“Proclama entre las gentes la Peregrinación. Te vendrán a pie o
sobre toda clase de monturas agotadas por el viaje, atravesando profundos
desfiladeros” (Corán, XXII/27).
1- El Profeta (s.a.s.) subió a la montaña de Abû Qubáis, que se asoma
sobre Meca, y en ella proclamó la Peregrinación. Cada año, millones de
musulmanes responden a esa llamada y acuden a Meca y sus alrededores para
repetir los gestos ancestrales del Haŷŷ. El Profeta no
hizo sino hacerse eco de una Llamada previa a la existencia concreta de cada ser
humano. Se dice que quienes ya dijeron, antes de nacer, sí a Allah, reconocen
en la Proclamación del Profeta el eco de esa Llamada eterna y repiten en este
mundo los signos de la Peregrinación hacia Allah.
La Peregrinación (Haŷŷ) es la respuesta
de los musulmanes a la Convocatoria (Da‘wa) de Allah. Allah es
el Uno en el que coincide la existencia dispersa. Desde esa centralidad llama a
los suyos, y los musulmanes reproducen esa vuelta al eje del universo con una
Peregrinación radical. La Peregrinación representa la vuelta al origen, la
inmersión absoluta del musulmán en su Señor.
Originariamente,
la palabra Haŷŷ designa el acto de encaminarse hacia
una meta (Qasd). El Šayj Sîdî Ahmad al-‘Alawî dijo que,
entre los sufíes, el Haŷŷ es la orientación de todo el
ser hacia lo Insuperable, hacia Aquello para lo que no hay palabras. Es un viaje
agotador para el que hay que tener fuerzas y capacidad para superar los
escollos.
2- Los Pilares de la Peregrinación son cuatro. Primero está el Ihrâm,
que consiste en revestirse de inviolabilidad. Para ello, el peregrino renuncia a
lo lícito, además de renunciar a lo ilícito. Es decir, deja atrás al mundo
en su totalidad y se asoma a lo indecible. El Ihrâm es una
ruptura con la dispersión para orientar el ser hacia la síntesis suprema.
Desvinculado del mundo, el peregrino se arroja al Océano de Unidad que está en
todas las raíces, y se consagra, en esa inmersión, a la contemplación del
Uno, abandonándose y dejándose atrás incluso a sí mismo. Esa es la puerta
para una recuperación de todo desde la perspectiva de la unidad interior de
todas las cosas, una Unidad que es el Señor de todas las cosas.
En
segundo lugar está el Sa‘y, que consiste en las idas y venidas entre
la Majestad y la Belleza de Allah hasta que se funden en la Perfección. La vida
está jalonada de momentos opuestos, unos nos causan alegría, otros nos
entristecen, ofuscan o desesperan y defraudan, pero todo viene de Allah. Quien
hace de su alegría y de su tristeza una misma realidad se hace imperturbable, y
es el que saborea al Uno en su Plenitud, pura satisfacción.
Tercero,
el Wuqûf, que es la Estancia en ‘Árafa. Esa llanura en las
proximidades de Meca es la meta hacia la que los peregrinos se dirigen. El
Profeta (s.a.s.) dijo: “El Haŷŷ es ‘Árafa”. Esa
Estancia en ‘Árafa es inexpresable. Los sufíes, incapaces de definir esa
Estancia, la describen diciendo que es el Tams, el Desconcierto,
y el ‘Amà, la Ceguera, la Nebulosa. Esa llanura es la de
la tartamudez en la Presencia del Uno Envolvente, y a partir de ella comienza
realmente la Peregrinación del Corazón hacia el Uno-Único. En esa Presencia sólo
existe pura pasión y deseo, tal como dijo Ibn al-Fârid el sultán de
los enamorados: “Si a algunos le basta el paso de su fantasma, yo no tengo
bastante con unirme a Él”. ‘Abd al-karîm al-Ŷîlî dijo: “Ahí
hay cosas que no pueden ser desveladas, y por eso las coronan los adornos de la
Ley”, es decir, pues es inexpresable esa experiencia, sólo queda
remitirse a lo que de ella dice la Revelación.
Por último, en cuarto lugar está el Tawâf, las Circunvalaciones
en torno a la Kaaba una vez realizada la Estancia. La Estancia representa la
aniquilación en Allah, y las circunvalaciones son el retorno a la existencia
formal donde todo lo anterior se trasforma en sabiduría, y entonces se saborea
la vida como movimiento alrededor del Eje.
3- Consagración, imperturbabilidad, inmersión en el desconcierto y
sabiduría son los pilares del sufismo (el Tasawwuf). Son las claves para la
fusión en la Verdad y el agigantamiento del ánimo en una libertad fruto de una
peregrinación que va de la dispersión a la Unidad. Pero, ¿es posible esa
Peregrinación interior sin ir a Meca, la ciudad que está en la península árabe?
En definitiva, ¿es posible ser sufí sin ser musulmán? ¿No es mejor ir a la
esencia de las cosas y abandonar las formalidades?
Ningún sufí admitiría esas rupturas. No, no es posible viajar al
centro de la existencia si no se descubre que ese centro es Meca, la ciudad que
está en Arabia. No es posible ser sufí sin ser musulmán. No, no existe la
esencia desprovista de forma; no es, entonces, más que una suposición. Ser
incapaz de descubrir la simultaneidad de esos extremos es estar infinitamente
lejos de lo que es el sufismo. Esas dicotomías sólo anidan en quien es incapaz
de abordar la Unidad en su sentido verdadero, que engloba la esencia y la forma,
el centro de la existencia y Meca, el sufismo y el Islam, con todas sus
exigencias.
Lo que más puede dañar al sufí (a un pretendido sufí) es la creencia
en que puede separar lo esencial de lo formal, que puede realizar la peregrinación
hacia su Señor sin dar pasos físicos. Ese se sumerge en la nebulosa de su
fantasía y en la frivolidad de sus quimeras, incapaz de un rigor que de frutos
verdaderos. El musulmán viaja hacia Allah con todo su ser: con su corazón y
con su cuerpo, con su esencia y su forma, no disgregándose pues pretende
alcanzar la Unidad, y descubre el centro místico del ser en un lugar concreto y
real. Ese es el secreto del sufismo que escapa a las sectas New Age que
pretenden colocar la espiritualidad de los grandes maestros en los mercados fáciles
de la falta de compromiso.
4- Meca es la Qibla de los musulmanes, el oriente de los sufíes. El
oriente es de donde sale el Sol. Curiosamente, Meca está al este, al oeste, al
norte o al sur dependiendo del lugar en que se encuentre cada musulmán, pero
nunca pierde su nombre de Qibla, que significa Levante, Oriente.
Allah no está en ningún lugar: “Suyos son el oriente y el occidente”, “Hacia donde os volváis, ahí está la Faz de Allah”. Esto es lo que enseña el Corán, que también dice: “Volveos hacia la Mezquita Harâm (Meca)”. Allah no está en ninguna parte (o está en todas partes, como se prefiera, porque el lenguaje, a este nivel, es indiferente), pero el musulmán lo busca en una dirección concreta. En sí, Allah es ilocalizable; pero quien lo busca es el hombre. Saber que Allah es ilocalizable es sabiduría; buscarlo en un ‘oriente’ es la acción que corresponde al hombre. Allah no se nos ha negado, se nos expone: Él está en nuestro Oriente, al final de nuestro deseo. No nos obliga a buscarlo en su Nebulosa imposible sino en nuestra realidad. Meca es, por tanto, el signo de todas esas operaciones. Es siempre Oriente, es decir, trasciende incluso su ‘lugar’ porque ‘encierra’ a Allah, pero a pesar de ello, está en un lugar concreto, en el Islam.