LA CLAVE DEL AYUNO Y SU META

 

             Los ‘ulamâ enseñan que el Islam está construido sobre un constante esfuerzo. Se espera del musulmán que sepa responder a exigencias y afronte retos. La pereza, la desidia o la inactividad son síntomas de una enfermedad espiritual que acaba con el ser humano. La vida es la acción de cada uno de nosotros, y el Islam es vida. Se manifiesta esencialmente en los actos que emprendemos, en las metas que nos marcamos, en la fuerza de la intención y en el empeño con que el que se superan dificultades y se abaten resistencias.

 

         Todo el Islam es acción, y hasta sus enseñanzas “teóricas” tienen como objetivo fundamental servir de base a la acción y ser estimulantes, y se alejan de las divagaciones estériles y advierten contra el fatalismo, la acomodación y la dejadez, siempre injustificables sobre una senda que hace hincapié en el esfuerzo y el avance hacia lo infinito.

 

         El ayuno de Ramadán enseña mucho sobre lo dicho en los párrafos anteriores. Efectivamente, a lo largo de todo un mes, los musulmanes son capaces de privarse de comida, bebida y satisfacciones sexuales, desde que amanece hasta que se pone el sol. No se trata de un “sacrificio”, sino del éxito de la voluntad de muchos millones de personas.

 

         Al privarnos del alimento o del sexo durante Ramadán, no estamos renunciando a nada malo. Es capital entender esto. No nos castigamos con el ayuno. Ramadán es pura luz, y los musulmanes lo viven como una auténtica fiesta, porque está jalonado de triunfos, tal como enseñó el Profeta (s.a.s.) cuando dijo que el que ayuna, cada día, al atardecer, siente dos alegrías: una, la de haber superado la prueba; otra, la de volver a disfrutar de aquello de lo que se había abstenido.

 

         Los ‘ulamâ, los expertos en ciencias del Islam, también insisten en que es necesaria una virtud para realizar el ayuno, una virtud que se llama sabr, paciencia, constancia, irreductibilidad. Soportar un día de ayuno, cuando nada impide comer y beber, sólo es posible si el ánimo es capaz de aceptar la incomodidad del hambre y la sed, de romper con la rutina, de aceptar incluso que el humor se altere a causa de las renuncias voluntarias. Puesto que muchos millones de personas, simultáneamente, son capaces de hacerlo sin manifestar ningún malestar por ello, realmente el sabr es una virtud que los caracteriza.

 

         Una nación entera, la del Islam, cada año, durante todo un mes, se afirma a sí misma, se construye a sí misma en torno al ayuno, declarando su vinculación a Allah, mostrando sus profundas raíces. El rigor del ayuno, acogido con satisfacción, simboliza la disposición de toda esa nación a seguir fiel a su Único Señor, por encima de todas las cosas. Aun en la soledad, o en los lugares más apartados de la tierra, cada musulmán que ayuna no sólo “acata” este mandato del Islam sino que se convierte personalmente en el signo de una solidaridad que lo hermana en lo más íntimo de su ser con el resto de los musulmanes. El ayuno sirve, pues, de puente hacia Allah y hacia el Islam, sostenido por cada musulmán con gestos y actos poderosos.

 

         Pero, por todo ello, el ayuno de Ramadán es también una acusación contra los musulmanes. Somos capaces de resistir un mes entero de privaciones constantes, en estado de alerta para no caer en descuidos que anulen el valor y el mérito del ayuno, y deberíamos ser capaces de orientar esa tensión hacia otras trasformaciones importantes. El ayuno, que nos demuestra a nosotros mismos la fuerza de nuestra voluntad, tendría que servirnos para darnos cuenta de que somos capaces de cambiar nuestra realidad.

 

         En la clave para realizar el ayuno -el sabr- está la cifra de aquello que tiene la virtud de sacarnos de las calamidades y males que sufrimos. La paciencia, la constancia, la irreductibilidad, son herramientas con las que debe contar el que se propone realizar esfuerzos con los que mejorar la calidad de su corazón, embellece su carácter, se relaciona con los demás sobre la base de la excelencia y se propone metas en esta vida. El sabr que se despliega en Ramadán -que, en realidad, se despliega en toda práctica islámica- es la fuente misma para todas nuestras fuerzas. Profundizar en el sabr, descubrir que somos capaces de mantener un esfuerzo, de aguantar con tal de conseguir una meta, que somos capaces de ser inmunes al hambre y a la sed, es decir, a todas las dificultades que se opongan a nuestros propósitos, todo ello debe servirnos para el resto de nuestra vida.

 

         Con Ramadán aprendemos, pues, mucho sobre nosotros mismos. Ni más ni menos que comprobamos la fuerza de nuestra voluntad, descubrimos nuestras posibilidades, que podemos superar los escollos que se nos presenten, que somos capaces de poner el corazón en lo que queremos y sacarlo adelante, de renunciar a cosas con tal de conquistar sueños. Todo esto, nos habla del ser humano, de su dignidad, de su noble rango. Y esto es radicalmente importante. En Ramadán, la nación musulmana ofrece una imagen extraordinaria, de un valor infinito. Es la imagen del carácter excepcional del ser humano.

 

         El Corán, cuando instituye esta práctica, lo hace diciendo: yâ ayyuhâ l-ladzîna âmanû kútiba ‘aláikumu s-siyâmu kamâ kútiba ‘alà l-ladzîna min qáblikum la‘állakum tattaqûnoh, vosotros, los que os habéis abierto de corazón a Allah, os ha sido prescrito el ayuno como ha sido prescrito a los que os han precedido ¡tal vez así paséis a ser conscientes de la presencia de Allah! Queremos destacar dos cosas en este texto. Primero, al instituir el ayuno, el Corán recupera una tradición anterior, la de todos los pueblos que han precedido al Islam. Es decir, todas las tradiciones anteriores practicaban, de un modo u otro, el ayuno. Todos los profetas de la humanidad han enseñado a sus pueblos que es necesario ayunar. El Islam se suma a esa tradición, y no podría ser de otro modo. Y es porque todo camino hacia lo infinito se basa en lo que significa el ayuno: la capacidad del hombre de trascender y trascenderse a sí mismo, de ir más allá de todo, de activarse a sí mismo para alcanzar un fin. Esta es la esencia de toda senda espiritual, el ayuno con el que se renuncia a la comodidad, a la pereza, a la desidia, para no ahorrar esfuerzos en la conquista de la eternidad.

 

         Segundo, el texto coránico señala la meta que persigue el ayuno. Hemos visto que sabr, la paciencia, la constancia, la irreductibilidad, es la virtud sobre la que se sostiene el esfuerzo, pero su objetivo es otra virtud, llamada taqwà. Taqwà consiste en el sobrecogimiento del corazón que contempla a Allah...

 

         Todas las prácticas espirituales duran un momento, y su objetivo es colocar al ser humano ante Allah. Los instantes que el musulmán dedica al Salât, al Dzikr, a la recitación del Corán, etc., tienen una duración escasa, y al consagrarse a dichas prácticas, el musulmán abandona su rutina cotidiana para entregarse a concentrar su corazón en Allah, abandonando su mundo para “saborear” a su Señor por unos instantes. Pero el ayuno dura todo el día, y se prolonga a lo largo de un mes. Tiene una intensidad, pues, mayor; es más, tiene una intensidad “física” basada en el rigor del hambre y la sed. El ayuno tiene la eficacia de situar al hombre ante Allah con una radicalidad extrema.

 

Según el Profeta (s.a.s.), Allah ha dicho: “El ayuno me pertenece...”. El ayuno y el ayunante son de Allah, pues los ponen en Sus manos por completo. ¿Por qué ayuna el musulmán? El musulmán ayuna en obediencia a un mandato de su verdadero y único Señor. El ayuno es puro Islam, es pura sumisión a Allah. ¿Qué mantiene en constante alerta al musulmán a lo largo de un mes, evitando los descuidos que anulen su estado de ayuno? El deseo constante de agradar a Allah.

 

Unas pocas palabras del Corán, las que hemos enunciado más arriba, han sido suficientes para que millones de personas, en todos los lugares de la tierra, se sumen a una práctica severa, con un espíritu positivo que alegra sus corazones en medio de unas renuncias que no aceptaría hacer quien no contase con una profunda sensibilidad espiritual. Esas pocas palabras, para generar un hecho de dimensiones tan colosales, tienen que poseer una fuerza prodigiosa. Esas pocas palabras del Corán han desencadenado una de las prácticas espirituales más espectaculares de la humanidad. Y es fácil ser testigo de ello.

 

Esa fuerza es la de Allah, en cuya presencia vive el musulmán a lo largo de Ramadán. La inquebrantalidad de su resolución para mantenerse firme en el deseo de cumplir con el ayuno es signo del “peso” de Allah en su corazón. Esa “presencia” de Allah es como si se materializara en Ramadán. Y, así como se aprende mucho del carácter único de la humanidad con Ramadán, Ramadán también enseña mucho acerca de Quién es Allah, más, desde luego, que cualquier exposición teórica del tema. Es suficiente asistir al ayuno de los musulmanes para comprender el misterio del Uno Creador. El sobrecogimiento del musulmán, su taqwà, durante el mes de Ramadán, es la cifra de lo que significa Allah. Su estricta obediencia a lo expresado en el Corán con pocas palabras, el peso que tienen en su vida,... esta es la mejor imagen de lo que Allah representa para los musulmanes. En la conmoción que produce ver tal efecto deberíamos empezar a comprender qué es el Islam.