El arte del metal en el Islam

 

Almui von GladiB

 

 

        En el mundo islámico, la artesanía del metal gozaba desde siempre de una gran reputación, y la vajilla metálica de formas elegantes para el uso en la mesa y en los festines era considerada un símbolo de categoría que daba cuenta del nivel de vida de la familia. Como en la edad antigua, la vajilla doméstica de bronce era un producto codiciado debido a su durabilidad y a su belleza natural, que resultaba de la reluciente y brillante superficie del metal y de los matices de colores que dependían de la aleación. Su invención fue atribuida ocasionalmente a personalidades de rango y nombre, como al soberano mogol Akbar en el siglo XVI, después de que ya los legendarios héroes de la antigüedad, como el forjador Gushtasp, se esforzaran probablemente por el perfeccionamiento de la artesanía. Junto a los diversos bronces, lo más usado eran las aleaciones de cobre (70-80%) y considerables partes de estaño, plomo o cinc.

 

        Las formas atemporales de las vasijas del primer Islam, la mayoría de ellas fundidas y exclusivamente divididas por ranuras y perfiles, estaban inspiradas en modelos antiguos. Los arabescos grabados y el soporte del pulgar en forma de hoja que sobresale del agarradero en una jarra dotada con la signatura del maestro Ibn Yazid y el dato del lugar de producción, Basra (Irak), nos hablan de la necesidad de decoración del arte islámico. Otra jarra de bronce, de 49 cm de altura, responde a las tendencias ornamentales del arte islámico a base de guirnaldas de hojas que cubren la superficie y que se suceden en un ordenado modelo repetitivo que se ajusta al diámetro de la jarra, mientras que la forma refleja las tradiciones preislámicas. Algunas vasijas de los siglos VIII y IX llegan incluso a mostrar arabescos de hojas que emergen en forma de relieve y que están grabados con cobre rojo. Los trabajos metálicos se distinguen normalmente por sus formas equilibradas y armónicas. Las lámparas de aceite, por ejemplo, no se hacían sólo con un pico, sino también con hasta cuatro agujeros para que saliera la luz y siempre iluminaran. En las primeras lámparas colgantes de las mezquitas, vasijas convexas con una boca ancha en forma de embudo, la pared se rompía por una decoración de panal, en la cual figuraban las inscripciones coránicas para la orientación de los creyentes con una precisión impresionante.

 

        Los trabajos de filigrana alcanzaron un alto nivel en los países islámicos orientales, donde en los siglos XI y XII se fabricaron grandes incensarios junto a pantallas de lámpara que llegaron incluso hasta Escandinavia gracias al comercio internacional a lo largo del Volga. Las vasijas en forma de pájaros o guepardos con tapa semicircular, en las que se quemaban caras sustancias olorosas procedentes de la India o de la península Arábiga (los pebeteros) documentan el refinado estilo de vida de una capa de la sociedad acomodada que vivía del comercio.

 

        Los comerciantes daban importancia a la mención de su nombre, que por primera vez se pone de relieve con capas de plata en un león incensario. Un león incensario del Metropolitan Museum de Nueva York llama especialmente la atención por su enorme altura de 91 cm. Su cabeza es desmontable para poder rellenarlo con las sustancias aromáticas y quemarlas.

 

        Entre la ingente multitud de productos funcionales saltan a la vista las pesadas aldabas, montadas a pares, que eran el foco de interés de las monumentales y extraordinarias puertas de palacios y mezquitas, de madera chapada con bronce en toda su superficie. Los símbolos de dragones debían asustar a las personas e impedir que poderes malignos traspasaran el umbral de la puerta. Están unidos de manera móvil por un pivote empotrado en la puerta, cuyo final es una cabeza de león. La utilización por parejas fue resuelta mediante la fundición maciza con ayuda de un molde de madera reutilizable. Al-Jazari, que a finales del siglo XII realizó una puerta de cuatro metros y medio de altura para el palacio de los artuquíes en Diyarbakir guarnecida en toda su superficie con estrellas fundidas de bronce, describe detalladamente este proceso que permitía la producción en serie.

 

        Del mismo modo, en al-Jazari encontramos una explicación del proceso de decoración, en el cual se combinan diferentes metales. Por regla general se martillean en el metal de base chapas de cobre, plata y oro según un trazado previamente rebajado. En este proceso se podía emplear una resina negra como pegamento. Esta técnica, que requería un trabajo intensivo, cimen­tó la fama de los trabajos metálicos que, como muy tarde en el siglo XIV, se abrieron paso más allá de las fronteras del mundo islámico.

 

        En sus guerras de conquista, los musulmanes se habían apoderado en los siglos VII y VIII de grandes cantidades de vasijas de metales preciosas. Les gustaba la vajilla de lujo, que permitía un despliegue de suntuosidad en los banquetes festivos, aunque esto era desaprobado por la tradición islámica. Los poderosos conservaban la selecta vajilla porque veían en ella el símbolo y la base del poder político y económico. Las vicisitudes de la historia siempre afectaban a los tesoros de oro y plata: en tiempos de crisis servían de materia prima para el acuñamiento de monedas de oro y plata, de modo que poco se ha podido conservar de los trabajos de la edad media. La jarra con deseos de bendición para el príncipe buyida Izz ad­Daula Bahtiyar (967-978) está repujada con una libra de oro de gran pureza; los relieves de hojas y animales como el pavo real, la cabra montés y la esfinge, se destacan con un punzón redondo sobre el fondo deslustrado a modo de símbolos de buena suerte. Esta obra de motivos vegetales muestra la influencia de anteriores trabajos sasánidas. Una jarra dorada de agua de la cámara del tesoro de Topkapi Saray, que acompañaba a los sultanes otomanos en las apariciones públicas, está acreditada como accesorio señorial gracias a su exuberante guarnición de piedras preciosas. La corona dorada de los tátaros del Volga, realizada en el siglo XIV, ha sobrevivido en la armería del Kremlin como único signo puro del imperio, tras haber sido utilizada desde el siglo XVI en el ceremonial de coronación de los zares rusos. Con su exquisito trabajo de filigrana y de granulado, en el cual iban ligados finísimos hilos dorados y diminutas bolitas, esta corona documenta un procedimiento de orfebrería islámico especialmente costoso y utilizado casi exclusivamente para joyas.

 

        En el mundo islámico oriental, rico en plata, los cubiertos de plata fueron hasta los siglos X-XI requisitos indispensables de las fiestas cortesanas descritas en las crónicas. Una serie de vasijas llevan el nombre de príncipes o visires. En Occidente, donde los trabajos de plata competían en los siglos X-XI con las tallas de marfil por la gracia del soberano, la caja del califa de Córdoba Hisham y el perfumador de una princesa de taifa remiten a un análogo lujo de decoración. Sólo se han conservado numerosos utensilios de plata de la época de los otomanos, que nunca estuvieron expuestos a una invasión en Estambul. De entre estos objetos, el candelabro de 118 cm de altura sacado del mausoleo del sultán Ahmad I (1603-1617) ha quedado grabado en la memoria debido sólo a su monumentalidad.

 

        Muchas vasijas de metal muestran la policromía conseguida mediante el dorado o el nielado. En el procedimiento de dorado al fuego se aplicaba una amalgama de oro y mercurio, con lo cual se unía el oro a la superficie el mercurio se evaporaba por calentamiento. En el método de nielado se fundía la argentita negra echada en líneas y hoyos pregrabados en el metal base bajo la acción del calor. Durante un breve periodo de tiempo y durante las pruebas de ataujiado en bronce, a los objetos de plata también se les incrustó cobre. Sea mediante el renacimiento de antiguas tradiciones o mediante una transferencia tecnológica producto del creciente comercio con India y el este de Asia, las condiciones para una extensa aplicación de la técnica eran ofrecidas por las ciudades comerciales del mundo islámico oriental, rico en cobre y plata.

 

        Una escribanía de 1148 y una caldera de 1163 proceden del mundo de los comerciantes al por mayor y de los agentes financieros. En estos objetos se nombraba a comerciantes con contactos internacionales que ya habían realizado el costo­so viaje de peregrinación a Meca.

 

        Escribanías y tinteros decorados se contaban desde hacía poco entre los accesorios de los ciudadanos con formación. Estos objetos de dos colores realizados mediante capas de cobre y plata reflejaban sabiduría: el juego del ajedrez también está presente, así como los signos del zodíaco y las imágenes del planeta. El tintero de la Keir Collection muestra cuerpos celestes en grupos de cuatro medallones cada uno. A la izquierda aparecen Cáncer y Géminis,a la derecha Capricornio y Tauro (con figuras humanas).En el bronce oscuro, capas de cobre y plata proporcionan un perfecto acorde cromático que favorece la claridad del objeto y que es típico de la fase temprana del ataujiado islámico oriental.

 

        En la magnífica jarra de agua de los guríes se pueden encontrar imágenes de planetas. Los guríes veían en las mercancías de bronce y de latón decoradas una alternativa a la vajilla cortesana tradicional de metales preciosos. La inscripción decorada con plata de un candelabro de 30 cm de altura, en el que el símbolo de la victoria de la lucha de animales se repite interminablemente, nombra no sólo el año de fabricación 1166, sino también al comprador, el príncipe gurí Abu I-Fath Muhammad, que había tomado la floreciente ciudad comercial de Herat. Aquí trabajaban especialistas en la transformación de motivos, como se sabe por las inscripciones de la caldera de Herat de 1163, en la que se nombra, junto al productor de la pieza de fundición, al "decorador" Masud ibn Ahmad de Herat. Otro maestro de la decoración llamado Mahmud ibn Muhammad dejó un poema en una jarra de agua realizada en Herat en 1181-1182, en el cual resalta la singularidad de su trabajo y loa los cuerpos celestes representados como un símbolo de buena suerte que reclamaba para sí. Algunos artistas utilizaron en sus firmas la denominación de origen "al-Harawi" (de Herat) para atestiguar su maestría.

 

        Con el tesoro que suponían las experiencias de los refugiados mongoles del mundo islámico oriental, la artesanía del ataujiado experimentó en el siglo XVI un auge en Djazira y en Siria. El armenio Badr al-Din Lulu (1218-1259), ascendido a príncipe independiente por el visir de los zangíes, promovió la artesanía de su ciudad, Mosul, con cuantiosos pedidos, entre ellos una bandeja de 62 centímetros de diámetro, y le concedió las mejores condiciones para la exportación a los principados vecinos. En la ciudad comercial, rica en tradición, trabajaban bajo la dirección de Shudja ibn Mana y Ahmad al-Dhaki numerosos artistas en el perfeccionamiento de la ornamentación, que se dedicaban a complicadas escenas figurativas.

 

        Los maestros de Mosul complementaban sus firmas con la denominación de origen "al-Mausili'; que fue empleada y aplicada durante todo un siglo como sello de calidad, aun cuando en la segunda y tercera generación los artistas tenían sus talleres desde hacía tiempo en ciudades como Damasco y El Cairo. Bajo el dominio de los mamelucos y de los mongoles, la representación figurativa fue desbancada paulatinamente por una caligrafía majestuosa, que consiguió la debida atención con la aplicación de capas de oro y de plata.

 

        Los artículos con ataujiado ya no estaban entretanto solamente reservados a la clase alta. Como relataba el historiador al-Maqrizi a principios del siglo xv, seguían siendo la vajilla de lujo de los ricos. Estos artículos cubrieron un vacío en el ajuar de las hijas de los emires, visires, secretarios y comerciantes al por mayor, entre las vasijas de bronce no decoradas y las vasijas de plata, especialmente costosas. Las exquisitas mercancías del bazar impresionaban a los viajeros europeos; finalmente, en el curso del descenso económico, fueron producidas sólo para la exportación más allá del Mediterráneo.

 

        Desde el siglo xv las mercancías de cobre y de latón muestran diseños de piezas pequeñas de virtuosismo hasta entonces incomparable. En las obras de la época mameluca tardía, de los timúridas y safávidas, espirales foliados y arabescos de hojas estaban agrupados en redes que cubrían una gran parte de la superficie en simetrías ordenadas. Un candelabro de una altura de 34 cm, surgido en Irán alrededor del año 1600, muestra así arabescos de hojas entrelazados que son aplicados a los cantos del asta y se ordenan en una red, la cual cumple las leyes de la repetición infinita de los motivos. Los versos místicos de Bustan de Saadi, que son citados en el pie del candelabro son tan típicos como el modelo virtuoso.

 

        En India, bajo los mogoles, se puso de moda la mercancía bidrí, que debe su nombre a la ciudad de Bidr, ciudad de Deccán, con un conteni­do de cinc de más del 80%. Las piezas de fundición son la mayoría de las veces recipientes de agua acampanados y esféricos para los narguiles (huqqa), que se reflejan en las miniaturas de la época de los mogoles como requisitos de un estilo de vida lujoso. Tienen modelos de flores grabados profundamente, que con suntuosas chapas de plata, oro o latón producían un espléndido efecto centelleante. La decoración fue realizada por artesanos musulmanes, mientras que la fundición del metal fue un trabajo de los talleres hindúes.