La Excelencia

 

        En esa vía de sumisión absoluta a Allâh, el viajero se encuentra en constante transición de su estado espiritual, cada vez con una sensibilidad más ascendente hacia los atributos divinos. Sin embargo, este camino inabarcable será impactado en su recorrido con unas experiencias que dejarán sus huellas en lo más hondo de su corazón haciéndole cada vez más consciente de la realidad suprema.

 

        En nuestra experiencia como mu´minûn vamos descorriendo los velos de incertidumbre que cubren nuestros corazones, avanzamos con paciencia y humildad estimulando nuestra percepción en aras a lograr una mayor transparencia y lucidez en la visión de lo invisible. Si hablamos de velos es porque hay algo que impide esa imprescindible facultad. Y cuando esa cortina sea desvelada es cuando podemos empezar a hablar de uno de los mayores tesoros de esa vinculación con Allâh, que es al-Ihsân.

 

        Es una noble rama al que el aspirante llega después de recorrer los arduos caminos en contra de las fuerzas satánicas de su nafs  pero que llevará su îmân hacia la perfección. Es decir no es un punto de partida sino la ni´ma que Allâh regala a aquellos que han querido osar de Su intimidad y han llegado a crear en sus corazones una verdadera conciencia de Su amor, Su conocimiento y Su poder. La esencia de la existencia será la visión reciproca y simultanea con Allâh.

 

        La tradición nos relata que un día el Profeta (s.a.s.) estaba sentado con sus compañeros cuando el arcángel Yibril (a.s.) entró disfrazado de un viajero que venía desde muy lejos. Se sentó al lado del Profeta (s.a.s.), y le preguntó sobre qué es el Îmân, luego sobre qué es el Islam. Después de que el Profeta (s.a.s.) hubiera contestado, le pregunta Yibril (a.s.) por tercera vez sobre qué es el Ihsân, al que Rasulullâh responde: “Que adores a Allâh como si lo vieras, pues aunque no Le veas, Él te ve” (an ta´ buda Al-lâh kama tarâh, fa-in lam takun tarâh fa-innahu iarâk). Ese diálogo entre el Profeta y Yibril nos explica la situación de ese rango dentro del Islam y deja evidente que el Ihsân se alcanza en un estadio final después de habernos sensibilizado con el Îmân y el Islam. El Ihsân no se trata  de una forma optativa de ser, ya que el dîn está construido sobre esos tres pilares: el Imân , el Islam y el Ihsân. Es decir, si el mu´min es quien cumple de corazón con el Islam y hace sincera su vinculación con Allâh y si el muslim es quien obedece cumpliendo con las exigencias de la shari´a, entonces el Ihsân convierte uno en muhsin estando por encima de los dos grados anteriores.

 

        En una concepción cristianizada del término, la palabra Ihsân se traduce por caridad. Otros le dan el sentido de perfección porque el Ihsân, es la cumbre máxima de las posibilidades que tiende el musulmán para amoldar su forma de ser y hacerla justa, absoluta y acorde con todo lo que exige el Islam hasta el más mínimo detalle. Es decir, sería la absoluta perfección de todas las cualidades éticas y morales del ser humano. Sin embargo, la traducción más justa del Ihsân sería la excelencia y así el muhsin sería una persona excelente. La raíz de la palabra proviene del husn y hace que una persona sea hasan. En estas dos palabras están reunidas dos conceptos, la bondad y la belleza. El husun de una persona es su bondad interior como forma de ser que le hace bello (hasan) incluso a su aspecto físico. La bondad no sólo debe ser una actitud, sino revestirse de una forma espléndida, hermosa; no es meramente un gesto con el cual se satisface algo, sino que deben satisfacer todas nuestras actividades no sólo con bondad en su raíz sino incluso con belleza en su forma. De tal manera nuestros actos no sólo son bondadosos sino al ser bellos también, se convierten en excelentes, nobles y extraordinarios.

 

        El Ihsân, como hemos dicho está al final de una cadena y viene después del Islam y el îmân. El Islam es cumplir la orden de Allâh con nuestro cuerpo: hacer el bien, prohibir el mal, realizar el salât, dar el çakât, hacer el haÿÿ y los distintos actos de las ibâdât y mu´âmalât, etc. Si a esto le añadimos nuestra voluntad sincera de corazón, nos convertimos en  sinceros mu´minûn. De  no ser así, estaríamos restringiendo el Islam a una serie de actos externos (lo que conduce a la hipocresía) dejando nuestro fondo vacío de esencia. El mu´min es el que ama a Allâh porque pone su corazón en sus acciones, el muhsin es el que ve a Allâh. Eso es lo que nos quiere decir el hadiz, cuando le preguntó Yibril (a.s.) a Rasulullâh (s.a.s.) sobre qué es el ihsân; “que adores a Allâh como si lo vieras, pues aunque no Le veas, Él te ve”. Quien realmente vive así, ya no solamente obedece a Allâh con el Islam o Le ama con el îmân, sino que su universo entero ha cambiado; su relación con las criaturas y el mundo tendrá otra dimensión  ya que saborea la presencia de Allâh en todo lo que le rodea, siente Su poder y Su sustento en todo lo existente. De tal forma su bondad la ha convertido en belleza, y así pasa a ser una persona excelente.

        Ese es el objetivo del musulmán; llegar a ser un muhsin, excelente en nuestra relación con Allâh y sus criaturas. El Corán está repleto de aleyas que confirman eso y debemos detenernos cada vez que aparezca la raíz “hasan” para subrayar ese objetivo que debe proponer el musulmán. Y Muhsin es uno de los nombres de Allâh y de allí que algunos se llaman Abd l-muhsin. Esa excelencia en cuanto a la relación con las criaturas se muestra claramente en un hadiz :

 

    “Allâh ha prescrito la excelencia en todas las cosas. Por eso, cuando matéis (a un hombre), matadle de una manera excelente, y cuando degolléis (un animal), degolladlo de una manera excelente: que cada uno de vosotros afile su hoja y que no maltrate al animal que va a sacrificar.” (Muslim).

 

     “Se excelente cuando vas a degollar a un animal…”. Es decir, hasta en los actos brutales y necesarios para nuestro alimento, como es el sacrificio de los animales, tenemos que ser nobles a la hora de realizarlos; no enseñarle al animal el filo de un cuchillo, tumbarlo con suavidad, cortar de un solo tajo para hacer el menor daño posible. Y hacemos todo eso porque sentimos la presencia de Allâh en cada instante convirtiendo toda acción en algo excelente aunque fuera brutal por  naturaleza como es este caso. Y Allâh nos dice : “Sed excelentes, ciertamente Allâh ama a los excelentes…” (wa ahsinu, inna Al-lâha uhibbu al-muhsinin), “…Allâh ordena que seamos justos y que seamos excelentes…” (Inna Al-lâha ia´muru bil ´adli wa-l ihsân),  “y sedlo con vuestros padres” (wa bil-wâlidaini ihsâna) , “con los parientes (wa biçul qurba Ihsâna), “con los huérfanos” (wa bil iatâma ihsâna),  “con los necesitados” (wal masâkîn ihsâna), “con el vecino” (wal ÿâr), “con el viajeros” (wa ibn as-sabîl), etc. Con todos esos debería haber Ihsân. Otro hadiz del profeta (s.a.s.) dice: “Allâh prescribe el ihsân en toda cosa…” (inna Allâha kataba al-ihsâna ´ala kulli shai).

 

        El musulmán es muhsin en todo acto que realiza, busca el detalle para lograr la perfección; no es meramente una vinculación espiritual sino también tiene su traducción práctica en nuestra vida cotidiana, dar el detalle final en todo lo que nos traspasa, sea un gesto o un pensamiento porque así nos situaríamos dentro de lo que es el Ihsân.