COMENTARIO
A SÛRAT AL-FÂTIHA
El Corán comienza con un breve capítulo (sûra) de tan solo siete versículos
pero que tiene una extraordinaria importancia. Todos los musulmanes se saben de
memoria el texto de esta sûra que recibe el nombre de al-Fâtiha, ‘la
que abre el Corán’. Se considera que resume en pocas palabras todo lo
esencial del Libro Revelado, y su recitación es obligada durante los
recogimientos del musulmán ante su Señor (el Salât). La Sûrat al-Fâtiha
ha sido objeto de innumerables meditaciones. A continuación os ofrecemos en
este número de Musulmanes Andaluces
un breve cometario de cada uno de los siete versículos que dan forma a uno de
los capítulos más relevantes del Libro del Islam.
bísmil-lâhi
r-rahmâni r-rahîm
Con el Nombre
de Allah, el Misericordioso, el Compasivo.
Esta frase -conocida con el nombre especial de Básmala-
encabeza el Corán. Sidnâ Muhammad (s.a.s.) aconsejaba pronunciarla antes de
comenzar cualquier acto de relevancia. Es una expresión que resume lo esencial
de la cosmovisión del Islam (la ‘Aqîda),
y posee una extraordinaria energía
espiritual (Báraka). Con ella nombramos a Allah, y al nombrarlo rememoramos
todo lo que Él implica, trasladando a nuestra conciencia la grandeza de lo
infinito que mueve la existencia, y de ahí que sea fuente de bendición.
bi-, con. La Básmala comienza
con esta preposición que tiene valor instrumental, y quiere decir que todo es con
Allah, movido por Él, que todo vive, crece y muere gracias a Allah... Allah
da la existencia a cada realidad, la sostiene, la agita, la detiene. Él es el
motor real de cada cosa, lo que la hace ser, la mantiene y la recupera en cada
instante. Esto es parte de las sugerencias contenidas en esta partícula, que no
es de compañía: Allah no está en
las cosas, no está con ellas, sino
que Él es con o por lo que se mueven, por lo que existen, lo que las sostiene y las
guía, sin acompañarlas porque Él está por encima de todo, trascendiéndolo
todo, Inasible en su inefabilidad.
ism, nombre. La expresión bísmi
significa con el nombre de... El
nombre de algo es la palabra, el sonido, por lo que esa cosa es reconocida. De
este modo, la palabra Allah designa a
la Verdad Absoluta, al Creador de los cielos y de la tierra. Es un Nombre que
hace reconocible al Misterio. Darle nombre, nombrarlo, es proponérselo como
meta. En el Islam tiene una gran importancia el Dzikr, la memoria, el recuerdo:
conocer a Allah, mencionarlo, es el aldabonazo que permite al ser humano
orientarse. La expresión bísmillâh,
con el Nombre de Allah, traslada a la conciencia humana el Secreto
para el que no hay palabras, haciendo presente al Infinito.
Estas tres palabras (bi-, con,
ism, nombre, y Allah),
con el nombre de Allah, significan que con Allah (por Él, gracias a Él,...) cada realidad tiene
cumplimiento, que no hay nada independiente de Él, que todo es movido por el
Insondable, al que damos el nombre de Allah
para hacerlo presente en nuestras conciencias y agigantarlas en su Inmensidad.
La fase bísmillâh, en sí, es un
elogio extraordinario, una alabanza que resume en pocas palabras todas las
certezas del musulmán, el cual, gracias a ellas, ya tiene ante sí el conjunto
de toda la Verdad, se sumerge en ella y eleva su corazón en la presencia de lo
eterno.
Decir Allah con el corazón es
ser musulmán, es el signo del Islam, por las extraordinarias connotaciones de
esta palabra, connotaciones que todo musulmán saborea en su paladar cuando
pronuncia el Nombre Supremo. Y es prácticamente imposible expresar en conceptos
o ideas lo contenido en esa Palabra, no hay definiciones suficientes ni
interpretaciones satisfactorias, y por ello, el mejor camino para conocer su
fondo es repetir el Nombre hasta que penetra en el ser, pues tiene una fuerza
indescriptible, se basta a sí mismo para sugerirse.
Rahmân, Misericordioso. Esta es la traducción que hemos dado a un
calificativo que en realidad no existe en castellano. Allah, el Insondable, es Rahmân,
es Desbordante de Bien: es la fuente de todo lo que existe, y todo lo
que existe es alimentado por su Rahma,
su Misericordia, su Piedad, su Amor
que activa a cada ser, su Deseo de que algo exista, su Acción con la que hace
que algo exista, su Presencia constante con las que hace que la criatura siga
existiendo, su Fuerza con la que procura el bien de cada criatura. La Rahma
creadora, el Amor, el Deseo de que algo viva, está en el momento inicial de la
vida de cada ser, y se mantiene sin interrupción adoptando la forma de cuanto
necesita ese ser para vivir: está en el alimento, en el agua, en el frío, en
el calor, en los vientos, en el universo entero que se conjuga para permitir la
vida. Esa infinita coincidencia de bondades desbordantes es la infinita
manifestación de la Misericordia, materia prima de cada uno de nuestros
instantes.
Rahîm, Compasivo. En realidad, este segundo calificativo de Allah significa
esencialmente lo mismo que el anterior. también deriva de la noción de Rahma,
Misericordia Vivificante. Es una
insistencia con la que se nos recuerda que la Rahma está en nuestra raíz y en cada uno de nuestros
momentos. Todo es Rahma de
Allah, que es Rahmân y Rahîm,
es Deseo de que seamos, y el resultado es que somos.
Algunos ven en el término Rahîm
una especificidad: Rahîm es
Allah intensificando su Rahma
en algunos, dando vida en la vida, a aquellos a los que quiere. Y así, todos
los seres humanos, por ejemplo, disfrutan de la vida, pero algunos encuentran en
la vida un sentido profundo que los hace vivir más intensamente, que los abre a
una vida infinita... El Corán, el Islam, el Profeta, etc., son obsequios de
Allah que posibilitan aún mucho más, son Rahma
en la Rahma, son la Rahma
del Rahîm.
La Básmala, por tanto, es un
magnífico elogio, una alabanza completa, un himno solemne con el que se expresa
el trasfondo de la realidad, un trasfondo de características colosales y
deseoso de nosotros.
al-hámdu
lillâhi rábbi l-‘âlamîn
Alabanzas a
Allah, el Señor de los Mundos.
Este
segundo versículo es un hamd, una alabanza explícita. Presentir las
dimensiones abismales de cada instante es alabanza del Realizador de cada
instante. La alabanza que articulamos en palabras son la plenitud de esa
alabanza que es pura admiración, es convertir esa alabanza latente en sabiduría.
El musulmán verdadero es necesariamente un elogiador de Allah. Por ello, la
cima de la humanidad es Ahmad-Muhammad, el Profeta (s.a.s.), cuya
esencia era el Hamd, la Alabanza,
que es la reacción del corazón ante la Rahma.
Su vida (s.a.s.) fue Hamd.
li-, para. La alabanza es para
Allah, al-hámdu li-llâh...
Todo lo que despierta en el corazón del ser humano admiración, gratitud,
bienestar, es expresión de la Misericordia, es signo de su presencia, y por
ello, toda admiración, toda gratitud, todo placer, son en el fondo un hamd,
un elogio, una alabanza de
Allah, único y verdadero origen de todo lo que el ser humano admira o agradece:
“No hay criatura que no proclame la gloria de Allah”, dice el Corán. Todas
esas emociones son un reconocimiento de
Allah, aunque el ser humano no lo sepa, aunque no se de cuenta. Por eso
decimos que toda alabanza es para
Allah. Cuando pasamos a intuir a Allah, cuando descubrimos su Grandeza sin límite,
cuando nuestra agudeza nos lleva a penetrar en el entresijo de la realidad,
sentimos que esto es así, y por ello reorientamos nuestra admiración, nuestra
gratitud, hacia Allah, núcleo de la vida, corazón del ser, razón de nuestro
instante, fuente de todo, digno de admiración y gratitud en cada momento, y por
ello decimos al-hámdu lillâh,
alabanza a (para) Allah, suya es toda
alabanza, hacia Él nos dirige cada uno de nuestros sentimientos, Él es quien
despierta nuestro asombro, nuestra inquietud y nuestra gratitud, más allá de
todas las apariencias, más allá de todas las circunstancias.
Rabb, Señor. Allah es Rahmân-Rahîm,
Misericordioso-Compasivo, y es Rabb,
Señor. Su Rahma, su Misericordia
materia prima de nuestro ser, es también su Dominio
(Rubûbía) en nosotros. Somos lo que
Él quiere que seamos, cada uno de nuestros instantes es lo que Él quiere que
sea. Su Rahma es, a la vez, Rubûbía.
Su Amor es su Poder. Estamos sometidos a Él, absolutamente. Del mismo modo que
reconocemos su Bondad, debemos reconocer su Fuerza. Su Rahma
nos hace ser porque estamos doblegados a Él.
‘âlamîn, mundos (plural de ‘âlam,
mundo). Allah es Rabb al-‘âlamîn, el Señor
de los mundos, de todos los mundos, sin excepción. Su Rubûbía, su Dominio, que
es la otra cara de su Rahma,
abarca a todos los seres. Nada escapa a la Rubûbía,
por la sencilla razón de que nada puede ser sin
Allah: todo es con (bi-)
Allah,... o no es.
Cada criatura es un ‘âlam,
un mundo, es decir, cada criatura es
un signo (‘alâma) de Allah: en cada ser debemos reconocer la Rahma
y la Rubûbía que lo articulan, que lo hacen ser y lo envuelven y
dominan.
Este versículo coránico elogia el Poder de Allah, su Dominio Absoluto
en y sobre todas las cosas. Es el complemento del elogio anterior, sin el cual
estaría falto de la Majestad (Yalâl) que hay en la Belleza
(Yamâl) de Allah.
ar-rahmâni
r-rahîm
el
Misericordioso, el Compasivo.
Tras mencionar la Rubûbía,
el Dominio y Señorío de Allah, que abarca y somete a todas las criaturas, que
las doblega a su Voluntad Libre, el Corán nos recuerda que la Rahma,
la Misericordia, es, no obstante, la razón primera de nuestro ser.
Allah es, fundamentalmente, Fuente de Existencia y Vida, y su Poder no debe
causarnos terror. Gracias a ese Poder existimos, y si nos doblega es porque lo
exige su Rahma, para hacernos
ser. Estamos absolutamente a su merced, y eso es lo que nos realiza. Huir del
Poder de Allah es huir de la existencia y de la vida.
Por todo ello, el Corán da a Allah dos nombres derivados de Rahma, insistiendo en que esa noble cualidad es lo esencial
en Él y en nosotros, invitándonos a confiar en Él. Allah es Rahmân-Rahîm, Él es constante en la Misericordia.
mâliki yáumi
d-dîn
Rey del Día de
la Retribución.
Morir no es volver a la Nada. La muerte nos descompone, pero no nos hace
desaparecer; nos transforma, nos pulveriza, pero no nos hace volver a la Nada de
la que venimos. En la muerte, seguimos existiendo, y seguimos estando a merced
de Allah. Es más, en la muerte su Poder nos resultará más inmediato, porque
el vértigo al que estamos sometidos ahora y que nos entretiene habrá
desaparecido y estaremos a solas ante Allah.
En la muerte, Allah no es sólo nuestro Señor
(Rabb) -lo que nos hace ser-, sino
que es mucho más, es nuestro Mâlik,
nuestro Rey. Quiere decir que en la
muerte reconoceremos su Dominio Soberano
(Mulk), su Domino pleno, sin que nada
nos disperse ante Él, sin que podamos negarlo de ninguna manera porque será
inmediato, sin que nada se interponga, sin que nada nos ciegue ante Allah. Mâlik
también puede traducirse por Propietario: somos de Allah, le pertenecemos,
somos suyos, y el Corán enseña al musulmán a decir: “Somos de Allah y a Él
volvemos (innâ lillâhi wa innâ iláihi
râÿi‘ûn)”, existir es ser de Allah e ir hacia Allah, y no hay otra
cosa.
Al seno de la muerte, el Corán lo llama Yáum
ad-Dîn, el Día de la Retribución.
La muerte es Resurrección. Cada ser humano y la humanidad entera se pone en pie
ante Allah en la muerte. Es el Día (Yáum)
de la Verdad, el momento en que sólo está lo verdadero, y cada uno de nosotros
con lo que lleve a ese instante, para su bien o para su mal, y estará sometido
a Allah, plenamente, sabiéndolo, y gozándolo o sufriéndolo.
Con este versículo, anticipándonos a ese Día, elogiamos el Dominio Soberano (el Mulk)
que sólo corresponderá entonces a Allah, su Posesión
real de todas las cosas. Y si su Dominio
actual (la Rubûbía) tiene para
el que cuenta con agudeza unas dimensiones infinitas, abarcando a todos los
mundos en todos los instantes, mayor y más tremendo será su reino cuando nos
sea retirado el velo y veamos la Majestad que nos hace ser en toda su
desproporción.
Si nos fijamos bien, estos primeros versículos -que encabezan el Corán
y en los que Allah se presenta- son tremendamente radicales: son expresión de
la Unidad (el Tawhîd), el eje de la existencia, lo que nos integra a
todos, a todos los seres, lo que nos reunifica en el Ser Absoluto de Allah. El Tawhîd,
la vivencia de la Unidad, es el contexto en el que vive el musulmán.
El Tawhîd es abrumador,
envolvente, radical, tremendo, no deja resquicios. Es la estructura que conjuga
todos los acontecimientos, la subyacencia en todo, la latencia que se expresa de
mil maneras distintas a cada momento, el entretejido del universo. Y es,
fundamentalmente, un Océano de Realidad en el que el musulmán se sumerge
negando dioses, ídolos, extravagancias, miedos, ambiciones, egoísmos,
intereses personales... lâ ilâha illâ
llâh, no hay más verdad que Allah.
iyyâka ná‘budu
wa iyyâka nasta‘în
Sólo a ti
reconocemos como Señor y sólo de ti esperamos ayuda.
Este versículo es el corazón de este breve capítulo del Corán. En él
está resumido todo lo anterior. Tras lo dicho, sólo queda reconocer a Allah
como único Señor (‘ábada-yá‘bud, reconocer la
soberanía de alguien, sometérsele conscientemente). El musulmán no tiene
más Dueño que Allah. En realidad, cada criatura no tiene más Señor que Allah
(sólo Él la mueve, la hace ser, la mantiene, la destruye), pero mientras su
ignorancia la desvíe hacia ídolos, dioses, patrones, quimeras, mitos, etc.,
estará maldita, porque habrá empañado su conciencia con mentiras. Esa necedad
es la causa de ataduras y frustraciones que perturban al ser humano, que lo
hacen sufrir sumiéndolo en un laberinto de espejismos, y ese sufrimiento tendrá
un eco infinito de dolor en la desmesura del Yáum ad-Dîn.
iyyâka ná‘bud, sólo a Ti reconocemos como nuestro Señor. La expresión iyyâka,
al principio de la frase, denota
exclusividad, sólo y únicamente a Ti... El verbo ‘ábada-yá‘bud, que
hemos traducido por reconocer como Señor,
es mucho más amplio. Muchos lo traducen por adorar,
y entonces la frase significaría: sólo a
Ti adoramos. El verbo viene de la palabra ‘abd, esclavo, servidor.
Hemos dicho que Allah es Rabb, Señor,
que tiene Rubûbía, Dominio, sobre
todas las cosas. En este sentido, todas las criaturas son ‘ibâd, esclavos de
Allah, ejecutores de su Voluntad (‘ibâd
es el plural de ‘abd, esclavo), expresiones de su Deseo.
Todo obedece espontáneamente a Allah; para todas las cosas, en sus
esencias, Allah es el Señor (Rabb). Este es el entramado de la existencia. Hay una sujeción
(‘ubûdía) que ata y esclaviza a los seres, que los hace depender
de Allah. Si decimos que Allah es Rabb,
Señor, y está dotado de Rubûbía,
Dominio, por lo mismo debemos afirmar que cada criatura es ‘abd,
esclavo, y su condición es la ‘ubûdía,
la sujeción a Allah.
Ahora bien, todo lo anterior sucede en la esencia de las cosas, en la
naturaleza íntima de la realidad. Por otro lado, el ser humano piensa que es
autónomo, que las cosas están desatadas de Allah. Para recuperar la verdad,
para volver a sintonizar con su propia esencia, debe hacer un ejercicio
consciente de reconocimiento de su ‘ubûdía.
A esa sujeción resultado de un estado de conciencia, se la le llama ‘ibâda.
La ‘ibâda es el acto concreto con el que un musulmán reconoce que
el Señorío de Allah lo doblega. Y pronunciar las palabras iyyâka ná‘bud es ese reconocimiento articulado en palabras que
expresa que la conciencia ha retomado la verdad de las cosas. La ‘ibâda
es convertir la ‘ubûdía en
sabiduría. Todas las prácticas del Islam son ‘Ibâdas,
y es más, el musulmán aspira a que todos sus movimientos y todas sus calmas
sean ‘Ibâdas.
iyyâka nasta‘în, sólo de Ti esperamos ayuda. El verbo ista‘âna-yasta‘în
significa esperar la ayuda de alguien,
pedirle ayuda. También este verbo va precedido de la expresión iyyâka,
sólo a Ti, subrayando el carácter exclusivo de Allah. Sólo espera
la ayuda de Allah quien sabe que sólo Allah es eficaz. Él es el motor de todo,
la razón verdadera de todo, y quien se sumerge en esta verdad
no espera más auxilio (‘áun, ayuda)
que de su Señor interior, el Señor de todos los Mundos, el que tiene poder en
todas las cosas. El musulmán sabe que cada uno de sus instantes son el
resultado de lo que Allah quiere, y en su conciencia quiere integrar esa verdad,
por lo que no se dispersa y busca en Allah el sostén que realice lo que él
mismo ansía, sabiendo que toda otra fuente no es más que espejismo y
apariencia.
En realidad, estas dos frases (iyyâka ná‘bud e iyyâka nasta‘în) son demoledoras. No dejan tras de sí ídolos, los derriban a todos. De estas dos frases, el musulmán sale limpio, puro, singular ante su Señor Uno-Único, a quien reconoce como su Rey y la Fuente de sus fuerzas.
Estas dos frases son para quienes quieren surcar los océanos de la
Unidad. Quien bebe de sus aguas no es como quien se ahoga en sus profundidades,
pero todos son grados benditos. Estas dos frases de luz son un desafío
absoluto, son la afirmación de quien desea dejar atrás todos los fantasmas
para afrontar la Verdad que rige los cielos y la tierra. Son las consignas del libre,
el noble, el puro (hurr).
Si en los versículos anteriores hemos hablado de Allah, con éste
elogiamos a Allah -digno del reconocimiento del ser humano y en su condición de
único verdadero apoyo- y también al hombre que se ha liberado en la ‘Aqîda, en la Cosmovisión
del Islam. Por ello, en cierta ocasión, el Profeta (s.a.s.) dijo que Allah
ha dicho que los primeros versículos de este breve capítulo del Corán
pertenecen sólo a Allah, pero el versículo corazón de la sûra es patrimonio
de Allah y del hombre, describen a Allah y al ser humano que se ha liberado en
Él.
ihdinâ s-sirâta l-mustaqîm
Guíanos al
Sendero Recto.
En lo anterior está resumida la ‘Aqîda,
la Cosmovisión de los musulmanes.
Allah es el Uno-Único, Anterior a todo, Misterio Insondable que, porque está
dotado de Rahma, nos ha sacado
de la inexistencia y nos ha dado vida, y su Misericordia es, a la vez, su
Dominio actual en nosotros, y su Dominio se nos manifestará en toda su
Inmensidad en la muerte, el Día de la
Retribución (Yáum ad-Dîn).
Ahora bien, su Rahma
puede ser sólo existencia, y si está ausente la Rahma
del Rahîm, que proporciona
luz y gozo en la vida, la existencia es dolorosa. Para evitarlo, hay que
conseguir esa segunda Rahma.
Esa plenitud está en el Sendero Recto...
Por ello, una vez expresada la ‘Aqîda,
comienza una invocación (du‘â),
un ruego dirigido exclusivamente a Allah, pues sólo Él puede proporcionarnos esa bendición que haga de nuestra
existencia fuente de luz y placer para nosotros, y no de sufrimiento y dolor (si
bien, por ser existencia, es Rahma).
El du‘â, el ruego dirigido a Allah (que en sí es elogio al reconocer en Él la
fuente de todo bien y de toda ayuda), comienza con la siguiente solicitud: ihdinâ,
guíanos (del verbo hadà-yahdî,
guiar). Es decir, proporciónanos tu guía (hudà), tu luz, tu
dirección, y danos de tu fuerza para el cumplimiento de lo que intuimos. Puesto
que hemos afirmado que sólo Allah es eficaz, sólo de Él podemos esperar una
verdadera ayuda (‘aún), sólo en Él está lo que nos conduzca a su Rahma
Plena. Buscar ese auxilio en cualquier otra fuente es exponerse a la frustración,
al vacío de las criaturas. El musulmán se vuelve exclusivamente hacia Allah, y
le pide la iluminación, la hudà, el
verdadero criterio, la guía auténtica,
que es el Sendero Recto.
sirât, sendero,
mustaqîm, recto. El Sendero
(Sirât) es el Tawhîd,
la Unidad, es lo que hemos descrito
hasta aquí, el sentido de la Verdad, y es un sendero Recto (Mustaqîm), porque
en él no hay tortuosidades, es absolutamente claro, aunque tremendamente
exigente, porque es un camino de liberación. Le pedimos a Allah que nos guíe
sobre el Camino al que nos hemos estado refiriendo hasta aquí, el Camino del Tawhîd,
la Senda de Allah Uno-Único, el Islam, la absoluta claudicación ante Allah, Señor
de los Mundos.
Con estas expresiones elogiamos a Allah, llamándolo Hâdî, Guía, Iluminador,
y esperando nosotros que nos favorezca concediéndonos su hudà,
su luz con la que conduzca nuestros pasos sobre este Sendero, claro y recto,
pero exigente y difícil.
sîrata l-ladzîn án‘amta ‘aláihim
el Sendero de
aquellos a los que has beneficiado,
Hay muchos senderos, ¿cuál es el que busca el musulmán? ¿por cuál de
ellos espera ser guiado? No hay mejor descripción de ese Sirât que la que se
da en este versículo: se trata del Sendero de aquellos a los que Allah ha
beneficiado (án‘ama-yún‘im, beneficiar,
favorecer, permitir una existencia placentera, cómoda, agradable). Nuestra
vida es un Favor de Allah (Fadl),
cada uno de nuestros instantes es un Fadl,
es pura generosidad de Allah, un acto
suyo gratuito. En ese Favor general puede haber una beneficio añadido, una Ni‘ma,
una bendición especial, y ha habido hombres y mujeres que han gozado de
esa distinción. Es ese Sendero el que desea seguir el musulmán, y le ruega a
Allah que se lo facilite. Se trata de un Favor específico, que ha sido
derramado sobre ellos (‘aláihim),
abarcándolos, apoderándose de ellos, conduciéndoles a la exuberancia infinita
de la Rahma, de la Misericordia
vivificante de Allah.
Esa Ni‘ma es el Tawhîd, o el Islâm
(la claudicación ante Allah), o el Îmân
(la apertura del corazón hacia Él),... Tiene infinitos aspectos, pero
todos coincidentes: es todo aquello
con lo que Allah nos ilumina para conducirnos a su Bondad.
gáiri l-magdûbi
‘aláihim wa lâ d-dâ:llîn
no (el sendero) de
los que son objeto de la Ira, ni el de los errados.
Ésta es la última frase de la sûra, y en él -para una mayor claridad-
se nos habla de otros senderos que son aquellos sobre los que el musulmán no
desea transitar de modo alguno, porque son caminos que alejan de Allah, que
alejan de su Rahma. Lejos de
la Misericordia está la Ira (Gádab), el
sufrimiento, la frustración, el dolor del vacío, aquello de lo que
instintivamente huye cualquier ser humano, cualquier criatura, pero al que se
arrojan los inconscientes, los ignorantes. La Ira pertenece a Allah, no es algo
ajeno a Él, pues no hay nada fuera de su Verdad, no existe nada al margen de
Allah, todo tiene en Él a su Realizador.
El musulmán huye de Allah hacia Allah, huye de su Ira para acogerse a su
Misericordia, y si la Misericordia en infinita también lo es su polo opuesto,
la Ira, el Gádab. Hay, pues, gentes, a las que Allah ha negado su Ni‘ma,
su Favor especial, y las ha dejado hundirse en la confusión, y se
adhieren a mentiras y a ensueños en lugar de ver al Evidente. Han sido cegados
por Allah y se aferran a sus creencias, a sus apaños, a sus sucedáneos de la
verdad.
Inmediatamente, una mentalidad occidental tiende a preguntarse el por qué:
¿por qué Allah actúa así, confundiendo a unos y guiando a otros a la
felicidad? Pero es una pregunta falsa, porque no es el ser humano el que puede
juzgar a Allah: es Allah el que interroga al ser humano, es el hombre el que es
desafiado por la fuerza de la vida. Esa pregunta no tiene respuesta porque la
Verdad no puede ser entredicha sino constatada, y podemos constatar que existen
criaturas dichosas y otras en el infortunio, existen los bien guiados y los que
yerran en medio de laberintos de tinieblas y tonterías. Una vez verificado
esto, el musulmán evita enjuiciar y simplemente desea ser del número de los
afortunados y se remite a la Fuente de toda la existencia y espera de Ella su
Favor, porque su vida misma no es otra cosa que eso. Enfrascarse en crisis
existenciales, morir de enfermedad espiritual, es la estupidez propia del que es
objeto de la Ira, y lo que debe hacer es procurar huir de ella, y no sumergirse
aún más en ese lodo de banalidades.
A parte de los que son objeto de la
ira (los al-magdûb ‘aláihim)
el Corán cita en esta sûra a los dâllîn,
los errados, los equivocados, los engañados por sí
mismos, que son los que se dejan guiar por sus frivolidades, los que siguen
sus propios gustos y caprichos, en lugar de buscar a Allah en Sí. Son los que
siguen religiones, sectas, modas espirituales, o de cualquier otro tipo. El
musulmán no quiere ser un dâll,
un vagabundo atado al capricho de su
momento, sino que se entrega a su Señor y fluye con Él, atento a sus enseñanzas,...
y el resto del Corán no es sino una respuesta al sobrecogido, al dotado de Taqwà,
de Temor Íntimo a Allah, de atención
puesta en Él, de prevención sabia,
huyendo de la Ira (Gádab), huyendo del Error
(Dalâl).
Efectivamente, el resto del Corán es una respuesta a esta invocación (du‘â), es la respuesta que busca aquél cuya Cosmovisión es la descrita al principio, aquél cuya actitud es la dibujada en estos últimos versículos. A partir de aquí, el Corán se despliega y ofrece una hudà, guía y luz para los sobrecogidos (muttaqîn) ante su Señor, los musulmanes.