La larga búsqueda de la Verdad

de Salman el Persa

 

 

         El bendito Compañero del profeta Muhammad (s.a.s.), Salman al-Farsi (que Allah esté satisfecho con él) narra su viaje hasta el Islam tal y como sigue:

 

         “Crecí en la ciudad de Isfahan en Persia, en la villa de Jayyam. Mi padre era el jefe de la villa. Era la persona más rica de la misma y tenía la casa más grande. Desde niño, mi padre me adoraba más que a nadie. Cuando fue pasando el tiempo, su amor por mí llegó a ser tan fuerte y poderoso que temía perderme o que me ocurriera cualquier cosa. Y así, me mantuvo en casa como un verdadero prisionero, de la misma forma en que eran preservadas las chicas jóvenes.

 

         Llegué a ser un devoto de la religión zoroastriana convirtiéndome en el guardián del fuego al cual adorábamos. Mi deber consistía en mantener el fuego de la llama ardiente y que no se apagara en ningún momento, día y noche.

 

         Mi padre tenía amplias zonas de cultivo que le proporcionaban grandes cosechas, y él mismo se encargaba de supervisar las mismas. Cierto día se hallaba muy ocupado con las tareas propias de la jefatura de la villa y me dijo, ‘Hijo mío, como ves estoy muy ocupado ahora mismo como para ir a ver la cosecha. Ve y cuida por hoy de mis asuntos en el campo.’

 

         En mi camino hacia el campo, pasé por una iglesia cristiana, y las voces de la oración atrajeron poderosamente mi atención. Yo no sabía nada acerca del cristianismo ni de los seguidores de otras religiones durante todo el tiempo en el que mi padre me mantuvo en casa alejado de la gente. Cuando escuché las voces de los cristianos entré en la iglesia para ver que estaban haciendo. Quedé impresionado por la forma en la que rezaban y me sentí atraído por su religión en ese momento. ‘Por Dios,’ dije, ‘esta religión es mejor que la nuestra. No me iré hasta que el sol se ponga.’ ‘No, su religión es mejor que la nuestra,’ insistí.

 

         Mi padre se sintió disgustado y asustado de que yo pudiera abandonar nuestra religión, así que me encerró en casa y me encadenó los pies. No obstante, me las apañé para poder enviar un mensaje a los cristianos pidiéndoles que me informaran de alguna caravana que se dirigiera a Siria. Conseguí quitarme las cadenas y disfrazado acompañé a la caravana que se dirigía a Siria. Allí, pregunté por la persona que dirigía el cristianismo y se me remitió al obispo de la iglesia. Me llegué hasta él y le dije, ‘Quiero hacerme cristiano y ponerme a su servicio, aprender de usted y rezar con usted.’ El obispo estuvo de acuerdo y pasé a estar a su servicio dentro de la iglesia. Sin embargo, pronto descubrí que se trataba de un hombre corrupto. Pedía dinero en forma de limosna a cambio de unas bendiciones. Cuando los seguidores donaban algo como ofrenda a Dios, sin embargo, él lo guardaba para sí y no lo entregaba a los pobres y necesitados. De esta forma amasó una gran cantidad de oro. Cuando el obispo falleció y los cristianos se reunieron para enterrarlo, les informé de sus prácticas corruptas, y a petición de los mismos, les enseñé donde guardaba sus donativos. Cuando vieron los grandes jarrones repletos de oro y plata dijeron, ‘Por Dios, no le enterraremos.’ Lo crucificaron y le arrojaron piedras, y yo continué al servicio de la persona que lo reemplazó. El nuevo obispo era una persona asceta deseosa del Más allá y dedicado a la oración día y noche. Me mostré muy devoto de él y pasaba mucho tiempo en su compañía.”

 

         Después de su muerte, Salman se vinculó a varias personalidades cristianas en Mosul, Nisibis y en otros lugares. El último de estos personajes le dijo a Salman que había aparecido un nuevo y último Profeta en la tierra de los árabes de una gran reputación por su honestidad, y quien aceptaba un regalo pero nunca hacía uso propio de las limosnas que recibía. Salman continúa su propio relato de esta forma:

         “Un grupo de líderes árabes de la tribu de Kalb pasó por Ammuriyah, y le pedí que me llevaran con ellos hasta la tierra de los árabes a cambio de todo el dinero que yo poseía en ese momento. Estuvieron de acuerdo y les pagué por sus servicios. Cuando llegué hasta Wadi al-Qura (un lugar entre Medina y Siria), rompieron su trato y me vendieron a un judío. Trabajé como criado para él, pero acabó vendiéndome a un sobrino suyo de la tribu de los Banu Qurayzah. Este sobrino me llevó con él hasta Yazrib (Medina), la ciudad de los palmerales, que es como los cristianos de Ammuriyah la habían descrito.

 

         Por aquel tiempo el Profeta invitaba a su pueblo en Meca al Islam, pero no pude escuchar nada sobre él debido a las duras obligaciones que la esclavitud me imponía.

 

         Cuando el Profeta llegó hasta Yazrib después de su salida de Meca, me encontraba justamente en lo alto de una palmera de mi dueño haciendo un trabajo. Mi dueño estaba sentado debajo de la palmera. Un sobrino suyo vino y le dijo, ‘Que Dios declare la guerra sobre los Aws y los Jazraj (las dos tribu árabes más importantes de Medina). Por Dios, se están reuniendo ahora en Quba para encontrarse con un hombre que ha venido hoy de Meca y que dice ser un Profeta.’ Al escuchar estas palabras sentí un gran calor en mi cara y empecé a tiritar de forma tan violenta que temí pudiera caerme encima de mi dueño. Rápidamente bajé de la palmera y le dije al sobrino de mi dueño, ‘¿Qué es lo que has dicho?, repíteme la noticia.’ Mi dueño se encolerizó bastante y me dio un terrible golpe, ‘¿Qué te importa a ti este asunto?, vuelve a tu trabajo,’ gritó.

 

         Aquella noche, tomé unos dátiles que había reunido y me fui hasta el lugar donde se hallaba el Profeta. Llegué hasta él y dije, ‘He oído que eres un hombre recto y que tienes compañeros contigo que son extranjeros y que están necesitados. Toma esto como una limosna mía. Veo que a ti te hace más falta que a otros.’ Y el Profeta ordenó a su compañeros que comieran pero él no comió nada. Reuní algunos dátiles más y cuando el Profeta dejó Quba por Medina, fui a verle y dije, ‘He visto que no comiste de la limosna que te ofrecí. Esto, sin embargo, es un regalo para ti.’, y de aquel regalo de dátiles, tanto él como sus compañeros comieron.”

 

         La estricta honestidad del Profeta fue una de las características que condujeron a Salman a seguirle y abrazar el Islam.

 

         Salman fue liberado de sus esclavitud por el Profeta quien pagó a su dueño judío un precio estipulado y plantó él mismo un número acordado de palmeras para asegurar su manumisión. Después de abrazar el Islam, Salman diría cuando se le preguntaba de quien era hijo, “Yo soy Salman, el hijo del Islam de los hijos de Adam.”

 

         Salman jugaría un gran papel dentro de las luchas que acompañaron a la naciente sociedad musulmana. En la “batalla de la trinchera”, probó ser un excelente innovador en la estrategia militar. Mandó excavar unas trincheras alrededor de Medina para que el ejército pagano enemigo no pudiera entrar. Cuando Abu Sufyan, el jefe de los paganos de Meca, vio la trinchera, dijo, “Esta estrategia no ha sido empleada previamente por los árabes.”

 

         Salman llegó a ser conocido como “Salman el Bueno”. Fue un erudito que llevó una vida de disciplina y austeridad. Tan solo tenía un manto que le servía tanto para vestir como para dormir. No buscó el refugio de un techo sino que permanecía debajo de un árbol o contra una pared para guarecerse. En cierta ocasión, un hombre le dijo, “¿Me permites que te construya una casa en la que puedas vivir?”, “No tengo necesidad de una casa”, contestó. El hombre insistió y dijo, “Se el tipo de casa que te vendría bien.” “Descríbemela”, dijo Salman. “Te construiré una casa en la que si te pones de pie, te darás con el techo en la cabeza, y si estiras las piernas, te chocarás con las paredes.”

 

         Más tarde, como gobernador de Ctesiphon, cerca de Bagdad, Salman recibió un estipendio de cinco monedas de oro, las cuales las distribuyó en obras de caridad, y vivía gracias al trabajo de sus propias manos. Cuando la gente venía a Ctesiphon y le veía trabajando en los palmerales, le decían, “Tu eres el gobernador de aquí: tu subsistencia la tienes garantizada y sin embargo estás trabajando!”, “me gusta comer gracias al trabajo de mis propias manos,” replicó.

 

         Como erudito, Salman fue reconocido por su vasto conocimiento y sabiduría. ‘Ali dijo de él que era como Luqmqn el Sabio; mientras que Ka’b al-Ahbar dijo, “Salman está repleto de conocimiento y sabiduría –un océano imposible de secar.”

 

         Salman poseía tanto un conocimiento de las escrituras del cristianismo como del Corán, además de su conocimiento previo de la religión zoroastriana. De hecho, Salman tradujo partes del Corán al persa durante la vida del Profeta, convirtiéndose así en la primera persona que tradujo el Corán a una lengua extranjera.

 

Salman, debido a la influencia del hogar en el que se crió, podía fácilmente haber sido una figura relevante en la organización del imperio persa de aquel tiempo. Su búsqueda y amor por la verdad, sin embargo, le hicieron renunciar a su confortable y desahogada vida y probar incluso los sin sabores de la esclavitud antes incluso de conocer al Profeta. Según las fuentes más fidedignas, murió en Ctesiphon durante el califato de ‘Uzman en el año treinta y cinco después de la Hégira. Que Allah esté satisfecho con él.

 

         Fuente: Islam Online

         Traducción: Musulmanes Andaluces