Al-Mu'tamid, rey y poeta

 

Antes de nosotros, pasaron reyes que

fueron tan famosos como el sol que

brilla en el horizonte.

(Al-Mu'tamid)

 

    Si los andalusíes hubiesen compuesto cantares de gesta, su héroe indiscutible hubiese sido el rey al-Mu'tamid de Sevilla.

 

    Vamos a bosquejar brevemente la vida de al-Mu'tamid, este enfoque se fundamenta en la convicción de que debemos decir: "además de poeta, fue rey"', y no viceversa. Por otra parte, no es de extrañar encontrar a un rey-poeta en el mundo islámico y mucho menos en al-Andalus, donde casi todos los soberanos versificaron. No obstante, la calidad literaria de las composiciones de al-Mu'tamid sobrepasa vertiginosamente la de otros, como se podrá comprobar.

 

    De las numerosísimas anécdotas sobre la vida de al-Mu'tamid, rey-poeta de Sevilla, con las que se podría presentar al lector, se ha escogido la más conocida, por lo menos entre los estudiantes y aficionados a la literatura andalusí, porque da ejemplo perfecto de dos de sus cualidades más características como rey, como hombre y como poeta: la sensibilidad y la espontaneidad.

 

    El príncipe Muhammad ibn 'Abbad encontró en Silves a sus dos amores: a Ibn 'Ammar y a Rumaykiyya. El encuentro con la mujer fue recreado por algún autor desconocido en una pequeña pieza literaria, que forma parte de la leyenda de al-Mu'tamid y que recordaremos aquí: el príncipe e Ibn 'Ammar salieron un día disfrazados a pasear junto al rio -nunca se dice que fuese el Guadalquivir-, a un lugar llamado la pradera de plata. La brisa rizaba el agua y al-Mu'tamid improvisó un verso:

            La brisa ha hecho del agua una cota de mallas.

 

        Según la costumbre Ibn 'Ammar debía continuar el poema, en el mismo metro y con idéntica rima, pero en aquel momento no le llegó la inspiración, pero una voz femenina recitó:

            ¡Qué loriga para el combate si se solidificase!

 

        Sorprendido al-Mu'tamid se volvió hacia la mujer, que según una de las versiones estaba lavando en el río, y se encontró con un rostro bellísimo que le enamoró; le preguntó quién era y si estaba casada, y la muchacha contestó que era Rumaykiyya, que su oficio era ocuparse de las acémilas de su amo Rumayk ibn al-Haÿÿâÿ y que era soltera. Al-Mu'tamid se la llevó a su palacio y la desposó.

 

        La historia es una creación literaria: los versos pertenecen a Ibn Wahbûn de Murcia y a Ibn Hamdîs de Siracusa, que los dijeron junto al Guadalquivir, pero el relato recrea un hecho histórico: el enamoramiento del príncipe 'abbadí de una esclava llamada Rumaykiyya, a las orillad del río Silves, añorado en los versos de al-Mu'tamid, y en donde, tal vez, podamos identificar con Rumaykiyya, a la muchacha del brazalete curvado, cuyo recuerdo destacaba entre las demás.

 

        Rumaykiyya se convertiría en la única esposa legítima del numeroso harén de al-Mu'tamid, con el título de as-Sayyida al-Kubrà, o gran señora y con el nombre de Umm Rabî' I'timâd, de cuyas letras formaría al-Mu'tamid su propio nombre real.

 

        El amor entre la pareja duró durante toda la vida de ambos. Al-Mu'tamid olvida su personalidad dominante y se vuelve sumiso ante el amor femenino, como perfecto enamorado cortés. El mismo se lo dice a I'timâd:

            Me dominas, objetivo difícil de alcanzar:

            has encontrado que mi amor, es fácil de llevar.

       

            Y Rumaykiyya supo someter el corazón de su amante, mostrándose unas veces esquiva y otras veces entregada, en un juego que permitió que persistiese la llama juvenil encendida en Silves. Así al-Mu'tamid se queja de su desvío en este bello poema:

            El corazón persiste y no cesa;

            la pasión es grande y no se oculta;

            las lágrimas corren como las gotas de lluvia,

            el cuerpo se agosta con su color amarillo;

            y esto sucede cuando la que amo, a mí me está unida:

            ¿Qué sería, si de mí se apartase?

 

            Jamás en la historia de al-Andalus floreció tan brillante y genialmente la poesía como durante el reinado del tercer y último rey 'abbádí de Sevilla, al-Mu'tamid ibn 'Abbád.

            La anterior anécdota, además de su fuerte sabor romántico, demuestra a cuántos niveles sociales penetró el sentimiento poético entre los sevillanos de la penúltima etapa de desarrollo cultural de lo andalusí, en suelo también andalusí. Ya constituye casi un lugar común hablar de la vida de al-Mu'tamid como "pura poesía en acción", como dijo Emilio García Gómez. Desde luego, esa afirmación es cierta, pero no lo es menos el que el Reino de Sevilla y sus habitantes aportaran el ambiente fundamental para que la poesía floreciera de modo tan generalizado, desde la más humilde esclava hasta el mismo rey.

 

            Fue una feliz y afortunada mezcla vital de poesía y pueblo, pueblo y poesía, que permitió una actuación de ambos tan compenetrada que apenas se distinguían. Todo esto cargó el mundo sevillano de dulce ensueño y un sentido, no siempre falso, de bienestar.

 

            Cuando I'timâd ar-Rumaykiyya ya llevaba varios años como favorita de al-Mu'tamid, quien no sólo la amaba, sino que se dejaba arrastrar por su desenfrenada pasión hacia ella, se asomó un día por una ventana del palacio real y vio a algunas mujeres pisando barro para preparar ladrillos. Esto le recordó sus días de mozuela cuando solía hacer lo mismo y quebró en sollozos nostálgicos. Pidió a su marido, con gran demostración de enfado, que le dejara hacer lo mismo. Al-Mu'tamid hizo llenar una alberca, según D. Juán Manuel, de "azucar, canela, jenjibre, ámbar y algalia con otras especies y perfumes". Luego dio orden que se mezclara todo con agua de rosas. En este barro permitió a I'timâd pisar alegremente en compañía de sus amigas e hijitas.

 

    La pasión juvenil se convertiría con los años en un amor sereno, sólo perturbado por las obligadas ausencias de al-Mu'tamid que se despedía con bellos versos de amor. El famoso acróstico en el que cada verso comienza con una letra del nombre de I'timâd, es una de estas despedidas:

            Invisible tu persona a mis ojos,

            está presente en mi corazón;

            Te envío mi adiós con la fuerza de la pasión,

            con lágrimas de pena, con insomnio;

            Indomable soy, y tú me dominas,

            y encuentras la tarea fácil;

            Mi deseo es estar contigo siempre

            ¡Ojalá pueda concederme ese deseo!

            ¡Asegúrame que el juramento que nos une,

            no se romperá con la lejanía;

            Dentro de los pliegues de este poema,

            escondí tu dulce nombre I'timâd.

 

    El Islam no condena el placer, pálido reflejo de las delicias del paraíso (ÿanna), pero sí su exceso. Este fue el error de al-Mu'tamid: su desmedida sensualidad. Ibn al-Abbâr, por ejemplo, alaba su carácter generoso e indulgente y poco proclive a derramar sangre, al contrario de su padre, el sanguinario al-Mu'tadid, pero afirma que la causa de su perdición, fue su excesiva entrega a los placeres, al vino y a la poltronería.

 

    Las fuentes tardías, influidas por la historiografía literaria que rodea a al-Mu'tamid y a I'timâd, acusan a esta última de ser la causa de la decadencia moral del reino de Sevilla, por boca de los alfaquíes se dice que ella era la causa de la debilidad de las prácticas islámicas de la población. Este importante papel de corruptora de los sevillano, difícilmente podía ser desempeñado por I'timâd, a la que las fuentes contemporáneas a los hechos, no destacan de las otras concubinas que acompañan a al-Mu'tamid en el destierro, como madres de sus hijos. Es interesante señalar, por el contrario, que la única huella arqueológica que dejó la existencia de I'timâd, es una lápida que conmemora la construcción de un alminar de una mezquita en Sevilla, y que ella costeó, acto muy alejado de esa imagen anacrónica de corruptora del pueblo.

 

Lo cierto es que I'timâd siguió siempre a su esposo, tanto en los placeres como en sus desgracias. Con él fue al destierro y su presencia, como madre doliente, aún aparece en los versos del exilado.

 

La persona y el reinado de al-Mu'tamid aportaron mucho a la definitiva forja de algunos rasgos que hoy se identifican con "lo andaluz". Por ejemplo, lo que podríamos llamar el "fatalismo feliz" en la siguiente historia:

        Después de largo tiempo de estar aterrorizando los caminos de Sevilla, las autoridades lograron capturar al famoso bandido apodado "El Halcón Gris"', -y lo crucificaron en los alrededores de la ciudad. Mientras esperaba así la muerte, con su mujer e hijos al pie de la cruz, dando grandes lamentaciones, un mercader de trajes pasó por el camino. El Halcón Gris imploró al hombre que se acercase. Le explicó cómo había llegado a esa lastimosa situación y que quería terminar su vida con una obra en beneficio de los que estaban a punto de convertirse en viuda y huérfanos. Hacía poco, dijo, había robado una gran cantidad de dinero y, antes de su arresto, lo arrojó a un pozo que se encontraba a dos pasos de aquel sitio. Le indicó el camino rogándole recoger el dinero y entregarlo a su mujer. En cuanto el avaricioso mercader bajó al pozo por una soga el ladrón mandó a su mujer que la cortara. Siguiendo sus instrucciones llevó el burro del mercader y todos sus bultos al mercado de Sevilla y lo vendió todo por una importante suma de dinares. Cuando por fin los gritos lanzados desde el fondo seco del pozo fueron oídos y el hombre sacado de allí, las noticias de lo sucedido corrieron por Sevilla. Al-Mu'tamid, maravillado, mandó bajar al ladrón de la cruz y traerle a su presencia. Le preguntó cómo era posible que, balanceándose entre el Paraíso y el Infierno, se le hubiera ocurrido cometer un crimen más. El Halcón Gris le contestó que si el rey supiera lo delicioso que es engañar a la gente, dejaría su trono para dedicar su vida al bandidaje. Al-Mu'tamid le perdonó la vida y le dio un puesto en la guardia real.

 

    Este cuento demuestra no sólo la generosidad de al-Mu'tamid y la astucia del ladrón sino, y esto es más importante, el aprecio que tuvieron los sevillanos por estas dos cualidades.

 

    El tema de la generosidad en la poesía de al-Mu'tamid es una constante muy destacable a lo largo de su desarrollo poético. Le gustaba que el pueblo lo conociera así.

 

Incluso financió una especie de academia de poetas, fundada por su padre, en que los mejores versos fueron espléndidamente recompensados. Otros monarcas de estos tiempos, también dedicados a la poesía, reunían en sus cortes a poetas de menor talla ya que, como observaba Abu-1-'Arab Mus'ab as-Siyilli, "(al-Mu'tamid) era uno de los maestros del arte (de la poesía), y muchas veces los poetas lo evitaban por eso, salvo que conocían su superioridad y tenían confianza en ella".

 

    En una ocasión 'Abd al-Yalil ben Wahbún de Murcia expresaba en verso su duda acerca de un rey fabuloso que regaló mil pesos (mizqál) a un poeta cuyos versos fueron de su agrado. A1 oír esto al-Mu'tamid mandó darle en seguida dicha cantidad.

 

        Sería interesante calcular en términos generales el dinero que al-Mu'tamid regaló a sus poetas y súbditos. Hay un sinfín de cuentos sobre esta prodigiosa generosidad del último rey 'abbadí, algunos veraces, otros no tanto. Además de estos regalos tenía que abonar dinero, de "protección'" como diríamos ahora, a Alfonso VI, igual que hacía su padre a Fernando I. Incluso una vez pagó 30.000 pesos a Ramón Berenguer II para rescatar a su hijo torpemente entregado por Ibn 'Ammar. E1 tesoro del reino sevillano parecía un pozo sin fondo.

 

    Sobre todo, a al-Mu'tamid le gustaban sus brillantes tertulias (maÿlis) entre amigos poetas, esbeltos coperos y coquetonas esclavas cantoras. Para entrar en su círculo íntimo de confidentes había que mostrar no sólo una gran capacidad versificadora, sino también de improvisación. Después de la toma de Sicilia por los normandos en 1078 el poeta de Siracusa llamado Ibn Hamdis pasó a al-Andalus tras una corta estancia en Túnez. Intentó granjearse el favor de al-Mu'tamid, pero durante mucho tiempo éste no le hizo caso. Por fin, una noche el monarca 'abbádí le llamó al palacio para poner a prueba su habilidad poética. Por una ventana se veía a lo lejos una fábrica de vidrio en la cual se observaban dos luces procedentes de sendos hornos. Al-Mu'tamid improvisó:

            Míralos, como dos estrellas en la oscuridad.

        Ibn Hamdis respondió:

            Como 1a ronda entre sombras del león.

        Dijo al-Mu'tamid cuando las puertas de los hornos se cerraban:

            Abre los ojos, luego los cierra.

        Ibn Hamdis:

            Como los párpados de ojos inflamados.

        Dijo al-Mu'tamid cuando vio que las puertas se abrieron de nuevo y entonces se cerró sólo una:

            Mas el Destino vence la lumbre de uno.

        Ilm Hamdis terminó así:

            ¿Quién se salva de sus garras?

 

    En otra ocasión, le llamó la atención a al-Mu'tamid el paso sensual de una bella muchacha vestida con un traje tan ligero que casi era transparente. Llamó a la chica y le vertió un gran frasco de agua de rosas encima. Compuso entonces este verso:

                Me enamoré de su fina cintura y paso seductor entre lanzas y espadas.

 

        Lo mandó a Abu Walid al-Batalyausi, llamado al-Nahli, para que lo terminara. Éste le envió rápidamente unos hermosos versos que empiezan así:

                Su belleza es seductora y su piel tan delicadísima que casi, se ve su interior por fuera.

                Está mojada de agua rosal; de su hermoso cabello caen gotitas como el rocío del ala de un pájaro.

 

    Sin embargo, no todos los poetas estaban satisfechos con la vida en la corte de al-Mu'tamid. Abu-l-Muzarrif ben al-Dabbag, por ejemplo había sido acusado de pintarse los dedos, cosa permitida únicamente a las mujeres. Compuso entonces estos versos:

               Sevilla desdeña a los nobles, acusándoles de actos reprochables, mientras alaba a los imbéciles insulta a los de valor.

               

    A esto respondió Ilm 'Ammár:

                Tu poema es ridículo, y tus acciones frívolas.

                ¿Cuándo Sevilla no honró a los nobles, o despreció más que viles criminales?

 

    Pero el poeta con quien más contacto tuvo, y quien cambió su vida y la historia del reino, fue el poeta-aventurero Ibn 'Ammár. Un día mientras paseaban juntos oyeron la lejana llamada de un almuédano. Al-Mu'tamid improvisó:

            El almuédano comenzó su llamada.

 

    A esto le respondió Ibn 'Ammar:

            Suplicando así el perdón de Allah.

 

    Al-Mu'tamid:

                                    Bendito sea el que da testimonio de la verdad.

 

           Ibn 'Ammár:

                  Sólo si su intención es tan veraz como su lengua.

 

        Ni siquiera los contratiempos militares, que claramente pregonaban la inminente caída, podían refrenar la búsqueda de la perfecta metáfora o la más elegante y refinada expresión. Más bien al contrario, como suele ocurrir en el arte cuando las circunstancias parecen desesperadas.

 

    Aún cuando sobrevino el desastre de 1091, siguió funcionando la mágica compenetración entre el rey y su reino. Al-Mu'tamid, desde su penoso destierro en el Norte de África, compuso los mejores poemas de su diwán utilizando con gran efecto uno de los elementos sentimentales más inherentes en la poesía árabe: la añoranza por el campamento abandonado.

 

    De todos los poetas de la corte de al-Mu'tamid el más fiel fue sin duda, Ibn al-Labbâna. Compuso un largo poema lamentando la caída del poder de los 'Abbadíes. Al final del mismo describía la última despedida de Sevilla de al-Mu'tamid, su querida I'timâd y algunos hijos que aún quedaban con vida, cuando se dirigían a su destierro africano:

            Jamás olvidaré la amanecida

            junto al Guadalquivir, cuando en las naves,

            estaban como muertos en sus fosas.

            La gente se apretaba en las riberas

            mirando aquellas que flotaban

            sobre los blancos lechos de la espuma.

            Descuidadas las vírgenes, los velos

            destapaban los rostros, que, cruelmente,

            más que los mantos, el dolor rasgaba

            Cuando llegó el momento ¡Qué tumulto

            de adioses! ¡Qué clamor el que a porfía

            las doncellas lanzaban y galanes!

            Partieron, con sollozos, los bajeles,

            como la caravana perezosa

            que arrea con su canto el camellero

            ¡Ay, cuánto llanto se llevaba el agua!

            ¡Ay, cuántos corazones se iban rotos

            en aquellas galeras insensibles!

 

    Al-Mu'tamid vio morir a sus hijos más queridos, a los hijos nacidos de Rumaykiyya, y los lloró en su destierro. Lloró a al-Ma'mûn y ar-Râdî en el siguiente poema:

        La tórtola llora al ver dos enamorados juntos en el nido,

        al atardecer, porque ella ha perdido a su amado;

        Llora sin lágrimas, mientras las mías

        son más abundantes que las gotas de lluvia;

        su zureo, la descubre y prefiere guardar su

        secreto, sin emitir gemido;

        más ¿por qué no voy a llorar yo? ¿Mi corazón es de

        piedra?, pues aún de las piedras brotan los ríos.

        Ella llora a un solo ser amado que ha perdido,

        ¡Yo lloro a muchos de los míos!,

        a mi hijito pequeño, a mi amigo fiel,

        a aquél le desgarra la miseria, a éste le ahogó el mar;

        y a aquellas dos estrellas, ornato del mundo,

        que reposan en sus tumbas, uno en Córdoba, el otro en

        Ronda. Sería culpable si impidiese llorar a mis párpados,

        pues sólo se cura el alma con la resignación;

        Di a las brillantes estrellas que lloren conmigo

        por ellos dos, que eran como estrellas, rutilantes astros.

 

    La enfermedad de su esposa, aumentó la desesperación de al-Mu'tamid. El que amaba tanto la vida, dice al médico que cuidaba de I'timâd:

        ¿Acaso la muerte no es preferible a la vida,

        para un desgraciado de desdicha larga?

        Si cada uno desea encontrar su amor

        yo no deseo sino hallar la muerte.

 

    Muertas la esperanza e I'timâd, el prisionero languidece rápidamente. Sintiéndose morir, compones su propio epitafio en que describe, si no lo que fue, lo que quiso ser:

        Mullan las nubes con perenne llanto

        tu blanda tierra, oh tumba del exilio

        que del rey Ibn 'Abbad cubres los restos.

        Guardas con él tres ínclitas virtudes

        -ciencia, merced, clemencia, congregadas;

        la fértil abundancia que las hambres

        vino a extirpar, y el agua en la sequía.

        Cobijas al que lides riñó invicto

        con la espada, la lanza, y con el arco;

        el que al fiero león fue dura muerte;

        émulo del destino en las venganzas;

        del océano en derramar favores;

        de la luna en brillar entre sombras;

        la cabecera del salón.

            Si cierto:

        no sin justicia, con rigor exacto,

        un designio celeste vino a herirme.

        Pero, hasta este cadáver, nunca supe

        que una montaña altísima pudiese

        caber en temblorosas parihuelas.

        ¿Qué quieres más, oh tumba? Sé piadosa

        con tanto honor que a tu custodia fían.

        El rugidor relámpago ceñudo,

        cuando cruce veloz estos contornos,

        por mí, su hermano -cuya eterna lluvia

        de mercedes refrenas con tu laud-

        llorará sin consuelo. Y las escarchas

        en ti lágrimas suaves, gota a gota,

        destilaran los ojos de los astros,

        que darme no supieron mejor suerte.

        ¡Las bendiciones del Señor desciendan,

        insumisas a número, incesantes,

        sobre quien pudre tu caliente seno!       

 

    Tras el fallecimiento de I'timâd, al-Mu'tamid no tardó sino unos meses en seguirla (1095/488). Su mejor epitafio fue sin duda las palabras de Ibn al-Abbâr, tomadas seguramente de Ibn al-Labbâna:

        Se ganó el amor y la compasión de las gentes: aún hoy le lloran.

 

 

Aproximación histórica a la dinastía de los 'Abbadíes, reyes de Sevilla