CLAVES
PARA EL ÉXITO DEL YIHAD
El Yihad -que es la movilización contra el mal, la injusticia y la
opresión, contra el egoísmo y la barbarie, contra el imperialismo y la agresión-
es una obligación individual y comunitaria que pesa sobre los musulmanes. Es la
guerra que debe entablar cada musulmán y cada musulmana, enfrentándose a la
mentira, los dioses y la miseria de los hombres. La eficacia de esa lucha tiene
unas condiciones: firmeza, trascendencia, obediencia, unidad, paciencia y
humildad. Estas condiciones deben ser respetadas en el Yihad personal y en el
colectivo, en conformidad a lo que enseña Allah en el Corán:
¡Creyentes! Cuando os enfrentéis
a un ejército, manteneos firmes y recordad mucho a Allah: tal vez triunféis.
Obedeced a Allah y a su Mensajero, no disputéis entre vosotros pues fracasaríais
y desaparecería vuestra fuerza. Tened paciencia, ciertamente Allah está con
los pacientes. No seáis como los que salen de sus hogares con pompa y ostentación
y apartan a las gentes del Camino de Allah. Allah rodea lo que hacéis...
(Corán, VIII/45-47)
1-
La firmeza
(zabât)
La firmeza es la clave para la victoria real. El más firme de los ejércitos
enfrentados es el que al final triunfa. El dolor y el sufrimiento son los
enemigos de la firmeza. Pero el musulmán debe saber que si él sufre, también
sufre su enemigo, y, además, tiene que saber que él espera algo que su enemigo
no espera. Su enemigo combate para obtener una victoria pronto, pero el musulmán
espera complacer a su Señor y conquistar su Favor. El verdadero objetivo
del musulmán es el Ŷanna, el Jardín eterno. Venza o bien sea derrotado en
el campo de batalla, el musulmán, si es sincero, obtiene siempre el inmenso botín
tras el que ha salido a la guerra. Si vence, conquista dos cosas: el triunfo aquí
y junto a Allah; si muere, su destino es el infinito de una existencia en la
exuberancia de su Único Señor. Su enemigo, si logra la victoria, acabará
muriendo para pasar a la eternidad en un Fuego infinito en medio de un dolor que
hará justicia a su perversidad.
Para alcanzar ese triunfo, el musulmán (el mûmin, el que ha abierto su
corazón a Allah) sólo tiene que ser firme hasta el final, hasta la muerte, que
es la puerta hacia el Ŷanna. Nada hay más grande que morir fî sabîlillâh,
mientras se combate sobre el Camino que lleva a Allah. Por tanto, tanto
venza como si cae, tiene garantizada la victoria ante Allah, si es firme y
decidido. La debilidad, el paso atrás, la inconsistencia, todo ello lo devuelve
a la mediocridad. La falta de seguridad lo condena al mismo estado de sus
enemigos, a su realidad corta y a sus horizontes limitados.
Quien confía en Allah, en lugar de estar pendiente de estrategias, armas
y habilidades, se aferra al cordón umbilical que lo comunica con la fuente de
su vida. Quien recoge sus fuerzas de Allah, no se tambalea, y se afirma con
fuerza sobre la Verdad. Esa es la radicalidad de la firmeza del musulmán en el
campo de batalla, lo que hace de su Yihad una guerra capaz de trasformar el
mundo.
El kâfir (el que se ha puesto al servicio del mal, de la mentira, del
imperialismo, de los dioses que esclavizan al ser humano) sólo espera triunfar
en esta vida. El musulmán quiere alcanzar la victoria en este mundo y más allá
de él. El musulmán sale a la guerra para alcanzar el triunfo aquí o para que
se abra la puerta que lo conduzca a la paz en su Señor. ¿Cómo habría de
rendirse, y no obtener ni una cosa ni otra? Por todo esto, la firmeza forma
parte necesaria del Yihad.
2- La trascendencia (dzikrullâh, el Recuerdo de Allah)
El Corán ordena al musulmán intensificar la Evocación del Nombre de
Allah cuando esté frente a su enemigo. Allah es la raíz de sus fuerzas, su
verdadera arma. Al iniciar el combate, el Nombre de Allah debe estar en los
labios y en el corazón del musulmán, así como cada vez que se encuentre ante
el mal, la injusticia, la opresión, o cualquiera de sus enemigos. Al recordar a
Allah, el musulmán recuerda a quien es su Único Señor, y entonces todo se
evapora ante él. La victoria, la derrota, el dolor, todo se disipa ante el
verdadero objetivo, la raíz de los movimientos del musulmán. Es así como él
mismo se diluye en la inmensidad de lo que rige el universo.
El musulmán encuentra en el Nombre de Allah la puerta hacia una percepción
de lo infinito. Al entrar por esa puerta, todos los miedos se desvanecen, y eso
lo hace invulnerable. Cuando el Profeta (s.a.s.) entraba en batalla, iba
acompañado de sus Compañeros, que eran Rabbâniyûn, es decir,
eran Señoriales: mencionaban el Nombre de Allah, y se volvían
invencibles. Al musulmán se le exige hacerse rabbâní. Debe encontrar
en la pronunciación del Nombre lo que lo haga irreductible a sus enemigos.
El Nombre de Allah tiene la virtualidad de hacer imperturbable el ánimo
de quien lo repite con el corazón. Se hace así inmune a las circunstancias que
hacen fracasar al hombre común. Se puede decir que, con el Nombre de Allah en
su boca, el musulmán ya está en el Ŷanna.
El Corán dice de los musulmanes: “Son aquellos
que, cuando las gentes se reúnen y
les dicen: ‘Vuestros enemigos se han juntado contra vosotros, ¡temedles!’,
sus corazones se fortalecen y dicen: ‘Nos basta Allah,...”. Musulmanes
son los que dicen lo que el Corán les enseña decir cuando se encuentran ante
sus enemigos: “Señor nuestro, derrama paciencia en nosotros, afianza
nuestros pies y danos la victoria sobre los kâfirîn”, “Señor
nuestro, disculpa nuestros errores y nuestra insuficiencia, afianza nuestros
pies, danos la victoria sobre los kâfirîn”...
La pronunciación del Nombre de Allah al comienzo de
la batalla sirve para abastecerse de fuerzas, para proclamar la confianza en
Allah, para recordar la naturaleza de la guerra que se ha emprendido cuyo
objetivo es la lucha contra los dioses de los hombres, contra la usurpación,
pues sólo Allah es el Señor de los Mundos. El objeto de la guerra de los
musulmanes no es el dominio sobre otros, ni el orgullo, ni es para robar las
riquezas de los pueblos, ni para imponer una ideología, ni para extender la
destrucción. Es una lucha en Allah, es un combate contra la perversidad.
3- La obediencia (tâ‘atullâhi wa rasûlih, la
obediencia a Allah y a su Mensajero)
Esta condición quiere decir que la guerra debe estar sujeta a la Sharî‘a.
Tiene, por tanto, su Ley. No puede hacerse de cualquier manera, y no es, ni
mucho menos, una invitación a la barbarie, ni al suicidio, ni a la ostentación,
ni al desquite,... El Yihad es una lucha justa sobre una Senda y por eso tiene
muchos límites que el musulmán debe conocer antes de lanzarse al campo de
batalla. Puesto que sus objetivos no son egoístas, debe estar a salvo de las
maquinaciones de los intereses y los arrebatos.
El musulmán, al emprender el Yihad, debe tener en cuenta las condiciones
que han impuesto Allah y su Mensajero, para no ser uno de los agresores (“...y
Allah no ama a los agresores”), para que su lucha no sea como la de las
gentes del kufr. En el Yihad no tiene lugar la devastación, ni la crueldad, ni
la venganza,... Esas ausencias son el signo de que es un combate fî sabilillâh,
y no una guerra desencadenada por intereses depredadores o por resentimientos
mezquinos.
4- La unidad (tark an-niçâ‘, el abandono de la rivalidad)
Esta condición para la eficacia y validez del Yihad está íntimamente
relacionada con la anterior. El musulmán, al emprender el Yihad, debe dejar atrás
todo lo que lo desintegra personal y colectivamente. Cuando se lucha dentro de
uno mismo o contra un enemigo exterior, lo importante es la unidad que hace del
ser y de la comunidad una sola cosa. Por tanto, olvidar las desavenencias,
atenuar los conflictos, buscar la reconciliación, son los caminos que deben
preceder a la lucha y regir durante ella.
El sentimiento de formar un solo cuerpo para el Yihad va más allá de la
obediencia a una jerarquía. No se trata, ni mucho menos, de las exigencias de
la ‘profesionalidad’ de un ‘soldado’, sino que es la profunda convicción
de quien se propone la unidad como un valor que tiene un alcance trascendente.
La unidad interior del musulmán y de los musulmanes en su totalidad es un
objetivo integrador en correspondencia con ‘la verdad de las cosas’. Hay
enormes diferencias entre un ‘soldado’ y un muŷâhid. El muŷâhid
no es miembro de un ejército deshumanizado sino el protagonista de una guerra
en la que pone su existencia. Un muŷâhid es un mundo en sí que se une a
otros para crear el universo armonioso del Islam, en un movimiento cósmico que
es pura vitalidad (Yihad) contra la muerte, la mentira, la opresión
y el imperialismo.
5- La paciencia (sabr)
En árabe, sabr no es sólo paciencia. Es también constancia,
aguante, perseverancia, imperturbabilidad,.. Todo ello,
junto. Esta noble cualidad es la constante que debe determinar todas las
circunstancias en las que se vea envuelto el muŷâhid. Es su máximo
capital. No se trata de la simple firmeza en el momento del combate, sino que
debe ser la naturaleza del que afronta el reto del Yihad. Sólo el sâbir,
el constante, el paciente, el poderoso en medio de todos
los reveses y todas las victorias, sólo él goza de un extraordinario
privilegio: la compañía de Allah (“ciertamente, Allah está con
los pacientes”). Esa compañía es su permanente triunfo
sobre lo que comúnmente derrota a los hombres. El dolor, la derrota,... vencen
al que no es paciente. La victoria vence y se apodera del que no
es paciente, y entonces no es una puerta hacia Allah.
La paciencia es, pues, la verdadera provisión de quien se ha propuesto
con su Yihad conquistar a Allah. La paciencia significa no dejarse arrastrar por
las circunstancias, ya sean negativas o positivas. Es una constancia que hace
del Yihad una forma de vivir y de morir.
6- La humildad (tawâdu‘)
En los versículos con los que hemos encabezado esta disertación se
colocaba al final una alusión a la humildad, que debe ser el estandarte del muŷâhid.
El significado de esta virtud en medio de la guerra ha quedado suficientemente
explicado en nuestros comentarios al Capítulo del Auxilio (el 110 del Corán),
que podéis consultar en la sección de publicaciones de nuestra web. Con la
humildad del musulmán en medio de su combate, se restablece la Verdad, que es
el imperio de Allah Uno en todas las cosas, por encima de todos los seres. Sólo
así el Yihad es manifestación de una certeza profunda y de unos valores que
trascienden los del mundo.
Las consideraciones anteriores, en consonancia con las órdenes que
aparecen en el versículo que nos ha servido de referencia, son imprescindibles
para el que quiera afrontar el Yihad, la lucha contra el mal, tanto dentro de
uno mismo como en la realidad inmediata. Ambos universos, el interior y el
exterior, son los espacios sobre los que el musulmán ejerce su acción
trasformadora en busca siempre de lo mejor y más noble y contra todas las
usurpaciones, contra todo oscurantismo.