin comentárselo a nadie decidí que por la mañana volvería de nuevo a Sevilla. Por la mañana al alba el maestro nos despertó a todos para hacer el salat y después nos reunió para hablarnos. Nos dijo muchas cosas, entre otras nos explicó el por qué él no hace de Imam, sino que nos anima a que nosotros hagamos de imam. Su método es que tú hagas lo que sabes lo mejor posible y él te observa y te corrige. La idea era genial. El esquema habitual de un grupo de alumnos callados y quietos observando al maestro se rompía por completo. Ahora era el maestro el que observaba y eran los alumnos los que actuaban y que  sacando de su interior todo lo que llevan dentro iban descubriendo cosas que antes no sabían. El maestro también me comentó en privado algunas cosas que demostraban que sabía perfectamente lo que yo pensaba, mis preocupaciones personales y profesionales  y mi desilusión con él. Quedé sorprendido. Decidí quedarme unos días más. En esos días descubrí lo que el maestro era capaz de hacer y sentí auténtico pánico y terror. Quería contarle mi pánico a alguien, pero no tenía oportunidad de estar a solas con mi mejor amigo y que junto con su esposa nos acompañaban en el viaje. ¿Cuál era la causa de mi miedo? Lo que hace el maestro es que tú te conozcas a ti mismo; tal como eres, desnudo y sin añadidos. Yo tenía miedo de conocer mi realidad, tenía miedo de encontrarme con una realidad distinta a la que yo creía. El maestro no te dice quién eres, sino que te permite a ti descubrirte.

 

Ocurrieron muchas cosas en este viaje que paradójicamente sólo duró tres días. Sin embargo para mí ha sido un punto crucial en mi vida, un punto que creo que me marcará para toda la vida. Quizás si consigo arrancar algunos minutos de mi tiempo os pueda contar otras reflexiones y detalles de mi viaje..

 

 

Aprendiendo de los niños

            Antes de emprender mi viaje a Marruecos algunos experimentados ya me habían advertido de los pesados niños marroquíes que nada más ver a un forastero se le echan encima pidiendo Dirham. Se me advirtió de no hablar con ellos ni echarles cuenta y, por supuesto, que no les diera dinero; pues de lo contrario nunca me los podría quitar de encima. Pues bien, después de entrar en Marruecos, casi nada más atravesar la frontera, experimentas la sensación de entrar en un país tercer mundista. Observas la miseria y la dejadez en la que vive un pueblo que, por recursos, debería ser mucho más rico de lo que es. Y me imagino lo primero que se le ocurre a cualquier turista occidental. “¡Esto es el Islam!”. Pues, al fin y al cabo, Marruecos es un país musulmán,. y seguramente este es el Islam: miseria, dejadez, trabas burocráticas en las fronteras, corrupción de los agentes del estado, sobornos en las aduanas... ¿Este es el Islam?

 

 Yo soy musulmán y sé que eso no es el Islam; pero quería hacer una comprobación. Y se me presentó la oportunidad cuando, al poco tiempo de entrar en Marruecos, tuvimos que parar y salieron mis compañeros del coche y me dejaron solo. Inmediatamente aparecieron los niños pidiendo Dirham. Eran tres niños y una niña entre 6 y 9 años Todos con ropas sucias, gastadas, con el moquillo en el rostro, con caras de pillos, de tener ganas de entretenerse con este guiri con el que se habían encontrado. Los guiños y las risas aumentaron cuando empecé a hablar con ellos en árabe clásico (pues yo no conozco el dialecto marroquí) . Para que os hagáis una idea: era como hablar en lenguaje del quijote con gente de ahora.. Ellos se reían de mí. Pero en ningún momento olvidaban lo que querían: “¡Danos un Dirham!” decían. Entonces les hice una pregunta, tras la cual todo se hizo silencio. El sarcasmo y la mofa desaparecieron, de repente  dejé de ser gracioso para ellos y una seriedad solemne invadió sus caras. Lo que les pregunté fue: ¿Sois musulmanes? , ¿Hacéis el salat?

 

Tras un momento de silencio respondieron todos que sí, que son musulmanes y que hacían el salat. Los que no hacían el salat se callaron en un curioso silencio. Entonces me di cuenta que éste es el verdadero Marruecos. El Islam está en Marruecos en todas partes. Pero la dictadura de un estado, impuesto y aprobado por los franceses, es lo que provoca esa miseria, esa corrupción y esa aparente desidia de un pueblo, que por lo contrario, esconde grandes tesoros humanos y un potencial de esmero y creatividad que nos falta a nosotros en Occidente. En esos niños ví al verdadero Marruecos, una joya escondida debajo de un montón de escombros. El que quiera conocer el Islam en Marruecos tiene que mezclarse con la gente, tiene que fundirse con ellos, de lo contrario sólo verá niños con moquillo pidiendo Dirham.

 

 

Los prodigios de Mulay Bashir

Un wali es una persona cercana a Allah. Esa cercanía transforma a la persona, la hace radiante de Verdades que, aunque el Wali lo intenta ocultar, al final siempre rebosa de él y se acaba notando. Esas Verdades se llaman Karamat (plural de Karama; obsequio, prodigios). Y existen dos tipos de Karamat : Karamat mayores y Karamat menores.

 

Los Karamat menores son aquellos de los que habitualmente se habla: levitar, atravesar las paredes con la mirada, saber cosas que no es posible saber, poder transformar a las cosas y a las personas, etc. Estos son Karamat menores, porque como decía el Imam al-Ghazzali, no implican que esa persona sea de verdad un Wali. Al-Ghazzali decía que si ves a alguien convertir un bastón en serpiente o levitar y después te cuenta una mentira; sorpréndete de lo que hace, pero haga lo que haga no le creas. Pues la mentira sigue siendo mentira aunque el mentiroso haga Karamat. Los grandes maestros suelen siempre intentar ocultar sus prodigios para que sus discípulos no se enganchen a lo extraordinario olvidando que lo verdaderamente importante está en la vida misma, en el día a día de cada uno.

 

Los Karamat mayores son otra cosa. Lo que auténticamente verifica la verdad de un Wali es su conducta cotidiana, sus condiciones de vida, sus reacciones, el trato que tiene con la gente, con las circunstancias y con las cosas. Cuando esa vida sigue la estela de la vida del profeta, entonces la Verdad del Wali se hace evidente, se hace verdadera.

En el caso de Mulay Bashir y durante mi corta estancia en la Zawiya (sólo tres días) pude comprobar ambos tipos de Karamat.

 

Empezaré a hablar de algunos de los Karamat menores. Ya comenté que después de llegar, esa misma noche, defraudado por el shayj decidí al día siguiente volver a Sevilla. Lo decidí en mi corazón y no se lo comenté a nadie ni se me notó en la conducta. Por la mañana el maestro me respondió a todas las dudas que a mí se me habían ocurrido sobre él. Parecía saber exactamente todo lo que yo pensaba. Más aún, yo soy médico y antes de mi viaje a Fez tenía una gran preocupación por uno de mis pacientes. Este paciente mío parecía sufrir una grave enfermedad, aunque ni él lo sabía ni yo lo tenía confirmado. Pero todo indicaba que mi paciente tenía un problema muy grande y que era yo quién, tras confirmarse, tendría que comunicárselo. Esto ocurría a finales de julio. Después vinieron las vacaciones de agosto y yo seguía preocupado por mi paciente a la espera de septiembre para realizarle algunas pruebas. Pues bien, el maestro esa mañana me cogió del hombro y me dijo: “Allah va a curar a tus enfermos” e insistió en que me enterara de lo que me estaba diciendo. Durante mi estancia allí me repitió esta frase hasta en tres ocasiones. Lo curioso es que en la Zawiya de Fez habíamos tres discípulos del Shayj que somos médicos, pero sólo a mí me decía eso de: “Allah va a curar a tus pacientes”. Cuando volví de Marruecos era el 22 de agosto y me llamó mi paciente diciendo que estaba peor. Yo había quedado con él a principios de septiembre. A pesar de ello yo sentía que las palabras del maestro se cumplirían. En septiembre cuando lo ví ¡estaba totalmente curado!

 

Esto que os he contado es un ejemplo de algo que ha ido ocurriendo con todos los que allí estabamos. El maestro sabía lo que sentíamos , lo que nos preocupaba. Nuestro mundo interior, lo más íntimo de nosotros era para él un libro abierto.

 

En mi último día en Fez íbamos en el coche. El maestro iba delante junto al conductor y yo sentaba detrás con algunos discípulos. Empecé a mirarlo de reojo y pensé: “¿Es posible que este pobre hombre sea un Wali y que tenga realmente esa fuerza espiritual capaz de hacer brotar en la gente el Iman, la conciencia sincera de la unidad de Allah y de la Verdad de Su profeta?” Sinceramente empecé a dudar de que eso fuese posible. En ese mismo instante algo cambió en mí: empecé a sentir esa conciencia de la Unidad, ese amor sincero hacia el profeta. Yo estaba sorprendido, pues era algo que yo no me proponía, sino que me estaba ocurriendo. Empecé a mirar al maestro, pero él no me echaba cuenta, sólo miraba por la ventana del coche. Indudablemente, ese hombre vivía en mi corazón y además tenía poder sobre mi alma.

 

Estos son algunas Karamat del maestro de las que fui testigo. Me gustaría que otros discípulos más antiguos del maestro nos cuenten sus experiencias; pues creo que serían muy enriquecedoras.

 

Sin embargo, todos estos son Karamat menores; porque no indican la verdad de la persona. El mayor milagro de Mulay Bashir, su mayor karama (obsequio) es su propia vida. El Corán en muchas ocasiones nos invita a pararnos a observar al cielo, la tierra, los animales, incluso llama nuestra atención hacia los insectos. Esto es así porque el Corán nos quiere transmitir un mensaje. La Verdad está en lo auténtico; en todo lo auténtico. Cada realidad en la vida, por simple o insignificante que parezca, alberga en sí misma su razón de ser, la Verdad Única. Lo sorprendente no es lo extraordinario, no son los Karamat, sino que lo sorprendente es lo ordinario cuando armoniza con la existencia y manifiesta cosas, verdades, que siempre estuvieron ahí, pero que no éramos capaces de ver. Os lo voy a explicar de otra forma: cuando alguien se siente traicionado por amigos, amantes, hermanos o por toda la gente; cuando se siente solo en un mundo donde la inocencia fue sacrificada por los intereses. Imagínate que eres ese alguien, posiblemente creerás que no existe la inocencia, que es un cuento, una ilusión. Por mucho que alguien te intente convencer de lo contrario, seguirás creyendo que la inocencia ha muerto. Sin embargo si ves la sonrisa de un niño, si te recreas en tu visión, verás la inocencia, y tu creencia se romperá ante la autenticidad de una verdad evidente (la simple sonrisa de un niño). En Fez verás en Mulay Bashir a un hombre que si él quisiera podría ser rico, un hombre que si él quisiera podría tener poder, un hombre con muchas posibilidades de adquirir para sí beneficios. Sin embargo ese hombre, no sólo rechaza la tentación, sino que está en otro mundo donde plantearse estas cosas parece ridículo. La idea no te pasará por la mente con sólo echarle una mirada a Mulay Bashir. Es muy difícil para mí el explicar esto. Pero os voy a dar un ejemplo, concretamente sobre el ascetismo de Mulay Bashir.

 

 

El mundo en su mano

Se le preguntó a Ahmad Bin Hanbal (un gran maestro y jurisprudente musulmán): ¿se puede tener mil monedas de oro y ser asceta? Y él respondió: “Sí”, se le preguntó: “¿Cómo?” y él dijo: “Si las mil monedas de oro están en su mano y no en su corazón”, se le dijo “¿y cómo saber si está en sus manos y no en su corazón?” y él respondió: “aquél que es dueño del dinero, que lo conserva en sus manos  y no en su corazón: no se alegra si aumenta ni se entristece si lo pierde”.

 

Este es exactamente el ascetismo de Mulay Bashir, es una actitud natural, e insisto en la palabra natural, no se nota en ningún momento que esté haciendo ningún esfuerzo ni sacrificio por llevar la vida que lleva: si hay comida, come; si no hay comida, no come. Así de sencillo y simple. No notas que se moleste lo más mínimo por esas cosas por la que nosotros nos pasamos la vida trabajando, amargándonos y sufriendo. Es la actitud de un hombre totalmente entregado a Allah, que no renuncia a los placeres mundanos, pero que nunca lo condicionan ni lo apresan. Sientes que es un hombre libre.

 

Se narra sobre el profeta (s.a.s.) que cuando llegaba a su casa y preguntaba si había comida, cuando se le decía que sí, comía; cuando se le decía que no, decía: “estoy en ayunas”.

 

Si vas a Fez procura fijarte en la actitud del Shayj y comprenderás lo que quiero decir.

 

 

El espejo de Mulay Bashir

Uno de los antiguos discípulos sevillanos del maestro me ha contado cómo presenció el comentario de uno de los maestros ancianos de Fez diciendo que Mulay Bashir tenía un espejo delante de sí, un espejo invisible salvo para él, en el que Allah le permitía ver todo lo que él quisiera.

 

No he citado este “prodigio” del maestro en mi artículo anterior porque se basa en lo que una persona dice a otra de Mulay Bashir, y no es algo que yo haya visto y comprobado. Posiblemente por mi formación académica como médico o por mi crianza en un ambiente donde el método experimental era y es parte vital de mi pensamiento y de mi ser, posiblemente por todo ello suelo ser muy incrédulo ante este tipo de comentarios. Además que tal prodigio no haría de Mulay Bashir ni mejor ni peor Wali; pues ya expliqué que estos prodigios menores no indican la autenticidad de la proximidad a Allah.

 

Sin embargo lo cito aquí por otra cosa. Mulay Bashir es prácticamente ciego, aunque a veces parece ver mucho más que todos nosotros. Otro discípulo y compañero médico me ha comentado que padece unas cataratas muy avanzadas en ambos ojos y que prácticamente no puede ver. Sin embargo lo que más caracteriza a Mulay Bashir, según todos los que lo conocen, es su mirada de Hierro; él no te enseña con sus palabras ni con sus gestos, sino exponiéndote a su mirada de hierro: ¡te penetra, te funde como al hierro en el fuego y te vuelve a moldear!

 

Hay otro hecho curioso. En la Zawiya de Fez no hay espejos, por lo menos durante mi estancia allí no los había. Para peinarme el pelo tenía que intuir mi aspecto porque no había espejos.

 

Hay una pregunta que algunas gentes se hace: ¿por qué Allah necesita a los profetas para comunicarnos su mensaje? ¿por qué no se comunica directamente con cada persona por separado trasmitiéndonos a cada uno individualmente Su mensaje de Unidad?

 

La respuesta es bien sencilla: Allah no necesita a profetas y mensajeros para trasmitirnos su mensaje; Allah no necesita a nadie y a nada. Somos nosotros los que necesitamos a los profetas; somos nosotros los que necesitamos a personas que no sólo sirvan de trasmisores del mensaje, sino que sean expresión misma del mensaje. La mujer de Sidna Muhammad (s.a.s.) decía de él que “su forma de ser era el Corán” El mensaje y el mensajero se convierten en lo mismo. Los profetas son esenciales para nosotros porque ellos son el espejo en el que nos vemos a nosotros mismos. Son el espejo en el que descubrimos nuestro secreto: que el mensaje de Allah ya se te ha sido trasmitido a ti de forma individual, en la esencia de tu ser, en cada sentir o latido de tu corazón y en cada segundo de tu existir; y así lo expresa el Corán cuando nos dice que Allah ha tomado el testimonio de toda la descendencia humana de Su Señorío sobre ellos, y todos lo han confirmado (7/172) y por eso es que el Corán determina la función de los profetas repitiendo una y otra vez que ellos sólo están para hacernos recordar. Los profetas nos enseñan nuestro propio rostro, nos hacen redescubrir nuestra propia Verdad; hacen que discernamos entre lo verdadero y lo falso de cada una de nuestras cualidades, percepciones, gestos y actitudes. Un Wali, un maestro espiritual, es el espejo que se pule con el brillo del más pulido de los espejos: Sidna Muhammad (s.a.s.). Por eso todos los grandes maestros del Islam no son sino una gota en el gran océano del profeta Muhammad (s.a.s.), y así lo manifiestan una y otra vez todos los maestros. ¡¿Cómo puede haber espiritualidad sin espíritu o cómo puede haber reflejo sin espejo?! El que quiere conocer al sufismo o a la espiritualidad dentro del Islam debe conocer a Sidna Muhammad (s.a.s.), y si no puede, entonces un maestro, un Wali, le ayudará a conocerlo. Y la finalidad de todo ello es simplemente hacernos recordar ese mensaje que Allah nos ha entregado a cada uno en el instante mismo de nuestra existencia y del que , remotamente, todos hemos dado testimonio: Su única y Absoluta Unidad y Señorío.

 

Durante toda mi estancia en Fez y el trato con Mulay Bashir no le miré ni una sola vez a los ojos. El último día cuando me despedí de él me miró fijamente a los ojos con esa mirada de hierro. Su mirada fue tan penetrante que llegó en mí a sitios que ni yo mismo conocía y en menos de la centésima parte de un segundo me fundí, me derrití para volver a ser moldeado. El fuego hace que el oro se funda para deshacerlo de las impurezas de otros metales menos preciosos. Cuando el oro sale del fuego, sale puro, nítido, sin impurezas. Ese que queda es lo auténtico. Ese que queda eres tú: oro, plata, hierro o plomo. Ante una mirada penetrante descubres tu esencia verdadera, sea cual sea.

 

Si vas a Fez procura exponerte a la mirada de Mulay Bashir y quizás descubras quién eres. Con ese conocimiento que te entrega la mirada de Mulay Bashir podrás vivir...

 

 

Conclusiones

Antes cuando alguien me preguntaba sobre el Islam tenía que dar muchas explicaciones. Hoy si alguien me pregunta qué es el Islam le respondo con tres palabras: VE A FEZ.

 

Abderrahmán at-Tabib  Portillo