La almohade Hisn al-Faraÿ

-Aznalfarache-

 

        Escasas son las construcciones almohades conservadas en la Península. Sobre ellas destaca señera, material y artísticamente, la Giralda, el gran alminar de la mezquita mayor sevillana levantada a fines del siglo XII.

 

        De las obras militares de esa dinastía, han sido estudiados detenidamente los restos de las cercas de Ecija, Cáceres y Ba­dajoz y las torres y muros con que se reforzó la almorávide de Sevilla. En cambio, apenas si mereció mención el vasto recinto de Aznalfarache, próximo a Sevilla, al que ni siquiera aluden la mayoría de las guías y publicaciones consagradas a describir la gran ciudad andaluza.

 

        Extraña que los sevillanos no se dieran cuenta hasta no hace mucho de las excelentes condiciones -altura sobre la vega, dilatadas vistas, temperatura más benigna en verano que en la ciudad- del cerro de Aznalfarache, a media legua aguas abajo y en la orilla derecha del Guadalquivir. Situado en el Aljarafe, ash-Sharaf, corona de Sevilla, con su collar, el Guadalquivir, según los poetas musulmanes, al pie, estaban bordeadas sus riberas a fines del siglo XII, cuando se levantó Aznalfarache, «de quintas y de jardines, de viñedos y de álamos, que se suceden sin interrupción, con una continuidad que no se encuentra en ningún otro río».Ash-Shaqundî, asistió a las tertulias del califa al-Mansûr, constructor de Aznalfarache y no es aventurado suponer que estuvo en su alcázar. El mismo autor pondera la alegría que no faltaba nunca en el Guadalquivir, en el que se permitían los instrumentos músicos y el beber vino. Desde la cumbre del cerro se dominan también el campo de Tablada con sus huertas, a la derecha; Gelves, entre abundantes naranjales, y a la izquierda Santiponce, la Algaba y otros pueblos esparcidos por una dilatada llanura.

 

        En lugar de tan óptimas condiciones naturales debió de haber algún poblado desde tiempos remotos. El Bayán de Ibn Idári afirma que, según Sálih b. Sayyid, el célebre monarca sevillano al-Mu'tamid 'ala Allah restauró Hisn al-Faraÿ -Castillo del Mirador- el año 472/1079-1080. Esta y las restantes fortalezas del rico Aljarafe fueron fuertemente combatidas en la primavera de 578/1182 por tropas cristianas de portugueses que asaltaron antes Sanlúcar de Barrameda para acabar retirándose por el camino de Niebla.

        En su destierro de Agmát, al-Mu'tamid, colmado de nos­talgias, cantaba la belleza pretérita de sus suntuosos palacios sevillanos. Entre ellos no menciona a Hisn al-Faraÿ, pero sí a dos situados en la orilla derecha del Guadalquivir, Qasr az-Zâhir o Hisn az-Zâhir (Castillo brillante) y az-Zâhî. E1 primero asentado .frente a la alcazaba sevillana, tenía altas torres y perteneció a al-Mu'tadid. Az-Zâhî era un pequeño palacio elevado (al-Fath ibn Jaqán lo comparaba a la ciudadela de Alepo), construido por al-Mu'tamid, muy de su predilección, por dominarse desde él el Guadalquivir. En él acostumbraba a celebrar las fiestas íntimas.

 

        Dominaba el edificio un salón llamado Sa’d al-su’ûd, nombre de reminiscencia astrológica. Al-Mu`tamid, en una de sus poesías del destierro alude a su qubba, es decir, a una estancia abovedada. Desde él el monarca arrojó al río a la cantora bereber que tuvo la audacia de elogiar a los almorávides. ¿Ocuparía az-Zâhî una parte del tal vez más vasto recinto del castillo az-Zâhir? Don Eduardo Saavedra afirmó que Hisn az-Zâhir estuvo en Aznalfarache, «así por su situación pintoresca al lado del río, como por su proximidad a la capital, comprobada por un pasaje de Ibn al-Abbár, quien al referir la marcha de la hueste de Ibn Qasi de Huelva por Niebla, Aznalcazar y Tejada a Sevilla, dice que, apoderados de Hisn az-Zâhir los rebeldes, divisaron desde allí la tropa de almorávides que contra ellos salía de Triana». Parece comprobar la identidad de asentamiento de Hisn az-Zâhir y Hisn al-Faraÿ, además de la noticia citada de Sálih b. Sayyid, el relato de la sublevación de Ismá'il, el hijo mayor de al-Mu`tamid y general de su ejército, en el año 455/1063, cuando el monarca estaba en el primero. Cumpliendo sus órdenes Ismá'il salió de Sevilla para apoderarse de la ciudad medio arruinada de Madinat al-Zahrá’. Después de dos jornadas de marcha regresó a Sevilla y, aprovechando la ausencia paterna, se apoderó de noche de la alcazaba y de los tesoros encerrados en ella, con los que, llevándose también a su madre y a las restantes mujeres del harén, marchó hacia Algeciras, después de hundir los barcos amarrados en la alcazaba para que no pudieran llevar la noticia de lo ocurrido a Hisn az- Zâhir.

 

        Al estar este palacio y fortaleza de la orilla derecha del Guadalquivir algo apartado de Sevilla y de Triana, como demuestra el relato anterior, su natural lugar de asentamiento era en el cerro en que algo más tarde se levantó Aznalfarache. El testimonio de Idrisi acaba de asegurar la identidad de situación de Hisn az-Zâhir y Hisn al-Faraÿ, pues al describir la ruta marítima de Cádiz a Sevilla, menciona a Hisn az-Zâhir como la última estación antes de llegar a la última ciudad.

 

        Probablemente estaría arruinado Hisn al-Faraÿ cuando el monarca almohade Abú Yusuf Ya'qúb al-Mansûr, durante su estancia en Sevilla el año 589/1193 mandó levantar la residencia de Hisn al-Faraÿ, atalaya en las afueras de Sevilla, en lo más alto del Aljarafe, con el propósito, dice el Bayán, de alojar en ella a los campeones del ÿihâd y de poner pavor en las almas de los enemigos del Islam. Rápidamente se elevaron sus murallas, rodeando el amplio cerro de su asiento y un alcázar en su interior desde cuyos salones se gozaba de la vista de Sevilla y de gran extensión de terreno a su alrededor. Se señaló también lugar para casas. El mismo monarca la llamó Hisn al-Faraÿ (Castillo del Mirador) y vigilaba su construcción, impaciente por verla terminada.

 

El 8 de junio de 1195, recién llegado de la expedición en la que logró librar a Silves (en el Algarbe portugués) de la dominación cristiana, fue Ya'qûb al-Mansûr a caballo desde la Buhayra de bâb Yahwar a Hisn al-Faraÿ, cuyas obras no debían de estar concluidas.

 

        En la al parecer suntuosa residencia descansó el vencedor de Alarcos de sus triunfantes campañas. Hay noticia de su estancia en ella en el año 592/1196. Entonces ordenó hacer norias bajo la fortaleza, a orillas del Guadalquivir.

 

        Terminada su tercera campaña en la Península, al llegar a Sevilla el 1° de shawwál de 593/19 de agosto de 1197, se instaló al-Mansûr en su residencia recién terminada de Hisn al-Faraÿ para acabar de pasar el verano, en sitio de tan excelentes aires y dilatado horizonte. En ella celebró el soberano una famosa audiencia poética y presenció un desfile militar.

 

        Breve fue la época de esplendor de Aznalfarache, cuyo vasto recinto serviría de refugio a los habitantes del rico y poblado Aljarafe en caso de alarma.

 

        La Primera Crónica General relata cómo, al sitiar Fernando III Sevilla, conquistada en 1248, encargó a don Pelayo Correa, maestre de la orden de Uclés, es decir, de la de Santiago, establecido en la orilla derecha del Guadalquivir con doscientos ochenta caballeros entre freyres y seglares, combatir a los moros que guarnecían el castillo de «Eznalfarax» y a los del Alja­rafe. Conquistaron los cristianos Gelves y hubieron de sostener muchos combates con los defensores de la fortaleza, a cuya puerta llegaron en varias ocasiones. Rendida la ciudad, «Aznalfarag» se entregó también por «pleitesía».

 

        En el Repartimiento de  Sevilla se cita el «castellar vieio de Aznalfarache» . Había en él casas, repartidas en esa ocasión, y su territorio estaba densamente poblado de olivares y figuerales. Una carrera, repetidamente mencionada, le unía a Sevilla.

 

        Pasó más tarde Aznalfarache a la orden de San Juan de Jerusalén, dueña también de Lora del Río, Setefilla, Tocina y Vi­llanueva del Camino o del Rio. Luego volvió a la Corona.

 

        El arzobispo de Sevilla don Gonzalo de Mena (1393-1401) fundó en el interior del ruinoso recinto un convento de la orden Tercera.

 

        Una lámina de la obra Civitatis Orbis terrarum, reproduc­ción de un dibujo de Georgius Honsnaglius hecho en 1565, muestra el estado de la fortaleza por entonces. Aún se veían buena parte de los lienzos de muros y abundantes torres de la larga línea de la cerca coronando el elevado escarpe sobre el Guadalquivir. Y hacia el centro del recinto trozos de altos mu­ros también ruinosos. En su interior, al norte, en la parte más próxima a Sevilla, se percibe un campanario y una amplia nave cubierta, el templo sin duda de la orden Tercera.

 

        En el siglo XVII el analista Ortiz de Zúñiga describe a San Juan de Aznalfarache, «ya todo reducido a ruinas y la población puesta en lo baxo, quedan de dentro de las rotas murallas sólo esta iglesia y el convento que en ella fundaron los Terceros, que ha tenido varias mudanzas».

 

        Durante los siglos XVI y XVII, varios autores sevillanos aluden a San Juan de Aznalfarache en su intento de localizar el Oppidum de Osset, llamado Iulia Constantia, que cita Plinio frente a Hispalis (Sevilla), incendiado por Leovigildo en el año 583, con motivo de sus luchas con su hijo Hermenegildo. Francisco de Rojas y otros afirmaron que las ruinas de Aznalfarache habrán pertenecido al poblado romano Osset. Ambrosio de Morales, contradiciéndoles, escribió con más acierto, “ser manifiestamente población y fábrica de Moros sin rastro ninguno de Romanos”. Rodrigo Caro y el P. José del Hierro sitúan a  Osset en el cerro de Chaboya o Chamoya, al norte y muy cerca de San Juan de Aznalfarache, en donde dicen se veían sus ruinas, cerro comunicado con el que ocupaba la fortaleza islámica por un puente cuyos estribos aún permanecían en el siglo XVII.

 

        Hasta fecha reciente se conservaban aún bastante firmes gran parte de las torres y muros situados sobre el Guadalquivir, en lo alto de un elevado derrumbadero de fuerte pendiente, gracias a haberse construido empotrados en el cerro, frenteando su parte superior, tallada. Toda la fábrica es de tapiería de argamasa, aparentes los mechinales de los tableros que sirvieron para su construcción. Las torres son rectangulares, próximas y de poco saliente. Antes de que su destrucción o renovación sea mayor, merecen estas ruinas un detenido estudio que las incorpore a la historiografía arquitectónica almohade andalusí.