La cortesía con el Profeta (s.a.s.)

  

          El âdâb con el Profeta (s.a.s.) es después del âdâb con Allâh y del âdâb con el Corán, el tercero en grado de importancia dentro de la ciencia del âdâb. La cortesía con él (s.a.s.) está presente en la devoción y cariño hacia todo lo que representa. Es muy difícil para cualquier musulmán definir el cúmulo de emociones y sensaciones que Rasûlullâh (s.a.s.) despierta con su ejemplo, sus palabras o simplemente con la mera mención de su nombre.

 

          Pero para entender bien a lo que nos referimos hay que entrar en el terreno de la cortesía en las relaciones humanas. Todo musulmán es consciente de que hay un espacio físico y espiritual que le es propio, que nunca puede ser agredido porque sería atacar el corazón de su existencia, de algo valioso que es inherente a su propia vida: su honor, su sangre y  sus bienes. A este espacio se le denomina hurma, y es harâm, esto es prohibido, para los otros musulmanes. Vemos que aquello que se ama, la familia y desde luego la vida son inviolables, son terreno vedado a los otros, cuyos límites no deben traspasarse.

 

          Se comprende pues, que si  semejante respeto es el que corresponde de un musulmán a otro, el âdâb debido al Mensajero de Allâh (s.a.s.) está a un nivel que difícilmente puede imaginarse quien no sigue su senda, ni bebe de la sabiduría de sus palabras, simplemente es inaceptable que pueda tenerse con él (s.a.s.), su familia o sus palabras y hechos, una actitud de desdén o duda.

 

          El respeto a la hurma de Rasûlullâh (s.a.s.) viene ordenado en el mismo Corán que nos dice: "Oh, vosotros los creyentes. No os adelantéis a Allâh ni a su Mensajero". Y "No levantéis la voz sobre el tono de la voz del Profeta. Eso puede arruinar vuestros actos sin que os deis cuenta". No levantar la voz ante el Nabí (s.a.s.) es una prueba de taqwa o temor a Allâh (s.w.a.), pues es su habîb quien está hablando.

 

          Los verdaderos musulmanes de entre los contemporáneos de Rasûlullâh (s.a.s.) eran los que no hacían nada sin su autorización, conscientes como eran de que un nuevo orden estaba emergiendo ante ellos y que la cara visible de ese estado, fitra, que podría traducirse por armonía o estado natural, era el Mensajero de Allâh, que con su maestría modelaba la percepción con las necesidades del momento ajustándola a lo que Allâh (s.w.a.) le iba dictando. Semejante prodigio sólo tenía una respuesta posible un respeto incontestable, más allá de las palabras y un amor incondicional que se materializaba en la imitación y seguimiento hasta la extenuación del más mínimo gesto que éste realizara.

 

          El respeto y amor que los musulmanes sienten por su Profeta (s.a.s.) viene dado en primer lugar, porque así lo ordena el Corán, pero sería falaz decir que dicha orden es una imposición como tal, como no vamos a amar a aquel al que Allâh (s.w.a.) ha elegido para hacernos llegar su Discurso Eterno, donde se nos exhorta a despertar a una vida más plena, donde nos rescata de nosotros mismos. También, nos ordena  el Corán al-Karîm que le obedezcamos: si estudiamos y conocemos su vida y el carácter extraordinario con que Allâh (s.w.a.) revistió al Nabí (s.a.s.) nos damos cuenta de que su modo de actuar, sus cualidades refinadas y su ÿihad (esfuerzo) continuo por revivir su vínculo con el Rabbi-l 'alamin, el señor de los mundos, son los puntos de referencia ineludibles en el mapa que nos conduce a Allâh (s.w.a.). Además nos señala a Rasûlullâh (s.a.s.) como nuestro imám y nuestro kim (el que gobierna, el que decide), precisamente por lo señalado en el punto anterior. El Rasûl (s.a.s.) no dejó en todo de momento de imitar a Allâh (s.w.a.),  su impecabilidad, sentido de la justicia, y generosidad desbordante son fiel reflejo de un intento sincero y constante. Y por último, Allâh (s.w.a.) nos ordena amarle.    

 

        ¿Cómo no amarle?  ¿ Cómo no maravillarse ante los hechos y las palabras que llegan a nosotros cruzando un mar de tiempo?.  Porque si la maravilla inexplicable del Corán (palabra revelada por Allâh mismo) es un regalo para la humanidad, promesa de una vida plena más allá de lo que podamos llegar a elucubrar, las palabras del Profeta (s.a.s.) recogidas en los hadices transmitidos hasta nuestros días, encierran otro tesoro: no son hojas muertas que caen y cuya belleza consiste en verlas flotar efímeras por un momento, sus palabras como crisálidas del infinito revolotean en un espacio mítico accesible a todo aquel que se abra a su magia.  ¿Cómo cerrar los ojos ante ese mundo de belleza, sobriedad y elegancia que sin egoísmo alguno nos fue dejando a su paso?

 

          Ya lo dice en un hadiz el propio Nabí (s.a.s.): "Os lo juro por Allâh. Ninguno de vosotros es un musulmán sincero hasta que no me quiera a mi más que a su hijo, a su padre y a su gente". Él (s.a.s.) es la llave. La devoción que siente un musulmán por el Rasûl (s.a.s.) se convierte en  dolorosa conciencia de que una deuda impagable está pendiente. Pues si con Allâh (s.w.a.) la deuda es inmensa e impagable por ser la propia existencia un regalo inesperado que aumenta constantemente con las facilidades que nos da y los obstáculos que pone en nuestro camino, la llegada de su Profeta (s.a.s.) es Rahma en estado puro. Una Rahma hecha de belleza, determinación, inspiración y de darnos la oportunidad de tener una oportunidad. Es el amor a Muhammad (s.a.s.) lo que nos ayuda a cambiar, a afinar nuestros espíritus como él mismo hizo en vida, sus dificultades son las nuestras, su dolor es nuestro dolor y cuando la inmensidad de Allâh (s.w.a.) nos hiere en el corazón con Su poder de magnitudes abismales,  es nuestro amor por el Él (s.a.s.) el que nos salva de perder pie y seguimos, a veces incluso sin esperanza, luchando, aún sin entender nada, porque sabemos que Rasûlullâh (s.a.s.) exuda maravilla que sabe a nuestro Rabb.

 

          Y en muestra de âdâb continua, el musulmán renueva con sus gestos su filiación con el Mensajero de Allâh (s.a.s.) poniéndole por delante en todo, siendo amigo de sus amigos y enemigo de sus enemigos, con la glorificación y respeto de su nombre mediante la fórmula salla allahu 'alaihi wa sallam o 'alaihi salatu wa salam, no tomando a burla sus hadices, mostrando consideración con cualquier aspecto de su mundo, a través de la revivificación de sus sunan, ir Insha Allâh a Medina a ver su tumba y amar a aquellos que lo aman, los salihin, mediante el recuerdo continuo y con el salat al an-nabí.

 

          Y sobretodo, amando a quien él (s.a.s.) más amó: Allâh. Sino amamos al Profeta (s.a.s.), sino le dejamos entrar en nuestro corazón, sino le aceptamos como el que ha sido enviado para que revivamos el vínculo con nuestro Creador no podemos decir que somos realmente musulmanes.

       

Nadia