LA RESPUESTA ÁRABE

 

 

         Una vez más, los regímenes árabes traicionan a sus pueblos. El espectáculo bochornoso de los líderes árabes escurriendo el bulto es indignante y fiel reflejo de la condición bellaca de unos individuos al envilecedor servicio de los enemigos de su propia gente.

 

         ¿Quiénes son esos miserables? Son los garantes de los intereses de EE.UU., del sionismo y de las multinacionales en tierras del Islam. Son los que llevan décadas reprimiendo, oprimiendo y machacando a pueblos inocentes, escondiéndose detrás de burocracias corruptas y criminales y de consignas patrióticas o religiosas vacías, asesinando a diestro y siniestro, robando hasta dejar extenuados a sus pueblos, condenándolos a la pobreza, al analfabetismo y a la desesperación. Son los que están detrás de los genocidios y las pateras, los dictadores del mundo arabo-islámico.

 

         El Corán tiene para ellos un nombre con muchas más resonancias en árabe que en castellano: munâfiqîn, hipócritas. Son los que venden a los suyos por un poco de poder y dinero. El Corán enseña que arderán en el Infierno por debajo de los kuffâr: son aún más despreciables que sus señores que mueven los hilos del engranaje de la opresión en el mundo.

 

         El divorcio entre gobernantes y gobernados es absoluto. Los musulmanes se están manifestando a favor de Irak, desean acudir en auxilio de sus hermanos irakíes, pero la función de los ‘dirigentes’ es la de acallar esa voz que molesta a los ‘dueños del mundo’ y amenaza con agriarles el festín. Esa es la misión actual de los ‘líderes’ árabes, la de amordazar la solidaridad, y se aprestan con devoción a rendir esa nueva ofrenda en el altar de la sumisión al imperialismo.

 

         Los asesinos y ladrones que gobiernan el mundo arabo-musulmán tienen en su haber un extenso currículo de atentados contra sus propios países. La lista de sus desmanes es del dominio público, su servilismo es un baldón de vergüenza que pesa sobre los árabes, su traición es una lacra que condena a millones de personas a la penuria y a la humillación. Son los peores enemigos del Islam. Y lo mejor que podría decirse de los que, entre ellos, pudieran no tener mala voluntad es que son unos cobardes.

 

         Esos hipócritas -en el estricto sentido coránico- son los culpables inmediatos de gran parte de las calamidades que viven los musulmanes desde el Atlántico hasta el Pacífico. Deben su poder a EE.UU, a Israel y a las multinacionales; no representan en ningún sentido, por tanto, a los musulmanes. Cuando hablamos de la desunión de los árabes y de los musulmanes, de la ineficacia de sus recursos o su sordera, nos referimos a las rivalidades artificiales creadas por el mismo imperialismo entre los distintos regímenes de la región para garantizar su dominio sobre el Islam. No hay desunión entre los musulmanes. Todo lo contrario: la unanimidad contra las constantes agresiones de los EE.UU., Israel, las multinacionales y los ‘líderes’ árabes es más que evidente. Más que nunca, los musulmanes de todo el mundo se enfrentan a las potencias y claman contra sus gobiernos, en un estallido de furia y desprecio hacia los asesinos y los ladrones.

 

         Los ‘ulamâ, los expertos en ciencias islámicas, han sido siempre reticentes a las sublevaciones contra las autoridades establecidas entre los musulmanes. Esa reticencia se debe al deseo de evitar prioritariamente que se derrame la sangre de los inocentes. Efectivamente, para los ‘ulamâ, la vida de los oprimidos es lo más valioso. Aconsejan, sin embargo, la oposición decidida, la resistencia a la injusticia, la opinión en contra de los tiranos, y sobre todo, ordenan a los propios ‘ulamâ denunciar y combatir a quienes hacen de los inocentes las víctimas de su perversión.

 

         Pero en la actualidad vemos que muchos ‘ulamâ son funcionarios de esos regímenes, que son el fruto de sus universidades islámicas y han sido domesticados o pervertidos en sus facultades de Sharî‘a. Desde las independencias formales, los gobiernos han querido controlar lo que más temen, la insumisión del Islam, y pretenden fabricar un Islam de conveniencia. También vemos cómo el consejo tradicional de los ‘ulamâ contra las revueltas civiles se usa como pretexto para acallar las disidencias. Es muy importante que los musulmanes no se dejen confundir por estas estrategias dictadas por los imperialistas a sus títeres para desanimar y atontar.

         Afortunadamente, hay ‘ulamâ que no han sido educados por los gobiernos o que se rebelan contra la formación que han recibido y encabezan la opinión de la mayoría de los musulmanes contra la opresión, la injusticia y la tiranía.

 

         ¿Cómo cambiar la situación que viven los musulmanes en todo el mundo? Pero antes de formular esta pregunta, hay que hacer otra: ¿a quién le interesa que mejore la situación de los musulmanes? Desde luego, no le interesa ni a EE.UU., ni a Israel, ni a la ONU, ni a las multinacionales, ni a los gobiernos europeos, ni a los regímenes árabes o pseudo-islámicos, ni a los musulmanes de pacotilla, ni a las ONGs. Esto es muy importante tenerlo en cuenta. No existe el menor interés en que cambien las cosas. La salida de la opresión es una cuestión de los pueblos.

 

         Más que los planes que podamos hacer en favor de los oprimidos, lo que vale es estar atentos y sumarnos al proceso histórico que estamos viviendo. No sabemos qué pasará, pero perder el tiempo en maquinaciones y previsiones es una falta imperdonable cuando el mundo está en movimiento. Invitamos desde aquí a la acción, a la confrontación con la realidad en el intento por mejorarla, a asumir protagonismo en la lucha contra una deshumanización que pretende convertir el mundo en el monopolio de los peores. El Corán dice: “Allah no cambia la situación en que vive un pueblo hasta que ese pueblo no cambia”. El cambio está en el Yihad, en la oposición decidida a la inercia que nos condena a ser víctimas pasivas.