LA EXISTENCIA DE ALLAH

 

         Diles: ‘Mirad lo que hay en los cielos y la tierra’...” (Corán, X-101); “Diles: ‘Recorred la tierra y mirad cómo empezó la creación’...” (Corán, XXIX-29). El imperativo del verbo mirar (zara-yánzur) es frecuente en el Corán. Constantemente, Allah ordena al ser humano mirar, observar, fijarse en cuanto le rodea. Esa mirada escrutadora (zar) es una exigencia del Islam.

 

         Los musulmanes han respondido a esa orden y han mirado al universo, y en él han descubierto la Verdad (al-Haqq). La Verdad es lo que forja la existencia, su materia prima, su sustancia: “Él es el que ha creado los cielos y la tierra con la Verdad” (Corán, VI-73).  Cuando se emplea a fondo la mirada que el Islam manda dirigir a la existencia, una mirada penetrante capaz de recoger lo esencial, la mentira se desvanece y emerge en su lugar lo que realmente hace consistentes a las cosas, lo que las hace rotundas, y eso es la Verdad y su presencia vertebradora: “Ése es Allah, vuestro Señor, la Verdad” (Corán, X-32).

 

         El Taqlîd consiste en la imitación ciega, el seguimiento de una opinión sin someterla a ninguna crítica. Por el contrario, el Tahqîq consiste en la comprobación. Cuando el Corán nos ordena que miremos, nos está guiando a realizar la comprobación. El Taqlîd sólo es lícito en lo que no puede averiguarse de ningún modo, y es entonces confianza. Pero conocer a Allah exige Tahqîq.

 

         Los musulmanes descubren a Allah en lo que les dice de Él el mundo que pueden ver. Han observado la creación (jalq) y han llegado a la conclusión lógica y sensata de que necesita un Creador (Jâliq). Puesto que existe el mundo, es necesario que tenga un Creador. Todo lo que tiene inicio sugiere la idea de alguien (no de algo, porque lo neutro no puede hacer nada) que está en sus comienzos. Así es todo en el mundo. Por ello, los musulmanes dicen que Allah existe (Allâh Mawÿûd). Allah es objetivo, real, y lo es necesariamente (su existencia, su Wuÿûd, es Wâÿib, obligatorio). Decimos de Allah que es Wâÿib al-Wuÿûd, el de obligatoria existencia).

 

Nuestra inteligencia nos impone afirmar que Allah existe. Allah no es una idea, no es un concepto vago, no es algo neutro, sino verdadero y eficaz porque nada de lo que vemos surge del vacío. Allah no es un recurso para salir de un atolladero lógico, sino que Él es inevitable. El ejercicio de la razón nos lleva a la Realidad Absoluta sobre la que se sostiene nuestro mundo. Allah, en tanto que Origen de todo, existe por Sí Mismo, no ha podido ser originado por nada, y esto lo caracteriza de un modo especial de grandes consecuencias para los musulmanes.

 

         Por el contrario, el universo, puesto que ha surgido en un momento dado, como resultado de una Voluntad exterior, era una posibilidad. Todo lo que hay en el universo sigue siendo ‘posibilidades’. Nada de lo que contiene la creación existe por sí mismo. A esa forma de existir la llaman los musulmanes Wuÿûd Múmkin, Existencia Posible.

 

         De ello se deduce algo sencillo pero radical. La mirada escrutadora de los musulmanes, el zar, los ha conducido a la conclusión de que la Existencia de Allah (el Wuÿûd Wâÿib, la Existencia Obligada por Sí Misma) es más real que la existencia precaria de los seres creados (el Wuÿûd Múmkin, la existencia meramente posible). Él es el Wâÿib al-Wuÿûd, el de existencia obligatoria. Es así como el musulmán descubre detrás de todas las criaturas y de todos los fenómenos la Presencia Irrefutable de la Verdad que las forja. De Ella sabe que es una Realidad Firme, sostenida en sí misma, inmutable, anterior a todo, inabarcable, inexpresable, porque escapa a todas las condiciones y límites que definen lo creado y que son nuestros únicos criterios. El musulmán se ha asomado así al Uno-Único, a su Señor, a la raíz de su ser.

 

         Todo ha surgido del Querer de Allah, todo depende de esa Voluntad que hace real al posible. Además del Wuÿûd Wâÿib, la Existencia Necesaria, a Allah lo califica su Rubûbía, su calidad de Señor. Todo lo que el musulmán puede ver, todo lo que registra en su mirada, es algo que es una respuesta a lo que Allah ha decidido. No hemos decidido vivir, pero vivimos acatando una orden que proviene de lo recóndito, del Wuÿûd Wâÿib. No existimos por nosotros mismos, si no porque Allah quiere. Dependemos de Él, en todo instante, así, pues, nuestra naturaleza es la ‘Ubûdía, la sujeción a Él. Esa es nuestra verdad en el seno de la Verdad. Musulmán es el que lo reconoce y se rinde conscientemente a lo real.

 

         La existencia de Allah es necesaria, sostenida sobre sí misma, absolutamente independiente. La nuestra es una simple posibilidad. Él decide cada uno de nuestros instantes, a Él le pertenece el Imperio (la Rubûbía, el Señorío), mientras que nuestra sustancia es la ‘Ubûdía, la dependencia, la necesidad que tenemos de Él.

 

         Allah dice en el Corán: “Les mostraré mis signos en los horizontes y en sí mismos” (XLI-53). Hemos hablado de los signos que hay en los horizontes, pero resulta que en nuestros adentros también hay signos (âyât) que nos hablan de Allah. El mayor de esos signos es nuestra incapacidad para imaginarnos realmente a Allah. Lo intuimos, pero no podemos abarcarlo. Allah es Insondable. A ese carácter misterioso de la Verdad, a esa profundidad abismal de la Verdad constituyente, es lo que se designa como Ulûhía (o Ilâhía). Es lo que nos hace llamar a Allah Ilâh. Y aquí es donde comienza el Islam, con la proclamación de lâ ilâha illâ llâh, no hay más ilâh que Allah. Esas cualidades de Existencia Necesaria, Señorío Absoluto e Impenetrabilidad que invitan a la adoración son exclusivas de Allah. Todo lo demás es ‘criaturas’, todas situadas en el mismo plano de simples posibilidades que han sido respaldadas por la Verdad.

 

         Pero aún hay otro signo, otra aya, en el seno del ser humano. Los conocimientos que hemos mencionado los tiene él. El hombre se ha propuesto a su Creador y lo ha reconocido. Todas las criaturas viven inmersas en el Querer de Allah, pero únicamente el ser humano es capaz de hacer de Allah un anhelo. Es al ser humano al que Allah ha ordenado mirar, y conforme esa mirada lo sume en la Inmensidad de la Verdad, su espíritu se agiganta. ¿Cuáles son sus límites? A esto responde el Islam invitándonos a reconocer las cumbres de lo humano: Muhámmadun rasûlullâh, Muhammad es el Mensajero de Allah...