El andalusí Ahmad ibn Burd al-Asgar

 

 

Breve apunte autobiográfico

 

    Dijo Ibn Bassám en la Dzajîra:

    Fué Abú Hafs ibn Burd al-Asgar el astro en rotación y el vivo ejemplo de la elocuencia, a la que hechizó con su magia y enderezó de su retorcimiento con su verso limpio y su clara prosa, infundiendo en sus articulaciones fibra y nervio. Fue su abuelo Abu Hafs al-Akbar, como queda dicho, la presa del collar y el eje de la piedra del molino de la realeza en la gran metrópoli, Córdoba, y de él se gloría este otro Abu Hafs en su libro titulado Sirr al-adab wa-sabk al-dzahab, en una urÿûza que dice:

 

¡Oh, tú, que te afanas tras las cosas del mundo!

Corre tras tu destino, en nada más te esfuerces.

Quien quiera saber de mí, yo soy Ibn Burd;

el filo de mi espada- entra en mi definición:

soy de la estirpe más preclara, mi abuelo es aquél

que ordenó las palabras como se ordena un collar,

criticó el lenguaje con su crítica justa

y detuvo con el cálamo las manos de los leones.

En él buscaban luz en los asuntos oscuros

el imam y el príncipe heredero.

 

    Allah altísimo - loado sea - nos hizo nacer en una casa, las almas de cuyos miembros impregnó de amor por el arte del lenguaje y ocupó a sus corazones en la búsqueda de la elocuencia y de la exposición clara. Nos nutrió con el estudio de las raíces en la medida de la ciencia que Allah Altísimo nos otorgó; suavizó nuestra aspereza hasta que nos dimos cuenta del lote que nos había tocado en suerte, profundizamos en su estudio y comprendimos el regalo que con él se nos había hecho y lo perfeccionamos. Fuimos luego a las ramas y seguimos sus diversas ramificaciones e hicimos acopio de sus rebrotes. Al ver más tarde que las raíces que habíamos elegido crecían en suelo limpio y en buena tierra y que las ramas a las que tendimos eran de ramos tiernos y deleitosos, ambicionó nuestra esperanza cosechar su flor y gustar su fruto, y tender la mano a una planta que habíamos fecundado y que se encontraba ya en sazón, para arrancar las primicias y hacer una selección cuidadosa. Nos pusimos después a lanzar a los blancos del lenguaje dardos reforzados de buena puntería, y a ligar los adornos del estilo con lenguas liberadas de la ambigüedad, y a fundir arroyuelos con la prosa y a congelar el aljófar de las conchas con versos.

 

    Mi abuelo, Ahmad ibn Burd, Allah se apiade de él, gracias a su dilatado ejercicio de este arte en el que conseguía la meta sin esfuerzo, afanoso siempre de perfeccionarse, disfrutando de una época apacible y de la protección del monarca, y a los largos años que vivió, había llegado a su cumbre, enarbolado sus banderas y llegado a ser su imam y ornato de sus días; se asentó en el centro del collar y conservó las cañas de la primacía.

 

    Coincidió el comienzo de mi entrenamiento en este oficio de las letras con el final de sus días y el momento del corte y cesación de su vida, si bien él -Allah le haya perdonado- cuando le llegó su hora, ya me había dejado sobre este oficio lámparas encendidas de consejos, me había estibado barcos llenos de directrices, me había fijado hitos para ]legar hasta él, todo lo cual hizo Allah que me sirviera de provecho y orientación.

 

Luego, a raíz de su muerte y después de su marcha, los reveses de la vida se apresuraron a caer sobre mí, y me obligaron a zurcir sus girones y a hacer frente a la estrechez en que me pusieron. El zoco de las letras no tenía clientes y la brasa del poder se había extinguido. La media lengua era más eficaz que la elocuencia, la maldad más digna de loa que e] buen obrar. Nuestros cálamos permanecían en el ocio, nuestros tinteros enmohecidos, nuestros libros en el olvido. Dije entonces:

 

Con el oficio de escritor golpeamos la puerta de la fortuna,

pero se hizo más hermética.

Nuestra elocuencia no alcanzó su deseo

ni el tintero nos sirvió de ayuda.

Nuestros papeles [como flechas] diestramente asestadas,

no conseguían atinar en el blanco de las esperanzas.

Los deseos frustrados destrozaron uno a uno

los cascos de [los corceles de] nuestras plumas.

Quiera Allah que no caiga sobre las letras la lluvia generosa

y se apague del todo su cuarto menguante,

y se cambie nuestra ciencia en ignorancia

para ver si se vende en el mercado.

 

    Seguimos forcejeando con las calamidades y lidiando con los reveses de la vida. Un día era favorable y el otro adverso, hasta que plugo a Allah resucitar los auspicios de este arte y volver a traer en su favor a una dinastía y un nombre, y elevar a las otras ciencias de los alcores a ]as estrellas, y a las demás ramas de las bellas letras desde el suelo hasta las nubes. Parpadeó el ojo apagado del buen augurio y el aliento desmayado de la fortuna se recobró, y el traspiés que había dado la ciencia halló a quien la levantara de su caída, y el imperio de la ignorancia encontró a quien lo volviera del revés, y la osadía del necio a quien la podara, y las reglas de la torpeza a quien las derogara y las flechas del juego de la elocuencia a quien las arrojara con destreza. Los velos de las esperanzas se levantaron ante mis ojos, y pude ver al rey yemení, estrella que da brillo a Kinda, colina de Tuÿib a la que los de Tuÿib se acogen, Abu l-Ahwas Ma'n ibn Muhammad, Allah le preste su ayuda como él la prestó a la justicia, y haga verdad su promesa, como él hizo revivir la verdad. Uní mi causa a la suya y até en las estacas de su tienda las cuerdas de la mía. Encontré en él una sólida montaña de magnanimidad, una extensa sombra de lealtad, una fuerte cuerda de temor de Allah, un mar henchido de ciencia y un arriate generoso y oreado.

 

    Desde el momento en que busqué amparo en su protección y me consagré a su servicio, no cesó de tratarme, benévolo en sus gestos y en sus palabras, en sus acogedores salones, ni de hacerme ganar en las lides literarias el honor del rango y de la fortuna. Me acostumbré a su modo de desencorvar y enderezar la lanza y me ejercité en imitarle a desbravar y domar el caballo. Su perfecta compostura y el respeto a su majestad me obligaban a aguzar los sentidos y a concentrar mis potencias, y a evitar una palabra vana en su salón o un traspiés en su hipódromo. No podrías hallar nada más parecido a nuestra conducta, él haciéndome mercedes y yo aceptándolas, que lo que dice Habib:

Nos acogimos a un rey y tomamos de él fortuna e ilustración.

 

    Y aunque sea la retórica la menos apreciable y la más ligera entre las ciencias que conoce, y la más simple con la que tiene trato, y la más ínfima sobre la que diserta, y la más exigua que almacena, y la más baja que posee, tiene sin embargo gran afición a analizarla y gran autoridad entre sus críticos; con su noble diestra dejó limpio de su parte innoble el aljófar del lenguaje, y separó de la trenza del bien decir sus ramales endebles en más de un libro de la mejor tradición literaria que lleva el sello del buen escritor. Descubrió el camino a seguir y descorrió el velo de la verdadera elocuencia. En esta crítica se quedó sin cenar quien pretendía que un lobo le sirviera de cena, y quien se tenía por bueno descubría ante él sus puntos flacos.

 

    A este tenor he emprendido la composición de este libro, para que vea -Allah le preste Su apoyo- cómo mi lenguaje ha nacido con su riesgo y ha crecido la semilla que dejó depositada en mi tierra fecunda.

 

    He incluido, dentro de las artes de la retórica y de las secciones de la prosa sultániyyát e ijwuniyyát. Y todo aquello que he ido espigando de las obras que engendré. Y todo lo que compuse de lo que creé. No inserté nada que no fuese mío; ni he traicionado en él más confianza que la mía; si bien he bordado algunos capítulos con versos de aquellas poesías que contienen sentencias y dichos profundos, y corrientes en el curso de los refranes al uso, de poetas y sabios provechosos que cabalgaron los corceles de las ideas más mansos y abrevaron en las fuentes de las palabras más dulces, y fueron en sus versos de la aspereza a la blandura y del rebuscamiento a la difícil facilidad, que se hundieron en los cuerpos y almas de las sentencias y salieron bien librados de la ambigüedad a la claridad; a fin de que el género de la prosa no se separe del verso, ni se aleje el rango de lo congelado del rango de lo fluido, para que este mi libro quede tan perfecto como las bodas del día y de la noche y la mezcla del agua y el vino.

 

 

 

Relato de la palmera

 

Allah te ponga entre los hombres de alma generosa y libre de avaricia que hacen promesas en las que se puede confiar. Pues bien sabes cómo te reprochamos el año pasado y cómo vestimos nuestras corazas para atacarte con reprimendas por habernos ocultado que la palmera -que es cosa exótica en nuestra tierra y la más preciada maravilla- estaba en sazón, para evitar que te obligáramos a darnos parte de sus dátiles, o ansioso de guardarlos todos y de deleitarte tú solo con ellos. Cuando te pedimos de su cosecha. confiados en que nos darías al menos una fibra, dijiste: «Si hubiera sabido que eran tan grandes vuestra afición y vuestro deseo, os habría guardado algún dátil y os habría permitido arrancarlos. Pero, si Allah quiere, el año que viene tendréis a vuestra disposición vuestra preciosa cosecha y puesta a buen recaudo».

En lo que a nosotros toca, grabamos aquella promesa en lo más hondo de nuestros corazones y dejamos a nuestro pensamiento la tarea de guardarla. En lo que toca a ti, echaste tierra por encima, y la dejaste en mano del olvido, hasta el momento en que el suelo comenzó a engalanarse (Corán, X,25) y a adornarse y llegó al colmo, y la luna saturó el tinte de la palmera y el sol completó su madurez. Entonces te dirigiste a ella a hurtadillas , con el propósito de hacer tu cosecha, y avanzaste con las armas en la mano, sigilosamente, al tiempo que dormían los guardianes nocturnos, y vecinos y vecinas estaban desprevenidos. Volviste con los dátiles como el león con su presa, y obraste con ellos a tu antojo, como el león con la cabrilla que ha cogido. Nosotros, en esto, al ver en los zocos las vanguardias de los dátiles maduros, y los tempranos y jugosos frutos de la palmera dispuestos en los tabaques, nos estremecimos de gozo al recordar tu promesa, y se inquietaron nuestros corazones ante el temor de una decepción. Lanzamos al trote nuestras monturas hacia tu casa, sin cejar, con el deseo de dar contigo. Al llegar al lugar, salió a nuestro encuentro un muchacho de rostro resplandeciente que atraía la mirada, con aspecto de haber tenido buena crianza y ser obsequioso, y dijo:

 

-La mirada de Allah os guarde de mal, dondequiera que estéis. Veo que andáis buscando alguna cosa extraviada o que queréis recobrar algún perdido tesoro. Preguntadme, porque tal vez habéis dado con el que está al corriente. Pedidme consejo, pues la consulta abre el candado de los asuntos.

- Deseamos -le dijimos- con el buen augurio que es haberte encontrado, conseguir el objeto de nuestro anhelo y lograr muestro deseo. Tu vecino y amigo nuestro, cuya casa tenemos enfrente y en la linde de cuyas tierras estamos, nos prometió un año ha que nos daría parte de la cosecha de una palmera que posee, que ni el suelo de Haÿar da frutos como los suyos, ni las tórtolas de Busrá encuentran tan buen refugio como encontrarían en ella. Hemos venido a nuestro amigo para comer de sus dátiles y apaciguar nuestros corazones. Sabemos que nos has dicho la verdad y queremos ser testigos de lo que haya.

- Oh, hermanos míos en la decepción -continuó el muchacho- y compañeros en la frustrada esperanza. Yo habito en este mismo lugar en cuyo centro está la palmera. El ha cosechado sus frutos hace quince días. Antes de la recolección, le dirigía yo las mismas miradas que el amante a la amada, y cuando notaron los pájaros en sus palmas mis miradas incesantes y mis suspiros a un tiempo, me lanzaron algunos de sus dátiles, más dulces que labios de vírgenes. Hoy lloro su desnudez y pasados tres días partiré de ella como un desterrado.

 

¿Qué significan, oh Abú `Abd Allah, esta deslealtad, esta falta a tu ofrecimiento, este poner mala cara a tu promesa, este egoísmo tuyo ante tus amigos tan liberales?

Si no nos hiciste llamar el día de la cosecha de los dátiles para que dictamináramos acerca de ellos, según nos habías dicho, y tomáramos junto contigo las más abundantes porciones, no podrás alegar excusa ni evitar reproches. Trae de lo que has atesorado para tus momentos de solaz. Danos de lo que acostumbras a tomar en tus días de fiesta. La cosecha no ha sido tan exigua que pueda desbaratarla un regalo, ni tan baja que pueda dispensarte de hacerlo.

 

No temas por parte nuestra lo que echó a perder al ejército de Ibn al-Zubayr, cuando les dijo: «Os comisteis mis dátiles. y desobedecisteis mi mandato». Una vez que hayamos comido de ellos, ordénanoslo y haremos la guerra por ti a tus enemigos, así Allah haga que podamos servirte de rescate.

 

Somos gente adornada con las bellas letras y estamos consagrados a aprender de memoria expresiones poco corrientes, y a cincelar poemas. ¡Qué pocas veces tomaste en serio nuestro andar por este camino, qué poco crédito diste a nuestra riqueza!

 

Pídenos que te especifiquemos un poco de lo que los árabes tienen dicho sobre la palmera, desde que comienza a crecer, y sobre los dátiles y sus diferentes estados, y si es de tu agrado lo que te traigamos a cuento, y te place aquello con que te colmemos, danos dátiles como premio y serán nuestro mejor salario. Sí, los árabes llaman a la palmera joven al- ýazîz, al-wadî, al-hirâ', al- fasîl, al-ashâ', al-kâfûr, al-damd y al-igrîd; cuando grana el dátil lo llaman al-sayâb, y al verdear, antes de endurecerse, al-ýadâl; cuando se hace grande, al-busr; cuando en su piel aparecen estrías, al-mujattam; cuando su color verde se torna rojizo, suqha; rojo del todo es aç-çabu; cuando muestra un punto de madurez se dice que comienza a tener manchas y es entonces busra mwakkita; al tiempo de cosecharlo es al-inâd; cuando se oscurece por la parte del pedúnculo es mudanniba; cuando la madurez cubre su mitad, se le llama de dos maneras; al-mujarra' y al-muÿaçça'; cuando cubre los dos tercios hulkâna, y cuando está totalmente en sazón es munsabita.

 

Oh, Abú 'Abd Allah, muéstrate generoso de tus dátiles y te pagaremos con prosa rimada. Esta es una pequeña muestra, unas gotas de nuestros mares. No podremos hacer una buena descripción de las cualidades de esta palmera, ni en verso ni en prosa, sin antes haber escogido de sus frutos y conseguido lo que de ellos nos toca. Si tú quisieras que nos dedicásemos a ella en particular, como se encargó 'Amr ibn Bahr al-Yâhiz de las palmeras del mundo en general, te traeríamos nuestra obra y le dejaríamos atrás. Quizás te gustará oír algunas rimas acerca de la palmera que harán que tu frialdad se derrita y engendrarán en tu generosidad estéril, pues la poesía, con su belleza, es seductora, y con su cadencia logra inclinar la voluntad. Al­Asma'î recitó a Abú l-Gifâr al-Riyâhî lo siguiente:

 

Salmà empezó a reprocharme con estas palabras:

«He visto que tú no nos procuras medios de vida».

Le contesté: «¿Es que no te bastan las palmeras

que nos brindan su fruto cuando tenemos hambre?»

Ahí están, sin preocuparse de los días y las noches

que pasan ante ellas.

A los que van errantes en busca de sustento

extienden el socorro de sus frutos.

Puedes ver sus espaldas estremeciéndose,

agobiadas de racimos de dátiles de todos los colores.

 

Tenemos el temor de que exageres en demasía en tu caso y seas más avaro de los dátiles que él, como si fueran el único sustento con que cuentas. Pero él le decía a ella «en las palmeras que Allah nos ha regalado hay suficientes medios de vida y alimento bastante para subsistir», y las tenía en mucho porque le brindaban su comida en medio del desierto, y por su constancia en resistir el paso de los tiempos.

 

¿Quién puso estos versos en nuestra boca más que un demonio que nos hizo que nos quejáramos a ti en momento de apuro para que le dieras un dátil? Quería quedarse a tu lado y alejar de tu vera a tus amigos que viven de mogollón. Allah maldiga al demonio y nos libre de él, y bendiga a nuestro Señor Muhammad y no nos aleje de él, que decía -y lo decía a todos los musulmanes-: «¡Qué buena tía paterna tenéis en la palmera! ».

 

Tú, que llegaste a ser dueño de una de esas tías de los musulmanes, te has apoderado de todo lo bueno que tiene, en detrimento de ellos y has obtenido su favor sin pensar en ellos. Nosotros que somos varones y sobrinos suyos hemos venido por nuestra parte. Si nos tratas al igual que a ti en lo que te da en abundancia y obtienes a manos llenas, bien está; si no, te pediremos cuentas delante del sultán y reuniremos en contra tuya a todo bicho viviente.

 

Pedimos perdón a Allah y le rogamos que nos trueque en generosidad tu avaricia y en diligencia tu tardanza en cumplir tus promesas.

 

 

Relato de la espada y el cálamo