A
través del mar Rojo llegaban mercancías hasta Egipto, donde las ciudades de
Fustat, El Cairo y Alejandría, junto con los centros comerciales de Alepo y las
ciudades costeras sirias, se convirtieron en los emporios de mercancías más
importantes del mundo mediterráneo. Aquí atracaban los barcos de las repúblicas
marítimas italianas de Venecia y Génova que volvían a sus puertos natales
cargados con las mercancías de lujo del Oriente, tan apreciadas en Europa. Las
ciudades marítimas italianas consiguieron así una fortuna que después les
permitió convertirse en potencias dentro de la política europea.
Al
contrario que los chinos, cuyos juncos raramente penetraban hasta Arabia, los
comerciantes musulmanes se habían expandido con una red de factorías por
"los siete mares" que habían de atravesar para llegar hasta China y
el archipiélago indonesio. Junto al oro y la plata, que eran prácticamente
aceptados en todas partes como modo de pago, los barcos musulmanes llevaban
consigo ante todo hierro y aceros nobles, además de otros productos metálicos,
alfombras y tejidos lujosos como mercancías de comercio. Después volvían a
Occidente cargados con piedras preciosas, ébano y una gran cantidad de maderas
nobles, aparte de especias, marfil y añil, así como telas de seda y productos
de cerámica del Lejano Oriente. Una parte de las mercancías, entre las cuales
también se encontraban plomo de la India y papel de China, fueron traídas a
Basora a través del golfo Pérsico. Una segunda ruta principal de comercio
transcurría a lo largo de la costa sur de Arabia a través de Mascate y Adén,
hasta donde eran traídas las mercancías de África oriental.
A
través del mar Rojo, el flujo de mercancías llegaba hasta Egipto, que actuaba
de emporio para el comercio con Europa y abastecía a toda la zona norteafricana
con productos de importación.
El
viaje por tierra hacia China conducía sobre varias rutas a través de las
estepas y desiertos del Asia central. En Nishapur, las caravanas tenían la
oportunidad de marchar pasando por Bujará, Samarcanda y Tashkent hacia Kashgar
o de alcanzar la floreciente ciudad oasis del Turkestán oriental a través de
un camino situado más al sur, que pasaba por Herat y Balj. De Kashgar hasta
Dunhueng, "la Puerta de China'; situada en el desierto de Gobi, se llegaba
a través de la ruta del norte pasando por Kutcha o pasando por Jotan, situada más
al sur. Dentro de China había una importante ruta que conducía a Pekín (Janbalik).
Siguiendo
una ruta comercial orientada al norte y noroeste se trajeron a Bagdad pieles,
esclavos, ámbar, corazas de pecho y espadas de manufacturas centroeuropeas.
Esta ruta comercial transcurría por Itil, capital del reino Khazarí, situada
en la orilla norte del mar Caspio y que conducía -la mayoría de las veces
siguiendo los grandes sistemas de los cursos fluviales de Rusia- hasta el Báltico,
estableciendo además una conexión con el centro de Europa Oriental.
Los
árabes y el resto de los pueblos del mundo islámico podían mantener estas
relaciones comerciales internacionales gracias a su superioridad frente al
Occidente cristiano, por lo que Oriente pudo disponer durante varios siglos
sobre el flujo de mercancías hacia Europa. Tan sólo cuando los portugueses
alcanzaron el Cabo de Buena Esperanza y poco después Vasco de Gama llegó por
primera vez a la India, se produjo un cambio. Éste empezó con la destrucción
de las ciudades comerciales musulmanas de la costa oriental africana por los
europeos, continuó con la construcción de imperios comerciales fortificados en
Omán e India y acabó finalmente con la expulsión de los musulmanes del
provechoso comercio internacional con objetos de lujo y especias. El espacio del
sur asiático se convirtió en el escenario de las rivalidades de las potencias
europeas (portugueses, holandeses, británicos y franceses), a quienes ya no les
importaba tan sólo el monopolio comercial y reclamaron finalmente este
territorio como posesión colonial.
Debido
a la enorme dimensión que alcanzó el comercio internacional islámico, se
suele olvidar la importancia de su comercio interior, que del mismo modo cubría
grandes distancias. Esto era de especial importancia para el viaje anual de
peregrinación; muchos creyentes que querían cumplir con su deber islámico
pero carecían de los medios, financiaban los gastos de su viaje vendiendo los
productos más apreciados de su tierra. Del mismo modo, los comerciantes se unían
a las caravanas de peregrinos, procedentes de todos los puntos del mundo islámico,
para vender sus mercancías en Hiÿaç o cambiarlas por otras. Desde los tiempos
preislámicos hasta su pasado más reciente, La Meca se ha mantenido como un
importante centro religioso y comercial, en el que se podían encontrar mercancías
traídas desde diferentes lugares del mundo islámico.
El
intercambio comercial se vio impulsado por la construcción de paradas fijas
para caravanas en las rutas y ciudades más importantes, como por ejemplo El
Cairo. Estos puntos se encontraban a unos 30 kilómetros entre sí (un día de
distancia), y eran creados y mantenidos como fundaciones religiosas por el
Estado o
por
particulares. Aquí se ofrecía a los que se hospedaban espacio suficiente para
que los animales pudieran descansar, y protección frente a las inclemencias
climatológicas y los ladrones. De estas construcciones impresionantes nos han
quedado ejemplos en Anatolia, donde los caravasares selyúcidas se cuentan entre
los más notables testimonios del arte islámico.
En
las ciudades, el comercio y la manufactura se concentraron en un barrio separado
de la zona residencial, mientras que el barrio del bazar se situaba normalmente
en los alrededores de la mezquita más importante, que solía ser también la más
antigua, y constituía el centro económico de la ciudad. Aquí se encontraban
las calles comerciales techadas, en las que se vendían tanto los productos
locales como las mercancías importadas. Los comercios estaban estrictamente
separados por oficios o por tipos de mercancías, de tal manera que el cliente
tenía la posibilidad de comparar precios y de comprobar las diferencias de
calidad. Además, el vigilante del mercado (muhtasib), que tenía atribuidas
amplias competencias, tenía la misión de impedir el fraude, como por ejemplo
la utilización de medidas y pesos falsos. Dentro de este barrio había
edificios destinados al comercio al por mayor y en los que los comerciantes
extranjeros podían almacenar y vender sus mercancías. En sus patios interiores
(jan, wakala, funduq), que eran accesibles desde la calle a través de una gran
puerta, había establos para los animales de carga, almacenes, locales
comerciales y salas de estar para los comerciantes.
Las
entradas al barrio del bazar se cerraban por la noche al acabar la jornada y
para los locales con mercancías especialmente caras se tomaban precauciones
adicionales para evitar robos y saqueos.
El sistema de comercio, que se había formado en el Oriente bajo la soberanía musulmana, constituía con su eficiencia un elemento esencial de la cultura islámica.