La
autocomplacencia con uno mismo
“La indulgencia es un velo protector y la inteligencia es una espada cortante.
Cubre tus defectos con el velo de la indulgencia y combate tu pasión con la
espada de la inteligencia”.
“Al-hulmu gitâ´un
sâter wal-´aqlu husâmun qâti´. Faster jalala jalqak bi-hûlmika
wa qâtel hauâka bi-´aqlika”.
Imâm Ali
Quisiéramos exponer de entrada ese dicho por su elocuencia y sobre todo por su
profundo significado y su implicación tajante con lo que se vendrá a
continuación.
Dentro de esa serie de escritos dedicados anteriormente al conocimiento de las distintas ramas que exige el Ádab en el Islam, nos detenemos en el capítulo actual en uno de los más importantes apartados, puesto que no sólo su incumplimiento nos llevaría al fracaso en nuestro esfuerzo de ser cortés ante Allâh, el Corán, el Profeta, y ante el resto de sus criaturas sino que esta vez la no rigurosidad en el empeño realizado nos convertiría en meros hipócritas ante Su majestad y con nosotros mismos, y por supuesto al agotamiento y a la desolación espirituales.
Por esa razón partiremos de algo que en el Islam se considera negativo y perverso, que es la satisfacción o la autocomplacencia con uno mismo (ar-Ridâ ma´a an-Nafs), siempre teniendo en cuenta el aspecto imperante de ese ego(an Nafs al-Ammâra) o yo dominante. En el Islam se parte desde otro punto; que todos debemos realizar un gran esfuerzo para transformarnos siempre en algo mejor, puesto que nadie es perfecto y que nuestra gran labor es la de dedicar el mayor tiempo posible a la disciplina de nuestra personalidad como seres humanos. Así nos convertimos en algo más digno ante Allâh y ante el resto de los musulmanes, garantizándonos un destino pleno en la eternidad. Ese trabajo de transformación de nuestro Nafs en oro es la primera responsabilidad del musulmán, la mayor de sus méritos si triunfa y algo del que nunca se puede prescindir ante Allâh. Lo contrario, la autocomplacencia con la miseria del Nafs, es lo que paraliza completamente al ser humano en su indagación interior. Si no tuviéramos que empeñarnos en esa necesidad de perfeccionarnos, no tendría sentido el envío de los profetas a la humanidad en ningún momento.
Allâh nos dice en el Corán: “...triunfa quien la purifica y se frustra quien la corrompe...”.
Ese versículo nos explica que solamente existe dos caminos: el primero es de
quien se esfuerza en el sendero de Allâh para mejorarse y es el que tiene
garantizado el triunfo pues Allâh le concederá oportunidades para asegurar Su
favor y gozará de placer y bendición eternas. Aquellos que contemplan la
Grandeza y la Gloria de Allâh, no piensan que sea adecuado que consideren a si
mismos grandes porque tienen plena conciencia en que su autoproclamada grandeza
está en reconocer la Grandeza y la Gloria de Allâh. El otro camino es el de
aquel que se abandone a si mismo, a su propia ruina y miseria ignorando la
responsabilidad que tiene hacia Allâh. Cuando este tipo de gente ama a su Nafs,
se vuelve ciega a sus defectos, su mente está predispuesta a su favor; su vista
y su oído ya no perciben las realidades que le rodean y se hace intolerable a
cualquier cosa que vaya en contra de su devoción; va ciegamente en búsqueda de
los placeres y goces mundanos porque su mente está ahogada en un mar de
ambiciones que matan su conciencia. Se vuelve enamorada de sus cualidades y
consecuentemente se convierten en sus esclavos, así como esclavos de los
placeres viciosos y de las fuentes de riqueza y poder.
Por esa razón, y después de reconocer
la trascendencia de ese deber con nosotros mismos, nos atrevemos ahora a tratar
los distintos trances que debemos recurrir en contra de nuestros afanes y en
aras a salvaguardar nuestra relación con Allâh, el Corán y el Profeta. Es un
proceso sostenido por una serie de trances interconectadas, que nos lo exige el Corán
y cuyo incumplimiento nos evoca a la ruina:
Ta´dîb; la disciplina
Tatbîb;
remedio médico
Taçkiya; purificación
Tathîr;
afinamiento
Ahora bien, para hacer uso de ellos habría que emprender un camino arduo pero cuyas espinas tendrían que ser aplastadas con unos ejercicios internos fruto de nuestra conciencia de la necesidad de cambiar y otros externos y serán la manifestación del grado de sinceridad de las primeras. Es un camino arduo porque sus estaciones van en pugna con los deseos del Nafs y por eso tenemos que desarrollar en nosotros el Îmân, esa sensibilidad espiritual y vinculación con Allâh, no solamente basada en ideas sino también en buenas acciones (al-Amal as-Sâleh) y actos concretos como el salât, el ayuno o el çakât que van limando nuestra personalidad y lo adoran. Aunque no son curas absolutas, son trabajos constantes de disciplina con los cuales hermoseamos nuestro Nafs. El Corán dice: “ haz seguir una mala acción de otra buena porque ésa borra la primera”. Los sahâba y los sufíes cuando cometían la mínima indignación ante la Sharî´a, eso provocaba inmensos actos de generosidad para que lo bueno disminuya la negatividad del mal comportamiento. Nada de esa vida mundana puede actuar como una provisión para el Más Allá, excepto las buenas obras, y porque cada faceta de esa vida terrenal es efímera y todo lo que nos puede otorgar es de duración sumamente corta.
Las claves de ese camino fueron
anunciados por los maestros sufíes, que son los más conocedores de la esquiva
y traicionera naturaleza de nuestro Nafs:
1. Tawba: ese término en
árabe que mayoritariamente se traduce como “arrepentimiento” (an-Nadam), es la vuelta por
completo hacia Allâh y el punto de partida del camino. La intensidad y la
seriedad que invertimos en ello será determinante y decisivo en las estaciones
siguientes. Comienza en un sentimiento de pena y tristeza que surgen en el corazón
al recordarnos de una trasgresión que habíamos cometido. Para la validez de la
tawba, no sólo es imprescindible rehuir de la mala acción, sino también tener
firmemente decidido abstenerse de ello y controlar nuestro Nafs cuando insta para
ello en el futuro. Es volver constantemente del lado distante a la intimidad con
Allâh. La tawba tiene un principio y un fin. Su principio (Ibtidâ) es el
esparcimiento de los rayos de Nur
Al-ma´rifa (la luz del reconocimiento divino) del corazón cuando se da cuenta de
que lo cometido es un veneno fatal que conduce a grandes desastres espirituales.
Esa conciencia de la fatalidad induce pena y temor que tienen como resultado un
anhelo verdadero, sincero y inmediato a no dar marcha atrás. Aún más, una
resolución (Açim) y intención firmes se hacen para abstenerse totalmente de lo perverso
en el futuro, y junto a todo eso habrá un esfuerzo afanoso para compensar el
defectuoso pasado. Ahora, cuando el resultado sea esa fruta de tawba
perteneciente no sólo al pasado sino también al presente y al futuro, es cundo
podemos considerar que su perfección se ha adquirido. Esto entonces es el fin (Intihâ) de la tawba.
Debe
ser claro que la tawba es algo que en el Islam se considera obligatorio (wâÿib) pues forma parte de los principios del Îmân del musulmán. El Corán
nos dice: “ Creyentes, realizad la tawba a Allâh, una tawba pura”. Rasulullâh
(s.a.s.) dijo también: “Todos los descendientes de Adán cometen errores,
pero el mejor de ellos es el que se vuelve a Allâh...”. Allâh perdonará,
tendrá misericordia y ayudará a todo ser que haya rendido tawba hacia Él según
la Sharî´a, y haya reformado sus actos para el futuro. Es decir, se abstiene
de todo mal, se comporta en conformidad con la Ley de Allâh y se queda firme en
su ello.
2.
Murâqaba: ese trance es una
medicina excelente para ir transformando de modo fructífero. Es la vigilancia
de nuestros actos porque eso es lo que va a marcar nuestro destino en lo eterno.
Y la mejor forma de vigilarnos es ser conciente de que estamos en cada instante
vigilados por Allâh en cada uno de nuestros actos; antes de que nuestra visión
caiga sobre nuestra negatividad, Allâh ya lo había visto antes. Eso tiene que
ocasionar un pudor en nosotros mismos que nos hace transformar. Tenemos que ser
capataces muy severos contra nosotros mismos aunque el mundo nos envidia por las
bondades y bendiciones que Allâh nos conceda.
3. Muhâsaba: es rendirnos cuenta a nosotros mismos por los actos que hemos
realizado haciéndonos jueces de nosotros mismos. Un hadiz nos dice que tenemos
que pedirnos cuenta a nosotros mismos antes de que Allâh nos la pida a
nosotros. EL Corán dice: “¡Vosotros que habéis llegado a creer! ¡Sed conscientes de Allâh; y
que cada ser humano mire bien lo que adelanta para el mañana!
Y (una vez más): Sed conscientes de Allâh, pues Allâh
es plenamente consciente de lo que hacéis” . Es poner de
manifiesto y alerta máxima a nuestro intelecto antes de actuar, empezando con
la reflexión sobre nuestra intención al respecto y después analizar en
profundidad las consecuencias de nuestra acción a realizar, para que así no
caigamos en el futuro en estado de arrepentimiento. La gente piadosa es aquella
que aunque viva en ambiente mundano, sin embargo lleva una vida muy sobria. Y
aunque parezca feliz y alegre, sin embargo sus mentes están llenos de
incertidumbre acerca de sus obligaciones morales, sus obras y pensamientos.
4. Muÿâhada: es emprender todo un camino de transformación rigurosa y constante
hasta nuestro último hálito. Parece ser que los factores comunes que unen a
los seres humanos es el deseo intenso de lograr riqueza y poder en este mundo
dejando nuestras intenciones palabras vacías que salen de nuestros labios y no
de nuestro corazón. Este sentimiento de no necesitar trabajar en lo que se
refiere a Sus ordenes y prohibiciones y tener asegurado la aprobación y el
consentimiento de Allâh para nuestras obras y pensamientos, no conduce más que
a la parálisis espiritual. La realidad en Muÿâhada consiste en la práctica habitual de oponer a nuestro Nafs. Es decir, en
verificar y controlar el deseo mundanal, su aspecto físico, monetario, egoísta
y las delicias y preferencias del Nafs, en búsqueda del placer divino.
Hay dos tipos de beneficios que corresponden al Nafs:
1.
Huqûq
(derechos) son
tales beneficios necesarios para la resistencia y la existencia del cuerpo físico
y para la vida. Un hadiz dice: “Ciertamente, tu Nafs tiene un Haqq
(derecho) sobre
ti...”
2.
Huzdûzh
(placeres,
delicias, lujos) son los beneficios en exceso a los Huqûk.
La Muÿâhada se acompaña de la Riyâda (abstinencia) que es una serie de ejercicios austeros diseñados para establecer el control de la mente sobre la materia, como podrían ser el silencio, el retiro, el insomnio y el hambre. Y ambos están dirigidos hacia los Huzdûzd. Así estaremos reforzándonos para cumplir con los primeros y reducir los segundos. También cabe decir que la Muÿâhada no sólo es un requisito indispensable del Mubtadi´ (principiante en la vía) sino también para el Muntahî (aquel que ha alcanzado su meta en la vía) porque el Nafs de éste llega a ser también letárgico a veces en la obediencia.
Y aunque tratados estos cuatro pilares separadamente (y de manera resumida pues vienen tratados extensamente en artículos anteriores), cabe recalcar que su práctica debería de ser simultánea y rigorosa y sobre todo protegida y garantizada por nuestra constancia (mudâwama) para no dejar espacio a la debilidad y convertirnos así en meros hipócritas ante Allâh y sus criaturas.