LA ASTRONOMÍA EN AL-ÁNDALUS
En el siglo XI se inicia la decadencia de la Astronomía y, en general, de toda la ciencia árabe en el Oriente Medio motivada por las invasiones de los turcos.
La decadencia de esta
ciencia árabe en Oriente coincide con el nacimiento de un importante movimiento
científico en al-Ándalus, donde, a partir del siglo IX se inicia en
al-Andalus, concretamente alrededor del califato de Córdoba, un floreciente
desarrollo de la Ciencia.
Establecido
el Emirato de los Omeyas en Córdoba, se inicia la época de florecimiento de
esta ciudad en el orden político y militar y también en el orden científico,
con lo que, bajo Abderramán III y al-Hakam II, el centro
de gravedad de la cultura musulmana pasa de Bagdad a Córdoba.
Al mismo tiempo, el Islam
ha ido no solo extendiéndose, sino, además, el árabe como idioma científico,
y a este florecimiento cultural sí que se afiliaron tanto judíos como los
cristianos. El investigador A. Mieli, al estudiar esta cuestiones afirma que con
el tiempo se fue produciendo una mezcla de razas, con lo que al cabo de pocas
generaciones, la clase dominante, por el aporte de las mujeres ibéricas (era un
90 por ciento latina), y, si oficialmente hablaba y literalmente empleaba el árabe,
ordinariamente hacia uso de un dialecto latino predecesor del moderno castellano.
Un
filósofo andalusí que tocó el tema de la creación y la constitución del
Universo fue Ibn al-Sîd al-Batalyúsi ( 1052-1127), nacido en Badajoz y
muerto en Valencia, cuya obra principal fue el Libro de los cercos,
traducida y publicada por Asín Palacios.
Para Ibn al-Sid, Allah es la Causa Primera de la que emana toda la creación. Pero dentro de los seres creados existe una jerarquía, de forma que los seres más próximos a Allah dan el ser a los más alejados. Así de Allah emana directamente la inteligencia de la primera de las esferas celestes, desprovista de materia. Esta primera inteligencia da el ser a la de la segunda de las esferas, ésta a la de la tercera y así, sucesivamente, hasta llegar a la inteligencia de la novena esfera celeste, que, a su vez, da el ser a la inteligencia encargada de regir el mundo sublunar y en particular la inteligencia humana. Así recibe su ser el alma de cada uno de los hombres, que como las diez primeras inteligencias es inmaterial, pero pierde parte de sus posibilidades por estar obligada a residir en un cuerpo material.
La materia puede pertenecer a una de las dos clases diferentes: la materia del mundo celeste que posee una forma inmutable, y la materia del mundo sublunar, que es cambiable y, por lo tanto, más imperfecta que la materia de los cuerpos celestes.
Las
esferas celestes, en movimiento, dan su forma a la materia sublunar, primero la
forma elemental: tierra, agua, aire y fuego; en segundo
lugar, como adición de formas elementales aparece la forma mineral; de
las formas elementales y el mineral surge la forma vegetal; previa la aparición
de las formas elementales: del mineral y el vegetal aparece la forma animal; y
de las formas elementales mineral, vegetal y animal aparece la forma humana, la
más perfecta de las formas en el mundo sublunar y que mediante un puro acto
intelectual puede llegar a alcanzar la perfección de la décima esfera.
Azarquiel
(1029-1100), nacido en Toledo, ha sido considerado como uno de los primeros astrónomos
andalusíes de estos siglos. Su obra ha sido estudiada por Millás Vallicrosa,
quien reproduce una serie de opiniones de autores de la época sobre la obra de
Azarquiel. Así el historiador toledano Ibn Sa’îd le considera como el
más sabio de todos en la ciencia de los movimientos de los astros y de la
constitución de las esferas y el más eminente entre la gente de nuestro tiempo
en las observaciones astronómicas y en la ciencia de la estructura de las
esferas y en el cálculo de sus movimientos, y el más sabio de todos ellos en
la ciencia de las tablas astronómicas y en la invención de instrumentos para
la observación de los astros.
Una
obra de Azarquiel, el Tratado sobre el movimiento de las estrellas fijas,
se conserva en un manuscrito de la Biblioteca Nacional de París, y ha sido
igualmente estudiado y traducido por Millás.
En
ella estudió el movimiento de precisión de los equinoccios, que dijo en
46" por año, muy próximo al hoy admitido, y el de la oblicuidad de la eclíptica
que hace variar entre 23° 33' y 23° 53'. Para explicar las variaciones en la
precisión y en la oblicuidad de la eclíptica recurre a un sistema de acceso
y retroceso análogo a la trepidación de Ibn Qurra.
Esta
teoría de la trepidación de Azarquiel que rechazada posteriormente por
Averroes y aceptada por Alpetragio, por el astrónomo marroquí Abu-l-Hasan
‘Ali (1260) y por numerosos astrónomos musulmanes, judíos y cristianos
en al-Ándalus. Duhem, siguiendo a Juan Hispalensis y a Pedro de Abano, atribuye
a Azarquiel el descubrimiento de la trepidación y la paternidad de Liber de
motu octavae spherae generalmente asignado a Ibn Qurra.
Por
el contrario, Millás se opone a esta teoría y afirma que, en contra de la
opinión de Duhem, Azarquiel no es el autor del Liber de motu octavae spherae.
Por
encargo del rey de Toledo al-Ma'mún preparó Azarquiel las Tablas
Toledanas llamadas así por estar referidas al meridiano de esta ciudad.
Para su formación utilizó, según Ibn Jaldún, entre otras, observaciones
efectuadas en Sicilia por un judío muy versado en la astronomía y en las
matemáticas, el cual se ocupaba en hacer observaciones astronómicas y
comunicaba a Ibn Ishaq (Azarquiel los resultados exactos que él obtenía,
relativos a los movimientos de los astros y cuestiones derivadas.
Duhem
niega que estas Tablas Toledanas fueran de Azarquiel, atribuyéndolas a
un grupo de musulmanes y judíos que las prepararon por iniciativa de Ibn Sa’îd,
siendo Azarquiel el autor de muchas observaciones utilizadas por aquellos.
Millás
adopta una posición intermedia diciendo parece lo más verosímil, y está
además corroborado por el testimonio de autores medievales de autoridad, que el
cálculo de las Tablas Toledanas no sería la obra exclusiva de Azarquiel, sino
más bien de todo el grupo de observadores reunidos en torno del cadí Sa’id.
De esta manera no nos extrañará ver en las Tablas y Cánones Toledanos
incorporada la teoría del acceso y retroceso, y que precisamente merced a las
Tablas Toledanas que esta teoría incluyó poderosamente en la astronomía
europea medieval.
El
texto original árabe de estas Tablas Toledanas se ha perdido,
pero se conservan diversas versiones latinas, de ellas, dos en la
Biblioteca Nacional y otra en la de
El Escorial.
Los
astrónomos árabes de los siglos IX, X y XI trataron de desarrollar
y dar contenido físico al sistema propuesto por Tolomeo, apoyándose
primero en el Almagesto, que fue sin duda la obra fundamental del astrónomo
griego, y más tarde, con Alhacén en la Hipótesis de los planetas,
cuya obra, como ya hemos indicado, fue ampliamente desarrollada más tarde por
los astrónomos musulmanes, judíos y cristianos en al-Ándalus.
Este
sistema de Tolomeo, de deferentes y epiciclos, circunferencias
o esferas, permitía calcular posiciones para los distintos planetas en
coincidencia con las observaciones. Pero resultaba imposible para los astrónomos,
y aún más para los filósofos en la al-Ándalus, el admitir la
existencia real de esa serie de movimientos circulares alrededor de puntos en
los que nada existía. Así Avempace ( Ibn Baÿÿa), nacido en
Zaragoza ( 1106-1138), considera que la existencia del epiciclo es
inadmisible. Y Maimónides nos da las razones por las que Avempace se oponía a
este sistema. Establecer un epiciclo que gire sobre cierta esfera sin girar
alrededor del centro de esta esfera que le soporta, como se ha supuesto para la
Luna y los cinco planetas, he aquí cosa de la que se seguiría necesariamente
que hay rodamiento, es decir, que el epiciclo rueda y cambia enteramente de
lugar, cosa que se ha querido evitar el que exista algo en el cielo que cambie
de lugar. Por otra parte, existiría un movimiento de revolución alrededor de
un centro que no sería el centro del mundo, y, sin embargo, es un principio
fundamental de todo el Universo que los movimientos posibles son tres: un
movimiento a partir del centro, otro en dirección al centro y un tercero
alrededor del centro. Pero si existiera un epiciclo, su movimiento no sería ni
centrífugo ni centrípeto, ni alrededor del centro. Y por último, es uno de
los principios planteados por Aristóteles, que es necesario un punto fijo
alrededor del cual tenga lugar el movimiento, y ésta es la razón por la cual
es necesario que la Tierra esté fija, pero si existiera el epiciclo se tendría
un movimiento circular alrededor de un centro en el que no habría ningún
cuerpo fijo.
Otro astrónomo de esta época es el sevillano Yâbir (Geber) ben Aflah, cuya obra principal es Islâh Almaÿistî, fundamentalmente, una crítica al Almagesto de Tolomeo, del que dice en el preámbulo que es difícil de leer, dando una lista de errores encontrados, en especial en lo que se refiere al cálculo de eclipses, y en la determinación de las distancias de los planetas, cuya ordenación va a rectificar, situando a Mercurio y Venus por encima del Sol.
En algunas ocasiones la crítica de Geber es demasiado dura, como cuando atribuye los errores de Tolomeo a su debilidad y a su ignorancia en geometría. Por el contrario, en otras ocasiones achaca las dificultades en la lectura del Almagesto a errores cometidos en la traducción, pues dice: Es posible que el traductor no comprendió lo que Tolomeo quería decir, y alteró el texto, de forma que quedó modificado el significado.
En el libro VII trata del orden de los planetas, que Tolomeo había dividido en dos grupos, Mercurio y Venus, cuyas elongaciones quedaban dentro de ciertos límites, los situaba entre la Luna y el Sol, quedando los demás más allá de éste y pudiendo alcanzar sus elongaciones cualquier valor. Por otra parte, Tolomeo había dado como valor máximo de la paralaje solar el de 2' 51", mientras que Mercurio y Venus, decía, no presentaban paralaje sensible. Si esto es así, evidentemente Mercurio y Venus han de estar más lejos que el Sol. Esto lleva a Geber a criticar despectivamente a Tolomeo: Me siento perplejo ante esta falta de consistencia y ante este error, que él (Tolomeo) no notó. Si, según Tolomeo, Mercurio y Venus no tienen paralaje sensible y el Sol sí la tiene, ¿cómo pueden aquellos estar por debajo del Sol? Por otra parte, dice Geber, si fuera natural que el Sol debiera separar los planetas que tienen elongaciones limitadas (Mercurio y Venus) de los que no las tienen, la Luna debería estar con los planetas exteriores, pues ni éstos ni aquellos tienen límite en el valor de sus respectivas elongaciones.
Otro
astrónomo médico y filósofo musulmán andalusí, nacido en Guadix, fue Abu
Bakr Ibn Tufayl (1110-1185). Estudió a Tolomeo y a Avempace, y se opuso al
sistema del primero, negando la posibilidad de los movimientos, tanto en órbitas
circulares excéntricas, como en el sistema de epiciclos y deferentes. Conocemos
sus ideas por las referencias que a él hace Averroes en el libro XIII de su
comentario sobre la Metafísica, en el que se lee Ibn Tufayl poseía sobre
esta materia excelentes teorías de las que se podría sacar gran provecho.
También Maimónides se refiere a estas teorías de Ibn Tufayl: He oído
decir que Abu Bakr decía haber encontrado un sistema astronómico sin
epiciclos, sino solamente con esferas excéntricas, sin embargo no he oído esto
a sus discípulos. Pero aun cuando lo hubiera conseguido no habría ganado gran
cosa, pues, en la hipótesis de la excéntrica, se separa igualmente de los
principios planteados por Aristóteles, a los cuales no puede añadirse nada.
Por
último, Alpetragio, discípulo de Ibn Tufayl, nos dice en su Teoría
de los planetas, que Ibn Tufayl había encontrado una teoría nueva sobre
los planetas. que deducía sus movimientos de principios distintos de los de
Tolomeo, que rechazaba toda excéntrica y todo epiciclo, con este sistema todos
los movimientos celestes se verifican y no resulta nada falso.
Averroes
(Ibn Rushd, 1120-1198), según Vernet, es probablemente el andalusí que más
ha influido en el pensamiento humano.
Entusiasta admirador de Aristóteles, lo más importante que nos ha dejado, y por lo que fue ampliamente conocido en toda Europa a través de diversas traducciones, fueron sus Comentarios a la obra del filósofo griego.
Interesado
por la Astronomía conoció las ideas expuestas por Avempace y por Ibn Tufayl
sobre el sistema de Tolomeo, y se sumó al movimiento iniciado por aquellos. En
su comentario sobre la Física de Aristóteles dice: ... ha fundado y
acabado la Lógica, la Física y la Metafísica. Digo que los ha fundado, porque
todas las obras que han sido escritas antes de él sobre estas ciencias no vale
la pena comentarlas, y han sido eclipsadas por sus propios escritos. Digo que
las ha acabado porque ninguno de los que han seguido hasta nuestros tiempos -es
decir- durante cerca de 1500 años, ha podido añadir nada a sus escritos, ni
encontrar en ellos un error de alguna importancia.
Dada
esta admiración por la figura de Aristóteles, recuerda Averroes algunos de los
principios expuestos en sus obras De Coelo y Metafísica. Pretender que
existan epiciclos y excéntricas es contradecir las leyes físicas. Es
absolutamente imposible que haya epiciclos. Un cuerpo que se mueve
circularmente, se mueve necesariamente de tal suerte que el centro del Universo
sea el centro de su movimiento. Si el centro de su revolución no fuera el
centro del Universo habría un centro fuera de éste, haría falta entonces que
existiera una segunda Tierra, y esto es imposible según los principios de la Física,
lo mismo puede decirse de la excéntrica cuya existencia admite Tolomeo. Si los
movimientos celestes admitieran varios centros habría varios cuerpos graves
exteriores a esta Tierra. El cuerpo que se mueve circularmente, se mueve
necesariamente alrededor de un centro fijo y es necesario igualmente que ese
centro sea la Tierra, puesto que es ella la que está inmóvil en el centro del
mundo.
Averroes vuelve al
sistema de esferas homocéntricas de Eudoxio, y de Aristóteles. Estas esferas
giran por propia voluntad, con movimientos uniformes, cumpliendo así su misión
de servir a Dios, de quien emana el movimiento de las esferas.
Considera muy poco
probable la existencia de la novena esfera. Las esferas están justificadas únicamente
como soporte de los astros y son tanto más nobles cuanto mayor sea el número
de astros que soportan. Por otra parte, la esfera que provoca el movimiento de
todas las restantes, ha de ser evidentemente la más noble, y como la esfera que
transmite su movimiento a todas las interiores es la más externa, ésta no
puede ser una esfera sin estrellas. No puede, pues, existir la novena esfera.
Del Primer principio
deriva el motor de la octava esfera en la que están situadas las estrellas
fijas. De este primer motor deriva el motor de la esfera de Saturno. De
éste a su vez deriva el motor de los movimientos complementarios de Saturno y
de las esferas de Júpiter. Y así, sucesivamente, hasta llegar a la esfera de
la Luna.
En
cuanto a estos movimientos de las esferas dice: El movimiento circular de las
esferas no es un accidente de su sustancia, sino que su propio ser exige ese
movimiento, por necesidad natural simple, y si surgiese el reposo no habría en
ellas un simple cambio, sino que dejarían de ser.
Para
explicar el movimiento de cada planeta necesita dos esferas, una girando de
occidente a oriente, con movimiento uniforme, alrededor de un eje propio,
distinto para cada planeta, y una segunda con el movimiento de oriente a
occidente trasmitido por el giro de la esfera de las estrellas fijas, con lo que
explica el movimiento diurno. El resultado de estos dos movimientos de rotación,
en sentidos contrarios y alrededor de ejes distintos, es un movimiento aparente
describiendo el planeta una línea lawlabî.
Con
esta hipótesis consiguió explicar los movimientos alternativamente directos y
retrógrados de los planetas, pero no las variaciones en sus distancias a la
Tierra.
Por
estos años vivió Maimónides ( 1135-1204), nacido en Córdoba, quien,
aunque judío, fue discípulo de filósofos musulmanes. Nos ha dejado varias
obras, entre ellas la más importante fue la titulada Guía de los
Extraviados, en la que sigue las doctrinas de Avicena, coincidiendo
en muchos puntos con Averroes. Trata de hacer compatibles las enseñanzas de
Aristóteles con los dogmas judíos y musulmanes.
Maimónides
considera que el conocimiento de los problemas del mundo supralunar no es
accesible al hombre, que sólo puede conocer las cosas sublunares.
En
cuanto al Universo, constituye una unidad en el que no puede existir el vacío.
El centro del Universo es la Tierra, rodeada por el agua, el aire y el fuego, y
más allá el quinto elemento componiendo numerosas esferas contenidas unas
dentro de otras, pero sin vacíos intermedios. Todas estas esferas giran con
movimientos uniformes, pero con velocidades distintas unas de otras. Según el
Almagesto, dice Maimónides, para dar ciencia de la regularidad de los
movimientos, y para que la marcha de los astros esté de acuerdo con los fenómenos
observados, es necesario admitir una de estas dos hipótesis, sea un epiciclo,
sea una esfera excéntrica, o incluso las dos a la vez. Pero voy a demostrarte
que cada una de estas dos hipótesis está totalmente fuera de toda realidad y
es totalmente contraria a lo que se ha expuesto en la Ciencia Física.
Rechaza
en efecto los epiciclos y rechaza las esferas excéntricas como opuestos a los
principios de Aristóteles. Pero añade otro argumento contra las esferas excéntricas;
señala que las esferas sólidas, contiguas unas a otras, no podrían girar
libremente alrededor de centros distintos. Las esferas exteriores arrastrarían
en su movimiento a las esferas interiores. Si lo que Aristóteles dice es
verdad, no existen ni epiciclos ni excéntricas y todo gira alrededor del centro
de la Tierra. Pero, ¿de dónde vendrían a los planetas sus movimientos tan
diversos? ¿Es posible de alguna forma que el movimiento sea perfectamente
circular y uniforme, y que responda al mismo tiempo a los fenómenos observados,
si no es explicándolo por alguna de las dos hipótesis, o por las dos a la vez?
Tanto más admitiendo lo que Tolomeo ha dicho... los cálculos hechos según
estas hipótesis no dan errores ni de un solo minuto... ¿cómo imaginar sin
epiciclos la retrogradación aparente de un planeta?
Las
ideas de Averroes fueron compartidas por un contemporáneo suyo, Abû Ishâq
al-Bitrûÿî o Petrucci, conocido más generalmente por el nombre de
Alpetragio. Nacido en Pedroche, al Norte de Córdoba.
Conocedor
de las ideas de Ibn Tufayl y Averroes rechazaba el sistema de epiciclos y
deferentes como opuesto a las ideas de Aristóteles, y expone un nuevo sistema,
pues, decía, Allah me ha inspirado y me ha revelado el secreto de los
movimientos de los mundos.
Al
comentar la obra de Tolomeo dice Alpetragio:
Yo no puedo imaginar esferas excéntricas con respecto al mundo que
giren alrededor de sus centros particulares distintos del centro del Universo,
centros que giran a su vez alrededor de otros centros; yo no puedo admitir estos
epiciclos que giran alrededor de sus propios centros, mientras que, en el
espesor de la misma esfera, el centro del epiciclo gira en sentido contrario de
la rotación del epiciclo sobre otra esfera excéntrica. Todas estas esferas están
colocadas en el interior de una misma esfera, llenan una parte, mientras el
resto permanece vacío, si se supone que esta esfera total, en cuyo seno se reúnen
todas las esferas parciales está formada de agua o de fuego, las diversas
partes de esta esfera deberán moverse para dejar un espacio vacío a las
esferas parciales, mientras que el resto de la esfera quedará lleno del flujo
que la forma. Estas suposiciones engendran el error, que se manifiesta por las
falsedades que se deducen y por las proposiciones contrarias a la verdad.
Alpetragio en su
sistema supone que el centro del Mundo está rodeado por los cuatro elementos:
tierra, agua, aire y fuego, y éstos, a su vez, están rodeados por nueve
esferas que tienen la forma de capas esféricas concéntricas con el centro del
Mundo.
Las esferas poseen un alma
que las mueve. Pero desde la esfera exterior hasta el interior la perfección va
decreciendo, tanto en lo que se refiere al alma como al cuerpo de las esferas y
al grado de pureza del éter del que están constituidas.
La novena esfera, que no
contiene ningún astro, se mueve por sí misma y no recibe su movimiento de
ningún otro cuerpo. Se mueve con un movimiento de rotación, simple y
perfecto, de oriente a occidente, en un día sidéreo, alrededor de un eje cuyos
polos son los polos del Universo.
En la octava esfera están
situadas las estrellas fijas y en las siete restantes esferas están situados
los planetas por este orden : Saturno, Júpiter, Marte, Venus, el Sol, Mercurio
y la Luna.
Pero
los movimientos de estas ocho esferas no son simples y perfectos como el de la
novena. Cada una de estas ocho esferas desea imitar la perfección absoluta,
sigue el movimiento de la novena, pero con un retardo tanto mayor cuanto mayor
es su distancia a aquélla.
Cada
una de las esferas trata de salvar esta imperfección en su movimiento, y trata
de conseguirlo mediante un nuevo movimiento de
rotación uniforme, alrededor de un eje particular distinto para cada
esfera.
Así
la octava esfera, la de las estrellas fijas, tiene un movimiento
de rotación de oriente a occidente alrededor del eje del Mundo, pero un
poco más lento que el de la novena esfera, puesto que su alejamiento de
ésta no le permite recibir en su totalidad su movimiento. La diferencia de la
velocidad es tal, que al cabo de 36.000 años la octava esfera habrá perdido
una rotación completa con relación a la novena. Así suprime el movimiento de
occidente a oriente de la octava esfera admitido por Tolomeo para dar cuenta de
la precisión por él descubierta.
Cada
uno de los planetas está sobre su propia esfera, en el orden antes indicado.
Pero al ir aumentado su distancia a la novena esfera, su velocidad de rotación
propia va siendo cada vez menor. Así Saturno pierde un giro completo en 30 años;
Júpiter lo pierde en 12 años; Marte, en 2; Venus, el Sol y Mercurio, en un año,
y la Luna, en 27 días.
Pero,
dada la mayor complejidad de los movimientos observados de los planetas,
Alpetragio se vio obligado a complicar su sistema introduciendo nuevos
movimientos. Para ello hubo de admitir que el movimiento de cada planeta es la
composición de tres rotaciones uniformes y simultáneas alrededor de tres ejes
distintos. En efecto, la esfera de un planeta determinado tiene el movimiento de
rotación propio a que acabamos de referirnos, uniforme de oriente o occidente,
alrededor de su eje propio. Este eje propio gira también con movimiento
uniforme, pero de occidente a oriente alrededor del eje del círculo de los
signos del Zodíaco. Y éste, por su parte, como vimos anteriormente, gira,
también de una manera uniforme, de oriente a occidente, alrededor del eje del
mundo. Estos movimientos son uniformes, pero el primero, el de la rotación
propia de la esfera del planeta es más lento que el de este eje propio de la
esfera del planeta alrededor del eje del círculo de los signos.
En
el caso de Marte y Mercurio, los planetas no están en el ecuador de la
respectiva esfera, sino ligeramente desplazados hacia el Sur.
Lo
que no logró explicar este sistema es la variación en las distancias de los
planetas a la Tierra.
Alpetragio no intentó
llevar su sistema al grado de precisión al que Tolomeo llevó el suyo, y al que
no logró desplazar. Tolomeo podía predecir las posiciones de los planetas,
cosa que Alpetragio no intentó siquiera, y así confiesa que la tarea
emprendida excedía a sus fuerzas y que no había conseguido lograr un sistema
completo que permitiera prever y calcular los fenómenos celestes con una
aproximación comparable a la obtenida en el sistema de Tolomeo.
Pero
la obra de Alpetragio recibió una calurosa acogida por parte de cuantos se oponían
al Almagesto, en especial por los astrónomos musulmanes,
cristianos y judíos de al-Ándalus, manteniendo su influencia en Italia hasta
el siglo XVI.
*
* *
Los astrónomos musulmanes trataron de asimilar, primero, y
mejorar, después, la astronomía griega. Para ello se ocuparon también de
mejorar las observaciones modificando los instrumentos de observación,
astrolabios y relojes, y con estas observaciones, cada vez más precisas, y apoyándose
en la autoridad de los grandes filósofos griegos, Aristóteles en particular,
modificaron el sistema del mundo ocupándose de la preparación de Tablas astronómicas
que habrían de ser utilizadas en los observatorios que crearon primero en
Oriente y más tarde en al-Ándalus.
Esta
preocupación por la astronomía hizo posible la conservación de la ciencia
griega que llegará a Europa a través de al-Ándalus, donde aprendió Europa a
construir astrolabios y relojes y donde se prepararon las Tablas, primero las Toledanas
y luego las Alfonsíes, que utilizó toda Europa durante varios siglos.