EL CENTRO DE CADA SER

 

          El Profeta (s.a.s.) dijo: “En el ser humano hay un trozo de carne que, cuando está sano, está sano todo el cuerpo, y si está enfermo, está enfermo todo el cuerpo. Ese órgano es el corazón”.

 

Todas las cosas tienen un centro, un núcleo interior, un germen en el que están resumidas y a partir de cual las cosas se desarrollan y toman la forma que conviene a esa semilla de su ser. En árabe, se llama corazón (qalb) al foco estructurador de cada criatura, al vórtice que le sirve de materia prima. Y, así, decimos que cada cosa es recipiente (qâlib) en el que hay guardado un corazón (qalb), que es el secreto, la condición y la razón de su presencia. Su cuerpo se presenta a la vista y se ofrece a los sentidos, mientras que el fondo permanece oculto, y de ahí que califiquemos al corazón de cada ser aplicándole términos como ‘secreto’ o ‘misterio’, a causa de su invisibilidad.

 

Por ello, al corazón se le considera una latîfa, que quiere decir sutileza, algo fundamentador de una realidad pero de carácter delicado por lo que pasa generalmente veces inadvertido, como todo aquello de lo que realmente dependemos (pues si estuviera a nuestro alcance podríamos destruirlo). Se ha dicho que el cuerpo es como un cofre en el que hay encerrado un tesoro de valor incalculable por su rareza, que es el corazón. Y su rareza y singularidad son tales que por ello mismo no es tan siquiera visible. Pero, a pesar de su estricta invisibilidad, ese corazón suyo es lo que la criatura manifiesta con su presencia en este mundo.

 

          El corazón es la verdad de cada cosa, y su materialidad es el resultado de lo que hay contenido en su misterio. La manifestación exterior está al servicio de las claves y predisposiciones guardadas en el seno de su razón de ser. Por tanto, el corazón de cada cosa es lo verdaderamente relevante en ella. Si nos detenemos en el recipiente de una cosa, tendremos sólo un conocimiento parcial, pero penetrar en su corazón es difícil porque el buscador debe asomarse a algo que, en sí, carece de sustancia que sea reconocible. Ese conocimiento más profundo de la realidad requiere de una gran habilidad. Sin embargo, conquistar ese saber ha sido siempre el gran desafío que se ha propuesto el ser humano: el acceso al núcleo de las cosas. Si bien en sí ese corazón no se muestra, sus repercusiones nos hablan de él, nos lo describen y nos lo hacen evidente.

 

          Los maestros del Islam enseñan que el corazón humano, su centro, su motor, está compuesto de tres partes. La primera de ellas es el Nafs, el ego, la sede de sus instintos y pasiones, que posibilitan su supervivencia en el mundo. En segundo lugar, encontramos el ‘Aql, la inteligencia, con la que se diferencia del rango animal. Por último, tenemos el h, el espíritu, donde se desatan las grandes aspiraciones que alzan al ser humano por encima de las trabas y servidumbres del mundo. Nafs, ‘Aql y h son los componentes básicos del Qalb, del corazón del ser humano. Para conocer al hombre con profundidad, es imprescindible penetrar en lo que significan estas palabras.

 

          Puesto que el corazón de algo es su verdad más íntima, la suma de sus elementos básicos y sus claves esenciales -mientras que el cuerpo es su concreción exterior-, el corazón del hombre es la motivación en él que se propone conocer a Allah y también es a lo que Allah se dirige. Esta cuestión es central en las reflexiones del Islam en torno a la condición humana. Lo que caracteriza de modo absoluto al hombre es su inclinación hacia el conocimiento, su búsqueda incesante, su inquietud. Su corazón se diferencia especialmente de todos los demás corazones por esa tendencia clara. Cuando decimos que esa propensión tiene su objeto en Allah, nos referimos a que la meta del saber avanza hasta querer abrazar lo infinito, y llamamos Allah al Corazón mismo de lo eterno, la Razón trascendente de todas las razones, el Creador de todos los corazones. El conocimiento que podemos tener así es la perfección del saber y la plenitud del corazón humano en tanto que deseo de alcanzar lo que hay en lo más hondo de la realidad.

 

          El conocimiento es liberador y engrandece al hombre. Por ello, en el Islam se le considera una dignidad que ennoblece al que lo detenta quedando legitimado el orgullo que se pueda ostentar por ser sabio. Ésa es la arrogancia que puede ser manifestada sin que se merezca por ello reproche alguno. En cada saber, el hombre se aparta de la ignorancia y ensancha su espíritu. Puesto que Allah es Infinito, emancipa al ser humano de forma infinita y agiganta su espíritu comunicándolo con lo eterno. Podemos decir que Allah es el Nombre que damos a la Verdad Absoluta intuida por la inquietud del ser humano en conformidad con su predisposición para abarcar lo infinito; es el objetivo de su secreto y la razón de su misterio. El Imâm Abû Hâmid al-Gazâli escribió:

La nobleza, mérito y virtud del ser humano estriban en un secreto con el que se sitúa por encima del resto de las criaturas, y es su predisposición a conocer a Allah. Ese saber, en este mundo, es la belleza que adorna al ser humano, es su plenitud y motivo de orgullo, y, para la muerte, es su herramienta y su provisión. El hombre está capacitado para tal empresa a causa de lo que hay en su corazón, y no por la forma de su cuerpo. El corazón es el que pasa a conocer a Allah, es el que se acerca a Allah, es el que actúa con ese propósito, es el que se esfuerza en esa dirección, y es el que, finalmente, retira el velo. El cuerpo del hombre es un conjunto de miembros físicos subordinados al corazón, es el total de sus servidores y sus herramientas, que el corazón pone en funcionamiento y las usa como el rey emplea a sus servidores o un artesano trabaja con sus utensilios. El corazón es lo que Allah acepta cuando está libre de lo que no es Allah, y es lo ciego en el hombre cuando se sumerge en lo que no es Allah. Es lo buscado por Allah en el hombre, a lo que Él se dirige, con lo que Él entra en una relación de confidencia. El corazón humano es lo que se desborda de gozo cuando conquista ese saber, y es lo que se sume en la frustración cuando ese saber se le escapa. Es decir, es dichoso en la pureza, cuando es iluminado por la voluntad hasta hacerse capaz de cobijar ese conocimiento; y es desgraciado cuando se corrompe y es cubierto por la voluntad con un hollín que lo ciega. Cuando es iluminado, aparecen en lo exterior las bondades del hombre; y cuando es entenebrecido, exteriormente manifiesta maldad y perversión. Cuando es iluminado por la voluntad, entonces resplandecen los secretos que contiene, y cuando el hombre conoce lo que hay guardado en su corazón, se conoce a sí mismo. Y cuando se conoce a sí mismo, conoce a su Señor. Si el hombre se ignora a sí mismo, desconoce a su Señor. Y quien desconoce su propio corazón es aún más ignorante de cualquier otra cosa”.

 

El corazón humano guarda, esencialmente, una predisposición (isti‘dâd). Existe una ciencia del corazón, que es imprescindible, pues es la clave para todo otro conocimiento. Sólo el que se conoce a sí mismo está realmente capacitado para penetrar en las realidades y medirlas adecuadamente. Y en el Islam siempre se le ha dado toda su importancia a esa ciencia que bucea en el entramado interior del hombre.

 

Efectivamente, el órgano que en nosotros se propone el conocimiento y luego trabaja sobre él aprovechando sus contenidos es el corazón. Si desconocemos su estructura y funcionamiento, corremos el riesgo de malinterpretar lo que percibimos. Y, así, ante cualquier información, el ego, o la inteligencia o el espíritu, puede ser la parte del corazón que entre en funcionamiento proyectando sobre el dato sus formas particulares de valorar las cosas, y tendremos una imagen distorsionada de la realidad debido a la inclinación que en nosotros se ha puesto en funcionamiento. Allah -el Infinito- habla al corazón -al igual que todas las cosas mandan información al ser humano-, es decir, habla a la totalidad del ser humano, pero Su mensaje puede ser recogido de forma egoísta, o intelectual o espiritual, y el resultado en nosotros será según aquello que tiene más fuerza en nuestro ánimo. Según ello, podemos conocer a Allah (y todas las cosas) de una forma egoísta, o intelectual o espiritual, pero la plenitud estaría en una interrelación con Él que fuera personal, coherente, y apasionada y profunda a la vez, como debiera hacerse con todo lo que realmente tiene importancia. El conocimiento que tenga de mí mismo me servirá de pista para corregir el punto de vista y obtener un conocimiento verdadero capaz de acoger todo lo que Allah (y el mundo, y cada cosa en el mundo) me ofrece.

 

Y es porque algo que caracteriza al corazón humano es su volubilidad, que recibe, en árabe, el nombre de taqállub, es decir, que la propiedad más característica del corazón (el Qalb) es la alternancia de él de sus distintos componentes y el peligro de los excesos. El Profeta (s.a.s.) decía: “Los corazones están entre los Dedos del Misericordioso, y Él los voltea como quiere”, y en sus invocaciones decía: “Oh, Tú que alteras los corazones, afianza nuestras corazones en la habilidad para conocerte (el Îmân)”. A veces, predomina en nosotros el egoísmo, otras veces se impone la inteligencia y de cuando en cuando el espíritu nos sumerge en el Malakût, el universo inmaterial de las inspiraciones más sutiles. Esta característica, el taqállub, las mutaciones del corazón, sus revoluciones, hace tan distintos nuestros momentos, nuestras perspectivas y nuestros puntos de vista, y tan variadas nuestras experiencias y paladeos de la realidad.

 

Por tanto, en primer lugar, es necesario conocer qué es el Nafs, el ‘Aql y el h, y luego determinar qué predomina generalmente en nosotros, para luego equilibrarlos y dar al corazón en su totalidad el protagonismo del que es acreedor, de modo que nuestro cuerpo traduzca en sus movimientos todo el bien (el jáir, que, en árabe, es sinónimo de abundancia y prosperidad) que contenemos y se manifieste perfectamente.

 

Tenemos ante nosotros cuatro palabras que debemos definir exactamente: Qalb, Nafs, ‘Aql y h. En primer lugar, Qalb es, en principio, el nombre de la suma de todos ellos. Es el corazón, vinculado vagamente al corazón físico que poseemos en el pecho. Igual que el corazón de carne ocupa un lugar central en nuestro cuerpo y bombea la sangre que lo alimenta, el corazón invisible es la esencia del ser humano, su órgano original, lo que lo hace ser lo que es, y es la predisposición en él que lo inquieta y lo lanza hacia lo absoluto e infinito. El corazón, como ha sido dicho, es la verdad de cada hombre, y es lo que en él se pone en movimiento y moviliza al cuerpo, y es, por tanto, hacia lo que Allah mismo se dirige cuando se revela. Tiene relación con el cuerpo, pero la naturaleza de esa relación es indescifrable a causa del carácter invisible del corazón. Se ha dicho que es como la relación que hay entre quien utiliza una herramienta y la herramienta, siendo el corazón el dueño de nuestro cuerpo, pero el lugar de contacto entre ambos extremos no puede ser precisado, o bien pertenece a un tipo de conocimientos sutiles que pertenece a la gente que se ha librado de todos los condicionantes mentales y ve más allá de toda formalidad.

 

Por su parte, el Nafs, el ego, es la parte de ese corazón más en contacto con la tierra. Es la sede de sus instintos animales y de sus pasiones, los cuales le permiten sobrevivir en ese mundo. Si predomina en el ánimo, arrastra al hombre a la vileza, lo contenta con su existencia perecedera y lo ciega ante Allah, alejándolo de su inquietud más auténtica. Si es domeñado por la voluntad, ese animal que hay en nosotros se convierte en un servidor de la vida, sin limitarla.

 

Después viene el ‘Aql, la inteligencia. La inteligencia es un don que permite al ser humano distanciarse de lo inmediato para indagar en sus causas, establecer sus normas y predecir su futuro. Es la causa de su capacidad para dominarse y regirse, y no lanzarse con voracidad sobre las cosas. De ahí que ‘Aql, en árabe, signifique, principalmente, autocontrol. En este grado nos encontramos ya con el ser humano, pues la inteligencia lo diferencia netamente del resto de las criaturas. Es el ‘Aql el que cumple la misión de poner límites al Nafs y darle una orientación. Con el ‘Aql, el ser humano ya no es un animal cuyo afán es satisfacer sus instintos y dar rienda suelta a sus pasiones.

 

Por último, tenemos el h, el espíritu. En realidad, el h es, a su vez, el corazón del corazón, el misterio de su misterio. No hay palabras para él, y el Corán, simplemente, dice: “El espíritu es cosa de Allah”. Bástenos saber que en el h es donde el ser humano enraíza en la Verdad Creadora, y es donde su aspiración suprema tiene realización. En el h, el hombre conoce y saborea a su Señor, a la Razón de todos los corazones. El Nafs y el ‘Aql existen bajo la luz inefable del espíritu, en el que residen los secretos configuradores del ser humano. Por tanto, podemos decir que, dentro del corazón, es el h la parte esencial, y es lo que, en cada hombre, se dirige hacia Allah y es a lo que, en cada hombre, Allah a su vez se dirige.

 

El Nafs se desvía hacia la animalidad cuando es abandonado a su suerte, y es educado a base de imponer al cuerpo una disciplina. Para ello existe la Sharî‘a, la Ley. El ‘Aql se desvía cuando utiliza sus habilidades para adueñarse del mundo, y es educado enfocándolo a lo más profundo de su capacidad, que es la indagación en las causas primeras de todo lo que existe, y para ello se le ofrece la ‘Aqîda, la Doctrina. El h se desvía cuando se sumerge en la arrogancia de la descarnación y en la libertad del ascetismo, y es educado apartándolo de todo lo que no sea la inmersión en Allah Único, y para ello le sirve el Tasawwuf, el Sufismo, la indagación en la Esencia de la Realidad, la conquista del Ihsân, la Excelencia. Cuando estos distintos niveles del corazón humano cumplen cada uno con su misión, puede decirse que su resultado es el Ser Humano Pleno.