ISLAM Y CRISTIANISMO

 

           Mientras el Islam se ha mantenido fiel a sí mismo, el cristianismo es el nombre que se ha dado a una religión devastadora que pretende tener sus raíces en las enseñanzas de Jesús de Nazaret. Jesús es, para los musulmanes, un gran profeta (Sidnâ ‘Isà, ‘aláihi s-salâm), pero la imagen que se tiene de él en el Islam es muy diferente a la que ofrece el cristianismo, y sin duda la concepción musulmana es más conforme con lo que fue y representó el Jesús histórico.

         Jesús fue un profeta entre los judíos. No fue un ‘progre’, ni un cura reaccionario, ni un hippie, ni un salvador, ni un cristiano de base en una ONG ni el miembro de un grupo de New Age. Nunca pudo enseñar nada como el dogma de la Trinidad y nunca pudo pretender ser un dios. No pudo ser el fundador de una Iglesia que tiene más resabios griegos y latinos que semitas. De arriba a abajo, el cristianismo es una traspolación constante.

         El cristianismo es el resultado de un proceso extraño y complejo en el que se ha perdido la enseñanza original de un profeta semita en medio de  interpretaciones arbitrarias, especulaciones absurdas y conflictos de intereses. Los cristianos han perdido a Jesús en el laberinto neurótico en el que se han metido desde los comienzos de su historia. Hoy nos puede parecer ridícula una secta como la de los mormones o la de los testigos de Jehová, pero algo muy parecido fue el cristianismo en sus comienzos: la usurpación de un mensaje profético para convertirlo en un absurdo sin pies ni cabeza, con mucho de los peores y más siniestros retorcimientos de los seres humanos.

         El cristianismo nos impide conocer realmente el Islam -y cualquier otra espiritualidad- en Occidente. Es el modelo para medir toda otra civilización, como si la humanidad no fuera más que una serie de ‘variantes del cristianismo’, y esto es falso. Y, aquí en Occidente, es casi imposible deshacerse del arquetipo cristiano cuando se intenta comprender el Islam. Ejemplo claro de ello es el arabismo -esa especialidad universitaria que pretende ‘abarcar’ el Islam-, prácticamente incapaz de deshacerse de su estilo jesuita. El arabismo huele a sacristía, por mucho que aparente querer instaurar una ‘ciencia’.

         A la hora de exponer las enseñanzas del Islam en lenguas occidentales topamos con que todas las palabras están cargadas de cristianismo y de los fantasmas de la teología cristiana.  Esto es muy importante: no existe una asepsia que permita trasmitir la originalidad del Islam, y hace falta un gran esfuerzo para evitar que las connotaciones cristianas contaminen lo que se quiere trasmitir. Un concepto islámico, cuando es traducido, pierde sus implicaciones en su lengua original y, en contrapartida, pasa a estar revestido por las que tienen en la cultura en la que se desea explicarlo, y ese tránsito implica que se está diciendo otra cosa y que la idea primera se ha desvanecido. Pocos musulmanes que exponen el Islam a los occidentales se dan cuenta de este grave hecho.

         Cuando se traduce la palabra Allah por Dios, cuando se dice que dzanb significa pecado, por citar unos ejemplos, se está desvirtuando el Islam. Ni Dios tiene las cargas que la palabra Allah sugiere a un musulmán, ni dzanb tiene la dimensión metafísica del pecado. De entrada, con ello, se ha situado la enseñanza del Islam en un marco que no es el suyo, y dentro de unas referencias y juicios a las que no puede responder sin desnaturalizarse por completo. Y cuando nos damos cuenta de que los dos términos anteriores son un simple ejemplo y que la cuestión afecta a todos los conceptos y al universo espiritual, podemos intuir las dimensiones de un problema que nos obliga a un replanteamiento total del Islam en lenguas occidentales.

         Las reacciones contra el cristianismo en Occidente, la búsqueda de alternativas a una religión que no es más que la institución que la representa, tampoco han podido huir de la omnipresencia del cristianismo en lo más recóndito de las conciencias. El interés por las espiritualidades orientales (budismo, yoga,...) ha acabado por matar lo que en esas espiritualidades había de poderoso y original, porque han sido remodeladas -y se han dejado remodelar- al gusto de los occidentales. Algo parecido se ha querido hacer con el sufismo, que se vende como una moda espiritual más en la amplia oferta de experiencias místicas que el mercado se ofrece al consumidor. La gran diferencia está en que el sufismo tiene detrás al Islam, que es intragable para Occidente. El Islam es el garante de su propia autenticidad frente al consumismo y frente al falseamiento. Allah ha dicho en el Corán: innâ naççalnâ dz-dzíkrà wa innâ lahu la-hâfizûn, He hecho descender la Revelación, y Yo la salvaguardo...