El Mawlid
es una fiesta eminentemente popular y, sobre todo, sufí. Hay quienes objetan
que se trata de una celebración poco conveniente, que no pertenece a la Tradición
musulmana. Los más extremistas consideran que es una bid‘a, una innovación
carente de fundamento y por tanto
censurable. Y también hay quienes exageran considerando que se trata de una
fiesta en la que se rinde culto al Profeta, y por tanto sería claramente anti
islámica. Una vez hechas estas observaciones, pasemos a hablar de lo que nos
interesa: la significación del Profeta en el Islam y lo que es en realidad el Mawlid.
Si repasamos la
biografía de Sidnâ Muhammad (sallà llâhu ‘aláihi wa sállam)
observaremos fácilmente una característica que la diferencia notablemente de
los relatos sobre las vicisitudes de otros profetas: su historicidad.
Efectivamente, el Profeta del Islam nos es presentado como personaje histórico,
con fuentes fidedignas para el conocimiento detallado de su vida. Son pocos los
elementos fabulosos que rechazaría un historiador ‘positivista’ (la
Apertura del Pecho, la Revelación, el Viaje Nocturno, y poco más). Todo lo demás
es creíble para cualquiera, y más si tenemos en cuenta el rigor en la trasmisión
de esas noticias.
La biografía del
Profeta del Islam -Sidnâ Muhammad (s.a.s.)- resulta chocante a los creyentes de
otras confesiones. Es ‘demasiado humano’. Efectivamente, nada tiene que ver
lo que los musulmanes saben acerca de Muhammad (s.a.s.) con las estrafalarias
historias de Jesús o de Buda. La vida de Muhammad (s.a.s.) es menos
‘espiritual’, entendiendo por ‘espiritual’ el surrealismo propio de las
religiones al uso.
Quizás porque la época
del Profeta es próxima a nuestros días, la información sobre su vida es
abundantísima: el ‘realismo’ de los árabes (pueblo sin imaginación y poco
dado a las fabulaciones, según algunos clásicos del arabismo) ha permitido que
se nos trasmitiera su biografía de un modo que lo sitúa en coordenadas que nos
resultan reconocibles y aceptables. Leer su biografía con equidad nos lleva a
reconocer a un genio, a un personaje de ‘su tiempo’ que supo hacer uso de su
realidad para construir una nación. Sin embargo, en todo ello, sin necesidad de
mitologías, los musulmanes leen muchísimas más cosas que pasan desapercibidas
a los occidentales.
El hecho de que los
profetas anteriores sean indocumentables por la historia moderna nos puede
permitir comprender mejor su valor como arquetipos de realidades espirituales
profundas. Los sufíes han sido expertos en descubrir la significación mística
de cada profeta anterior a Muhammad (s.a.s.), gracias a que lo histórico no
estorba a la hora de enfocar a esos personajes. Pero si Sidnâ Muhammad (s.a.s.)
es arquetipo de algo, lo es del Ser Humano... Con él no caben disgresiones que
lo aparten de su verdadera realidad, su condición de hombre. Por ello, los sufíes
ven en él el prototipo del al-Insân al-Kâmil,
el Ser Humano Pleno. ¿Qué quiere decir esto?
Los musulmanes
subrayamos constantemente la condición humana de Sidnâ Muhammad (s.a.s.). Ningún
musulmán se permite la más mínima ligereza al respecto: Muhammad (s.a.s.) fue
un ser humano, y nada más. El Corán insiste en ello, y describe al Profeta
como hombre que comía y bebía lo que comen y beben los hombres, y se paseaba
por los mercados como el resto de los mortales. También la Sunna (la Enseñanza
personal del Profeta) no deja lugar a dudas: Muhammad (s.a.s.) jamás pretendió
ser otra cosa que un ser humano. Muhammad (s.a.s.) fue ‘ábdullâhi
wa rasûluh, un esclavo de Allah y su
Mensajero... Él se realizó en la sujeción a Allah, reconociendo su
dependencia absoluta de la Verdad que lo creó.
Esta es la base a la
que no renuncia ningún musulmán. Pero resulta que es la base para algo
prodigioso. Es la base para saber lo que es un ser humano. Gracias a Muhammad
(s.a.s.) podemos reflexionar sobre la nobleza y grandeza de la condición
humana. Muhammad (s.a.s.) se trasforma entonces ante nosotros en una luz
extraordinaria que ilumina el más grande de los secretos. Y así lo expresan
los sufíes cuando hablan de la Luz de Muhammad (s.a.s.), el Nûr
Muhammad, cuyo surgimiento se celebra en el Máwlid.
El Ser Humano es el
califa, la criatura soberana, la que hace historia. El ser humano es la criatura
que ‘contiene’ a Allah (Allah ha dicho: “No me abarcan ni los cielos ni la
tierra, pero sí me contiene quien se abre a Mí”), por tanto, las honduras
del Ser Humano son infinitas. Sidnâ Muhammad (s.a.s.), siendo un hombre normal,
es el signo de esa inmensidad humana. Por su ‘normalidad’ es válido como
modelo. Al resaltar su condición humana, lo hacemos preeminente ante nosotros,
lo convertimos en nuestro ‘señor’ (sayyid),
en nuestro guía, y él mismo fue consciente de ello cuando dijo: “Soy el señor
de los descendientes de Adán, y no es vanagloria”.
Muhammad (s.a.s.) es,
por tanto, un secreto infinito, su alcance es desmesurado, su naturaleza es un
misterio, porque es capaz de albergar lo que no tiene ni principio ni final. Se
trata de una joya de valor incalculable, de un esencia absoluta (al-Haqîqa
al-Muhammadía, la Esencia
Muhammadiana). Podemos, por tanto, hablar de Muhammad usando términos
aparentemente exagerados y que sin embargo no alcanzan a describir esa realidad
califal. El poeta sufí dijo: “No
pronuncies lo que los cristianos han dicho de Jesús; por lo demás, puedes
decir sobre Muhammad lo que quieras que nunca exagerarás”. Es decir,
recuerda siempre su condición humana, y con ello vuela intentando descubrir las
inmensidades que hay recogidas en esa magnífica naturaleza creada por Allah.
Sidnâ Muhammad
(s.a.s.) es el ‘arquetipo’ de todas esas cosas, pero aún hay mucho más. El
Islam declara la Unidad y Unicidad de Allah, y la acompaña de la mención del
nombre de Muhammad (s.a.s.): lâ ilâha
illâh Muhámmadun rasûlullâh, No
hay más Verdad que Allah y Muhammad es el Mensajero de Allah... Quien
pronuncie de corazón esa doble frase pasa a ser considerado musulmán. No es
suficiente proclamar la Unidad del Señor de los Mundos, hay que sumarle la
condición de mensajero de Muhammad (s.a.s.). Muhammad (s.a.s.) fue el Profeta,
el Mensajero de Allah, el que nos lo dio a conocer, el que exteriorizó esa
infinitud que albergaba en su interior. Y ello no es cualquier cosa. La Revelación
no es un hecho anecdótico. No consiste en que Allah le contara unas cosas a
Muhammad -en mediación de Yibrîl- y él nos las trasmitiera. El Profeta no era
un periodista. El Profeta es un hecho telúrico, es un seísmo, una inversión de
todo. El Profeta es una Verdad en sí mismo.
Los sufíes, y los
musulmanes en general (salvo aquellos para los que, sin ellos mismo darse
cuenta, el Profeta es poco más que un simple periodista), han apreciado la
radicalidad que hay en las afirmaciones anteriores. Los sufíes han sabido que,
lo mismo que para conocer a Allah hay que derribar antes a todos los ídolos,
para conocer lo que significa Muhammad hay que retirar muchos velos. Y han
sabido que para intimar con él y con su secreto hay que enamorarse de él
(s.a.s.).
El
amor apasionado por Profeta no es fanatismo: es el método que hay que seguir
para alcanzar su corazón y descubrir ahí las inmensidades que alberga el ser
humano en lo más íntimo de sí. Los musulmanes, y especialmente los sufíes,
buscan una relación real con el Profeta que los asome a esos espacios infinitos
donde está la esencia del ser humano. Y el Máwlid,
la fiesta que tendrá lugar pronto, es una ocasión para indagar en los
sentimientos que aún es capaz de desatar el Profeta, sumergiendo al que lo ama
en su luz. Y también la visita a su Tumba en Medina es una forma de acercarse físicamente
a quien no desligó la grandeza de la condición humana...
allâhumma
sálli ‘alà sayyidinâ Muhámmadin
¡Allahumma!
Bendice a nuestro señor Muhammad,
il-fâtihi
limâ úgliqa
quien
abrió lo que estaba cerrado,
wa
l-jâtimi limâ sábaqa
selló
lo que había antes,
nâsiri
l-háqqi bil-haqqi
auxilió
la Verdad con la Verdad
wa
l-hâdî ilà sirâtika l-mustaqîm
y
es guía por tu sendero recto
wa
‘alà âlihi
-así
como a los suyos-
háqqa qádrihi wa miqdârihi l-‘azîm
con
una bendición conforme a la medida de su valor inmenso.