Palestina
1948-2002: Guerra colonial
Charles-André Udry
Traducción de Ruben Navarro
Destruir una sociedad. Ningún otro término
sería más adecuado para describir lo que el gobierno de Ariel Sharon, el ejército
israelí y sus generales están haciendo en los Territorios palestinos ocupados.
A propósito del campo de Yenín, el
Financial Times escribe: “El campo en el que se concentran unos 15 000
habitantes estuvo bajo el fuego, desde el lunes (8 de abril), de helicópteros
lanza misiles. El diario Haaretz cita a militares israelíes que emiten reservas
ante la amplitud de las destrucciones en dicho campo. ‘Cuando el mundo vea las
imágenes de lo que hemos hecho aquí, nuestra propia imagen se verá seriamente
afectada’, dice una de las fuentes citadas. La Sociedad Palestina por la
Defensa de los Derechos de la persona Humana (LAW) transcribía las
declaraciones de testigos presentes en Yenín. Estos afirmaban que las Fuerzas
(armadas) israelíes, con tanques, vehículos blindados para transporte de
tropas, con bulldozers, y apoyados por siete helicópteros Apache, habían
tirado 250 misiles y obuses de tanque sobre este campo que tiene una superficie
de 1 Km2, en 24 horas.” (10 de abril de 2002)
El Times de Londres titula: “Una
procesión de lisiados deja Nablús la muerta” (9 de abril). Stephen Farrel
relata: “las puertas de la mezquita [al-Baiq] crujen y una corriente de aire fétido
y húmedo se escapa del recinto que, desde hace cinco días, ha servido de
morgue y de hospital de campaña... Ocupada con una botella de suero casi vacía,
Zarah al-Wawe trabajaba sin electricidad, sin reservas de sangre, sin
ambulancias [cuyo desplazamiento está prohibido], reclamando ayuda con su
celular, hasta que las pilas se agoten, y gritando: ‘Los estamos perdiendo,
los estamos perdiendo.’ Su compañero Muhaned le explica a Stephen Farrel:
“Ayer teníamos a quince heridos. Hubiéramos podido salvar a la mitad. Los
tuvimos que enterrar sin sus familias.”
Suzanne Goldenberg, en el The
Guardian, termina así su crónica sobre la ocupación y la devastación de Nablús,
esta ciudad “que cuenta con una orgullosa historia de resistencia activa:
Ayer, en cuanto cayó la noche, el ejército israelí continuó su campaña para
ablandar [en el sentido del verbo utilizado por el carnicero o por el
torturador] la ciudadela antes de la caída final [dada la resistencia] y
varias explosiones tronantes rasgaron las tinieblas. ‘No, todavía no han
terminado; ellos [los militares israelíes] dicen que van a destruir toda la
zona y, usted sabe, esas casas son tan viejas y están tan pegadas unas a otras
que cuando usted derriba una sola de ellas está destruyendo todo el
conjunto’, nos indicaba un médico voluntario palestino en la mezquita.”
Retórica colonial ...
Quienquiera que haya leído los
relatos de los militares o de los historiadores de la colonización encuentra,
hoy, la repetición mecánica de los «actores » militares y políticos de una
historia que tartamudea. Cuando Simón Peres, habla el 9 de abril de “una
masacre” al referirse al campo de refugiados de Yenín toma, cobardemente,
distancia. El conoce, efectivamente, la amplitud de los crímenes
cometidos y sabe que pronto saldrán a luz. Pero con esta indulgencia
-propia de los cobardes cuya dignidad se reduce al precepto de “evitar lo
peor”- toma distancia de Sharon para ... quedarse en el gobierno.
En cuanto a Sharon, es como si escucháramos
a los generales-políticos franceses, ingleses o norteamericanos que han
dirigido las guerras coloniales e imperialistas. Siempre han invocado la
necesidad de una “zona de seguridad” que debe establecerse antes de
“encontrar una solución”. Y, por supuesto, la “solución” sólo aparece
una vez que “el buen interlocutor” –“el que representa realmente los
intereses de toda la sociedad” y “no los terroristas que la manipulan”- ha
podido ser liberado de los “extremistas” y que puede “negociar
libremente”. Entiéndase bien: que ese “gran realista” acepte lo que las
fuerzas de ocupación le proponen.
Bien sabemos que la historia no enseña
nada por sí sola. Y con la misma ingenuidad –acompañada de la ignorancia que
sirve de prima en la carrera- muchos periodistas adoptan la estructura de la
argumentación sionista Los más reticentes se encuentran en los medios de
prensa escritos israelíes, entre otros en Haaretz. Para ellos el oficio
consiste en buscar, escuchar, interpretar.
Como telón de fondo de los discursos
de Sharon, de su gobierno de unidad nacional y de sus obras criminales aparece
anclada una visión constitutiva del proyecto sionista en forma de díptico.
En primer lugar, la “guerra de
independencia” no se ha terminado. Dicho de otro modo, la guerra de 1948 sólo
conoció una interrupción. Sharon lo proclamó al ser investido. Toda la
historia del Estado sionista lleva la impronta de la guerra y ha sido siempre
una guerra “buscada por los otros”. Y, cada vez, el combate apunta,
pretendidamente, a la defensa, a la paz y a la seguridad de Israel. La saga
colonial europea del siglo XIX tenía los mismos títulos en sus capítulos
y el mismo desarrollo (fisio)lógico.
En segundo lugar, para obtener la paz
y la seguridad, es necesario sacarse de encima a los que las ponen en peligro y
“obligarlos a irse” o eliminar a aquellos y a aquellas que “fomentan el
terrorismo y la guerra.”
El general Sharon que invadió el Líbano
en 1982 –antes de convertirse en granjero y dedicarse a la cría de ovejas-
continúa hoy su guerra. En ese momento el objetivo proclamado era el de crear
una “zona de seguridad” en el sur del Líbano, apoyado por una milicia de
colaboradores corruptos para “luchar contra las incursiones terroristas”. El
final es conocido. Y cuando Sharon, con la arrogancia del “justo”, afirma
que pone un helicóptero a disposición de Yasser Arafat, sólo que con pasaje
de ida, no hace, en realidad, más que lo que el Estado sionista hizo en 1948 y
en 1967: imponer el éxodo a la población. El término éxodo tendría que
tener, para aquellas y aquellos que escuchan en la prensa a este dirigente en
tiempos de guerra, un sentido bien preciso: el hombre hace lo que dice. No es
necesario esperar 20 años para que un especialista lo confirme.
..
y sionismo colonizador
Tratemos de descifrar la situación
actual. Desde 1994, bajo el gobierno de Yitzhak Rabin (asesinado por un
extremista en 1995), la colonización de Cisjordania continúa y se amplifica.
Paralelamente tienen lugar las discusiones sobre “el proceso de paz”, que
debía ser antes que nada un proceso ... que nunca llegaría a la paz. Pues la
paz derrumbaría un pilar importante de la “visión sionista” dominante en
el establishment israelí.
Desde entonces, el resultado era
previsible. En el seno del pueblo palestino un sentimiento fue surgiendo y
cobrando amplitud. Mientras los “negociadores” de la paz multiplicaban los
discursos apaciguadores, la vida cotidiana no cambiaba en nada. Peor aún, se
degradaba. Pues la colonización no significa solamente instalación de
“colonias judías” –lo que representa un apoyo y que sirven de recurso político
así como de instrumento de legitimación de todas las operaciones militares-
sino también la presencia de los puestos de control militares, las rutas
cortadas, el control permanente ...
En una palabra: la política de
colonización –que ha estado siempre en el centro de las decisiones concretas
adoptadas por los diferentes gobiernos, de Rabin a Peres, pasando por Netanyahu,
y luego Barak – provocaba la implosión del llamado proceso de paz,
transformado en una vasta operación de marketing, como lo recuerda con fino
olfato un negociador norteamericano1.
Esta política deliberada preparó el
terreno a una nueva ola de resistencia más activa del pueblo palestino; una
resistencia necesaria para la afirmación de su existencia, de su dignidad, de
su vida. Una resistencia para la independencia; esa voluntad indefectible que
Sharon y los suyos quieren doblegar. Ellos que, sin embargo, deberían saber lo
que esto ha significado en el curso de la historia del pueblo judío, bajo
formas que estaban, a menudo, bastante alejadas del sionismo. Pero eso no lo
pueden reconocer, no sólo como consecuencia de la ruptura cultural con la
historia de la diáspora, de los intereses arraigados en la propia constitución
de un Estado teocrático-“democrático”, sino también en razón del
riesgo de llegar de manera infalible a la interrogante planteada, el 4 de abril,
por el alcalde de Haifa en el diario tradicionalista Yediot Achronot: ¿Cómo
juzgar, a la luz del presente, el movimiento sionista?
Reproducir los refugiados
Es útil recordar el año 1982.
Sin embargo la diferencia con 1982 es elocuente. En los últimos meses las
fuerzas armadas israelíes han expuesto sus intenciones: aniquilar las
infraestructuras materiales y los “recursos humanos” de los Territorios
palestinos ocupados. La lista puede establecerse con una facilidad atroz:
asesinatos extrajudiciales de militantes de todas las corrientes políticas
–son muchas- existentes en el seno de la población palestina; liquidación o
estrangulamiento de las ONG; destrucción de los centros hospitalarios (como el
de Ramala); conversión en ruinas del Centro de Estadísticas de la Autoridad
Palestina y del Ministerio de Educación así como del Centro Cultural
Palestino; supresión de todos los archivos sobre los exámenes del bachillerato
y de la universidad e incluso de los archivos administrativos de ciudades como
Ramala o Nablús. Hoy todos los reportajes llegan a la conclusión de que han
habido verdaderas masacres acompañadas de la selección de los hombres cuyas
edades estaban comprendidas entre 15 y 45 años ... siguiendo el modelo aplicado
por las fuerzas serbias en Bosnia. (tal como lo señala, a pesar de sus
innegables insuficiencias, el informe holandés publicado el 10 de abril)
Sin embargo esa constatación sigue siendo
superficial –siempre y cuando el término sea el adecuado- si no la integramos
en un marco más amplio Lo que se puso en marcha en 1998 –y que conoció una
aceleración vertiginosa- no es otra cosa que la aniquilación de las
posibilidades de funcionamiento de una sociedad en esa porción de territorio
–llamados “territorios ocupados”- que representan el 22 % de la Palestina
histórica.