LOS MALOS TRATOS A LA MUJER

 

¡Amonestad a aquellas que teméis que se rebelen,

abandonadlas en el lecho,

golpeadlas!

(Corán, IV-34)

 

          El libro sobre la mujer en el Islam de Mohamed Kamal Mostafa ha suscitado tal revuelo que ha acabado en los tribunales. El pasaje en el que describe la forma y las circunstancias en que un marido puede pegar a su esposa ha sido el detonante de unas denuncias que lo han sentado en el banquillo de los acusados. Una sentencia lo condena a quince meses de prisión y lo obliga al pago de una multa por incitar a los malos tratos.

 

          Entre tanto, han sido muchos los que, en defensa del Imam de Fuengirola o al lado de la acusación, han aprovechado la ocasión para opinar sobre lo que el Islam dice o deja de decir sobre el tema de los malos tratos hacia la mujer. El resultado es un panorama desolador.

 

          Toda la discusión gira en torno a las posibles interpretaciones de un pasaje coránico -citado a la cabeza de este artículo- en el que se ordena a los maridos golpear a sus mujeres cuando éstas se les rebelan. Creemos que merece una reflexión más seria, que ponga las cosas en su sitio.

 

          Debemos empezar diciendo que es la única vez en que el Corán se pronuncia en ese sentido. El versículo estaría entre los dos o tres, en todo el Corán, que se prestan a interpretaciones “misóginas”. En descargo del Corán, ha habido quienes han rebuscado en la Biblia y han encontrado cientos de pasajes con un tono mucho más virulento en el tema de la mujer. Hay quienes han sostenido que, al igual que los cristianos han podido rehuir el tema y olvidar la misoginia bíblica, los musulmanes tendrían que hacer poco esfuerzo para superar un solo versículo (una sola palabra en un versículo). Pero esto es impensable para un musulmán.

 

          Un solo versículo es suficiente, pues el Corán tiene un peso extraordinario sobre las conciencias. Y esta es, para empezar, una de las claves para  desentrañar la cuestión. El Corán no es la Biblia, y nunca los musulmanes tolerarían que una sola palabra del Corán pudiera ser tratada con desdén. Los juegos retóricos con los que se pretendiera ‘suavizar’ su significación tampoco harían mella y no engañarían a nadie en una civilización construida en torno al Libro y en la que miles de expertos protegen a la nación de semejantes argucias. El Corán es, definitivamente, intocable.

 

          Ahora bien, afirmamos sin temor a ser contradecidos que el Islam condena sin paliativos los malos tratos. Para demostrarlo no recurriremos a la manipulación del texto, sino a exponer la lógica de las reflexiones que se han dado dentro del Islam, desde sus inicios.

 

          Como ya hemos adelantado, cada palabra del Corán tiene un peso extraordinario sobre las conciencias de los musulmanes, y a favor de esta aserción está la realidad misma. El Libro revelado es merecedor de un respeto que se traduce en un acatamiento inmediato de sus disposiciones. Es la autoridad suprema dentro del Islam, porque es la Palabra del Creador de los cielos y de la tierra, y al igual que a su orden “¡Sé!” surgió el mundo, con la misma prontitud se disponen los musulmanes a cumplir con las órdenes expresadas en el Corán, las cuales tienen el mismo rango del imperativo creador. El Corán no es un libro inspirado, como la Biblia (según los cristianos), sino que ha sido revelado y no tolera, pues, interpretaciones que vayan contra su literalidad. El rigor y seriedad de los musulmanes se traducen en una coherencia absoluta.

 

          En todas estas discusiones en torno a las enseñanzas del Islam sobre los malos tratos hacia las mujeres se olvida que, siendo ésta una cuestión actual, ya se planteó en el Islam en sus inicios, hace ya quince siglos. El Islam, por tanto, ha sido el primero en reflexionar sobre el tema. Tomó la delantera en una cuestión que se considera un logro reciente en los derechos humanos. Nos proponemos en este artículo hacer un breve análisis de ese planteamiento.

 

          El Profeta (s.a.s.) fue claro y tajante sobre la cuestión, y prohibió categóricamente a los hombres golpear a sus esposas. Dirigiéndose a los hombres, les dijo: lâ tadribû imâa llâh, ¡no golpeéis a las servidoras de Allah (que es un término general para las mujeres, al igual que los hombres son ‘servidores de Allah’)! Estas palabras son consideradas por todos los autores musulmanes, tanto antiguos como modernos, como pilar en la cuestión.

 

          ¿Cómo entender entonces el pasaje citado a la cabeza de este artículo y que es el texto en discordia? Si acudimos a los tratados de Fiqh (Derecho musulmán) encontraremos que regulan los golpes que un marido podría propinar a su esposa en los términos que utiliza el Imam de Fuengirola (el uso de una vara incapaz de producir daño, golpeando solo en determinadas partes del cuerpo -manos, pies-, solo puede hacerse cuando no se está bajo el dominio de la ira, etc.). ¿Cómo conciliar esto con lo que llevamos dicho?

 

          Necesitamos conocer el proceso, en el que está la clave. Si acudimos directamente a los manuales de Derecho nos llevamos una impresión falsa. Es necesario hacer todo el recorrido, pues las deducciones de los alfaquíes se basan en razonamientos previos.

 

          Primero está el texto coránico, luego viene el Tafsîr, la exégesis del Corán. La exégesis del Corán consiste en dar el exacto valor a cada palabra, y citar el contexto en el que tiene lugar su revelación. Este modo de ‘interpretar’ el Corán es el único sobre el que existe consenso y es el que tiene autoridad entre los musulmanes. Efectivamente, cada versículo del Corán fue revelado en circunstancias que sitúan su significación y alcance. Se llama sábab an-nuçûl, razón del descenso, a una ‘anécdota’ que es la ‘historia’ del versículo. Veremos más adelante el sábab del versículo en cuestión. Junto a ello, es indispensable determinar el valor exacto de cada palabra en la lengua árabe, en la que ha sido revelada el Corán.

 

          Pero además, hay otra cuestión de suma importancia. La ‘práctica del Profeta’ (la Sunna) es determinante. Él fue, según el Corán mismo, el modelo para los musulmanes, y él es la imagen viva de lo que significa el Corán. No hay forma de poner en práctica lo que enseña el Corán sin tener en consideración la Sunna, que detalla y da cuerpo a sus disposiciones. Los musulmanes no sabríamos como recogernos ante Allah, ayunar, peregrinar, etc., si no fuera porque el Profeta lo hizo y nos sirve de imagen. La Sunna, a la hora de interpretar el Corán, por tanto, es fundamental, y sin ella estamos desarmados ante el Libro. De esto siempre han tenido conciencia los musulmanes, sentenciando que la segunda autoridad en el Islam, después del Corán, es la Sunna, la cual es su modelo insustituible y su realización concreta.

 

          Sólo en el caso de no existir una Sunna sobre un tema expuesto en el Corán, se acude entonces a la opinión de los Compañeros del Profeta y los discípulos de estos últimos, tenidos como próximos al espíritu de la época en que fue revelado el Corán e imbuidos de sus intenciones. Los Compañeros del Profeta y sus discípulos gozan de autoridad moral que hace que sus opiniones sean muy tenidas en cuenta. Por último, si tampoco encontramos entre ellos la respuesta sobre el sentido de una palabra o una frase coránica, entonces se acude a razonamientos analógicos para determinar su alcance.

 

          Siguiendo los pasos anteriores, los autores de comentarios al Corán han reunido un material de proporciones enciclopédicas que contextualiza cada pasaje del Libro de modo más que suficiente. Los musulmanes disfrutan así de una información gigantesca sobre el Corán.

 

          Sólo después viene el Fiqh, recapitulando todo lo anterior. Está al final del proceso, pero resulta más cómodo acudir a dichos resultados últimos, por lo que hay musulmanes -sobre todo en la actualidad- que ignoran las formas que han respetado los alfaquíes y que son, sin embargo, esenciales para entender las conclusiones a las que han llegado.

 

          Una de las cosas repetidas durante el juicio al que ha  sido sometido el Imam de Fuengirola es que el hombre no ha hecho más que exponer las ideas de ‘autores medievales’. Así explicaba la brutalidad de sus expresiones. El mismo juez ha subrayado que ‘estamos en España’ y no en una sociedad de beduinos. Se han juntado dos tontos.

 

          El Fiqh es una ciencia que ha dado frutos extraordinarios y plasma un estado de espíritu dentro del Islam en el que las reflexiones, las deducciones y el debate siempre han estado abiertos. El Fiqh ha sido la respuesta al intento por comprender exactamente el significado y alcance del Corán, dentro del rigor exigido por los musulmanes para quienes el respeto al Libro revelado debe ser absoluto. El Fiqh, por tanto, ha sido, sobre todo en esa llamada ‘Edad Media’, resultado de una gran seriedad.

 

          El Profeta (s.a.s.) había sido claro y tajante al prohibir cualquier agresión, por leve que fuera, contra las mujeres. Sin embargo, el Corán se expresó después en los términos que estamos analizando, autorizando a los hombres a golpear a sus mujeres, cuando se les rebelan (y ya veremos el significado de esta palabra). Según nos cuentan ‘textos medievales’, un grupo de mujeres musulmanas, cuando fue revelado el versículo en discordia, acudieron y rodearon la casa del Profeta (s.a.s.), quejándose. ¿Una manifestación femenina en medio del desierto hace quince siglos? Desde luego, esa ‘beduinas’ no eran unas mojigatas, y no estaban dispuestas a perder la oportunidad que les había dado el Profeta (s.a.s.).

 

Algunas se quejaron de haber recibido malos tratos por parte de sus maridos (¿mujeres quejándose por recibir malos tratos, en medio del desierto hace quince siglos?). El Profeta (s.a.s.) reunió a sus maridos y expuso las quejas de las mujeres, y sentenció: “Ciertamente, aquellos que golpean a sus mujeres no pueden ser considerados como los mejores de mi nación” (¿a pesar de que el Corán lo había autorizado?).

 

          Nos encontramos, por lo tanto, ante un texto que suscitó en el Islam, desde sus principios, muchos problemas. Para interpretar adecuadamente el versículo, los exégetas acudieron al sistema que hemos resumido al principio de este trabajo. Encontraron al respecto, primero, que el Profeta (s.a.s.) había prohibido los golpes, y además, él jamás los propinó a ninguna de sus esposas, por lo que carecían de un ‘modelo’. No hay Sunna sobre el tema. Al contrario, hasta el último de sus días el Profeta (s.a.s.) estuvo enseñando a los varones a ser amables con las mujeres.

 

          Sin embargo, ahí tenemos el Corán, que no puede ser relegado, y en ausencia de una Sunna al respecto se produce una situación ambigua que obliga a los comentaristas a ingeniárselas para darle sentido al versículo. Allah permite al varón golpear a su mujer cuando ésta se muestra ‘rebelde’, ¿qué criterio seguir para dilucidar el significado del verbo golpear? Según el Corán, Allah condena y maldice a los transgresores, aquellos que van más allá de los límites, y esto ha tenido consecuencias incluso lingüísticas: ‘pegar’, en árabe, va desde dar un pequeño golpe hasta propinar una paliza que cause lesiones o incluso la muerte. Si nos atenemos a la regla según la cual “Allah detesta a quien va más allá de sus límites” la única manera de mantenerse dentro de lo que supuestamente permite el versículo es su significado mínimo.

 

          Este razonamiento es corroborado por las opiniones que emitieron varios de los Compañeros del Profeta (s.a.s.). Por ejemplo, Ibn ‘Abbâs (una de las máximas autoridades en exégesis coránica, y uno de los primeros comentaristas del Corán, que había conocido al Profeta (s.a.s.) durante su infancia), dijo que sólo se podría golpear a una esposa ‘rebelde’ con una varita de siwâk (es lo que emplean los musulmanes para enjuagarse la boca), es decir, con el equivalente de un cepillo de dientes. Otros afirmaron que solo podría hacerse con una brizna de paja.

 

          Estas disquisiciones son el signo de una gran sensibilidad sobre la cuestión, y se trata de reflexiones que se hicieron a principios del Islam y que se mantienen hasta hoy. Según ello, en la relación entre un esposo y su mujer solo cabría la violencia que se puede manifestar de una forma que podríamos calificar de ridícula. Que un marido persiga a su mujer por la casa para pegarle con un cepillo de dientes, procurando además no darle en la cara, el pecho, las espaldas o las nalgas (hay hadices que prohíben los golpes en las zonas nobles o humillantes del cuerpo) es menos que impensable. ¿De qué se trata entonces? Primero, evidentemente, de un intento de reconciliación entre la Sunna que prohíbe los malos tratos y el Corán que autoriza a un marido manifestar su enfado. Pero esto que puede parecer anecdótico será fuente de Derecho dentro del Islam, y eso es lo importante.

 

          El término nushûç, que se traduce como rebelión de la mujer, significa realmente mostrar una actitud de altanería que hace imposible la convivencia. Puesto que esto es muy vago, los alfaquíes (amantes siempre de lo concreto) dan ejemplos como los siguientes: que una mujer se niegue a lavarse, que se niegue a embellecerse para su marido, que le niegue las relaciones sexuales, que abandone la casa sin su permiso, etc. Cuando el hombre se sienta ofendido por tales extremos debe, primero, amonestar a su mujer, es decir, discutir con ella recordándole sus deberes. Si esto no hace mella en ella, debe rehuirla en el lecho, volviéndole la espalda (nunca, según esos ‘tratados medievales’ manifestar ese enfado ante los hijos ni ante amigos o desconocidos, pues está prohibido humillar a las mujeres). Sólo si nada de lo anterior produce efecto, el marido podría golpear a su mujer, de la forma arriba descrita, quedando prohibido no sólo producirle heridas o romperle huesos, sino simples hematomas o moratones. Si se diera el caso de que una mujer se presenta ante un juez con hematomas producidos por su marido, el juez debe ordenar que se azote al varón y se concede el divorcio a la mujer si lo solicita (esto, lo repetimos, lo dicen ‘textos medievales’).

 

          La gradación que establece el pasaje debe ser respetada: en caso de que un marido se enfade con su mujer porque esta lo trate con arrogancia o desdén, o se niegue a obedecerle en cuestiones básicas, puede recurrir, en orden, a las medidas señaladas: amonestación, privación a la mujer de manifestaciones de amor, y, por último, los golpes, dentro de los límites señalados.

 

          ¿Podemos decir que el Islam da al varón el derecho a golpear a su mujer? Sería absurdo pensar, después de lo expuesto, que se trata de un derecho. En realidad, el Corán está conteniendo y poniendo límites extremos a la violencia del varón. Recordemos lo dicho al principio. Las órdenes dadas por el Profeta (s.a.s) o el Corán eran inmediatamente cumplidas, teniendo un peso extraordinario sobre las conciencias, y sobre esto existen infinidad de testimonios. A ello debemos sumar el sinfín de órdenes del Profeta (s.a.s.) relativos a la prohibición de términos malsonantes, groseros o humillantes, estando descartado el uso de un lenguaje agresivo en las discusiones, la orden de ser paciente ante las rudezas de las mujeres, etc. Todo ello se conjuga para darnos una imagen de límites muy estrechos que impiden la violencia final. ¿Por qué entonces el Corán da esa orden con la que queda, aparentemente, autorizado el golpe a las mujeres? ¿No se trata de una orden imposible de cumplir sin caer en el ridículo?

 

          Debemos recordar de nuevo el relato que contextualiza el versículo. Primero el Profeta (s.a.s.) había prohibido categóricamente todo tipo de golpes contra las mujeres. El Corán reacciona desdiciendo al Profeta (s.a.s.). Y esta es la cuestión. El profeta (s.a.s.) había tomado una iniciativa precipitándose, antes de recibir una revelación. Pero el Profeta, en sí, no es nadie, sólo su subordinación absoluta a Allah da sentido a su misión. Nadie tiene derecho a dar órdenes, ni en un sentido ni en otro, a la gente. La función del Profeta, por la que estaba a la cabeza de la comunidad, consistía en servir de trasmisión al Corán. Esa era su grandeza. Él no era el jefe de una nación, sino un Profeta cuya misión es muy concreta. Al haberse permitido a sí mismo dar una orden provocó una reacción que lo puso en su sitio. Esta explicación aparece también en las exégesis del Corán. Es decir, el apóstrofe ¡golpeadlas! contradice el dicho: “No golpeéis a las mujeres”, para subrayar la primacía de Allah. Ese imperativo, que el Profeta no esperaba, lo devolvió a la subordinación que debía a la fuente de su misión profética, de la que no debía salirse. Después, el Profeta diría: “Yo quería una cosa, y Allah ha querido otra”, y debe prevalecer lo que Allah quiere.

 

          Pero, ¿no es misógino que el Corán de derecho al hombre a expresar su enfado incluso hasta el extremo de golpear ‘simbólicamente’ a su mujer? ¿No puede ella expresar también su ira ante su marido? Estas preguntas sacan de quicio la cuestión y delatan una mentalidad inmadura. El Corán no está enunciando un derecho del hombre, sino, precisamente, lo contrario: está poniendo límites a su fuerza física. Hombres y mujeres se enfadan, regañan, se hieren de mil maneras distintas. No hace falta regularlo, salvo cuando pueda tener extremos graves. Es, comúnmente, el hombre el que puede causar daño a la mujer, y el Corán, valiéndose de su peso entre los musulmanes, da normas que acaban reduciendo al mínimo tal peligro. Antes de atreverse a tocar a su mujer (y de forma insignificante) el hombre debe primero discutir con ella, evitarla en el lecho, y si al cabo de ese tiempo su enfado no se ha disipado (en cualquier caso está atenuado por el paso del tiempo) sólo entonces puede dar rienda suelta a su ira haciéndolo dentro de límites tan estrechos que no pueden tener mayores consecuencias.

 

          Los malos tratos -los verdaderos malos tratos- tienen lugar en situaciones extremas, incitados, casi siempre, por el consumo de alcohol y drogas (totalmente prohibidos en el Islam), o dentro de culturas que tradicionalmente han vejado a las mujeres, en la que los insultos sexistas son frecuentes (el Islam es ajeno por completo a todo ello). Es fácil percibir todo esto cuando uno se mueve por ambientes islámicos en los que se respeta el conjunto del Islam. No se insulta a las mujeres, no se las humilla, no se consume alcohol o drogas que estimulen la agresividad, etc., un  sin fin de factores que minimizan el riesgo de los malos tratos.

 

          Efectivamente, se dan casos de malos tratos entre musulmanes, pero por lo general vienen dados en casos en los que es precisamente el Islam lo que ha sido marginado. Los malos tratos se dan entre musulmanes que, olvidando las órdenes coránicas, beben alcohol, consumen drogas, o ya no tienen prejuicios en usar un lenguaje agresivo hacia las mujeres que acaba siempre en extremos mayores.

 

          Pero también hemos dicho que se da entre musulmanes una lectura insuficiente de esos ‘tratados medievales’. La mal formación extendida en la actualidad, la incapacidad de muchos para profundizar en el Islam, hace que con frecuencia nos contentemos con los enunciados, y, al leer en los tratados de Fiqh (más asequibles que otro tipo de libros) se piensa que el Islam autoriza los malos tratos, cuando la historia de la cuestión nos asoma a un debate muy interesante, en el que no solo quedan proscritos los malos tratos y las humillaciones hacia las mujeres (y hacia cualquier otro ser humano), sino que encierra las claves de una forma de interpretar las relaciones del ser humano consigo mismo, con su Señor, con el Profeta.

 

          Pero, ¿no estamos simplemente intentando justificar lo injustificable? ¿La realidad no demuestra que los musulmanes no sienten reparos ante las mujeres y las maltratan física y psicológicamente? La degradación de los musulmanes nada tiene que ver con las enseñanzas del Islam. Más tiene que ver esa degradación con el contacto de los musulmanes con occidente (y su alcohol, sus drogas, su hipocresía y falta de recato) que con meditaciones que, si fueran recuperadas por los musulmanes, les servirían para proyectar hacia el futuro un Islam de luz.