¿La Yihad de la Familia Bush?

 

Felicity Arbunoth

Global Research

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


 

        Desde que se produjo la ilegal invasión y ocupación de Iraq, los invasores han venido repitiendo dos letanías paralelas. Una, que no pueden irse hasta que “Iraq pueda mantenerse por sí mismo” y su ejército y policía puedan mantener el orden. La otra es el mantra de los “treinta años de abandono” de la infraestructura de Iraq y de la incapacidad de los iraquíes para repararla por ellos mismos.

 

        Aquí hay algo que merece la pena repetir, una vez más. Antes de la invasión, Iraq era una sociedad eficiente y funcional, cuyos ministerios e instituciones estatales actuaban con eficiencia responsable y con escasos sobornos. El ejército y la policía eran leales al estado, no a las facciones. Las milicias absorbidas ahora por ambos llegaron con la invasión (y, al parecer, muchos de sus integrantes no son siquiera iraquíes o han abandonado su nacionalidad iraquí y adoptado la del -cada vez con menos valor- Dólar).

        Hasta el abrumador treceavo año del embargo (puesto en marcha por George Bush padre el 6 de agosto de 1990), Iraq había experimentado treinta años de extraordinario progreso, apareciendo, según Naciones Unidas, “casi como un país del primer mundo”, pero el embargo, impulsado por EEUU y el Reino Unido, que esa Organización impuso fue creando un holocausto silenciado, negándose además a facilitar suministros de elementos esenciales y piezas de recambio para todos los servicios e industrias vitales. Incluso las máquinas de diálisis y rayos-X tuvieron que quedarse arrinconadas ante la carencia de piezas que era necesario importar; los bancos de sangre no pudieron tampoco seguir funcionando debido al carácter esporádico del suministro eléctrico, que impedía llevar a cabo pruebas de laboratorio y refrigeración.

 

        En 1992, las NNUU citaban un informe de Beth Osborn Daponte que concluía: “… la esperanza de vida se ha reducido de (una media) sesenta años (antes de 1991) a 47 años a finales de 1991”. Un aterrador, vergonzoso y sorprendente logro en menos de dos años en nombre de “Nosotros, el pueblo de…”.

 

        Las pruebas médicas de laboratorio, un sector que había llegado a ser muy sofisticado, bajaron un sesenta por cien en 1992 en tan sólo dos años de embargo. La cirugía mayor declinó en un 63% en el mismo período. Aquellos que tenían suficiente dinero, o podían pedirlo prestado, llevarían desesperadamente en autobús hasta Jordania a sus familiares enfermos, a los niños, a los pacientes que habrían estado en cuidados intensivos, en un intento desesperado por salvarlos, a menudo con un tortuoso viaje de hasta 27 horas. Cortesía de las Naciones Unidas: los enfermos morían con frecuencia en el autobús.

 

        Sin embargo, desde la invasión de 2003, a pesar de las cifras de miles de millones de dólares despilfarradas, malversadas y desaparecidas, y los contratos por miles de millones de dólares concedidos a todos los sospechosos habituales, el servicio sanitario y la infraestructura están peor ahora que durante la época del embargo. Soldados seriamente enfermos y heridos estadounidenses o “aliados” son enviados urgentemente a hospitales con tecnología punta en sus bases, que no parecieron tener problemas en resurgir rápidamente de cero. En el ‘Nuevo Iraq’, los enfermos iraquíes, bombardeados, arruinados, irradiados, abandonados y gobernados por colaboracionistas, morían y mueren en silencio. ‘Reduciremos Iraq a la era preindustrial’, dijo James Baker en 1991. Cuarenta y dos días de bombardeos estadounidenses lo arrasaron todo, Baker no podría haber soñado con que pudiera superarse su predicción, pero en el segundo round se alcanzaron cotas inexpresables con los cincuenta y cuatro meses de invasión genocida y criminal.

        En estos momentos, por cortesía del Tío Sam, según el portavoz de la OMS, Fadel Chaib, el cólera ataca con 29.000 casos confirmados, la mayoría en el norte, y con un bebé de siete meses alimentado a biberón en Basora ya confirmado, y dos casos más, al parecer, en Bagdad, con otros sin confirmar aún.

 

        Ya que el agua ha sido un elemento utilizado como arma biológica desde hace mucho tiempo en Iraq, se espera que estalle un desastre. Curiosamente, Adel Muhsin, el ‘Inspector General del Ministerio de Sanidad’ de Iraq, por tanto, amigo de EEUU, afirma que el ‘cólera es endémico en Iraq’. Como siempre, todo es mucho más complicado.

Iraq, como todos los países tropicales, es susceptible a las enfermedades de transmisión por agua. Tiene también un sistema hidrológico muy complejo debido a que: ‘La calidad del agua sin tratar es ‘generalmente pobre’; beber ese agua ‘podría provocar diarreas’, los ríos de Iraq ‘contienen materiales biológicos contaminados y van cargados de bacterias’. A menos que el agua se purifique con cloro, se podrían desatar epidemias de enfermedades tales como el cólera, hepatitis y tifus”. Estas frases aparecen en un sorprendente documento de la Agencia de la Inteligencia de Defensa estadounidense y fue descubierto en el año 2000 por Thomas J. Nagy, Profesor Asociado de Expert Systems, en la Universidad George Washington.

 

        Sin embargo, fue tal la inversión y el cuidado con que se trató el sistema de alcantarillado en Iraq, que las enfermedades de transmisión por agua cayeron en picado y las cifras de 1989-1990 (el embargo se puso en marcha el 6 de agosto de 1990) que muestran las estadísticas del Ministerio de Sanidad iraquí declaran inexistente el cólera, la fiebre tifoidea con sólo 1.812 casos (en una población de 25 millones), la disentería provocada por amebas con 19.615 y la polio con sólo 10. En 1992, se registraron 2.100 casos de cólera, 19.276 casos de tifus (un aumento de un 1.060%), 61.939 de disentería por amebas (un aumento de un 320%) y 120 casos de polio (un aumento de 1.200%).

        El documento principal que Nagy –que tiene también un doctorado en Sanidad Pública- descubrió se titulaba: “Vulnerabilidades del Sistema para el Tratamiento del Agua en Iraq”, y databa del 22 de enero de 1991. (El bombardeo de Iraq por parte de 32 naciones había empezado el 17 de enero). El documento, que se envió a todos los Mandos Centrales, explica con detalle la clara intención de bombardear todas las instalaciones de tratamiento y purificación del agua en Iraq y cómo las continuadas sanciones impedirían que Iraq pudiera suministrar agua potable a sus ciudadanos.

 

        “Iraq depende de la importación de equipamiento especializado y de algunos productos químicos para purificar su suministro de agua, la mayoría de la cual está muy mineralizada y tiene frecuentemente salobres o salinos”, afirma el documento. “Sin recursos domésticos para sustituir las piezas del tratamiento y algunos de los elementos químicos esenciales, Iraq seguirá intentando sortear las sanciones de Naciones Unidas para importar esas productos vitales. El fracaso a la hora de conseguir los suministros provocará una escasez de agua potable para gran parte de la población. Esto podría llevar a que aumentaran las incidencias, o las epidemias, de enfermedades”, afirma el documento.

 

        Además, afirma el documento los alimentos y las medicinas también resultarán afectados. “El proceso de los alimentos, la electrónica, y especialmente las plantas farmacéuticas, necesitan agua extremadamente pura que esté libre de contaminantes biológicos”. Se explica con todo detalle el período de aniquilación sanitaria del pueblo de Iraq que resultará de la pérdida del agua potable: “La capacidad para el tratamiento del agua sufrirá en todo Iraq un deterioro lento más que una paralización precipitada”, dice. “Aunque Iraq ha experimentado ya una pérdida de su capacidad de tratamiento del agua, probablemente llevará al menos seis meses (hasta junio de 1991) antes de que el sistema esté totalmente degradado”.

 

        Los documentos con conexiones con el Pentágono que Nagy descubrió incluyen detalles sobre probables brotes de enfermedades, incluidas: la “diarrea aguda”, provocada por bacterias tales como el E. coli, la shigella y la salmonella, o por protozoos tales como la giardiasis, que afectará “especialmente a los niños”, por rotavirus, que también afectarán “especialmente a los niños”, una frase puesta entre paréntesis. Y cita las posibilidades de brotes de tifus y cólera, escribe. Se registraron 73.416 casos de giardiasis en 1989-1990, y 596.356 en 1992 (un aumento de un 810%).

 

        La Convención de Ginebra es, desde luego, inequívoca, como Nagy señalaba: El Protocolo 1979, Artículo 54, afirma: “Está prohibido atacar, destruir, trasladar o inutilizar objetos indispensables para la supervivencia de la población civil, tales como comestibles, cosechas, ganado, instalaciones y suministros de agua potable e instalaciones de regadío, con el propósito específico de impedir que la población civil, o la parte adversaria, puedan sobrevivir, y cualquiera que sea el objetivo perseguido, bien sea para matar de hambre a los civiles, para obligarles a huir o para cualquier otro motivo”. ¿Pero desde cuando a los estados canallas les importa la Convención de Ginebra?

 

        Durante trece años se vetó el envío de todos los elementos químicos que servían para purificar el agua (por EEUU y el Reino Unido y por el Comité de Sanciones de Naciones Unidas). Después de la invasión, la situación ha empeorado aún más incluso desde la lamentable situación inicial, donde hasta el 80% de los que murieron de enfermedades diarreicas tenían menos de cinco años. Incluso se vetaron el potasio y la sal para poder reemplazar las sales vitales perdidas por los enfermos. Por supuesto, cuando hasta el cloro se le negó a Iraq, se culpó a Saddam Hussein de la situación. Habitualmente, se retenían los tanques con cloro en la frontera entre Iraq y Jordania, con la excusa de que podían ser utilizados como explosivos –y Bagdad, con sus seis millones de habitantes sólo contaba con suministros para una semana-. De nuevo moriría la población de Iraq, esta vez sin un tiro ni un quejido porque el mayor ejército sobre la tierra no podía, al parecer, asegurar el paso y la entrega de un potencial salvador de vidas. Y se repetía que Saddam era el culpable de todo.

 

        Saddam Hussein daba una importancia enorme a los proyectos dedicados al tratamiento del agua, y aunque le negaban los materiales para la purificación, continuaba con sus proyectos con la esperanza de que en algún momento el embargo se levantaría. A pesar de la sublevación que se produjo en el sur del país (fomentada de nuevo por EEUU y el Reino Unido, que se mantuvieron entonces a un lado mientras era sangrientamente sofocada) dos iniciativas gigantescas se pusieron en marcha para suministrar agua potable a las sedientas provincias del sur: En Basora y distritos periféricos, una para mantener el agua de beber sin contaminación, la otra para preservar la agricultura. Se empezaron en 1992 y se trabajó contra reloj durante veintidós meses, implicando a cinco mil ingenieros, técnicos y trabajadores cualificados. Se tuvo que parar debido a la abrumadora escasez de materiales y equipamientos vitales, pero se reinició en 1995 y finalmente se inauguró el 23 de diciembre de 1997. El Iraq embargado, el que ahora se nos pide que creamos que es incapaz de ‘mantenerse por sí mismo’, imposibilitado para importar, con fábricas bombardeadas, llevaba agua del río Gharraf a lo largo de 238 kilómetros de tuberías, porque esa agua, por la carencia de elementos químicos necesarios, era más pura que la del Tigris y el Eúfrates. Los dos “ejércitos más magníficos del mundo” se las han arreglado para no entregar a la población de Iraq más que amargura, exilio, enfermedad y muerte.

 

        Otra proeza extraordinaria fue la del río Saddam, también conocido como el “Tercer Río”. Era un estrecho canal de regadío, del tamaño de un canal para buques que iba desde el sur de Bagdad a Basora. Al no poder importar, era vital la expansión de la agricultura. Se completó en solo 180 días, de mayo a diciembre de 1992. Sus objetivos eran mejorar seis millones de donums [1] y transportar 60 millones de toneladas de sal al año. (La salinidad de la región es extraordinaria, si se viaja hacia el sur una imagen común son los inmensos montones de sal apilados a lo largo de los bordes de las carreteras). El proyecto sirvió también para eliminar el nivel de polución del Tigris y el Eúfrates. También animó a las familias que habían trabajado la tierra y que habían emigrado a las ciudades ante la falta de posibilidades de regadío, a volver y a asentarse en sus orillas y a reestablecer proyectos agrícolas y granjas.

 

        Los occidentales despotricaron contra una “catástrofe medioambiental” (aunque numerosas firmas occidentales habían competido por el proyecto desde los años cincuenta, siendo la primera una firma británica, Mott McDonald, pero todas se habían dado por vencidas en unos meses, diciendo que no se podía hacer). Totalmente indiferentes por la “catástrofe medioambiental” de toda una nación a la que niegan lo más básico para sobrevivir, se preocuparon por los efectos que tendría en los únicos pantanos del sur y por la destrucción de la fauna y la flora y de un modo ancestral de vida de sus habitantes. Lanzaron acusaciones de que los pantanos habían sido drenados y secados. No era así. Una parte sí lo había sido para impedir que entraran insurgentes desde Irán para crear problemas a través de esa vasta e históricamente incontrolable zona. Como siempre, pagaron los inocentes, pero sus sufrimientos fueron consecuencia de todo lo que la “liberación” ha supuesto. Tras la invasión de 2003, los británicos volvieron a inundar las áreas drenadas y ahora la “coalición” amenaza a Irán porque los “insurgentes” de allí están entrando en Iraq. De nuevo, en todos los aspectos, son los altos cargos militares quienes, sin tener ni la menor idea de nada, toman decisiones sobre lugares lejanos de los que ignoran todo.

 

        Otro sector vital en el que el régimen de Saddam volcó recursos fue el de la educación, ahora casi totalmente destruido por la invasión con los consiguientes ataques de las milicias, de las fuerzas ocupantes y por el miedo de que a los niños les pase algo al salir de casa. Entre 1979 y 1990, la asistencia a las escuelas infantiles aumentó con una media de alrededor de un 20% al año, con adecuados proyectos de edificación. La inscripción en guarderías registró un aumento anual de unos 468%, con edificios brotando por doquier para poder acoger ese aumento. La educación primaria aumentó un 123% por año, con la enseñanza secundaria y los institutos experimentando una tasa de aumento de estudiantes de un 1.247%, con construcciones más imaginativas, como escuelas de formación de profesores, para alojar un aumento de un 810% en la formación de profesores. Se construyeron siete grandes universidades más.

 

        Durante ese mismo período se contempló un inmenso crecimiento en la construcción de carreteras, vías ferroviarias e infraestructura aérea, telecomunicaciones, buques de carga y construcción en todos los sectores. Todo eso a pesar de la guerra (impulsada por Occidente) de ocho años entre Irán-Iraq que costó alrededor de un millón de vidas entre los dos países.

 

En Iraq se mantiene a un pueblo de rodillas, no se repara su infraestructura, son torturados, hechos desaparecer a manos de los invasores y como consecuencia de la invasión. La culpa cae de lleno en Washington y la Casa Blanca. Cuatro millones de desplazados y un millón y cuarto de muertos, según la reciente encuesta de la respetada organización ORB [2] y ahora una epidemia de cólera. ¿Han fletado los ‘liberadores’ medicinas esenciales y equipamiento médico de emergencia para contrarrestar esa situación como harían si se tratara de sus tropas o de sus atemorizados colegas de la Zona Verde? Desde luego que no.

 

        Desde la destrucción del sistema acuífero en 1991, hasta las continuas matanzas que llegaron con la invasión, hasta las asesinatos indiscriminados de iraquíes en decenas y cientos y hasta la actual epidemia de cólera, las fuerzas ocupantes no han levantado un dedo, con todos sus recursos infinitos, para hacer nada. Por ello, recuerdo de nuevo una conversación que tuve en un café en Jordania, días antes de la invasión. “¿Qué estaba haciendo en Jordania?”, me preguntó una persona. “Acabo de volver de Iraq”, dije. Haciendo un preámbulo me dijo: “EEUU nunca se adueñara de Iraq ni de su petróleo, a menos que maten hasta el último de los iraquíes”. Eso es lo que al parecer están haciendo, por todos los medios posibles, a través de la Yihad personal de la familia Bush.

 

        Thomas Nagy, miembro de la Asociación de Expertos en Genocidios, concluyó que la destrucción deliberada del sistema de suministro de agua efectuada en 1991 fue un genocidio. Parece que tienen mucho trabajo por delante. Y así la administración estadounidense vendió la invasión de Iraq a su pueblo vinculando a Saddam Hussein con el 11-S y Osama bin Laden. No era Saddam sino la familia Bush quien tenía negocios con los Bin Laden. ¡¿Cabe mayor perversidad?!

 

 

Referencias:

  • Medical deprivation under the embargo: The Fire This Times, US War Crimes in the Gulf, Ramsey Clark, Thunder's Mouth Press, 1994.

  • Destruction of Iraq's Water: How the US Deliberately Destroyed Iraq's Water, Thomas J. Nagy, Global Research, 29 agosto 2001 (con enlaces a los documentos DIA).

  • Allies Deliberately Poisoned Iraq Public Water Supply, Felicity Arbuthnot, Sunday Herald, 17 septiembre 2000.

  • The War on Truth, Neil McKay, Sunday Herald Books, 2007.

  • Iraq Progress and post 1991 Water Projects: Iraq - Thirty Years of Progress, Ministerio de Informaci’on y Cultura, Iraq, 1998 y numerosas entrevistas regionales con testigos presenciales.

 

N. de la T.:

[1] 1 donum= 1.000 metros cuadrados.

[2] ORB= Opinión Business Research

Felicity Arbuthnot es una colaboradora habitual de Global Research

Enlace con texto original en inglés:

http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=6882