LA
HÉGIRA
La
Hégira (al-Hiÿra), esa Emigración, fue la ocasión elegida para fijar el comienzo del
calendario islámico. Marcó, pues, el año cero del Islam, si bien el Corán
había empezado a ser revelado trece años antes. Diez años después de la Hégira,
el Profeta (s.a.s.) murió y fue enterrado en Medina, la ciudad a la que había
emigrado. A lo largo de esos diez años, el Islam fue tomando un cuerpo
definitivo. Necesitaba de la independencia que le proporció estar lejos de Meca
para poder alcanzar la plena madurez. La Hégira, el paso de Meca a Medina, fue
el signo de un cambio que permitió al Islam crecer.
La Emigración no fue
una huida. Al contrario, fue el paso exigido por la circunstancias. En toda
situación de aprieto, para no morir, es bueno buscar una salida que permita la
realización de lo que el ahogo no deja crecer. A lo largo de trece años, el
Profeta (s.a.s.) había ido construyendo en Meca una comunidad que demandaba
espacios abiertos para no consumirse en sí misma, y la Emigración fue la
respuesta a esa inquietud que se había vuelto imparable.
La Hégira enfrentó
a los musulmanes con la realidad de la elección que habían hecho. Los asomó
al desierto en medio del cual habrían de construir su propia realidad. El
abandono de Meca supuso la aceptación del reto que el Islam representa. En ese
vértigo que está en la base de la sensibilidad del unitario el musulmán
adquirió la fortaleza que le hizo reconquistar después Meca, ya como señor y
no como oprimido.
Es necesario que
diferenciemos entre lo que son una huida y una emigración. La huida es una
forma de eludir la realidad, mientras que la emigración es una manera de
enfrentarse a ella. Los musulmanes no se habían rendido, sino que buscaron su
propia soberanía. La reconquista de Meca fue el resultado de esa voluntad.
La Emigración se
construyó sobre bases sólidas, sobre trece años de trabajo anterior, y no fue
la consecuencia de espejismos. La huida tiene en su fundamento al miedo, pero la
emigración se asienta sobre el deseo y la esperanza. El resultado, como hemos
dicho, fue la ‘materialización’ del Islam, su concreción como fuerza que
movilizó la historia.
Ese dinamismo, esa
capacidad para moverse e, incluso, emigrar, si es necesario, antes que aceptar
resignadamente la estrechez y la opresión, es uno de los elementos que está en
la semilla de la vitalidad del Islam. Y, así, el Corán enseña que en lugar de
dejarse abatir por la realidad “los horizontes de Allah son amplios, por
tanto, ¡emigrad!”... Es así como constantemente se renueva en la
espontaneidad de sus gentes, siempre dispuestas a retomar lo esencial y
expandirlo como exteriorización de su propia grandeza.
En el Islam se haba
de dos necesarias emigraciones. Una es física: cuando algo aplasta al ser
humano, éste debe buscarse salidas, y, si es necesario, no debe dudar en
viajar. Los viajes, en el Islam, siempre han sido estimulados, porque desahogan
el ánimo, facilitan los intercambios, son fuentes de una riqueza variada. Pero
hay otra Emigración que es aún más necesaria, y es la Hégira interior, con
la que se deja atrás la estrechez del ego para abrirse a los horizontes
infinitos de la Verdad que todo lo crea.
Todo musulmán debe
tener claro que la Emigración forma parte del Islam, que es una puerta siempre
abierta para el ser humano. La Emigración es un poderoso grito contra las
fronteras (las que existen en el mundo y las que hay dentro de cada uno de
nosotros). Sólo con esa trasgresión se produce una auténtica libertad en la
Inmensidad de Allah.
La Hégira fue el
comienzo de una nueva era, la del Islam. Es hermoso que en la raíz del Islam
esté esa búsqueda de horizontes amplios como signo de una vocación que
debemos renovar y recuperar. La Hégira es la firme decisión de no dejarse
ahogar ni aplastar por las circunstancias, pues el mundo de Allah es amplio y
rico. Quien se contenta con la
miseria, quien se resigna con la muerte, se hunde en su propia incapacidad, en
su cortedad. La Hégira nos enseña que el Profeta y los suyos no se resignaron
a ser víctimas, sino que abrieron puertas y buscaron dejar de ser oprimidos y
retornar al mundo como señores.