Paciencia y confianza

 

          La conducta del musulmán, los principios éticos que deben regirlo es lo que se podría definir por Ajlaq.

 

        ¿ Pero cómo actúan los musulmanes? En primer lugar con paciencia o sabr.  El Corán pone mucho énfasis en este punto: Quien no sabe controlarse está al borde de la perdición, nos dice.

 

        No en vano el hermoso nombre de Allâh  As-Sabur  significa “el inderrotable, el invencible, el perseverante”. De ahí que el sabr  (la paciencia) vaya unida a la perseverancia llevando al musulmán a no ser derrotado por nada. De este modo, el musulmán se muestra agradecido en la fortuna (Alhamdulillah) y paciente (sabr)  en la desgracia.

 

          El objetivo de una desgracia enviada por Allâh (s.w.t.) no es fruto de su maldad, ni de su intención de hacernos daño, con el sabr aprendemos a confiar en Allâh y de este modo no desesperamos ante los avatares de nuestra existencia sino que crecemos, nos hacemos humanos en toda la extensión de la palabra y acrecentamos nuestra conciencia, madurándola como un fruto prometedor al sol de cada día.

 

          El sabr es la gratitud del beduino que vive en condiciones muy duras y que cuando se ve sorprendido por una tormenta se cubre con su manta y espera a que amaine el viento. Pero  además, no sólo es saber esperar el momento o lo que sea que debamos esperar, sino que es también perseverancia, constancia y una actitud activa ante lo que nos sucede, ante nuestra realidad, de modo que como en el caso del beduino que se resguarda de la tormenta para no ser barrido por ésta, inicia y busca formas de no verse sorprendido por ella, por ejemplo construyendo una empalizada. Es en definitiva, lo que permitirá que progresemos sin desgastarnos en el camino, haciéndolo hermoso, ligero y una vía para el agradecimiento sin fin que supone la existencia del  musulmán.

Como dice el Corán los pacientes llegan a Allâh.

 

        El segundo aspecto y en cierto modo derivado del sabr es el tawakkul  que aunque puede definirse en un primer momento como “confianza en Allâh”, es como suele ocurrir con la lengua árabe, un vocablo abierto a infinitas sugerencias, pudiéndose traducir también como delegar, apoderar, agencia (entrega para tramitar algo) entre otras.

 

          El tawakkul  no es en realidad un juluq es una forma de ser. Es una actitud que se convierte en la estructura íntima del musulmán, por tanto no tiene carácter opcional, por así decirlo, sino que debe impregnar todo acto y pensamiento convirtiendo el ser interno del creyente. Es un estado de ánimo que éste debe incrementar mediante un yihad continuo, esto es, un esfuerzo sostenido con el fin de entregar a Allâh (s.w.t.) su ser, su destino, sus deseos y aspiraciones sin reservas de ninguna clase.    

 

          Las implicaciones de semejante disposición de ánimo son enormemente beneficiosas si se entiende que acaba de una vez por todas con las obsesiones, frustraciones y maquinaciones enfermizas de la mente humana, pero además, en una segunda lectura podemos ver que es abandonar en realidad todo deseo de someter la realidad a nuestros deseos o a la interpretación que le damos (normalmente acorde a nuestros intereses) con lo cual empezamos a entablar relaciones reales con nosotros mismos.

 

          El tawakkul es de proporciones inmensas, peligroso y secreto. Nos lleva a la otra orilla, donde nada se puede dar por hecho y aprendemos a andar por el mundo con un extraño equilibrio: por un lado, la determinación de actuar del mejor modo posible usando nuestra razón ‘aql  para disponer estratégicamente los elementos que necesitaremos y del otro, la absoluta certeza de que sólo Allâh (s.w.t.) decidirá si nuestros esfuerzos llegarán a buen puerto o no. Pues bien el tawakkul  es el que permite que todo importe sin que nada importe, da un cierto “desapego” al musulmán, una lejanía que le permite decidir sin decidir, aceptar sin aceptar, responsabilizándose de aquello que le es dado tanto si se premia su esfuerzo como si éste se malogra. Ese equilibrio es la paz  o sakina que envuelve al musulmán, rescatándolo del dunia y de  sus artimañas para observar el alamin  como lo que es: un momento irrepetible donde tiene lugar el milagro de la existencia y la nada, de lo terrible y lo sublime, sin desbaratarse en ese proceso. 

 

        El que tiene tawakkul es mutawakkil ( aquel que confía en Allâh), y no debemos confundirnos y enterderlo como una especie de  resignación (las cosas son como Dios quiere y nada puede hacerse) ni como el acto de desentenderse de todo (falta de responsabilidad) que en el Islam se denominan tawâkul.  El musulmán se confía a Allâh pues sabe que todo depende de Él, pero no cesa de intentar, de preparar y planear su vida de un modo razonable, pues es su responsabilidad tratar de hacer lo mejor posible en cada ocasión.

 

          Un ejemplo que ilustra a la perfección este equilibrio entre la acción y la entrega, actuar y esperar, lo encontramos en la Sira, la vida del Profeta (s.a.s.): Cuando Rasulullah (s.a.s.) y los primeros musulmanes sufrían las persecuciones por parte de los habitantes de Meca, de los poderosos de la tribu de  Quraish, llegó un momento en que Rasulullah (s.a.s.) vio que era necesario irse de Meca, había que emigrar, hacer una Hiÿra. Así en cada época del Haÿÿ se dedicaba a contactar con las gentes de las tribus del desierto de  Arabia que allí acudían para tratar de ver si estaban dispuestos a acoger a todos los musulmanes de Meca, pues la situación se hacía insostenible. Trabó alianzas con hombres de una tribu de un oasis a 500 kilómetros al norte, en la ciudad de Yazrib, la futura Medina y se decidió que los musulmanes saldrían todos hacia allí. Lo hicieron por grupos, viajando desde Meca hasta Medina. Rasulullah (s.a.s.) decidió quedarse el último.

 

        Como vemos el  viaje, la Hégira (con la cual empieza el año cero del Islam) fue preparado meticulosamente por el Profeta (s.a.s.): buscando alianzas, hablando con las gentes de otras tribus, viendo el modo de solucionar la situación terrible en que se encontraban, planificando su salida por grupos, buscando las rutas más seguras que dificultaran una posible emboscada. Por ello, también él sale el  último, porque sabía que sus enemigos buscaban su muerte y de ese modo no ponía en peligro la vida de los musulmanes que le precedían en la huída. La noche que decide que va a abandonar Meca lo hace en buena compañía, la del fiel Abu Bakr, no solamente eso, sino que prepara provisiones para tan arduo y peligroso viaje, la encargada será la hija de Abu Bakr, Asma bint Abu Bakr, que cogerá y hará dos bultos con comida y lo necesario para el viaje y lo junta con dos cinturones, de ahí que se la conoce en la historia del Islam como  "la de los dos cinturones", porque preparó con cariño y cuidado los bultos usando para atarlos sus propios cinturones. Eligió los mejores camellos para ese viaje, fuertes y resistentes. Buscó un guía que lo llevara por los mejores caminos para huir de cualquier emboscada, e incluso dispuso una trampa para los Quraishies, que fue ni más ni menos que dejar a Sidna 'Ali (su primo) dormido en su cama para hacer creer a sus enemigos que no había abandonado la casa. Sidna 'Ali estuvo a punto de ser asesinado por los Quraishies cuando al ir a buscar a Rasulullah se encontraron con él en su lugar. Vemos así, que el Nabí (s.a.s.) siguió el curso normal de las cosas, usando la astucia, la lógica y las armas que Allâh (s.w.a.) nos ha dado como seres humanos, para que todo saliera bien;  pero el sabía que todo dependía de Allâh (s.w.a.); es decir, a la vez que hace todo lo posible para que  usando el sentido común del ser humano las cosas sigan su encadenamiento lógico, sabe que en quien confía realmente es en Allâh. Es en relación con esto que se cuentan dos hechos prodigiosos que tuvieron lugar durante su huída de Meca.  El primer relato nos cuenta que la noche que Rasulullah (s.a.s.) va a abandonar su casa para iniciar el viaje, un grupo de Quraishies están apostados alrededor de la casa armados y preparados para asesinarlo e impedir que salga de la ciudad, Muhammad (s.a.s.)  milagrosamente pasó por delante de sus narices pero ninguno de ellos pudo verlo, entraron en la casa y estuvieron a punto de matar el bulto que había en su cama, pero descubren que es Sidna 'Ali y salen detrás de Sidna Muhammad (s.a.s.) que iba huyendo por caminos alternativos pero le dan alcance. Sidna Muhammad (s.a.s.) se da cuenta y se esconde en una cueva, una pequeña cueva, algo hundida de modo que los Quraishies que estaban parados de pie ante la cueva  no veían que estaba allí escondido, que lo tenían debajo. Abu Bakr tiene miedo y le dice que están perdidos y que los van a pillar. La respuesta del Profeta (s.a.s.), que viene recogida en el Corán, es contundente: Tú no tengas miedo. Que me puedes decir tú de dos cuando el tercero de ellos es Allâh. Y resulta que unas arañas habían cubierto la entrada de la cueva con sus telas y que unas palomas habían puesto allí su nido, con sus huevos. Ante esto a los Quraishies ni se les ocurrió mirar ahí porque por lógica si alguien hubiera entrado en esa cueva hubiera roto la tela de araña y las palomas se hubieran ido.

 

        A la luz de estos hechos veamos que es lo que sucede porque son dos formas de contar lo ocurrido absolutamente distintas pero igualmente fascinantes. De una parte, la lógica con la que el Profeta (s.a.s.) lo prepara todo como lo haría un estratega (los camellos bien preparados, busca un guía, lleva suficientes provisiones, sale de noche para no ser visto, deja a su primo para que lo sustituya en su lecho) y sin embargo,  en su corazón Rasulullah (s.a.s.) estaba sujeto a Allâh. Y eso hace que en lo que él falla Allâh lo cubre.

         

          Eso se llama Tawakkul , respetar el orden de las cosas (los asbâb), porque el orden de las cosas es querido por Allâh, ha sido hecha por Allâh. En el tawakkul  se ponen en juego todas las posibilidades del hombre y del mundo a la vez, así cuando actuamos debemos respetar el asbâb (la lógica de las cosas), nuestro ‘aql  que no sólo nos es útil sino que es uno de los dones que Allâh nos ha dado y son para Él muy preciados, pero con el corazón pendiente de Allâh, fluyendo con Allâh.

 

          El musulmán hace lo que puede y pone en manos de Allâh el resto: su éxito pertenece a Allâh y si fracasa él no tiene la culpa, la forma de ser del musulmán deviene en alguien dotado de absoluta sensatez que se mueve actuando en base a lo que sabe, pero que entiende que su conocimiento tiene un límite y asume sus límites, sin obsesiones, ni frustración y sobretodo asume que todo está en manos de Allâh, y quizás sus actos no lo lleven a donde él esperaba pero aún así recibe un regalo precioso algo portentoso con lo que no contaba: su confianza en Allâh lo dota de un sentido de libertad que le hace escapar de todo, incluso de si mismo. El tawakkul trae consigo algo precioso que Allâh nos lega con cada acto tocado de esta virtud.

 

        En definitiva, el tawakkul  es para el musulmán preparar sus actos cuidadosamente respetando los asbâb, la lógica de las cosas, y después  abandonarse a Allâh, y que sea lo que Allâh quiera. Y lo que Allâh quiere, si ese ha sido el proceso, siempre es algo extraordinario.