EL MARTIRIO EN EL ISLAM

 

           Los hombres y mujeres bomba en Palestina han puesto de actualidad el tema del martirio en el Islam, y es necesario hacer algunas precisiones. Hace poco, en un programa de televisión, se dijo que no había que llamar mártires a los ‘suicidas’ palestinos, porque ‘mártir’ es el que muere dando fe de un ideal, no el que mata. Los palestinos que se auto inmolan son, simplemente, ‘terroristas’. En este camuflaje de la realidad, el soldado -el mercenario- israelí que mata y se salva es mejor que el palestino que mata y muere. Pertenecer a un ejército convencional o estar a sueldo de alguien te libera de acusaciones de terrorismo. Y, además, Sharon, no lo olvidemos, es un hombre de paz, como ha declarado el Presidente de EE.UU. Los asesinos ‘pacifistas’ están al margen del fanatismo, la desesperación y la locura.

 

         El inocente mártir cristiano que se ofrece al tormento antes que renunciar a su fe es modelo de masoquismo sagrado. En el Islam no cabe esa postura. En el Islam la tontería no es noble ni se santifica. Se prefiere que un musulmán oculte y niegue su condición antes de prestarse al sadismo de nadie. La Shahâda (el ‘martirio’) es otra cosa. Es luchar hasta el extremo de morir por una causa justa. Es valor y arrojo, que no son negación de la vida sino afirmación de la dignidad. La Shahâda, el ‘martirio’, sólo es posible, en el Islam, en un campo de batalla.

 

         El shahîd, el ‘mártir’ musulmán, es modelo de dignidad. El shahîd renuncia a su vida porque realmente vive en Allah, y Allah es la Verdad. Su causa es la Verdad, y en ella se defiende, protege su casa, lucha por los suyos, combate por su tierra, hace cara a los tiranos y se presenta sin miedo ante los farsantes. El shahîd nunca es un fanático, es alguien de verdad. No es un loco, es alguien de una salud absoluta. El shahîd no es alguien que lucha por una ‘ideología extremista’ sino que es alguien por cuyas entrañas fluye la sangre de los hombres verdaderos. No es un desesperado, sino que es musulmán.

 

         El shahîd no es un mártir cristiano, es un guerrero, un muÿâhid, pertenece a Allah, a ese fondo de la existencia al que no tienen acceso los pusilánimes. El palestino que se envuelve en bombas para llevarse por delante a los agresores es alguien que ha renunciado de verdad a la mentira, al engaño, al crimen.

 

         Hemos señalado que ‘martirio’ se dice en árabe Shahâda, que es también el nombre del primer pilar del Islam que consiste en decir que ‘no hay más verdad que Allah’. El que pronuncia esa frase entra en el Islam. La puerta de entrada es la puerta de salida. Con la Shahâda, en el sentido profundo de renuncia real a los ídolos del común de los hombres, el musulmán sale de la vida miserable de los indignos para entrar en el Jardín de lo eterno. El shahîd ha dado testimonio de su sinceridad en el Islam, su primera Shahâda ha sido corroborada por la segunda, su inicio en el Islam ha sido confirmado por el sello que ha puesto a su existencia formal. Por ello, sobre el shahîd no hay dudas: está con Allah, en la exuberancia del Creador de la vida.

 

         El shahîd es alguien inquietante. Y lo es porque su Islam, su rendición a su Señor, no ha sido una simple declaración sino un acto supremo con el que ha liberado al mundo de tiranos y embustes. El Corán dice: “No digáis de los que han caído sobre la Senda de Allah que están muertos: están vivos...”. Están vivos porque aceptar la humillación y la derrota no es vida. Vive el que ha confiado en Allah, ha confiado en la eternidad, y no ha tenido reparos en sacrificar su vida humillada y derrotada en aras de lograr una gran victoria.

 

         El shahîd siempre es vencedor. Ha ganado en el momento en que no ha dudado de lo Cierto. Su Islam, su Verdad, no era una religión en la que consolarse sino un desafío tremendo dirigido a lo más hondo de su ser y al que ha sabido responder dando su vida para triunfar en la Verdad que sostiene los cielos y la tierra.

 

         El shadîd no tiene límites. Los miedos, los fantasmas, las quimeras, nos impiden la resolución que hay que tener para poder llegar a ser un shahîd. El shahîd, el que ha decidido luchar sin reparos, antes ha tenido un momento de lucidez radical en el que han caído los dioses que paralizan al Hombre. En el shahîd ha emergido el Califa, el ser soberano, para el que la vida y la muerte no son condiciones ni fronteras.