EL ISLAM EN INDEPENDENCIA

           El Islam fue la principal motivación y el aglutinante más poderoso en la lucha por la independencia de los pueblos musulmanes durante el siglo XX. El colonialismo había supuesto una fractura grave y se pensaba que podría ser resuelta en el futuro. La identificación de esos pueblos con el Islam era (y sigue siendo) absoluta, y cuando los nuevos gobernantes orientaron sus políticas hacia el vasallaje respecto a alguna de las grandes potencias durante la Guerra Fría, el desconcierto y la confusión primero, y luego la decepción, sumieron a los musulmanes en una pasividad de la que empezaron a salir decididamente en coincidencia, más o menos, con el triunfo de la Revolución Islámica en Irán. El renovado entusiasmo se plasmó en el surgimiento de un gran número de movimientos islámicos, muchos de los cuales cayeron demasiado pronto bajo la influencia de Arabia Saudí y adoptaron un lenguaje para expresar su descontento ajeno por completo a una lucha realista por devolver al Islam su protagonismo en la vida de los musulmanes.

 

         Una larga serie de clichés ha sustituido una reflexión seria y competente sobre el Islam. Quizás sea el signo de estos tiempos, poco dado a lo que no sean simplificaciones. Es verdad que la situación de los musulmanes no da para la sofisticación, pero también es cierto que muchos de esos clichés imposibilitan la recuperación de un Islam genuino y trasformador. En su lugar nos encontramos con un Islam represivo, oscurantista y limitador, un Islam ‘contra los musulmanes’.

         Cuando los británicos apoyaron a la dinastía de los Saud contra el califato otomano, estaban potenciando una interpretación del Islam, la wahhabí, que es contraria en esencia a la grandeza tradicional del Islam. La voluntad de ‘pureza’ de los wahhabíes, en lugar de un saludable retorno a las fuentes, es una perversa expresión de la pobreza y mediocridad de unos espíritus incapaces de abarcar la amplitud de una Revelación destinada a la humanidad entera. Cuando los Saud se enriquecieron con el petróleo, hicieron de su ideología un instrumento para ‘colonizar’ ellos el mundo musulmán, y de ahí que el wahhabismo, disfrazado bajo diferentes nombres, tenga una presencia notable en el mundo musulmán, una presencia artificial, la que da el poder que tiene el dinero para hacerse con la ‘oficialidad’.

 

         Muchos musulmanes, en medio de la frustración, han hecho de la intransigencia wahhabí el equivalente de un Islam fuerte, confundiendo muchas cosas importantes. La fortaleza no está en la defensa de una Islam totalitario, abocado al fracaso o a la barbarie, sino en la de repensar, en medio de circunstancias tan poco propicias, un Islam verdadero, aglutinante de pueblos y personas diversas, amable con la diferencia, capaz de beber de todas las fuentes, capaz de enriquecer a los musulmanes en lugar de empobrecerlos y reducirlos al oscurantismo en medio de un masoquismo criminal. Se trataría del Islam verdadero, en su independencia más absoluta.

 

         Para muchos musulmanes, toda crítica al ‘Islam severo’ de algunos movimientos islámicos es una concesión a los enemigos del Islam, al imperialismo, a la occidentalización, como si hubiera que cerrar filas en torno a una concepción definitiva del Islam, precisamente la de su peor época. No pretendemos hacer ninguna concesión a los enemigos del Islam, ni apostamos por un ‘Islam moderado’ y políticamente correcto. Se trata de cómo queremos vivir el Islam, de si vamos a hacer del Islam un instrumento castrador para las próximas generaciones musulmanas. La cuestión no es fácil.

 

         Quienes han puesto sus esperanzas en el Islam no son los ideólogos de esa interpretación empobrecedora. Quienes ponen sus esperanza en el Islam son millones y millones de musulmanes que son gentes sencillas y nobles, de corazón inmenso, que no desean una aplicación enloquecida de la Sharî‘a, sino el marco en el que el Islam es soberano, fecundo, rico en debates, comunicador de sabiduría, generador de espíritus igualmente nobles con horizontes amplios, sin sumisiones ni concesiones, auténtico en su inmensidad. No hagamos de la mediocridad o la barbarie el destino inevitable del Islam.

 

         Mientras no se cuestionen esos clichés que se están convirtiendo en las consigas de ese Islam acomplejado será imposible recuperar la autenticidad, lo que hay en la verdadera ‘identidad musulmana’, y que está bastante lejos de lo que suelen formular los ideólogos del Islam actual, y ciertos ulemas licenciados en la ‘modernidad’.

 

         Recuperar un Islam independiente no es una empobrecedora vuelta a las Fuentes, sino una inmersión en esas Fuentes para sacar de ellas lo que hizo posible una magnífica civilización. Tampoco cabe rendirse a las corrientes actuales, si negociar con las imposiciones del mundo moderno, sino abrirse con un espíritu islámico a todas las aportaciones para enriquecer con ellas nuestra espiritualidad y nuestro mundo.

 

         Sólo siendo realmente independientes es posible hacer del Islam un instrumento que nos devuelva a Allah. Ese Islam independiente y auténtico no será el resultado de especulaciones ni de negociaciones, sino el fruto maduro de una Nación que se recupera a sí misma. El Islam sólo es posible en la plena soberanía de los musulmanes.