El mar Mediterráneo

entre Oriente y Occidente

Almut von Gladib

 

 

        En la zona de confluencia entre Oriente y Occidente se establecieron muchas relaciones que, pese a las reservas religiosas de ambas partes, llevaron a un intercambio regular a través del Mediterráneo. Tras las victorias sobre los enemigos de la fe, tanto los musulmanes como los cristianos solían volver a utilizar en sus edificios religiosos las obras de arte obtenidas en las victorias. En Marruecos se utilizaron como lámparas de las mezquitas campanas de las iglesias cristianas de la península Ibérica y, en El Cairo, el portal de una iglesia de los cruzados de Acre se incorporó a una madrasa recién construida.

 

        Estos trofeos resultan ser más bien insignificantes en comparación  con el flujo de mercancías que cruzaba el Mediterráneo. El creciente intercambio de mercancías se benefició del desarrollo de la navegación. Las ciudades navieras de Italia fundaron establecimientos comerciales en los puestos del Mediterráneo oriental y organizaron travesías mediterráneas regulares. La travesía entre Ifriqiyya (actualmente Túnez) y Sicilia se volvió habitual. Ya en el siglo XI, los primeros platos de cerámica llegaron de ese modo de los talleres de cerámica islámicos de Mallorca, Ifriqiyya y Egipto hacia Italia. Se utilizaron como piezas decorativas en las fachadas de las nuevas iglesias románicas que se estaban construyendo. Solamente en Pisa se conocen cientos de esos bacini de iglesias de los siglos XI a XIII. Mientras que éstos documentan sobre todo el comercio del Mediterráneo occidental, la carga de un barco mercante hundido en Serce Liman (Bodrum), en la costa turca, explica la actividad en el Mediterráneo oriental. Además de incontables fragmentos de vidrio, se descubrieron en el fondo del mar 80 vasos intactos de producción fatimí. Las monedas de cobre del emperador bizantino Basilio II (976-1025), que salieron a la luz junto con cuartos de dinar del califa fatimí al-Hakim (996-1021), permiten deducir que las mercancías estaban destinadas a Bizancio.

 

        Los países islámicos del Mediterráneo se beneficiaron de un gran mercado de consumo de objetos de uso cotidiano de barro y vidrio, mientras que los artículos de lujo hechos con materiales nobles como marfil y cristal de roca ya se consideraron objetos raros en su época. Tenían un prestigio fabuloso especialmente las valiosas piezas de cristal de roca de las cámaras del tesoro de los califas fatimíes. Numerosas piezas llegaron a Italia y a las cámaras del tesoro de las iglesias europeas, donde los orfebres locales las aderezaban con valiosos engarces para uso religiosos. Éstas fueron apreciadas como accesorios litúrgicos y como relicarios en la cultura cristiana. En el caso de una jarra de cristal de roca fatimí del tesoro de Saint-Denis se puede casi reconstruir su camino por el Mediterráneo: desde la corte del califa del El Cairo, probablemente llegó, a través del comercio árabe, al rey normando Roger II de Sicilia (1130-1154). Éste regaló al conde Thibaut de Blois-Champagne, quien, a su vez, la restituyó al tesoro de Saint-Denis.

 

        Sicilia fue la principal base comercial del Mediterráneo. En el siglo X, durante la supremacía de los fatimíes, la isla se unió al mundo comercial del Mediterráneo e incluso, tras la conquista por los normandos, la población musulmana continuó siendo relevante en muchas ramas de la economía. La capital, Palermo, fue un baluarte del Islam con sus más de 300 mezquitas, y los progresos de los arquitectos musulmanes favorecieron los proyectos de construcción de los reyes normandos. Quedaron desde entonces en manos musulmanas, especialmente las fábricas de tejidos. El lujoso manto ceremonial de Roger II llevaba una inscripción árabe según la cual se había confeccionado en el taller de la corte de Palermo, evidentemente por maestros musulmanes. El motivo de un león representado junto a un camello fue correctamente entendido como símbolo de la conquista cristiana, que causó en el siglo XIII el éxodo de los musulmanes.

 

        En el curso de las cruzadas se introdujeron, especialmente en el Mediterráneo oriental, algunos artículos europeos, por ejemplo, accesorios de uso litúrgico que llevaban consigo los cruzados. Un tesoro descubierto en la iglesia principal de Rusafa de la ciudad del norte de Siria contenía además de un pebetero oriental para incienso, una patena de plata procedente de Europa occidental y una copa de plata con el blasón del cruzado Raúl I de Couzy de Picardía, que había llegado a Siria en la tercera cruzada. Según la inscripción colocada posteriormente, el cáliz fue donado a la iglesia de una fortaleza del Éufrates, mientras que la patena fue entregada directamente por un habitante de Edesa, ciudad de los cruzados, al tesoro de la iglesia de Rusafa. Unas palmatorias encontradas en Belén, que muestran una técnica de esmalte policromado desconocida en Oriente, provienen del sur de Francia. Con todo, los cruzados establecieron durante sus casi 200 años de soberanía en el Reino de Jerusalén sus propios talleres, en los que, con la ayuda de los artesanos locales, desarrollaron un estilo artístico propio.

 

        En las fuentes literarias medievales de mencionan los regalos que durante esa época fueron intercambiados entre los príncipes de Oriente y Occidente. Las relaciones con el extranjero a pesar de las tensiones habituales, se mantenían mediante valiosos regalos que indicaban una riqueza inmensurable y garantizaban una acogida amistosa a los embajadores. La crónica real de Colonia cita como referencia a una delegación de Jerusalén que, por encargo del rey leproso Balduino IV (1174-1185), llegó con numerosos regalos para el emperador Federico Barbarroja para informarle sobre la gravedad de la situación en Tierra Santa. Federico Barbarroja, que se ahogó durante la tercera cruzada en el año 1190 en las inundaciones de Salef (Göksu), recibió también regalos de Saladino. Saladino envió de nuevo a Enrique de Champagne, quien fue rey del Reino de Jerusalén en el año 1192, una capa honorífica con turbante para que apoyase las costumbres orientales. Federico II, el nieto de Barbarroja, se ganó la simpatía de la corte ayubí de El Cairo con muchos caballos de pura raza, uno de los cuales provenía de su propio establo y llevaba una silla de oro cubierta de piedras preciosas. Su adversario, el sultán al-Kamil, correspondió con objetos de todas las partes del país, que -al menos para los musulmanes- debían de valer más del doble. Entre estos objetos, había una silla de oro y piedras preciosas, un laúd indio y un árbol de plata con pajarillos que trinaban al mover las hojas. Luis IX el Santo, rey de Francia y regente de Acre de 1250 a 1254, también recibió de sus adversarios de levante numerosos objetos de gran valor: figuras de animales de cristal de roca, manzanas de ámbar, y un juego de ajedrez con figuras de cristal de roca que estaban perfumadas con ámbar sujetado por un hilo de oro.

 

        Una lujosa obra con incrustaciones procedente de Siria, conocida como la pila bautismal de Luis el Santo, que pertenecía al inventario de la cámara del tesoro de la Santa Capilla del castillo de Vincennes, fundada en el siglo XIV, no llevaba la acostumbrada inscripción honorífica árabe, por lo que es discutible su destino para un príncipe cruzado. La suntuosa pila de latón con incrustaciones de oro y plata nuestra repetidamente el blasón del lirio de tres hojas, el símbolo por el que generalmente se conocía a los cruzados en oriente. Las escenas del trono representadas en la pila, así como las reproducciones de caza, lucha y procesiones de la corte reflejan la cultura caballeresca, que marcó de igual modo a Oriente y Occidente.

 

        Durante el siglo XIV, el comercio en el Mediterráneo consiguió un nuevo impulso cuando se reanudó el comercio interior de los países islámicos y se fabricaron más y más artículos de calidad para la exportación. En primer lugar, sobre todo tuvo éxito en Europa el cristal sirio con pintura de oro esmaltada, que frecuentemente se incluía en el equipaje de los cruzados que regresaban y que ellos donaban a las iglesias. Mientras tanto, el cristal sirio fue imitado con buen resultado en Murano (Venecia); desde entonces, los brillantes trabajos de metal de Damasco hallaron su camino a través del Mediterráneo. En los mercados orientales, además de las mercancías para la exportación, se compraban también los arneses representativos, a cuyo efecto las cabezas de latón recamadas con pieles se consideraban en Italia como ejemplo del lujo. Las sustancias aromáticas y las especias fueron, por lo demás, pintadas prodigiosamente en los recipientes de cerámica distribuidos en Damasco. Los interesantes recipientes que se descubrieron en Trapani y otros lugares de Sicilia fueron valorados y custodiados en el lugar de destino no solo como meros objetos, sino también como testimonios artísticos. Además de recipientes abombados, se utilizaron recipientes cilíndricos, que en los tratados comerciales y en los inventarios de los siglos XIV y XV se designaban como "albarelli" y que los alfareros locales se propusieron imitar. Por el contrario, los "dorados" objetos policromados de la Málaga islámica fueron fabricados como cerámica de exportación. Siendo una mercancía muy apreciada por la mayoría, no sólo no tuvieron competencia en los países del Mediterráneo oriental, sino tampoco en muchos mercados de Europa, como en los Países Bajos, Inglaterra o Italia.

 

        Los comerciantes italianos, sin embargo, reconocieron sobre todo el valor de las exportaciones de alfombras orientales. En los tesoros de las iglesias y palacios han sobrevivido durante siglos exquisitas alfombras de lana, a la vez que el alcance de las importaciones se reflejaba en las numerosas pinturas de los maestros de los siglos XV y XVI, en las que aparecen como valiosos requisitos y símbolos de la trayectoria universal.