LA
PEREGRINACIÓN A MECA
Significado de la palabra Haŷŷ
La
Peregrinación a Meca y sus alrededores recibe en árabe el nombre de Haŷŷ
(Hajj). Realizar el viaje a Meca durante el tiempo establecido cada año para la
Peregrinación y cumplir con las exigencias de sus ritos ancestrales es la
condición para la validez de una intensa práctica espiritual y física que al
menos debe llevarse a cabo una vez en la vida. Esta Peregrinación (el Haŷŷ)
tiene consideración de Pilar del Islam (es un Rukn ad-Dîn), y
todos los musulmanes, sin excepción, la consideran una parte integrante del
Islam a la que no se puede renunciar a propósito más que renunciando al Islam:
“Allah ha ordenado a la gente peregrinar a la Casa (el Baitullâh, la
Casa de Allah en Meca), a todo el que pueda. En cuanto al que lo niegue y vuelva
la espalda, (que sepa) que Allah no necesita de nadie” (Corán, III, 17).
Condiciones
para la realización del Haŷŷ
Las
condiciones para poder hacer el Haŷŷ de una manera correcta
son: 1- El Islam (es decir, se debe ser musulmán). 2- La razón (se debe estar
en uso de las facultades mentales), 3- La madurez (se debe ser adulto). 3- La
libertad (el esclavo no está obligado a cumplir con ella). 4- La capacidad (es
decir, que se cuente con los medios económicos suficientes para realizar el
viaje tras haber pagado las deudas pendientes y haber dejado a la familia lo
suficiente para mantenerse; además, la capacidad incluye un buen estado de
salud y la ausencia de todo impedimento que impida realizar el viaje; la mujer
debe viajar con su esposo o con alguien de su familia con quien no tenga derecho
a casarse -mahram-, así como estar libre de las limitaciones que siguen
al divorcio o a la defunción de su esposo -preservación de la ‘idda, o
periodo en el que no puede volver a casarse aún-). No obstante, para estas
condiciones generales hay muchas precisiones y excepciones que se pueden
estudiar con detalle en los libros de Fiqh.
La Casa de Allah (Baitullâh)
El Baitullâh o Ka‘ba (la Kaaba) es un edificio de forma
cúbica que se encuentra en el centro de Meca y que es el verdadero objeto de la
Peregrinación. La existencia de ese notable edificio es lo que hace de toda la
región un háram, un lugar prohibido e inviolable, que Allah se
ha reservado. La Ka‘ba fue construida por Abraham (Sidnâ Ibrâhîm,
‘aláihi s-salâm) y su hijo Ismael (Sidnâ Ismâ‘îl, ‘aláihi s-salâm)
bajo una orden de Allah cuando en la tierra se había extendido el culto a los
ídolos. La Ka‘ba representa el rechazo a la idolatría imperante en el
mundo. Efectivamente, Abraham abandonó a su pueblo idólatra y se adentró por
el desierto de la Unidad de Allah, y en el corazón de ese vacío erigió un
edificio que simboliza la Soledad y Singularidad del Uno-Único. El Haŷŷ
es la repetición y la celebración del viaje de Abraham.
Meca y sus alrededores son, por tanto, un háram, un
espacio harâm, es decir, un lugar vedado a los dioses y donde sólo
tiene cabida la pureza. Esa intimidad es posible, en cada hombre, en el corazón,
y en el universo, en Meca.
La Piedra Negra (al-Háŷar al-Áswad)
Cuando Abraham acabó de construir la Ka‘ba pidió a su hijo que le
trajera una piedra de características especiales para empotrarla en la esquina
del edificio a partir de la cual había que empezar las circunvalaciones (Tawâf),
que simbolizan el movimiento de la existencia en torno a su eje, que es Allah.
Ismael le trajo una piedra negra, fácilmente reconocible, y Abraham la puso en
el lugar adecuado. Esa Piedra se ha convertido en uno de los Estandartes de la
Peregrinación, uno de sus signos más evidentes, y de ahí su valor para todo
musulmán. Esa Piedra señala el lugar a partir del cual todo empieza a
girar en torno a Allah, y es, por tanto, una Guía, a semejanza del Profeta.
Además, para los musulmanes, no es una piedra cualquiera: descendió del Paraíso,
es el símbolo de un estado original de paz y armonía y también del deseo por
lo puro, por lo no contaminado por la maldad ni el egoísmo. Exige ser venerada
y amada, y por ello los musulmanes la besan. El Profeta la besaba al comenzar
cada circunvalación, bien por su pureza, bien por ser la marca de la Casa de
Allah, bien por señalar hacia Allah.
Los musulmanes no adoran la Ka’ba ni la Piedra Negra, sino reconoce en
ella los valores señalados anteriormente. Ningún musulmán piensa ni por un
momento que Allah reside en esa Casa ni que la Piedra sea una especie de
dios. Al contrario, para los musulmanes tanto la Casa como la Piedra son
estandartes contra la idolatría. Es más, la Casa Prohibida (al-Báit al-Harâm),
la Casa de Allah en la que no tienen cabida los dioses ni los ídolos, es, para
los musulmanes, el primer lugar erigido con la intención de que sirviera para
reconocer y celebrar la Unidad y Unicidad del Creador del universo. Alrededor de
lo que significa esa Casa, la Ka‘ba, gira la existencia entera en
circunvalaciones que significan la sujeción de todo lo creado a la Verdad que
hace ser a las cosas.
La Peregrinación (el Haŷŷ) fue instaurado por
Abraham contra la idolatría, como ocasión para reunir a los unitarios en medio
del desierto en el que no hay dioses, sino Allah. El centro de esa Peregrinación
Mayor es la Ka‘ba, que es la Casa de Allah (Baitullâh), la Casa
Prohibida (al-Báit al-Harâm) a lo impuro.
Pilares (Arkân) y Obligaciones (Wâŷibât)
de la Peregrinación
El Haŷŷ tiene pilares a los que no se puede faltar. Es decir, si se incumple cualquiera de ellos la Peregrinación queda completamente invalidada. Junto a los pilares hay obligaciones, las cuales, si se incumplen, pueden y deben ser reparadas con el sacrifico de un animal cuya carne es repartida entre los necesitados.
Los pilares de la Peregrinación (Arkân al-Haŷŷ)
son cuatro: el Ihrâm, el Tawâf, el Sa‘y y el Wuqûf,
que analizaremos a continuación.
Las obligaciones de la Peregrinación (Wâŷibât al-Haŷŷ)
son, por ejemplo, realizar el Ihrâm en el Mîqât, descender a Muzdalifa
tras el Wuqûf en ‘Árafa, las lapidaciones, la pernoctación en Minà los días
centrales del mes lunar de dzû l-hiŷŷa (que son los días
siguientes al del Wuqûf), rasurarse la cabeza tras la primera lapidación y la
circunvalación de la despedida.
El Ihrâm
Es el primero de los pilares del Haŷŷ. En tanto
que pilar, si se incumple, la Peregrinación queda invalidada de modo
irreparable. El Ihrâm es un acto de intención, es decir,
consiste en que el corazón se proponga realizar el Haŷŷ
aceptando las renuncias que exige y el ascetismo que conlleva. El Ihrâm,
por tanto, es descontaminarse y purificar la intención para acceder a la luz
contenida en el háram, el desierto de Allah, el espacio prohibido
a los dioses, las mentiras, la maldad y al egoísmo.
El Ihram tiene Mîqât. La palabra Mîqât
quiere decir ‘momento y lugar propicios’. El momento propicio para realizar
el acto de intención con el que empezar la Peregrinación es el mes de Šawwâl
y el de Dzu l-Qa‘da (los meses lunares anteriores a Dzû l-Hiŷŷa),
o los diez primeros días de Dzû l-Hiŷŷa (el mes lunar en el
que se celebra la Peregrinación). Los lugares en los que debe realizase el acto
de intención son los que señaló el Profeta y que se en encuentran en
diferentes puntos más o menos próximos a Meca y que cada peregrino debe
respetar según su lugar de origen.
El Ihrâm es un acto de intención, pero adquiere formas
concretas para no perderse en una vaguedad. Primero, se realiza un gusl, un
lavado integral del cuerpo, al cabo del cual se expresa en palabras que no se
pronuncian con los labios el deseo de realizar la Peregrinación. Después, el
varón se coloca dos telas, preferentemente blancas, sin costuras; con una de
ellas se cubre la parte superior del cuerpo y con la otra la inferior, y se
calza sandalias que no recubran los tobillos. La mujer puede vestir como
acostumbra. A partir de ese momento al peregrino le están prohibidos el uso de
perfumes, cortarse las uñas, pelarse, cubrirse la cabeza (los varones),
mantener relaciones sexuales o cualquier acto lujurioso, cazar animales,
discutir o pelearse y todo acto que esté prohibido por el Islam. Deberá
mantenerse en este estado hasta que las exigencias de la Peregrinación le
obliguen a rasurarse o cortarse el cabello, momento en el cual concluye legítimamente
el estado de Ihrâm.
El Ihrâm iguala a todos los peregrinos y los hermana. Por
otro lado, los aparta de todo lo que no sea Allah al concentrar su atención en
el objeto de la Peregrinación. Con el Ihrâm, el peregrino se
marca a sí mismo para Allah y se consagra en exclusiva a Él. Es un
acto de radical entrega y abandono en el Uno-Único. A partir del Mîqât
en el que se realiza el Ihrâm, el peregrino debe repetir
constantemente la Talbía, que consiste en estas frases: labbáika allâhumma
labbáik, aquí estoy, oh, Allah, aquí estoy dispuesto a Ti, labbáika
lâ šarîka láka labbáik, a tu disposición, Tú que no tienes nada
que se te asemeje, a tu disposición, ínna l-hámda wa n-ní‘mata
laka wa l-mulk, a Ti toda alabanza, de Ti viene todo el bien, Tuyo es el
Dominio en todas las cosas, lâ šarîka lák, nada se te asemeja.
La repetición constante de la Talbía por las multitudes de los
peregrinos es la consigna del Islam y su significación resume la fuerza y el
alcance del Haŷŷ. La Peregrinación es pura entrega a
Allah, Único Señor del mundo, proclamada por millones de gargantas.
Definitivamente, los peregrinos, huéspedes de Allah, han dejado atrás a los
dioses y han abandonado las miserias para vivir momentos de intensa intimidad,
en medio de la humanidad desbordada que reúne la Peregrinación, en las
soledades de un desierto inmenso.
El Tawâf
Tawâf es el nombre que reciben las circunvalaciones en
torno a la Ka‘ba. Son siete vueltas alrededor de ella, empezando cada
ciclo en la esquina señalada por la Piedra Negra (al-Háŷar al-Áswad).
Nada más llegar a Meca, tras realizar las abluciones precisas, el peregrino se
dirige a la Mezquita en cuyo patio está la Ka‘ba, va a donde está la
Piedra, la saluda y comienza a andar dejando la Casa siempre a su izquierda, en
el sentido opuesto al de las agujas del reloj.
Con el Tawâf, el musulmán afirma su sujeción absoluta en
la esencia de su ser a su Creador y Señor en cada instante. Afirma así su
dependencia de quien lo ha creado y quien lo sostiene, y también manifiesta su
obediencia a Él y su deseo de Él. El Tawâf, realizado en medio
de la muchedumbre, es la imagen del universo entero girando en torno a un único
Eje, que es la Verdad que lo hace ser y lo pone en movimiento. El Tawâf,
realizado en medio de la muchedumbre de musulmanes, es la imagen de la unidad e
igualdad de la Umma, la Nación de los Musulmanes, a pesar de todas las
circunstancias.
El Tawâf es la evidencia del profundo amor de los
musulmanes hacia Allah, de su apego a Él, de su inclinación a Él. El amante
desea el encuentro con el Amado, y por eso el musulmán emprende el viaje hacia
la Casa de Allah, para hospedarse junto al Inmenso que provoca en él el deseo
vehemente que lo ha puesto en marcha, dejar todo atrás y enfrentarse al
desierto y a la soledad donde está Allah, su Señor, el Dueño de su
ser. Cuando Allah ordenó a Abraham construir la Ka‘ba, le dijo: “Limpia
mi Casa, purifícala, para los que vengan a deambular en torno a ella, para los
que vienen a establecerse en mi vecindad, para los que viene a inclinarse ante Mí,
para los que vienen a poner la frente en el suelo ante Mí”. Esos gestos
del musulmán son los signos irrefutables del amor de esta Nación a la
inmensidad de lo que intuyen acerca de Allah. El Tawâf, por
tanto, es el caminar de los amantes rondando al Amado.
El Tawâf es el movimiento del universo en torno a su Eje.
Y más allá del mundo material en el que existimos, el Tawâf es
el movimiento de los Malâika, los ángeles, en torno al Trono de Allah,
arquetipo celeste de la Ka‘ba. Los ángeles alrededor del Trono, proclamando
las alabanzas de Allah, son el modelo para lo que sucede en Meca durante el Tawâf.
Son la verdad interior sobre la que están moldeados los gestos de los
peregrinos, son su soporte, su razón interior. El Corán enseña que, en ese
universo de carácter espiritual, “puedes ver a los ángeles en torno al
Trono, declarando la grandeza de Allah”. Esto es lo que explica que el espíritu
de los peregrinos se alce durante el Tawâf, pues su ánimo
recupera la esencia sobre la que está construida su gesto.
Durante el Haŷŷ hay tres Tawâf
importantes. Uno, a la llegada a Meca, llamado Tawâf al-Qudûm.
Otro, el Tawâf de la Ifâda, que es cuando se
vuelve a Meca tras haber estado en ‘Árafa. El último Tawâf es
el de la despedida (Tawâf al-Wadâ‘), cuando el peregrino
comienza el viaje de retorno a su país de origen.
El Sa‘y
Sa‘y es el nombre que reciben las idas y venidas entre las
colinas Safâ y Marwa, en las inmediaciones de la Ka‘ba, y están
separadas entre sí por una distancia de unos cuatrocientos metros. Se trata
también de siete recorridos que empiezan en Safâ y acaban en Marwa.
Tras el Tawâf, y después de realizar un Salât de
dos Rak‘as, el peregrino va hacia Safâ y desde ahí comienza su Sa‘y,
su ir y venir. El Sa‘y recuerda al musulmán la desesperación de Haŷar,
la madre de Ismael, en el desierto, cuando no encontraba agua para calmar la sed
del recién nacido. Al cabo de sus idas y venidas, brotó ante ella una fuente,
de la que dio de beber a Ismael.
Es fácil advertir la significación interior del Sa‘y. La más
fácil es la que enseña que Allah, a pesar de las circunstancias, socorre
finalmente al que se confía a Él. La vida es, con frecuencia, angustia,
desasosiego, el ser humano va de un extremo a otro, en medio de una gran
desolación, pero al cabo de ese ir y venir de la vida, el hombre, al final,
aunque sea en la muerte, encuentra de nuevo a su Señor.
Todo
gira alrededor de Allah; ésa es la esencia. Y todo se reencuentra con Allah;
eso es el Destino. El musulmán se sabe sujeto a Allah en su propia raíz, y
hacia Él dirige todo su ser en medio de sus idas y venidas. La existencia, en
sus adentros y en su corteza, es de Allah y hacia Allah. Es así como el musulmán
complementa el Tawâf con el Sa‘y, y hace una misma cosa
de su sabiduría y de su acción.
El Wuqûf
El Wuqûf es la estancia, la detención o alto en la llanura de
‘Árafa, a varios kilómetros de Meca. Es el momento realmente cumbre de la
Peregrinación, y es uno de sus pilares fundamentales, hasta el extremo en que
el Profeta (s.a.s.) dijo. “El Haŷŷ es la estancia en ‘Árafa”.
El noveno día del mes solar de Dzûl-Hiŷŷa, al mediodía, el
peregrino debe encontrarse en la llanura de ‘Árafa, y permanecer ahí al
menos hasta que se ponga el sol. Durante ese tiempo debe consagrarse a recordar
a Allah, a mencionar su Nombre, a invocar su favor. ‘Árafa (también se dice
‘Arafât) significa (re)conocimiento. Ese conocimiento se produce en el
recogimiento. Por ello, el Wuqûf, la estancia en ‘Árafa, es lo más
grande de la Peregrinación. Ya no se trata de movimientos como en los casos del
Tawâf y el Sa‘y, sino un profundo ensimismamiento que
pone al ser humano ante Allah, en Allah, con Allah y por Allah. El Ihrâm,
el Tawâf, el Sa‘y, son esfuerzos del ser humano, pero el
Wuqûf es la detención de todo lo creado para que se manifieste Allah
mismo recompensando con su Ser al hombre que se ha orientado hacia Él. Por
ello, el Wuqûf es la cumbre del Haŷŷ, hacia lo
que el peregrino se había estado dirigiendo hasta entonces. El Wuqûf es
el éxito de la Peregrinación, la Presencia del Amado, borrando todo lo que no
es Él. El Profeta (s.a.s.) dijo:
“En ningún día como en el de ‘Árafa Allah libera a tantos hombres del
Fuego. Él se les acerca, y después presume de ellos ante los ángeles”.
La llanura de ‘Árafa es un lugar de Báraka, es decir, de
bendición, energía espiritual, fecundidad y aumento. Millones de personas se
reúnen en ese desierto un día al año (el resto del tiempo, ‘Árafa está
vacío). Es como si Allah acogiera por un instante a los musulmanes en su propia
Soledad para después desbordarlos sobre el mundo (que es lo que significa Ifâda,
la marcha nocturna, tras ponerse el sol, cuando los peregrinos regresan por
donde han venido a Meca, para la celebración de un Tawâf
multitudinario -Tawâf al-Ifâda- y el sacrificio de un
animal en señal de fiesta). Allah, tras acogerlos, los devuelve a la
existencia, llenos de sabiduría tras una poderosa experiencia en la proximidad
al Secreto Privado de su Señor. Es así como el Haŷŷ descontamina por
completo al hombre, y lo devuelve a la inocencia de sus orígenes, a su
naturaleza primordial, donde aún estaba cerca de Allah. El Profeta
(s.a.s.) dijo: “Quien cumple la Peregrinación sin haber peleado ni
insultado a nadie, vuelve al mundo como el día en que lo parió su madre”.
El Raŷm
El Raŷm es la lapidación de Satán. Tras abandonar de noche
‘Árafa, el peregrino vuelve a Meca, pero hace un alto en el camino, en el
valle de Minà, donde unos monolitos (Ŷamarât) señalan el lugar en
el que Šaytân se le apareció a Abraham con la intención de desviarlo
de su camino y reconducirlo al culto de los ídolos. Abraham le lanzó piedras,
y Šaytân desapareció en su mentira. Los musulmanes repiten el gesto de
Abraham, y apedrean el recuerdo del demonio. Tras el Tawâf al-Ifâda,
los peregrinos vuelven de Meca a Minà, que es donde sacrifican un animal para
celebrar la Fiesta Grande del Islam. Pero aún permanecen dos días más en ese
valle, y cada día vuelven a lapidar los monolitos.
El Raŷm (también llamado Ramy al-Ŷamarât) es un
acto obligatorio, si bien no es un pilar. Esto quiere decir que quien lo
incumpla puede reparar la falta si quiere que su Peregrinación tenga validez.
Por supuesto, el incumplimiento debe tener una excusa. Hasta esta precisión
tiene un sentido profundo: la perfección es inalcanzable, pero debe intentarse.
El hombre por siempre está expuesto a las debilidades de su condición humana,
y Šaytân está al acecho. Por mucho que un hombre se alce
espiritualmente, no deja de ser humano. Es algo a lo que no podemos ni debemos
renunciar. Tenemos que expulsar a Šaytân de nuestra vidas, pero no hay
forma de lograrlo completamente, pero siempre se puede reparar si existe una
intención sana. Todas las experiencias del Haŷŷ mejoran
al musulmán pero no lo endiosan, lo acercan a Allah pero no lo equiparan a Él,
el Puro. Tras la Peregrinación, volverá a la normalidad donde está expuesto a
los efectos del paso del tiempo, el olvido, la debilidad, etc. Tiene la obligación
de mantener puro su Islam, pero no debe desesperar si no puede cumplir a
rajatabla con esa obligación.
El Hady
Hady es el nombre que recibe el animal que se sacrifica el día de
la Fiesta Grande (‘Îd al-Adhà), el día que se vuelve de ‘Árafa
a Meca y de Meca se vuelve al valle de Minà. El Hady puede ser un
camello, un toro, un cordero. Se le sacrifica y se consume parte de su carne y
otra se distribuye entre los necesitados. Tiene su origen en la historia de
Abraham cuando Allah le ordenó sacrificar a su hijo y después rescató a
Ismael ordenando a Abraham que sacrificara en su lugar un cordero.
Esta
historia significa cosas grandes. Las exigencias de Allah son grandes: Él es
Inmenso y sólo lo inmenso tiene alguna correspondencia con Él. En realidad, el
hombre debe sacrificar en su orientación hacia Allah-Uno todo lo que tiene,
vaciarse de todo, desapegarse de todo, incluso matar la vida de lo que más
quiera. Pero Allah disculpa al hombre, y se satisface en mucho menos. Son
suficientes el deseo sincero y la generosidad. Y esto es motivo para una fiesta,
una Fiesta Grande.
El
sentido de comunidad que hay en la Fiesta Grande es muy importante. La
espiritualidad del musulmán no es
nunca solitaria. Comparte lo que tiene y recibe con agradecimiento lo que su
hermano le ofrezca. Es así como el Islam construye una Nación de iguales. Tras
conocer a Allah en la Peregrinación, el musulmán vuelve a su mundo celebrando
una fiesta, de la que se hace eco todo el mundo musulmán, una fiesta que es la
fiesta del Islam. El Hady, el animal que se sacrifica, es lo que el
musulmán pone de empeño en seguir rectamente el Islam, y, además, lo
comparte, integrando a la gente en su sentir.
El resumen de todo es a lo que los musulmanes llamamos Tawhîd, un profundo sentido de la Unidad, capaz de abarcarlo todo. Allah es Uno, la existencia es una y el musulmán es uno en sí y uno con sus hermanos. Quien comprende el significado de esto, quien lo vive, quien lo lleva a sus máximas conclusiones, ha comprendido el Islam en su sentido verdadero.