Europa y el Magreb

 

        La evolución política y social que se viene desarrollando desde principios de la década de los 90 en los países del Magreb, hay que enmarcarla dentro del proceso a nivel planetario, de reestructuración en todos los planos y cuyo reparto primario se sitúa en dos polos: Norte/Sur, cuyo eje, una línea divisoria que va desde Vancouver a Vladivostok, es el escenario de las tensiones, que si bien no son nuevas, adquieren en este momento el protagonismo en la estabilidad mundial.

 

        Es en el mediterráneo donde se plasma esta división, con la presencia en ambas orillas de estas dos realidades extremas, constituyendo el Magreb un espacio de transición de cuya estabilidad depende en gran parte el papel que pueda jugar de suavizador de las fricciones entre ambos mundos, o bien foco de conflicto que perceptible el "sueño europeo".

 

        Es intención de este articulo analizar alguno de los aspectos que consideramos importantes, para comprender los cambios decisivos que se están produciendo en el Magreb, y como la actitud de Europa puede contribuir decisivamente a que el desenlace de esta evolución difícil de prever en estos momentos: con un contencioso sobre el Sahara que no termina de resolverse, con una política marroquí estancada sin garantía de poder sostener el descontento social y político acumulado, como en el caso de Argelia, paradigma de lo que puede esperar a sus vecinos si no cambian su política represiva e incluso genocida que sus fachadas democráticas apenas pueden ocultar; por una primacía de los intereses nacionales sobre los supranacionales que impiden cualquier proceso de integración regional efectiva (como es el caso de la UMA) y de la cual son obstáculo principal son, los propios gobiernos de estos países y los intereses de las antiguas metrópolis, para las cuales esta integración supondría la pérdida de la monopolización de los intercambios con sus antiguas colonias.

 

 

INTEGRACIÓN HIPOTECADA

    La U.M.A. Tras la conferencia de los partidos nacionalistas marroquí, argelino y tunecino en Tánger en 1958, pasando por la creación del CPMC (Comité consultivo permanente magrebí) en 1964, hasta el Tratado de Marrakech del 17 de Febrero de 1989, que constituyó la Union del Magreb Árabe (UMA) ; el proyecto magrebí ha sido una de las líneas recurrentes de la geopolítica regional, sin que hasta ahora, se haya traducido en hechos concretos y mucho menos tras la crisis abierta en Argelia en los comienzos de 1992, que la ha postergado para tiempos mejores (bastante improbable, a corto plazo).

 

    Todo parecía entonces marchar hacia una aceleración de la dinámica magrebí, como consecuencia de ciertos factores de estímulo: Además de la permanencia de factores históricos como una lengua dominante y religión comunes, y del sentimiento de pertenencia de las poblaciones a un espacio geográfico y cultural común; la aproximación argelino-marroquí, que siguió al levantamiento de la hipoteca saharaui y la necesidad, cada vez más patente, de afrontar de forma conjunta una Europa en trance de unificación económica y un mundo. donde las reagrupaciones económicas supranacionales estaban al orden del día.

 

    Pero, a pesar de los numerosos acuerdos de cooperación firmados, de los encuentros a intervalos regulares de los dirigentes de los cinco estados de la UMA con el fin, con éxito cuestionable, de hacer avanzar la unión; se constata que la integración no ha progresado significativamente.

 

    El comercio intrazonal no supone más del 5 % del los intercambios exteriores de los países magrebíes, mientras que la CEE continúa siendo el socio privilegiado de cada uno de ellos individualmente. Los intercambios comerciales sólo han conocido un verdadero desarrollo en las fronteras de Libia y Túnez, y de Marruecos con Argelia; permaneciendo dentro de unos márgenes relativamente limitados, salvo en algunos momentos puntuales. Hasta hoy no se ha concluido ningún acuerdo aduanero, monetario o de flexibilización de la circulación de capitales.

 

    La aceleración del proceso de integración, debería permitir , al menos a los tres estados del Magreb central, mayor éxito en la consecución de un hueco, para su inserción en el mercado mundial. Esta aceleración se hace necesaria para hacer frente a algunos de los retos que les esperan: como la urgente necesidad de acrecentar la creación de empleo para una población activa prevista de 6 millones de individuos, ya para el año 2000, de la cual un tercio se encuentra hoy sin empleo; o el de diversificar su tejido industrial. Este último es, en efecto, demasiado tímido y fundado, esencialmente, en la transformación de productos primarios para la exportación, o en la multiplicidad de industrias manufactureras poco integradas y dependientes de Europa para su aprovisionamiento y salidas. Pero a nivel político como a nivel económico, las lógicas nacionales y tropismo europeo priman, con mucho, sobre una dinámica regional tan frágil, que los gobiernos han optado por la idea de un "Gran Magreb" de realidad más que discutible. El empeño de construir un Magreb "desde arriba", es decir esencialmente por la vía burocrática, dejando poco sitio a los operadores económicos ya la expresión democrática, muestra sus limitaciones en un momento en el que los poderes están sometidos a fuertes presiones desestabilizadoras. La frustración de la población está desembocando en una puesta en cuestión del poder (cuyo caso más agudo lo representa Argelia) que hace tambalearse a regímenes reputados por su estabilidad y que amenaza con extenderse por todo el occidente musulmán, haciéndose cargo de la edificación de un Magreb distinto al deseado por sus vecinos europeos. Por otra parte se detecta un gran desinterés por parte de los países de la Europa comunitaria que como ya hemos comentado es el interlocutor privilegiado en las relaciones de los países del Magreb, en que esa integración se produzca de manera efectiva. Absorbidos por su propio proceso de integración económica y política para hacer frente a la estrategia de mundialización que se está imponiendo, no exento de problemas y conflictos; su percepción del Magreb se dirige sólo a aquellos aspectos que pudieran turbar el proyecto del espacio europeo común. Estos peligros los constituyen por una parte, la presión migratoria agudizada por los desequilibrios cada vez más marcados entre ambas orillas del Mediterráneo; y por otra la creciente desestabilización de los regímenes políticos ya comentada anterionnente. A pesar de la integración, ya en fase de consolidación en muchos aspectos, de los países de la Unión Europea y el intento en el mismo sentido de los países del Magreb, no se han concretado hasta el momento políticas monetarias en las relaciones entre ambas regiones. En lo fundamental, estas relaciones mantienen las formas definidas tras la descolonización, primando las de tipo comercial y de forma individual entre los países africanos y sus antiguas metrópolis.

 

 

 DESIGUALDAD EN LOS INTERCAMBIOS

    En el plano económico y comercial, la dependencia es el término que caracteriza el comercio exterior de los cinco estados del Magreb. Dependencia geográfica con respecto a Europa occidental, y económica con exportaciones poco diversificadas e importaciones que son difícilmente reducibles y de una composición de difícil evolución a corto plazo. Esta característica común no impide la división de los países de la UMA en dos categorías: los productores de energía, Argelia y Libia, monoexportadores de hidrocarburos (97,4 % y 99% respectivamente) por un lado, y por otro, Marruecos y Túnez que, a despecho de sus exportaciones de productos primarios (fosfatos y petróleo, respectivamente), tienden a convertirse desde principios del año 2000 en productores importantes de productos manufacturados, esencialmente textiles, que constituyen las dos terceras partes de las exportaciones tunecinas y la mitad de las marroquíes. Mauritania constituye un caso atípico, con un comercio exterior muy débil, obligado a importar la casi totalidad de los productos de consumo habitual, vende hierro y, sobre todo, ganado a sus vecinos y productos pesqueros para los que Japón es uno de los principales compradores. Esto explicaría el hecho de la menor relación con los países comunitarios que con sus vecinos de la UMA. Otra divergencia entre los productores de hidrocarburos y los demás es que los primeros, tienen un balance comercial excedentario, mientras que los segundos están afectados de un déficit estructural, debido en parte a la naturaleza de su actividad manufacturera, compuesta esencialmente de actividades de montaje y acabado de productos semiterminados. Pero aparte de esta fragilidad, la relativa diversificación de sus exportaciones, les da un mayor margen de maniobra en relación a sus vecinos, cuyas economías están sometidas a las fluctuaciones del mercado energético.

 

    Pero a pesar de esta diferencias, la estructura del comercio exterior de los países magrebíes está marcado por la abrumadora preponderancia de la CEE y la carga que suponen las importaciones de alimentos, sobre todo para Argelia que depende del extranjero en más de dos tercios de sus aprovisionamientos alimenticios.

 

    Francia, Italia y España, son los interlocutores privilegiados de estos intercambios, terrible tropismo, cuando se sabe que, en el sentido opuesto, el norte de África no representa más que el 3 % de los intercambios exteriores de la Europa comunitaria. Tal desequilibrio, explica asimismo la debilidad de los intercambios inter-magrebíes.

 

    Por otro lado, el endeudamiento crónico, agravado por la crisis de las exportaciones ( caída del mercado de hidrocarburos y retroceso de las exportaciones de fosfatos y hierro a partir de 1986) ha llevado a los países del Magreb a un severo ajuste estructural, bajo la férula del FMI, cuyas constantes son: freno al gasto público, a las inversiones y al empleo público; devaluaciones sucesivas de la moneda para promover las exportaciones y limitación de las importaciones.

 

    Estas medidas de ajuste si bien estabilizan el déficit presupuestario, frenan el crecimiento y en el caso de los países que nos ocupan, cargan sobre la mayor parte de la población, ya de por sí castigada, y puede llevar, en combinación con determinados factores políticos y sociales, a situaciones como las que se están viviendo hoy en los países centrales del Magreb.

 

 

EL "TAPÓN" EUROPEO

    Otro de los aspectos en el que la integración europea ha tenido consecuencias sobre la desestabilización del Magreb, ha sido el del freno a la emigración. La CEE, por la propia dinámica de la integración, que significa un ajuste de sus políticas económicas y laborales, está teniendo también que enfrentarse, no sin dificultades, a la corriente migratoria proveniente del Este. La adopción de medidas restrictivas hacia la inmigración de los países del Sur, especialmente magrebíes y africanos, está rompiendo en sus países de origen, un elemento de equilibrio económico que se había convertido en estructural. En efecto, para Argelia, Marruecos y Túnez, la emigración hacia los países de Europa, especialmente Francia, supone una fuente extra de ingreso de divisas, por la canalización del ahorro del emigrante hacia su país de origen, bien sea por la política de captación de este ahorro por parte de los bancos magrebíes, por las inversiones (sobre todo en viviendas), por un mercado paralelo de cambio, un tráfico de "compensación y de flujo de mercancías (finalmente tolerado) cada vez más floreciente. Aparte de esto, y quizá más decisivo, es el alivio de la presión social que supone esta emigración, en unos países cuya tasa de crecimiento demográfico se sitúa entre el 2,06 % de Túnez y el 3,48 % de Libia, frente a la Europa comunitaria que no alcanza el 0,5 %; agravado por un reparto demográfico desequilibrado, que concentra a la mayor parte de la población alrededor de pocos y superpoblados núcleos urbanos.

 

    A este crecimiento demográfico descontrolado, ya la crisis y política de ajuste económico apuntados anteriormente, se le ha sumado pues, la reducción significativa de la acogida de inmigrantes por los países de la Unión Europea, en los que se ha legitimado jurídicamente el cierre de fronteras con respecto al Sur, y cuyos brazos ejecutores son lógicamente los países mediterráneos (España, Francia e Italia, sobre todo). Esto supone ciertamente uno de los mayores peligros de desestabilización, ya que al no disponer de la válvula reguladora de la presión social sobre los gobiernos, que supone la emigración de los "excedentes sociales", estos han de enfrentarse a una situación cada vez más explosiva:

        1º Reforzados tras la marcha de las minorías judía y europea, y la voluntad de marginalización del bereber después de la independencia del norte de África.

        2º Algo más amortiguado en Túnez que ha podido hacer progresar las exportaciones textiles y de productos mecánicos y eléctricos.

 

 

FACHADA DEMOCRATICA y DESLEGITIMACIÓN DEL PODER

    El proceso de "maquillaje" de los sistemas políticos de los países del Magreb comenzada a partir de la segunda mitad de la década de los 80 y orientada, sobre todo, hacia el exterior con el fin de participar en el nuevo reparto de poderes a nivel mundial, presentándose como representantes legítimos de sus respectivos países y tratando de vender una imagen de estabilidad que les supusiera su reconocimiento internacional, como interlocutores válidos de los países del Norte, en el proceso de "nuevo reparto" a escala internacional.

 

    Europa, en virtud de un intento de salvaguardar esta estabilidad, ha entrado en contradicción con sus propios principios, al apoyar de diversas formas, el mantenimiento de regímenes autoritarios con cobertura democrática vacía de contenido. No me voy a detener en describir la evolución de este proceso por países, pero si a describir las líneas maestras comunes a todas ellas, cuyas consecuencias, son las que dibujan el panorama político de esta década.

 

    A partir de finales de la década de los 80 y principios de los 90, comienza un proceso de reformas políticas en el sentido de una mayor democratización de los sistemas de gobierno. A estas reformas han contribuido diversos factores entre los cuales destacan tres principales:

    El primero, las sublevaciones populares, de las que las más importantes fueron la "revuelta del pan" en Túnez y los motines de Marruecos, en enero de 1984 y de Argelia en octubre de 1988.

 

    En segundo lugar, la edificación de la Europa comunitaria. La perspectiva de un mercado único en Europa hizo tomar conciencia a los dirigentes magrebíes de la desventaja de un desarrollo solitario circunscrito al estado-nación y de la necesidad de una cooperación inter-magrebí para evitar la marginalización. La creación de la UMA en febrero de 1989, que venía preparándose desde 1986-1987, implica una armonización de los regímenes políticos y la evolución hacia el liberalismo y la democracia.

 

    En tercer lugar las conmociones en la URSS y países del Este que se traducen en el hundimiento de la economía planificada, y el efecto contagioso del pluripartidismo y la opción democrática.

 

    En la transición democrática que culmina en comicios legislativos: Mauritania en 1992, Marruecos en 1993, Túnez en 1994 y Argelia en diciembre de 1991 (cuya segunda ronda no se pudo celebrar por la interrupción del gobierno, con respaldo militar, del proceso democrático ante la victoria del FIS); salvando las particularidades de cada país, se pueden apreciar una serie de características que ponen de manifiesto la problemática común de sus regímenes.

 

    La continuidad del poder en las mismas manos y el acallamiento de toda oposición, ha sido el rasgo común más significativo del proceso de apertura política en todo los países del Magreb. Continuidad garantizada por una previa preparación del terreno para que así ocurriera.

 

    En Mauritania, tanto los comicios legislativos como los presidenciales del año 1992, como las municipales de diciembre de 1993 han sido denunciadas insistentemente por la oposición por fraudulentas. A pesar de ello, ninguna de estas denuncias ha trascendido a nivel internacional, debido sobre todo, al apoyo mostrado por Francia, que ve con buenos ojos la seguridad de sus súdbitos y de sus inversiones en Mauritania, garantizadas por un régimen nominalmente civil, pero en realidad en manos de los militares. Permanencia, en definitiva, del poder surgido del último golpe militar protagonizado por el coronel Muawiya.

 

    Desde que en Túnez el Jefe de Estado Ben 'Ali, promoviera las reformas políticas y económicas a finales del año 1987, dando por concluida la larga "era Burguiba", la prohibición de las asociaciones, "político-religiosas", la represión de los movimientos islámicos, la aprobación de la Ley de Asociaciones" en abril del 92 dejando fuera de combate a la oposición no domesticada y encarcelamiento de sus líderes, la prohibición de varios periódicos extranjeros, la expulsión de los representantes de asociaciones internacionales de derechos humanos, detención del candidato Moncef Marzuki (de la Liga Tunecina de los Derechos del Hombre) antes de las elecciones y la aprobación de una modificación del sistema electoral para las elecciones de marzo de 1994 que suponía una tímida proporcionalidad que permitiera entrar en el Parlamento a lo que quedaba de oposición; son los hechos que han jalonado este proceso de "apertura" política que termina con las citadas elecciones del 94, en las que ganó por mayoría Ben 'Ali. La postura internacional hacia el proceso tunecino queda ejemplificado con el "certificado de buena conducta" que el FMI concedió en 1992 a Túnez y el respaldo de Europa y los Estados Unidos, mientras se siga manteniendo la fachada democrática y el rumbo económico del país, y sus intereses económicos y de seguridad en la zona sean tan bien defendidos por el gobierno tunecino.

 

    Marruecos es la única monarquía del Magreb y constituye otro de los ejemplos de "estabilidad" forzada de la zona. La estrategia de Hassan II, de convertirse en el principal interlocutor de la Unión Europea, la difícil situación tras la guerra del golfo (donde Hassan II se alineó con las fuerza aliadas, en contra de la sentimiento mayoritario del país) y los motines de Fez de diciembre de 1990, sangrientamente reprimidos, le llevaron a propugnar una reforma del régimen cuyo punto de arranque fue el referéndum de septiembre de 1992 y posterior convocatoria de elecciones legislativas en junio de 1993 (las primeras en 15 años). En esta elecciones, la elección de un tercio de la cámara por sufragio indirecto, hurtó a la coalición de los dos grandes partidos de la oposición Istiqlal y USPF, la mayoría que se preveía tras la primera vuelta por sufragio indirecto, lo que se tradujo en la exclusión de la oposición en las tareas de gobierno. Esta situación de deslegitimación del gobierno formado tras las elecciones, la cuestión pendiente del Sahara, el freno a la recuperación económica tras duros ajustes económicos, que está suponiendo la sequía de los últimos años, las secuelas del paro y aumento de la desigualdad social (ya de por sí extrema) y la extensión del islamismo a pesar de la represión, uno de cuyos signos han sido las violentas manifestaciones de Fez en febrero de 1994; están poniendo en entredicho la capacidad de la monarquía alauita para contener el descontento y mantener la estabilidad necesaria para convertirse en interlocutor geoestratégico privilegiado de la zona (aunque recurra a la reivindicación territorial, en este caso de Ceuta y Melilla, que en otras ocasiones le dio tan buenos frutos políticos).

 

    En Argelia, tras un proceso prometedor de apertura política, se acabó imponiendo el terror de estado. Tras el triunfo del FIS en las elecciones municipales y provinciales de junio de 1990 y en la primera vuelta de las legislativas de diciembre de 1991, el gobierno suspende el proceso democrático presionado por el ejército y se ilegaliza al FIS. Esto último hace estallar la revuelta en todo Argelia y abre un debate en Europa sobre la legitimidad de esta postura para salvaguardar la democracia de las "dictaduras teocráticas". Debate ocioso dominado por la versión francesa del conflicto, que mediatiza los acontecimientos de Argelia presentándolos como un enfrentamiento entre "integristas" y gobierno, mientras apoya una represión que lleva más de 30.000 muertos (según Amnistía Internacional) y que ha dado la iniciativa a los grupos radicales armados que a su vez justifican la escalada represiva con la ejecución sumaria y masiva después de cada atentado. Esta eliminación, que adquiere tintes de genocidio, de toda oposición difuminada tras la cortina de humo de oferta de diálogo, está siendo decididamente respaldada por Francia con su veto a cualquier acuerdo político que pudiese cuestionar la permanencia del presidente Zerual. La visión que impone Francia del conflicto va en dirección de justificar su apoyo a esta represión y movilizar el factor miedo a escala internacional, tratando de poner a la defensiva a aquellos países como Italia, España, Alemania y Estados Unidos, han mostrado reservas a la estrategia represiva favorecida por París. Así pues es Francia quien monopoliza la política europea respecto a Argelia, política curiosamente dirigida por el ministro de Interior. Después de haber obstaculizado sistemáticamente todos los intentos de Argelia por resolver sus problemas de deuda sin reestructurarla, ha asumido el papel de orquestadora de la ayuda financiera internacional al país facilitada por el reescalonamiento efectuado por el FMI, que da un respiro a la maltrecha economía argelina para afrontar la reformas económicas pendientes, cuyos resultados serán más que dudosos, si no van acompañadas de una verdadera apertura a su gestión a todas las fuerzas políticas del país. En este sentido, es cuestionable la validez política de unas elecciones presidenciales realizadas por Zerual en 1995, en la que estará excluida la fuerza mayoritaria de la oposición, el FIS.

 

 

CONCLUSIÓN

        Como hemos podido ver hasta aquí, mientras la prioridad de los intereses neocoloniales de países como Francia sigan primando en las relaciones de Europa con el Magreb, estás seguirán dominadas por la incertidumbre.

 

        Existen buenas intenciones en el sentido de romper esta dinámica, con iniciativas como la Declaración del Consejo Europeo de Lisboa, que implica la negociación de acuerdo preferenciales de la CEE con el Magreb; o la iniciativa de España e Italia de crear una Conferencia de Seguridad y Cooperación en el Mediterráneo, o el proceso de cooperación euro-magrebí llamado 5 + 5 y otra serie de tratados bilaterales de cooperación entre países de la CEE y del Magreb; todas ellas de escasos resultados, más allá de los comerciales, facilitando ciertas inversiones europeas.

 

        Pero en lo fundamental siguen primando la estrategia del miedo, miedo a dejar fluir el curso natural de los procesos políticos de los países magrebíes, instando a sus gobiernos a que den paso a la participación de las fuerzas sociales hoy enmudecidas, que pueden garantizar una verdadera estabilidad, en lugar de apoyarlos incondicionalmente por un temor irracional al "fantasma iritegrista". Apoyar el proceso de integración magrebí en lugar de entorpecerlo, garantizando un mayor equilibrio en los intercambios CEE-Magreb.

 

        No parece de momento que se vaya a romper la inercia de ver en el "integrismo" el verdadero peligro para la seguridad de la zona, y no el centrar la cuestión en sus términos reales, es decir la respuesta de las capas sociales más afectadas por las arbitrariedades de los gobiernos, por los brutales ajustes económicos, que debido a la desigualdad en el reparto, pagan los más débiles económicamente sin permitírseles siquiera la participación en su gestión, además de la imposición de modelos políticos y administrativos, así como mentales, que chocan violentamente con una especificidad reacia a su uniformalición.

 

        Esta inercia europea se ha visto ratificada en la única iniciativa concreta que ha reunido de forma multilateral a los ministros de Interior de los países centrales de Magreb ya los de los países mediterráneos de Europa, indicativa de la miopía de la concepción preeminente, de que sea la represión la única estrategia unitaria posible en el Magreb. Supongo que el tiempo modificará esta peligrosa postura para el futuro del Mediterráneo y la clarividencia guiará a los gobernantes comunitarios.