La realidad palestina vista por un cooperante

Xavier Martí

(Cooperante de Paz y Tercer Mundo en Palestina)

 

 

        Hago descansar mis dedos doloridos, hartos de teclear mensajes de tranquilidad a mi familia y amigos que, en Barcelona, ven con estupor cómo arden las tierras de Palestina. Dirijo mi mirada hacia la ventana. Detrás de ella se despeña el valle de Cedrón, que arrastra con él un caos de maltrechas viviendas palestinas. Es Silwan, donde la tradición judía dice que se asentaron las tribus de David. Hoy es un barrio árabe de Jerusalén Este, la parte de la ciudad ocupada por Israel en la guerra de 1967.

 

Como otras tantas veces se acaba de ir la luz. Sólo unas pocas permanecen encendidas, vigilantes y desafiantes. Son los colonos. Unas decenas de familias religiosas judías se han asentado en el barrio, apoyadas por el Ayuntamiento (judío) de Jerusalén. Sobre estas viviendas ocupadas, un policía fuertemente armado vigila en su garita que nadie perturbe la "tranquila" vida de esas familias. La orden es clara: cualquier árabe es un terrorista en potencia; si un miembro de la familia ha de ir a comprar pan a la tienda de al lado, ha de ir escoltado por dos policías; está terminantemente prohibido salir a la calle hasta que un coche de los cuerpos de seguridad no haya venido a buscarle. Pero, como reza el lema, "Jerusalén es la capital eterna e indivisible de Israel". Marwan, mi vecino, saboreando tabaco de miel en su narguile, parece querer decirme con su mirada tranquila y solemne, que, pese a la ocupación y judeización de la ciudad, son los niños palestinos los que juegan libremente en la calle. Y deja escapar una leve sonrisa cuando éstos juegan a tirar petardos, que ponen en situación de alerta al colono: ¿habrá llegado ya la Intifada a Jerusalén?, se preguntará tenso el policía.

 

El cielo se rompe con un fuerte estruendo. Son los aviones de guerra F-16 que inician su rutina sobre Belén: dos o tres pasadas y vuelta a la base. Esta vez no se ha escuchado el bombazo. Debe ser que hoy la orden era sólo recordar a los palestinos quién manda aquí. Ha llegado el momento de los helicópteros de combate Apache que, con un ruido monótono, cruzan el valle en dirección sur. Belén de nuevo. Esta vez el helicóptero se ha detenido encima de los cuarteles de Naciones Unidas. Desde allí hay una vista preciosa de la región: Beit Sahour y el campo de los pastores, mi antigua casa (Beit Jala) y la elegante ciudad de Belén, con la iglesia de la Natividad de Jesús al fondo. Una montaña me impide observar ese paisaje desde mi ventana de Silwan. Pero el viento que sopla me trae las noticias que esperaba: el ruido de ametralladoras pesadas y las bengalas rojas que caen del cielo indican que ha empezado el ataque.

 

Llamo a Adeeb, amigo y compañero de trabajo en la organización Paz y Tercer Mundo que vive en Beit Jala. Me dice que se han bajado al piso de abajo porque los disparos se oyen muy cerca y los pequeños ya han empezado a llorar. Desde hace cinco días están sometidos a toque de queda y apenas pueden salir unas horas al día para comprar algo de pan. Le pregunto si están surtidos de víveres. Lo están pero no saben hasta cuando van a poder resistir así si la cosa se prolonga. Le pregunto por el resto de amigos y todos están bien, enganchados al televisor y viendo con rabia y dolor cómo están destrozando Belén. Me comenta que el doctor Mohammed, con quien habíamos tenido contactos durante la realización de un proyecto anterior, fue abatido ayer por los soldados israelíes después de haber obtenido el permiso del oficial de turno para atender un herido que se desangraba en su casa. Uno de esos muertos por una bala disparada indiscriminadamente (traducido en la retórica israelí como "fuego cruzado"). Mientras conversamos por teléfono puedo ir perfectamente el ruido de los bombardeos y el llanto de Salim y María, sus sobrinos. La madre de Adeeb ha cogido el teléfono y me repite varias veces ¡Mushkile iktir! (¡La situación está muy mal!). De nuevo la voz serena de mi compañero suena al otro lado. Me dice que todos están muy nerviosos y desorientados. No pueden entender que nadie haga nada para detener esta locura. Que desearía que todos aquellos a los que se le llena la boca hablando de terrorismo palestino se encontraran en ese momento con él para que experimentaran la sensación de pavor y de rabia. Me recrimina que los gobiernos europeos sean tan clamorosamente inoperantes ante estas atrocidades. ¿Qué credibilidad tienen para hablar después de valores como la democracia y la libertad mientras siguen vendiendo armas a Israel y no rompen el Acuerdo de Asociación con este país, pese a saltarse todas las cláusulas relativas al respeto de los derechos humanos?. Con tono fatídico y con demoledora evidencia sentencia que los palestinos son un pueblo que lleva mucho tiempo caminando solo y que saben que la lucha por su libertad y dignidad les conllevará más tragedias. Pero que antes que el "derecho que tiene Israel a defenderse ante los ataques terroristas" está el derecho de los palestinos a defenderse de la brutal y humillante ocupación israelí de los Territorios, una ocupación que dura 35 años.

 

Los obuses de tanque todavía se escuchan por la línea telefónica cuando me despido de él. Sin tiempo de digerir la rabia e impotencia que me asola, tecleo el teléfono del Dr. Majed, el director de la clínica de Beit Sahour (situada al este de Belén) y subdirector de la organización local Health Work Committees, con quien Paz y Tercer Mundo lleva años colaborando en la construcción de infraestructura de salud a lo largo de los Territorios Palestinos Ocupados. La tardanza en responder me hace pensar que deben estar sometidos a un ritmo frenético con tantos heridos que deben estar recibiendo. Finalmente contesta. Para mi sorpresa me dice que estaba echando una pequeña siesta. Un equipo de 8 personas (entre médicos y enfermeras) lleva cinco días, durante las 24 horas, presentes en la clínica para atender a la esperada avalancha de heridos que se están produciendo tras los ataques indiscriminados del ejército israelí. Pero hasta el momento han atendido sólo a unas pocas personas. La imposición del toque de queda impide que nadie pueda acceder al centro ni que los equipos médicos asistan a los heridos. Según me cuenta, hay gente tiroteada en las calles que literalmente se está muriendo desangrada porque a las ambulancias se les impide el paso, si es que no son objetivo de los soldados israelíes. Hay muertos y heridos en las casas que no pueden ser evacuados. Reciben multitud de llamadas de socorro de personas que necesitan atención médica y que piden urgentemente que alguien les ayude.

 

Me cuenta con voz resignada y doliente una historia que dice que nunca olvidarán él ni su equipo. Hace dos días una ambulancia llegó a la clínica. Traía una niña de 4 años que se había roto el codo en una caída y que necesitaba una sesión de rayos X. No tardaron en arribar varios jeeps militares israelíes acompañados por un tanque. Después de apuntar durante diez "eternos" minutos con sus armas al equipo médico, a la niña y a su madre, éstas pudieron acceder para ser tratadas. Los soldados les acompañaron dentro. Después de arrestar al único paciente que había en el centro (un joven herido en la pierna en los enfrentamientos previos a la entrada de la ciudad) el oficial amenazó a todo el equipo de que si se les ocurría salir a la calle él mismo se encargaría de acabar con ellos. El toque de queda era para todos y que si no lo habían anunciado muy claramente a la población era porque así aprovecharían para matar a aquellos que anduviesen por la calle. La madre también debía quedarse. No importaba que su hijo de seis meses estuviera desatendido en casa. Para ello tenía a su hermano de siete años que cuidaría bien de él. Les dijo al despedirse que ya "charlarían" otro día, que ahora tenía que acabar con los terroristas que se habían refugiado en la Iglesia de la Natividad. Antes de que saliera se pudo escuchar en el walki-talki del oficial un mensaje que le enviaba el soldado que conducía el tanque estacionado en la puerta: ¿disparo?. ¡Todavía no, que aún no he salido! - contestaba el oficial. La patrulla se fue y el tanque con ella. No disparó.

 

Mientras se ríe, me cuenta que los 300 tanques de Ramallah, los 200 de Belén, los 150 de Jenin, los 400 de Nablus, los 100 de Tulkarem, los 100 de Qalqilia y los 50 de Hebrón están aterrorizando a la población, pero que no servirán para quebrar su lucha por el fin de la ocupación. Ellos estarán aquí firmes como el olivo, aunque la comunidad internacional calle vergonzosamente ante la barbarie, ante los ataques al personal médico y de Naciones Unidas, ante las ejecuciones sumarias, ante las detenciones masivas, ante la destrucción de las infraestructuras civiles (pagadas muchas de ellas por los contribuyentes europeos).

 

Aturdido, le propongo identificar las principales necesidades que espera encontrar su organización en las próximas semanas. Decidimos que trabajaremos una lista de medicinas y material médico de emergencia para distribuir en todos sus centros de salud repartidos a lo largo de Cisjordania.

 

Me despido de él enviándole todo mi más sincero, aunque débil, apoyo. Mis dedos doloridos vuelven al teclado, mientras, desde el comedor, me llega el eco de la televisión que emite un programa sobre el Euro y la construcción europea. Y mi mente está muy lejos de todo aquello, y sólo hace que recorrer las calles de Belén, de Jenin, de Hebrón, de Ramallah....

 

Texto integro extraido de la organización paz y tercer mundo ( P.T.M )

 

http://www.ong-ptm.org/